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Comunidades historiográficas en tiempos dictatoriales

Resumen del Curso EUROPA SIGLO XX. COMUNIDADES HISTORIOGRÁFICAS EN TIEMPOS DICTATORIALES, organizado por el Seminario permanente de Historia de la Historiografía «Juan José Carreras» (Institución Fernando el Católico) que tuvo lugar el 24 y 25 de febrero de 2011.

La Historia siempre ha tenido un uso político; ha justificado gobiernos y regímenes de todos los tipos y colores; se han buscado mediante ella las raíces de Estados y pueblos; y en su nombre se han establecido prohibiciones, o se han otorgado libertades. No es un fenómeno extraño, el uso del pasado y de la Historia ha existido en cualquier época, y se le seguirá dando un uso político. Pero frente a eso, el historiador debe mantenerse en una posición totalmente objetiva, prescindiendo de cualquier tipo de tendencia política –sin necesidad de que tenga una actitud pasiva o neutral ante el presente–, tal y como recordó Ignacio Peiró.

Pero existen ciertos regímenes políticos, los dictatoriales, los cuales además del uso político que pueden dar a la historia, condicionan, ya sea de una forma o de otra, el oficio de historiador –la forma en que se hace la historia, los temas a tratar, y las líneas a seguir–, creándose, en las universidades, comunidades de historiadores, que si unas veces están condicionadas a escribir la Historia de una forma que no afecte a los preceptos dictatoriales, en otras ocasiones las universidades e historiadores han apoyado directamente a dichos regímenes, y han hecho una historia que los justificaba, y que buscaban en el pasado las raíces de estos. Pero esto no solo se produce durante el periodo en que dura la dictadura, sino que la historiografía se ve condicionada en los años posteriores a éstas, en donde se suele juntar tanto los historiadores provenientes de las dictaduras, como los anteriores a ésta, o los que rompen –los de una nueva generación– con todo esto, creando unas nuevas líneas historiográficas.

El curso, por tanto, ha estado encaminado a realizar una historia de la historiografía durante las dictaduras del siglo XX -y en su caso tras estas- en tres ámbitos distintos, que presentan sus propias características –dicho de otra manera, en cada país el uso, dominio o censura de la Historia se produjo de distinta forma–:la historiografía durante el periodo fascista en Italia, la historiografía en la Alemania nazi, pero especialmente el amplio debate historiográfico posterior a la caída del nacionalsocialismo. Y el caso de la historiografía española durante el franquismo, que de igual modo presenta sus propias peculiaridades.

Este tipo de estudios, los de la Historia de la historiografía, no son muy habituales, lo que parece paradójico que la propia ciencia histórica no estudie su propia historia, como suele ocurrir en otras tantas disciplinas. Uno de los primeros en realizarlo fue el ya fallecido Juan José Carreras, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, en cuyo homenaje el seminario permanente de Historia de la Historiografía, que ha organizado este curso, lleva su nombre. Se convirtió así en una especie de homenaje, uno más de los muchos recibidos, que permite acercar su labor y su persona a aquellos que no le conocimos, por parte de los que fueron sus discípulos.

El curso arrancó con la participación de Manuel Espadas Burgos, quien trató sobre el oficio de historiador durante el franquismo. Conferencia de gran interés en cuanto que habló desde la propia experiencia –lo que permite transmitir sus propias vivencias, más allá de un mero estudio–, y ejemplificó en todo momento, de forma amena, los datos que expuso con jugosas anécdotas.

Éste hizo un breve recordatorio de un contemporáneo de Juan José Carreras, Montero Díaz, quien pese a su brillantez, no dejo ni obra ni discípulos, y que ha sido olvidado por los estudios historiográficos. Éste, gran conocedor de la historiografía alemana, se convirtió en un peligroso miembro de la Universidad española, que acabó exiliado en el 65 en Chile.

La llegada del franquismo supuso una ruptura total con lo que había sido la comunidad de historiadores. Junto con la salida de los principales intelectuales del País, la gran mayoría de los historiadores de renombre acabaron dispersos por universidades europeas, y sobre todo latinoamericanas, como Sánchez de Alborno, que siendo su obra de gran importancia para la Edad Media española, la escribió al otro lado del Atlántico; o también se podía mencionar a Américo Castro. El franquismo supuso para la historiografía, y para la universidad en general, una «hora cero» desde la que se partió. Unos exiliados, y otros tantos purgados de las cátedras, éstas fueron cubiertas por adeptos al nuevo régimen franquista, que acabaron con la profesionalización de la historia.

Como diría Ignacio Peiró, en la última sesión del curso –en la que se produjo un debate entre todos los ponentes presentes–, las cátedras españolas siguieron siendo una especie de magistraturas, que gozaba de plena autonomía, siempre que trabajasen para el bien común. Eran pequeños dictadores –que en muchos casos representaban al régimen franquista en su vertiente más rígida–, respetados por las universidades, con el poder de decisión sobre las trayectorias de sus colaboradores, y por tanto con la capacidad de limitar carreras y líneas de estudios que no entraran en la ideología del régimen –o en la suya propia–. Al fin y al cabo, casi todos los historiadores españoles –con plazas en las universidades u otros organismos de investigación– ocuparon cargos políticos en el régimen, lo que permite ver que su forma de escribir la historia estaba sometida a la ideología franquista, y encaminada en una línea concreta –la justificación de una España grande en la que el franquismo era la cima–. Quizás por ello el insigne orador romano, Marco Tulio Cicerón, gran conocedor de la historia romana, y que tanto gustaba de usar en cualquiera de sus discurso, dijo rehusar escribir la historia en cuanto que era consciente que su oficio de político le privaba de la objetividad con la que se consideraba se debía escribir la historia.

Cierto es que el franquismo no tuvo gran interés en emplear a los historiadores o a la Historia, puesto que podían justificar el régimen dictatorial sobre la base de la victoria en la Guerra Civil. Pese a ello influyeron en ella. Por una parte porque tras el masivo exilio de los intelectuales, y las purgas, acabaron con la profesionalización de la Historia. Por otra parte, la censura influyó en que muchos temas de estudio y algunas líneas de investigación podían perjudicar al régimen, pero, como señalaba Manuel Espadas, peor fue la autocensura de muchos historiadores, que prefirieron no arriesgarse a escribir o investigar ciertas cosas por temor a ser censurados. Así, el marxismo, fue una línea de investigación que siempre estuvo prohibida.

Pero el franquismo no fue un todo, y hay que diferenciar distintas etapas. Hasta los años cincuenta se produjo un hundimiento de la historiografía, especialmente la Historia Contemporánea, que se convirtió en algo tabú que muy pocos se atrevían a abordar, especialmente los acontecimientos más recientes. Ello supuso que tampoco hubiera, a lo largo de estos años, la formación de nuevos historiadores, lo que afecto casi a una generación entera, que se vio privada de la buena formación que habrían obtenido de haber mantenido a los historiadores profesionales ahora exiliados.

En los años cincuenta, el panorama historiográfico comenzó a cambiar, al tiempo que la política del régimen daba un giro ante las circunstancias internacionales. En las universidades entran personas que serán de gran importancia en el futuro de éstas. En aquel año se reanudaron los congresos de estudios históricos. El primero de ellos fue celebrado en París, y en el del año 55 en Roma, se envió una delegación española, en donde se encontraba Jaime Vicens Vives, quien entrará en contacto con la escuela de Annales, y con la escuela italiana. En ese congreso, además de la embajada española oficial, se encontrarán otros historiadores españoles exiliados.

Sin embargo, como posteriormente se comentará, Jaime Vicens Vives se convirtió en la figura de una nueva historiografía, que comenzará a estudiar la Historia Contemporánea de España, con una nueva línea de investigación como será la realización de una historia económica de España.

Por otra parte, coincidiendo con el bicentenario de la paz de Westfalia, la Historia española tomara una nueva visión de su Historia Moderna. Así por ejemplo, frente a la tradicional visión de una España decadente, los historiadores empezarán a contraponer esa situación política –que era la que estaba en crisis– frente a la época de oro e las letras y la cultura, que paradójicamente ocurre en el mismo momento de la decadencia política. Junto a ello, comenzará a haber un interés por la Historia Contemporánea, fenómeno que tampoco era extraño, puesto que en Europa en esas mismas fechas fue cuando empezó a haber un interés generalizado por la contemporaneidad.

Pese a todo, el historiador encontraba serias dificultades para el Estudio. Entrar e investigar en los archivos era complicado. Era necesaria la continua petición de permisos, lo que limitaba que se pudieran emprender ciertos estudios, o concederles los permisos a ciertas personas. Por otra parte, hasta el año 65 no se podrán pedir fondos para la investigación, pese a que algunas instituciones como la Junta para la Ampliación de Estudios, anterior a la Guerra, se había mantenido, en realidad era algo totalmente distinto, de cuya etapa anterior solo conservaba el nombre.

Pasando a tratar al ya mencionado Jaime Vicens Vives, la conferencia estuvo al cargo de Miquel Marín, en donde especialmente trató al Vicens más internacional y su relación con el proyecto Mazorati. Jaime Vicens era ya en 1953 un reputado historiador, que consiguió su primera cátedra precisamente en la Universidad Zaragoza, en donde pasaría un año. Fue un historiador dinámico y trabajador, que pese a su temprana muerte, ha dejado un amplio número de proyectos y escritos. Un gran trabajo que tuvo que agotarle por necesidad, y que desde luego no podría haber llevado a cabo de no haber tenido un amplio círculo de colaboradores, especialmente en lo que respectaba a la traducción de las cartas que recibía desde el exterior. Además de la faraónica tarea, como docente académico fue extraordinario, dejando huella en sus alumnos y futuros historiadores.

Uno de los proyectos más importantes en los que se embarco fue el que le ofreció el italiano Mazorati, para la realización de una ambiciosa Historia europea. Italia le proporcionó, de esta manera, la puerta para entrar en los círculos de la historiografía italiana, y de ahí con la historiografía francesa.

Aunque antes de que Mazorati le ofreciera participar en su proyecto, Vicens Vives ya había viajada a Italia en el año 47, y lo volvió a realizar en el 49 –lo que sin duda fue fundamental para que Mazorati le conociera–, para lo cual pidió una pensión. Participó en el congreso de Mantua, sí como otros que se celebraron en Italia.

En cuanto al proyecto Mazorati, éste es de gran interés. Se intentaba crear una Historia Europea en la que participaran historiadores de cada uno de los países. Vicens Vives se convertía así en una especie de representante del proyecto en España que debía mediar entre el proyecto y la historiografía española. Las aportaciones que se debían realizar, según el contrato, era la de escribir sobre la situación actual del país, y los problemas historiográficos, entre otros. La publicación fue realizada en francés, y por ello alguno de los comentarios en sus escritos refleja que dijo cosas que en España no se habría atrevido a publicar.

Vicens Vives ha sido uno de los historiadores españoles más estudiados –contando con una amplia bibliografía–, sin embargo, la información que se tiene de él es poca, y parece que difícilmente se puede ampliar. Aunque mediante su archivo familiar, que ha comenzado a consultarse recientemente, quizás se pueda extraer mucha más información. De este amplio archivo, el epistolario que se conserva es uno de los grupos de documentos más amplios y más importante para reconstruir las relaciones que Vicens Vives tenía con el círculo de historiadores, tanto españoles como internacionales. Miles de cartas con en torno a 1.200 interlocutores internacionales. En su mayoría eran franceses, italianos, ingleses y estadounidenses. Y poseía además en su biblioteca unos ochocientos libros dedicados, la mayoría de francés e italianos, lo que demuestra las buenas relaciones que con estos tenía.

En cuanto a su interés por la época histórica que prefirió, y pese haber ocupado la plaza de Historia Moderna, todo hace pensar que su interés era la Historia Contemporánea, como demuestra su biblioteca, en donde la gran parte de la colección de libros está dedicada a esta parte de la Historia.

Mientras Vicens Vives se convertía en uno de los grandes historiadores españoles, aunque sin comulgar con el franquismo, hubo otros historiadores, que desde España escribieron una historia que tendía en una línea diferente al franquismo, sin que fueran exiliados. Fueron algunos historiadores carlistas, cuyo máximo exponente fue Melchor Ferrer, militante carlista, y de quien habló Francisco Javier Capistegui. Ferrer ha tenido una presencia importante en las universidades españoles con su correspondiente repercusión. Pocas son las universidades españolas que no tienen su magna obra, la cual contiene multitud de documentación, que la hacen una importante herramienta de consulta.

Ferrer, a diferencia de muchos historiadores que apoyaban al régimen dictatorial, ya fueran militantes o no, hizo una oposición al franquismo –paradójico en cuanto que el carlismo había apoyado la «cruzada» –-. Ferrer, sin embargo, lo considera un error, y creía que el carlismo y el franquismo no podían casar. Considera al franquismo algo nuevo, que rompe con la tradición en la que se basa el carlismo. Considera al franquismo fruto del liberalismo, y por tanto mete en un mismo cajón tanto a regímenes liberales como a las dictaduras, considerando a unos y otros algo nuevo que debe ser rechazado.

Ferrer fue ante todo un periodista. Había sido voluntario en el ejército francés durante la Primera Guerra Mundial, y dirigió varios periódicos. Llegó a ser secretario del entonces pretendiente carlista. Pasó la Guerra Civil en prisión, y posteriormente comenzó a dirigir el periódico Unión. Poco después, se negó a jurar lealtad al régimen franquista –el cual no aceptaba– y por ello perdió el carné de periodista, y, por tanto, la imposibilidad de continuar en el periodismo. Tampoco se afilió a Falange, a la que consideraba antiespañola. Paso en ese momento a dedicarse escribir la Historia de España, que la utilizó como una herramienta de difusión de su pensamiento. En esta historia dejo ver que el franquismo era algo liberal, que seguía encarnando todo aquello negativo a lo que el carlismo se oponía desde el surgimiento del liberalismo. Ferrer, como carlista, buscaba la descentralización, la monarquía y la tradición. Ante todo busco en la Edad Media ese pasado idealizado al que consideraba había que volver, aunque de una forma renovada.

La obra de Ferrer representa todo lo contrario a lo que había sido la obra de Pidal para el liberalismo. El carlismo más purista tuvo que lidiar, por una parte, con la historiografía liberal, y, por otra, con la historiografía que se estaba dando desde el régimen franquista. Piensa que hay que destruir el liberalismo y para ello empieza a recopilar una amplia cantidad de fuentes, con las cuales se obsesiona, hasta el punto que exigió que todos los documentos que se le enviaran estuvieran sellados ante notario con el fin de asegurarse que los documentos eran auténticos, y que no estaban falseados.

Consideraba también que la universidad era liberal. Ferrer y el núcleo del carlismo más puro intentaron imponer su propio criterio sobra las nuevas generacionales. Por ello una amplia cantidad de carlistas se presentaron a las oposiciones para ocupar las plazas de educación media, y universitarias, con el fin de dominar esta historiografía, algo que no lograron conseguir.

Cambiando de ámbito, en Alemania no hubo una «hora cero» como en España. No hubo una ruptura total con lo anterior, sino que se produjo, desde el ascenso de los nazis al poder, una nazificación de la Universidad alemana. En este caso, el tema lo trató el profesor Christof Cornelissen, de la Universidad de Kiel-London School of Economics, quien es buen conocedor de las dictaduras, especialmente la Nazi, y tiene una obra acerca de la historiográfica durante el nazismo y el periodo posterior. Trato por tanto la nazificación de la historia Alemania, y su posterior desnazificación en los años posteriores a 1945.

El nazismo apenas tuvo gran representación en la Universidad alemana, aunque es evidente que, como la gran mayoría de la población, se adaptaron al nazismo. No hubo catedráticos afiliados al partido Nazi anteriormente a 1933, y se afiliaron por conveniencia, y quizás porque algunos de los puntos del nacionalsocialismo coincidían con las líneas historiográficas que estos estudiaban, sobre todo en lo relativo a la Primera Guerra Mundial y el Tratado de Versalles. No hubo una coordinación entre el régimen y los historiadores, más allá de unas plazas que fueron ocupadas por jóvenes afiliados al partido. Y pese a que se creó el Instituto Imperial para la historia de la nueva Alemania, dirigido por Walter Frank –el principal de los historiadores nazis–, desde donde se tendió a crear la gran historia alemana, en la que se presentaba al nacionalsozialismo como el final de la Historia, en el fondo no hubo gran implicación.

Por ello, tras 1945 en la RFD no hubo una amplia depuración de la Universidad. Sin embargo, surgió en los años siguientes lo que se llamó la Historikerstreit, y una larga sombra de culpabilidad alemana, en la que los historiadores se debieron enfrentar a cómo interpretar el periodo nazi. Gran parte de los miembros de la universidad eran conservadores, provenientes del historicismo, los cuales verán al nazismo como un accidente, un producto de su momento, que rechazaban y condenaban. Entre ellos destacó Note. Rechazaban también la historiografía de Annales, así como la anglosajona –destacaron en ello Ritter, Bracher, Broszat–. Pero lo realmente destacable, es que prácticamente consideraban al nazismo como algo ajeno a la propia Alemania y los alemanes, del que se sentían profundamente avergonzados.

A partir de los años 50, cinco años después de finalizar la Segunda Guerra Mundial, se comienzan los primeros intentos para reinterpretar lo que el nazismo había sido. Esta nueva fase la abrió Fritz Fischer, quien escribió un libro sobre la Segunda Guerra mundial, en donde se desechaba la metodología clásica del historicismo, y mostraba que la Segunda Guerra Mundial había sido producida por el Reich como forma de conseguir sus metas, pero lo más importante es que consideraba al nacionalsozialismo como la consecuencia lógica a la evolución de la sociedad alemana.

Un segundo giro lo dio Rosenberg, que afirmaba las tesis del anterior, pero rompía con su metodología, abogando por la superación de la historia política, y la integración de la historia en las ciencias sociales. Serán influidos por éste, historiadores como Wehler, Rocka, Puhle y Wincler. A partir de entonces se tendrán en cuenta factores sociales y económicas, y uno de los modelos a seguir será el de Weberg, dando lugar a la llamada historia social alemana, que se caracteriza por dedicar una gran atención al tema del poder, y una metodología analítica que incluye elementos económicos y sociales. Son jóvenes con una clara militancia política. Para ellos el nazismo es la consecuencia de una serie de factores económicos sociales, buscando el inicio de esto en la política de Bismarck. Hitler, por esto, no era una casualidad, ni un factor que alteraba la evolución, sino que era el culmen de una evolución. Recuperan las tesis lanzadas en 1933 por Eckart Kehr, quien escribió una obra donde negaba todo el tema de la política exterior, señalando el déficit de democracia del Reich en comparación con el resto de países occidentales.

En un tercer momento, algunos como Brunner, Gonze kosselleck – que abrirán el camino para la generación de historiadores que surge en los 80 y 90–, crean un círculo social en lo que se llamara escuela de Bielefeld. Esta escuela se dedicara a la historia social, y serán los llamados socialhistoriker. Tuvieron un gran éxito, y se convirtieron en una escuela muy importante, pero generaron muchas críticas por los postmodernos y por los tradicionalistas. Tuvieron una constante discusión por plantear los presupuestos de su trabajo, que se desarrolló en diversos niveles. Primero poniendo al descubierto las pesquisas tradicionales alemanas, analizando y criticándola, así como poniendo su visión del conocimiento histórico. Un segundo nivel es que han tratado de fijar un punto de mira intermedio con otras ciencias sociales. Un tercer nivel es el referido al modelo expositivo, prefiriendo la argumentación a la narrativa. Su maestro seguirá siendo Weber. La labor de estos historiadores ha puesto sobre la mesa una serie de hipótesis interpretativas organizadas entorno a unos ideales. Se han interesado por los trabajadores, la industria alemana, pero siempre en torno a la situación político. Todos estos historiadores participaran en los años 80 en la disputa de la querella de los historiadores alemanes, que se inicia a mediados de los 60 cuando se publica a obra de Note.

A partir de los años noventa el debate se centró en el carácter renovador y modernizador del nacionalsocialismo. Daniel J. Goldhaen, en 1996, puso de relieve cómo y por qué los hombres corrientes consiguieron convertirse en asesinos del Holocausto. Su obra Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el Holocausto, se convirtió en un best-seller, y del que se hicieron eco radios, televisiones y diarios. En la actualidad, desde 1998, distintos congresos historiográficos alemanes están analizando la historiografía.

Siguiendo con este aspecto, el profesor Christian Delacroix trató sobre el holocausto y la memoria de éste –y general sobre la necesidad de la memoria, que tan de moda está en la actualidad en España–, en base a la obra de Ricoeur, Making history in the sadow of Auschwitz: the historian representation to the test of the Holocausty. Puso de relieve la importancia de la memoria, del recuerdo, de las limitaciones, de las posibilidades, de la reflexión de los historiadores sobre el asunto, que deben superar la tensión entre la trivialización y la sacralización.

En cuanto a la historiografía durante el fascismo italiano, se encargó Mauro Moretti, quien trato la relación entre los historiadores y el fascismo italiano, así como Massimo Mastrogregori, quien mostró la visión que el fascismo dio al pasado mediante el ejemplo de la vida de un año de Mussolini, concretamente 1944.

La historiografía italiana en el fascismo fue algo distinto a lo sucedido en España, al igual que en Alemania. Mientras en España se depuraba la universidad, y en Alemania nunca hubo gran implicación de los historiadores con el régimen nazi –ni depuración antes ni después-, en Italia habrá una progresiva fascificación de la Universidad y de la historia, de una forma lenta, hasta el punto que la historia acabará por estar dominado por el propio régimen político, en donde su dictador, Mussolini intentó convertirse en una especie de historiador.

Italia, antes del fascismo, no había tenido gran trascendencia en el estudio de la historia, existiendo una pequeña comunidad de historiadores. El número de profesores era muy reducido. Y curiosamente será el fascismo quien creó toda una serie de instituciones que tenía que ver con la Historia. El fascismo indicó como se debía realizar la historia, hasta el punto que muchos dudan en si existió una historiografía fascista o un fascismo historiográfico. Y especialmente, esto se empezará a producir a partir de los años 30, cuando se crea una nueva escuela histórica, en donde se dará gran importancia al Risorgimiento italiano, publicándose las fuentes para la historia. Esta historia del Risorgimiento tuvo gran implicación en historia que se enseñaba básica, algo que tampoco sorprende y que anteriormente ya había sido usual, puesto que era el momento del surgimiento de Italia como Estado unificado y liberal. El fascismo recuperó esta tradición o la continuó.

Entre 1931 y 1935 es el periodo en que la Universidad se convirtió en la presa del fascismo, y muchos historiadores, entre otros catedráticos y profesores, debieron de jurar el régimen fascistas, y otros tantos fueron literalmente liquidados, especialmente aquellos que en el 1925 habían firmado un manifiesto antifascista. Muchos, durante la guerra, entrarían en la resistencia, y se enfrentarían al fascismo durante la Guerra Civil italiana.

El fascismo creó el Instituto Italiano de Estudios Alemanes, lo que deja ver como el propio régimen organizó la vida cultural, y marcó las líneas de investigación. Este Instituto tuvo una amplia implicación entre los historiadores que lo conformaron y el propio jefe del gobierno, Mussolini. El Instituto estuvo dotado de un espacio físico, con biblioteca y revistas científicas para difundir las líneas de investigación apoyadas por el régimen, lo que beneficia a éste, pese a que existía una teórica independencia del Instituto. Sin embargo, parece difícil mantener la independencia del Estado dictatorial, cuando era éste quien lo subvencionaba y quien aceptaba o no la subvención de los estudios. De hecho se subvencionó la traducción de Mein Kampf.

Mussolini mostró su visión de historiador, o su creencia de que lo era, en muchos de sus discursos, en que no dudo en usar la historia como respaldo. Algunos de sus discursos eran incluso utilizados por algunos historiadores como Carlo Antoni.

El fascismo, de todos modos, entendió que ellos hacían la historia y no la escribían. Esta faceta de un fascismo que se basa en la historia, y que la utilizada, se puede observar en la gran exposición que hizo Mussolini en 1932, para conmemorar la marcha sobre Roma. Allí, toda una serie de símbolos, recodaba la gran gesta de Mussolini, que la emulaban con las de la antigua Roma. Todo ello fue comentado detalladamente, con toda una puesta en escena, que presentaba toda una historia, la que creaba el fascismo.

En el 42 se volvió a realizar el vigésimo aniversario de la marcha sobre Roma. Una síntesis de la historia que se pretendía mostrar con un gran complejo –que no acabó de finalizarse-. En ella se realizaba un recorrido desde la historia de Roma antigua hasta la Italia fascista, como un modelo de la historia universal. En general, el fascismo intentaba mostrase así mismo como el resurgir de la Roma antigua, pero revisándola y reinventándola.

En conclusión, el curso ha permitido ver las dificultades por las que la Historia y los historiadores tuvieron que atravesar a lo largo de las tres dictaduras que se han comentado a lo largo de las sesiones, y que son un reflejo de lo que sucede en otras tantas dictaduras.

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