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Democracia y partidos

El final de la Segunda Guerra Mundial había dado la victoria a los aliados, pero no todos sus miembros tenían un régimen democrático como el de EE.UU y Gran Bretaña. La URSS distaba mucho de ello, y efectivamente caído el poder nazi, y todos los fascismos en general, exceptuando algunos países que por razones de apoyos políticos lo mantuvieron, nacía un mundo de política bipolar en la que se enfrentaban “la dictadura del proletario” y la “suprema democracia”.

Prescindiendo ahora de la URSS, el Occidente europeo con influencia británica y estadounidense debía volver a montar sus regímenes democráticos. Pero la democracia estaba en crisis, el nazismo podía haber sido derrotado pero la Historia no podía ser borrada.  En la cabeza de todos seguía el recuerdo de cómo un partido había impuesto desde la democracia un  régimen totalitario, un partido que incluso antes de llegar al poder se declaraba antidemocrático como demuestra el artículo escrito por Goebbels, en 1928, en su periódico An¬griff, cuyo título ya es por si esclarecedor: Was wollen wir im Reichstag?

«Somos un partido antiparlamentario, con buenos fundamentos, que rechazamos la Constitución de Weimar y las instituciones republicanas por ella creadas; somos enemigos de una democracia falsificada, que incluye en la misma línea a los inteligentes y los tontos, los aplicados y los perezosos; vemos en el actual sistema de mayoría de votos y en la organizada irresponsabilidad la causa principal de nuestra creciente ruina. ¿Qué vamos a hacer por tanto en el Reichstag?

Vamos al Reichstag para procuramos armas en el mismo arsenal de la democracia. Nos hacemos diputados para debilitar y eliminar el credo de Weimar con su propio apoyo. Si la democracia es tan estúpida que para este menester nos facilita dietas y pases de libre circulación, es asunto suyo. (…). También Mussolini fue al Parlamento. Y a pesar de ello, no tardó en marchar con sus camisas negras sobre Roma.»

Sin ningún tipo de vacilación Goebbels no dudaba en calificar con el duro adjetivo alemán, dumm (estúpido), a la democracia, aún cuando distaba años para que Hitler llegara a la cancillería del Reich. ¿Quién podía estar seguro de que eso mismo no volvería a pasar acabada la Guerra en cualquiera de los países europeos?. Podría así parecer que la democracia era un sistema peligroso, que pagaba dietas y viajes a partidos que acabarían con ella como afirmaba el texto anterior. La república de Weimar había caído, la república española también tras tres años de Guerra Civil, así como otras tantas democracias europeas. Pero por otra parte la democracia había resistido en Francia hasta su ocupación, y Gran Bretaña había mantenido el sistema democrático durante toda la Guerra.

El que hubiera sido, y volverá a ser, Premier, Winston Churchill, no dudó en declarar ante la cámara de los comunes el 11 de noviembre de 1947: “Democracy is the worst form of government except all those other forms that have been tried from time to time”. A mi modo de ver Churchill dejaba con esta mítica frase la paradoja que supone un sistema político como la democracia, por una parte el mejor sistema hasta el momento, por otro,  un sistema lleno de peligros, en la que si todos los partidos e ideas tienen cabida, no todos ellos la respetaban. Quizás pensaba en aquella República de Weimar cuyos ciudadanos habían votado al partido nazi, un partido que en ningún momento habían escondido sus intenciones, pero que la coyuntura del momento, y la entrega de soluciones milagrosas, llevaron a todos a creer fielmente en él.

Al fin y al cabo el pueblo es peligroso como bien decía el famoso orador romano, Cicerón, en su conocida obra Sobre la República, en la que prevenía que el pueblo se podía convertir  en turba y revolución. Pese a que la lejanía en el tiempo pudiera dejar el argumento del orador sin ningún tipo de autoridad, de hecho en términos contemporáneos se podría traducir con lo que se viene llamando la tiranía de la mayoría, un efecto negativo de la democracia, en la que puede suceder que una mayoría perjudique u oprima a una minoría. Por ejemplo fue una mayoría la que condenó a muerte a Sócrates. Pero volviendo al argumento de Churchill quizás sea preferible esa tiranía de la mayoría a una tiranía de unos pocos.

Pese a ello la democracia, y la libertad que ella conlleva, tan solo puéde ser mantenida por el pueblo como solicitaba De Gaulle en un discurso en Bayeux el 16 de junio de 1946.

Discursos como éste lo dieron la mayor parte de los líderes políticos de los países europeos. Se deja así ver que el único régimen factible era la democracia. La otra vía era el comunismo, pero en un primer momento parecía que había que tener en cuenta a los ciudadanos, en palabras de Hume “una fuerza política que sostiene o derriba los gobiernos”, para reconstruir los sistemas políticos. De hecho, todos los países se apresuraron a convocar elecciones generales en el plazo más breve de tiempo, incluso en los países del Este europeo, que finalmente por circunstancias de la Historia acabarán cayendo bajo la órbita de la URSS y el alza de gobiernos comunistas en ellos. La caída de la vía comunista a partir del 1989 ha hecho que la democracia se constituya como el único sistema factible como decía Fukuyama en su ya conocida obra “El fin de la Historia y el último hombre”:

“Es decir, para gran parte del mundo, no hay actualmente ninguna ideología con pretensiones de universalidad que esté en condiciones de desafiar  a la democracia liberal, ni ningún principio universal de legitimidad que no sea el de la soberanía del pueblo.”

Pero esta democracia, que va a nacer tras la Guerra, va a ser una democracia distinta, puesto que la Guerra ha producido cambios, y la opinión pública va a ser ahora de gran importancia. Pese a ello, de nuevo, se vuelve al problema de que esta opinión pública puede ser fácilmente manipulable y controlada.

Acudiendo al diccionario de la RAE, éste define la democracia como “Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno. Predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado”. Definición bastante escueta para un fenómeno tan amplio y complejo. Otras definiciones que se dan están en base a los objetivos que persigue un gobierno democrático, como puede ser la igualdad entre sus ciudadanos,  la justicia social, etc, aunque evidentemente esta definición es demasiado subjetiva y plantearía el problema de lo que se considera o no democrático. En cambio, la tendencia actual, planteada ya por Schumpeter es definir la democracia atendiendo a las instituciones, cuyos miembros son elegidos en elecciones periódicas por todos los ciudadanos mayores de edad del país, los cuales tienen derecho al voto. Pero en ocasiones, la democracia tiende a reducirse tan solo a ese voto como afirma el famoso historiador marxista, Hobswam, en una entrevista realizada por la revista Ñ en 2007:

«Ustedes son el pueblo y su soberanía consiste en tener elecciones cada cuatro o seis años. Y eso significa que nosotros, el gobierno, somos legítimos aun para los que no nos votaron. Hasta la próxima elección no es mucho lo que pueden hacer por sí mismos. Entretanto, nosotros los gobernamos porque representamos al pueblo y lo que hacemos es para bien de la nación».

De hecho la palabra “democracia” es usada en muchos casos para justificar, o mejor dicho, encubrir, todo tipo de regímenes políticos, quedando su concepto reducido a una simple palabra. Haciendo un estudio de cómo definen sus sistemas políticos los casi dos centenares de países que existen en el mundo, la mayoría se consideran como democráticos. Pocos son lo que no lo consideran tal, como Arabia Saudi, Myanmar, Oman y unos cuantos más.  El resto, en la teoría, tienen regímenes democráticos, y muchos no dudan en poner en el nombre oficial  del país la palabra democracia o alguna alusión a ella. Pero de estos últimos pocos son los que llevan a la práctica el sistema democrático.

La mayor parte de la lista de las democracias se encuentran en Europa, con regímenes en los que existe un sistema de partidos políticos que pueden actuar con libertad, mientras que otros países que alegan mantener democracias, como puede ser China o Cuba, existen partidos únicos. Mientras que en otros tantos la democracia es enterrada por luchas internas, corrupción, falta de libertades como la de expresión y falseamiento de las elecciones por el partido gobernante que crean verdaderas dictaduras encubiertas.

Cambiando ahora el tema, he mencionado anteriormente el sistema de partidos, quizás una de las características más visible de una democracia, en donde una serie de partidos con ideologías diversas se presentan a las elecciones, pero ¿en qué consiste y como conviven estos partidos?, y ¿es realmente necesario un sistema de partidos en democracia?

A grandes rasgos existen tres formas de sistemas de partidos: el monopartidismo, bipartidismo y multipartidismo, todos ellos relacionados con el factor de la polarización, puesto que no se está determinando el número de partidos existentes en un país, pues muy pocos son los que consiguen obtener escaños en las cámaras de representación, por muchos partidos que existan. Hay una polarización hacia unos pocos partidos, aunque esta polarización puede ser mayor o menor. Lo más típico es una polarización hacia dos grandes agrupaciones, el llamado bipartidismo, que se caracteriza en partidos de ideología opuesta que obtienen en los parlamentos la inmensa mayoría de los escaños, dejando a otras formaciones con una pequeña representación, ocupando estos dos partidos respectivamente la presidencia del gobierno y la oposición. Son ejemplos claro el bipartidismo inglés, el estadounidense, o el español.

Este bipartidismo se produce como consecuencia de varios factores como circunscripciones electorales muy numerosas, porcentajes mínimos para entrar en los parlamentos, o las leyes electorales que aplican sistemas de repartos de escaños como el Método d’Hondt. Ello va produciendo que el resto de partidos vayan quedando marginados de la vida política, y además produce una realimentación del propio sistema bipartidista, puesto que los dos grandes partidos van acaparando la atención de los medios de comunicación, mientras que el resto pasan desapercibidos. De igual modo, la existencia de dos grandes partidos hace que muchos ciudadanos consideren que votar a algún otro partido sería malgastar el voto.

Pero para aquellos que defienden el bipartidismo, consideran que supone un factor de estabilidad para un Estado, frente al multipartidismo que indicaría crisis. Aunque por otra parte, no implica que el sistema bipartidista se mantenga intacto siempre, puesto que puede ocurrir que en un momento dado un partido hasta el momento marginal logre superar a uno de los dos grandes partidos, hasta el punto de sustituirlo, pero de igual forma se vuelve a un sistema bipartidista con partidos ahora distintos.

El pluripartidismo, por su parte, consiste en la existencia de varios partidos de diferente ideología con amplia representación parlamentaria, de tal forma que ninguno obtiene mayoría absoluta, debiendo siempre formar coaliciones de gobiernos entre diversos partidos. Quizás uno de los ejemplos más cercanos es el holandés, en donde tienen representación once partidos en la última legislatura, en un parlamento de 150 miembros, de los cuales cuatro partidos tienen más de 20 escaños, y tres partidos más que tienen entre 9 y 6 escaños. Esto hace, para  opinión de muchos, una crisis continua de los gobiernos o un problema para formarlos, aunque para otros esto tan solo sucede por la inmadurez democrática de los partidos que no sabrían gobernar más allá de una mayoría absoluta en el parlamento.

Finalmente, el unipartidismo puede tener dos vertientes, por una parte un sistema de partido único impuesto por el Estado, en el que solo existe un partido legal que acapara por lo tanto todo el poder, es decir, una dictadura. Pero en un contexto más o menos democrático significa la existencia de una polarización de los votos hacía un único partido, que obtiene la gran mayoría de la representación parlamentaria, marginándose al resto de agrupaciones. Aunque esta circunstancia se suele dar en países en vías de desarrollo, en la que muchas veces, pese a la existencia de libertad para la formaicón de partidos políticos, el partido gobernante utiliza las instituciones que controla para permanecer en ellas. Un ejemplo de países unipartidistas puede ser Suráfrica, en la que desde el fin del apartheid, el único partido en gobernar ha sido Congreso Nacional Africano; en Mexico durante 75 años solo el PRI alcanzó la presidencia; en Paraguay, en 60 años, ha sido el conservador Partido Colorado el único en gobernar, y el caso más conocido actualmente es el de Venezuela, en la que se está tendiendo a este unipartidismo.

Si bien, muchos son los que se preguntan si para que exista una democracia es necesaria la existencia de partidos y de representantes. Para ello dan una alternativa, la llamada democracia directa, también conocida como radical. Ésta consiste en que se prescinde de representantes y gobernantes, dejando las decisiones a tomar en manos de personas asociadas, que pueden exponer sus puntos de vista y opiniones en igualdad de condiciones, tomándose las medidas de muto acuerdo. De esta forma, los miembros de una asociación participarían directamente en el proceso de toma de decisiones políticas, sin que tuvieran que existir representantes, y por ello tampoco sería necesaria elecciones, ni la elección de gobernantes, basándose tan solo en la construcción de propuestas.

Pero la democracia directa parece difícil de establecer en países actuales con millones de habitantes, o al menos difícil en su aspecto más puro, por ello se han dado diversas formulas para establecer el sistema directo. Puesto que es difícil que todos los ciudadanos pudieran participar en una asamblea, se requerirían representantes, pero estos podrían ser revocados en cualquier momento, es decir, a diferencia de un parlamentario actual, estos carecerían de inmunidades y privilegios, de tal forma que una vez que el representante no cumpliera con lo que se espera de él, éste podría ser sustituido por otra persona.

Aunque parezca un sistema complejo, ya son muchos los que argumentan que es factible un sistema en la que todos los ciudadanos pudieran dar su voto en las grandes decisiones de Estado, mediante las nuevas tecnologías.

Pero por otra parte, los argumentos en contra a la democracia directa suelen ser muchos más. Por un lado, el que todos los ciudadanos debieran votar cada vez que se tomara una decisión ocasionaría un gran gasto para el Estado, así como una lentitud del sistema, que conllevaría crisis continuas. De igual modo provocaría, en muchas ocasiones, un desgaste de los ciudadanos que acabarían por dejar a un lado su derecho al voto. Se plantearía, por otra parte, si la mayor parte de los ciudadanos estarían capacitados para tratar temas en muchos casos de gran complejidad, y como el sistema de votación serían con preguntas breves y respuestas de sí y no, que podría llevar a confusión, provocando que un Estado tuviera políticas incoherentes y contradictorias, a lo que se le podría sumar la manipulación que ciertos grupos podrían hacer para orientar el voto de los ciudadanos en temas que estos no logran comprender.

Pese a todo esto, existen Estados que se van acercando a democracia directas, o que las combinan con la democracia tradicional, como puede ser el caso de Suiza, en la que muchas iniciativas son votadas por referéndum, en concreto en 120 años se han votado 240 iniciativas. Otro ejemplo es Estados Unidos, en la que existen muchos Estados que permiten que los ciudadanos promuevan votaciones de iniciativas.

En conclusión, las democracias que se van instaurando tras la Segunda Guerra Mundial son distintas a la de antes de su inicio, que se fortalecerán como único sistema viable. Una democracia, además, que funciona en base al sistema de partidos.

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