Historia medieval

El arte islámico

El estudio del arte islámico, como no podría ser de otra manera, debe partir del conocimiento acerca del origen del Islam, así como de los dogmas de esta religión, puesto que las características artísticas se enlazan inevitablemente con estos. Toda religión influye en las representaciones artísticas, pues estas no son otra cosa que el reflejo del pensamiento humano, sea el que este sea.

Así pues, la religión islámica surge en el siglo VII en la península de Arabia, la cual se constituye como un verdadero Estado que se extendió por el sur del Mediterráneo y Asia Menor. Desde la India a la Península Ibérica. Este gran Imperio acabó por desfragmentarse, pero, en todo caso, se advierte que cada uno de los Estados reprodujeron una misma característica: poder religioso y poder civil son un único.

A lo que llamamos arte islámico es un producto más tardío al de la formación de la religión y expansión de esta. De hecho, el dominio de diversos territorios que poseían una cultura particular contribuyó a conformar un nuevo estilo artístico que, pese a todo, no es homogéneo a lo largo de todas las tierras islámicas, aunque presente algunos rasgos comunes. Estos últimos se deben, desde luego, a la mentalidad propia de la religión islámica. También contribuye a ello ciertas similitudes, especialmente arquitectónicas, de los territorios que fueron conquistados.

Por tanto, frente a unos rasgos comunes, que serán los que se reflejen aquí, el arte islámico presenta una multitud de variantes en cada una de las regiones, puesto que en estas se mantuvieron los elementos culturales existentes previos a la dominación islámica. A esto debemos unir la división del Islam, la cual contribuyó en gran medida a una evolución diversa en cada uno de los territorios.

 

Materiales y elementos arquitectónicos

Destaca del arte islámico su arquitectura y la ornamentación de las construcciones. De hecho, la escultura y la pintura, más allá de ser usada para esa decoración, se puede considerar más bien reducida como veremos al final.

En cualquier caso, como se ha anunciado unos párrafos arriba, la influencia del arte de otras culturas se aprecia bien en la arquitectura. Así, por ejemplo, la decoración menuda y rica en colorido fue tomada de los bizantinos, mientras que de los sasánidas se recogieron los motivos animados. El arco de herradura, que tanto caracteriza a esta cultura –al menos en España-, fue heredado de la cultura visigótica que se desarrolló en la Península Ibérica. Este fue utilizado especialmente en el arte cordobés, desde donde se extendió por el norte africano. Otro buen ejemplo en el que se observa como el arte islámico acoge y bebe del arte de otros territorios nos lo da la India islámica. Allí las formas persas se imponen, pero se integra con características propiamente hindúes dando un arte singular en la zona, un estilo indiano como se le suele llamar, que se puede describir como la ruptura de la ley de armonía formal y clásica, mientras que se conecta con lo abstracto. Buen paradigma de este arte nos lo da el Taj Mahal.

La arquitectura islámica no se caracterizó, desde luego, por el uso de la piedra –al menos de una forma generalizada-. Se prefirió el ladrillo, el mampuesto, la madera y el yeso. Quizás se deba a la tradición típica de Arabia y del Próximo Oriente en donde la carencia de piedra obligó a construir, incluidos los edificios monumentales, en ladrillo y adobe. También porque el ladrillo permite una construcción rápida y menos costosa que el uso de la piedra. No obstante, es cierto que durante la época Omeya se tendió a usar la piedra trabajada en sillares, manteniendo la tradición clásica, al igual que el uso de la columna. Ya en época abasí el uso de sillares y columnas era excepcional. En concreto, las columnas fueron sustituidas por pilares de ladrillo, ya sean estos rectangulares, octogonales o circulares.

El uso de este material también conllevó, posiblemente porque tampoco se buscó, una arquitectura poco elevada y de planta única. Desde luego, tampoco se buscó nunca que los edificios perduraran en el tiempo. Lo que importaba era lo bello. Desde luego, estos materiales, combinados, lo consiguieron. Se trata de un arte que debe ser contemplado, debido a los orígenes nómadas del propio Profeta. La contemplación es la forma de meditar y de llegar al conocimiento por medio de las sensaciones. Pero solo la belleza puede ser contemplada –o al menos, es la única de transmitir al observador sentimientos-, una belleza además inmóvil. Y es que el fin de todo es la búsqueda de Dios, y la belleza es perfecta al igual que lo es Dios.

Así, estos materiales permiten jugar con la luz, puesto que como es sabido desde siempre esta o, mejor dicho, la combinación de luces y sombras ha sido un componente místico que remite a lo divino, y el movimiento de la misma a lo largo de un día permite crear volúmenes, formas distintas en un mismo objeto, así como sombras. Por eso también se usó azulejos brillantes y polícromos, celosías y espejos. La luz transmite sensación de fluir.

Los más usual de esta arquitectura es el uso arcos y cúpulas, que más que como elementos arquitectónicos que permiten la sujeción de techumbres, en realidad se encuentran más bien dentro del campo de la ornamentación. En muchos casos son falsos arcos y falsas cúpulas, puesto que las techumbres, con estos materiales, no pesaban demasiado.

Junto con el arco de herradura ya visto, fue característico otros como el arco de herradura apuntado o túmido, que se originó en oriente por medio del cruce de dos arcos de herradura. De hecho, el cruce de arcos fue algo muy común en la ornamentación, como se denota en la Mezquita de Córdoba, donde estos aparecen al asociarse varios en forma secante.

En oriente, ante todo, fue usual el arco apuntado, también conocido como almendrado, que ya era usado en el siglo VII. El de quilla, de origen egipcio, recibe su nombre por la forma de quilla de barco. De hecho, se trata del arco apuntado de herradura, pero con los trazos rectos en vez de curvos. Nació en este territorio en el siglo IX y fue muy usado en los siglos siguientes en la zona de Persia. Y del mismo siglo es el arco de mocárabes. Y junto a estos se puede mencionar también el arco lobulado o polilobulado que aparece en Córdoba en el siglo X. Estos arcos, normalmente en el caso de puertas, tampoco sujetan nada, son mera ornamentación como demuestra que se encuentren bajo el dintel, que es el que en realidad realiza la fuerza de sujeción.

Las sustentaciones se realizaban mediante pilares, mientras que las columnas son más raras en este tipo de arquitectura –aunque fueron usuales en época omeya como bien demuestra la Mezquita de Córdoba-. De cualquier manera, en ambos casos, suelen ser delgadas, puesto que deben sustentar techumbres que, en general, no pesan mucho. Los capitales, por su parte, suelen ser el corintio, que es tomado de Roma, donde se tallan hojas de fina talla. Más tarde apareció el capitel cúbico, el de estalactitas –que da un aspecto de panal de abejas- y el de pliegues y abanicos.

La cúpula fue un elemento que se utilizó en muchas construcciones musulmanas, puesto que significaba la majestad divina, por ello aparece en las mezquitas, concretamente en el mihrab, así como en la sala del trono en el caso de los palacios. No suelen ser cúpulas de grandes dimensiones, sino todo lo contrario, y además básicamente decorativas, puesto que se hacen de madera y yeso.

Los tipos de bóvedas que nos podemos encontrar son la semiesférica, de cañón, de cañón apuntado, esquifada o de paños curvos, aquillada, cónica, de mocárabes, gallonada y avenerada –imita a una venera-, de arcos cruzados –española-. Esta última queda vació su centro para establecer una cúpula gallonada. Finalmente podemos añadir la calada, en la cual los nervios tienen la misión de sustentar con el fin de que el resto parezca una celosía, como sucede, una vez más, en la Mezquita de Córdoba.

Hay que decir, en cualquier caso, que lo más usual durante la época omeya fue, desde luego, las cubiertas de maderera con techumbre plana constituida por vigas. Esta siguió siendo bastante usual en Egipto y el norte de África, lo que no implica que estas techumbres de madera no reciban una decoración de carácter geométrico.

Como se puede observar, al final lo más importante es que cada elemento sea bello. Por tanto, la construcciones están decoradas ricamente –a veces mediante pintura y otras bajo relieves escupidos, así como los ya nombrados brillantes azulejos y mediante el modelado del yeso-, en donde no aparecerán, normalmente, elementos humanos ni tampoco animales, aunque veremos más adelante que esta tradicional visión no es del todo cierta. Los temas vegetales son comunes y estos aparecen estilizados, como las ramas de palmera. Muy típico son las composiciones geométricas en donde abundan estrellas y polígonos diversos tamaños y colores que se entrelazan. Junto a estos, la epigráfica de caracteres rectos y cursivos, que emiten dedicatorias. Pero lo más importante es que todo esto cree continuidad, puesto que lo infinito tiene gran importancia en la religión islámica.

 

La mezquita

Para los musulmanes no es necesaria la mezquita para orar. El rezo se puede realizar en cualquier lugar, pero la reunión comunitaria es necesaria para que el valor de las plegarias aumente. Así, la mezquita se configuró como el lugar de reunión, pese a que las primeras no van a mostrar ornamentación alguna, puesto que se prefirió la austeridad.

La estructura de la mezquita se encuentra en la casa del Profeta en Medina. Se trataba de una construcción típica de la zona, realizada en adobe, con un amplio patio en donde se llevaba a cabo la vida familiar y el cual ordenaba el resto de estancias. En uno de los lados del patio, al otro extremo de las habitaciones de las nueve mujeres de Mahoma, se encontraba el muro, qiblah, el cual en principio estuvo orientado hacia Jerusalén y, más tarde, hacia la Meca – orientación, esta última, que se mantuvo-. La parte de este muro se encontraba techado mediante vigas de madera y hojas de palmera, que permitiera dar sombra. Evidentemente, la casa de Mahoma no era un lugar de reunión, sino que la forma de la casa de Mahoma será tomada, en tiempos de Omar, como modelo para la construcción de mezquitas, especialmente cuando se estaba en prenda expansión. La Gran Mezquita de Damasco fue la primera de tipo monumental en tener este esquema.

Por tanto, toda mezquita tiene un perímetro rectangular o tendente a este –muchas plantas son bastantes irregulares-. Se alzan muros que parecen que fortifican a esta –a veces, incluso, con almenas-. En los muros, además, existían resaltes. Al entrar a este recinto, el fiel se suele encontrar primeramente con un patio, el cual se encontraba a cielo abierto, en el cual se encontraba una fuente para realizar abluciones, pues es importante que el fiel se purifique en ella antes de entrar a orar. A veces este patio se encontraba porticado.

El muro que miraba a la meca toma el nombra de quiblah, hacia el cual los fieles se dirigen en el rezo. No obstante en el Al-Ándalus suelen mirar hacia el sur, como la Mezquita de Córdoba, o al sureste. En este muro se encontraba el mihrab, un nicho con forma de arco, que simboliza a la divinidad. El propio Corán dice «Allah es la Luz de los cielos y de la tierra. La parábola de Su luz es como un nicho que contiene una lámpara» (Corán sura XXIV,25). También se encontraba la cámara del tesoro, que era un lugar donde se guardaba donaciones, limosnas y diversos objetos litúrgicos como volúmenes del Corán.

Importante en una mezquita era el alminar o minarete, una torre situada en el patio –tradicionalmente adosada al muro- en donde el muecín llama a los fieles a la oración. Esta torre, tradicionalmente rectangular, tuvo diferentes formas. Así, por ejemplo, los turcos selyúcidas las construyeron en forma de aguja, como las cuatro que rodean, en Estambul, a la antigua a Santa Sofía. Todos ellos se rematan con el yamur, un mástil con tres bolas de metal en tamaño decreciente y una media luna.

En cuanto a mobiliario, se encontraba el nimbar, en el cual se pronunciaba el sermón del viernes, y que tenía forma de escalera entre siete y once escalones. Así mismo, el Corán era apoyado sobre un atril, también de madera, que recibía el nombre de kursi.

En algunas mezquitas, las que eran usadas por califas, existía una zona llamada macsura, el cual, delante del mirah, acotaba un espacio, ricamente decorado, el cual protegía al califa del resto de los orantes. Muchas veces, este lugar conectaba por medio de un pasillo o Sabat con el palacio.

La mezquita del norte de África suele presentar un esquema horizontal, es decir, de poca altura, mientras que en la zona oriental, Persia India y Turquía suelen ser de tipo abovedado con tendencia vertical.

Además de estas plantas, también existen las mezquitas que presentan plantas centrales. Suelen ser usadas en las mezquitas en donde se intenta subrayar un lugar sagrado como la Cúpula de la Roca. De esta forma los trazados son circulares, octogonales o decagonales. Es una planta que se deriva, aunque con mayor simplicidad, de la arquitectura paleocristiana y grecorromana –en concreto de los martyria cristianos-. La Cúpula de la Roca se encuentra construida en torno a la piedra de los sacrificios del templo de Jerusalén y efectivamente posee un plan central. Justamente sobre esta piedra se encuentra la cúpula, y a su alrededor se halla un deambulatorio. Este posee claramente un fin procesional.

El traslado a Damasco de la capital influirá mucho en los Omeyas, que verán la monumentalidad de las civilizaciones helenística, bizantina y sasánida. Un primer gran ejemplo en la búsqueda de monumentalidad fue la anteriormente mencionada Cúpula de la Roca, en Jerusalén. Hasta ahora, la ornamentación, que había sido austera o incluso inexistente, se vuelve ahora rica, especialmente en su interior, con el uso de mármoles.

Las mezquitas de planta central inspiraron, en tiempos de las cruzadas, las iglesias de los caballeros templarios, que las llevaron a lo largo de Europa.

Los selyúcidas construyeron mezquitas-mausoleos –lo que suponía una novedad al respecto- en donde existía una zona especial para la tumba, la cual quedaba separada de la zona de oración mediante una pantalla perforada. También estos construyeron sus mezquitas con grandes arcos de entrada que hacían la vez de pórticos, los cuales estaba abovedados. El arco era el aquillado, típico de los turcos de esta rama.

En época de los turcos otomanos, una vez que se conquisto Constantinopla, que pasó a llamarse Estambul, el arte bizantino tuvo una nueva y amplia influencia sobre los turcos, por ello la imitación de Santa Sofía fue frecuente. Así se comenzaron a realizar grandes cúpulas con carácter arquitectónico y no únicamente decorativo. Destacó en este menester un gran arquitecto, Sinán, cuya máxima obra fue la mezquita de Adrianópolis.

 

Los palacios

Al conformarse el Islam como un Estado, que además se expande, fue necesario otro tipo de construcción administrativa o, mejor dicho, político-religiosa en cuanto que el califa tiene ambas autoridades. En cualquier caso, el palacio será la casa desde donde se ejerce el gobierno, d’ar al-Imara o casa de mando. Estas mismas construcciones serán realizadas para gobernadores o emires.

En los comienzos eran construcciones sencillas. El típico amplio patio distribuía las diferentes estancias. No obstante, existían dos ámbitos distintos, una parte privada que funcionaba como residencia y el diwan como lugar administrativo. Por otra parte, los lugares en donde estos se construyeron al principio solían ser junto a la mezquita, compartiendo el muro de quiblah

De esta sencillez inicial, se pasará a la creación de autenticas ciudades palatinas. De hecho, la llegada al poder de los Omeyas monumentalizó la arquitectura. Esto se debió a la propia conquista de un amplio imperio que tuvo influencia de diversos territorios que habían construido grandes infraestructuras. De esta forma, los Omeyas, que se apresuraron a buscar una capital más digna de un enorme Estado, intentaran mostrar su poder mediante lo material. Así, como se decía al principio, se produce una reinvención, adaptada a la religión, de todas las influencias artísticas anteriores, hasta convertirse en algo totalmente musulmán. El arte islámica nace así con los Omeyas.

Los palacios ocupaban los centros de las ciudades junto con la mezquita, simbolizando la centralidad del poder en todos los ámbitos, que recaen en el califa. Pero junto con estos, fue usual lo que en época omeya se llamó los castillos del desierto. Estos eran palacios ricamente ornamentados, que se encontraban fuera de las ciudades, a imitación de las antiguas villas romanas. No eran habitados de forma continuada, sino que, a modo de recreo, eran residencias de temporada. Pero en dichas épocas la vida social se establecía en ellos. Estos, al igual que se podrá ver también en la Aljafería de Zaragoza, eran grandes recintos cuadrangulares amurallados, reforzados por cubos en ángulos y torreones. Un gran portal de entrada, con vestíbulo en eje con un salón de recepciones, mientras que el resto de dependencias se distribuían en torno a uno o varios patios. Algunos ejemplos clásicos de época omeya son el castillo de Mschatta, en Transjordania, que se encuentra en pleno desierto, y también e esta misma región el castillo Rojo, Qusayr Amra. Cabe destacar que estas ciudades del desierto o en general cualquier centro palatino destacaba por los baños y en general por el agua, el bien más preciado en el desierto.

 

Las ciudades y otros edificios singulares

Las ciudades islámicas no se caracterizaron por un plano regular. La prácticamente totalidad de ellas eran antiguas ciudades de origen romano o, incluso, anteriores. Si algunas vez estas tuvieron planos regulares, desde luego poco quedaba ya de estos. Y las ciudades que fundaron los musulmanes –no muchas- tampoco poseían una regularidad, al menos en sus calles.

Las ciudades tienden a la centralización –tampoco es una novedad-, puesto que en las zonas centrales se encuentran los dos principales edificios que representan el poder que, en realidad es uno solo: mezquita y palacio en el caso de las capitales. Dicho poder continua en la mayoría de las ocasiones estando en los mismos lugares de antaño, así no es raro que las mezquita se encuentre sobre los antiguos foros romanos, en concreto sobre el templo. En el centro de la ciudad se encuentra también la alcaicería, la alhóndiga –deposito de alimentos- y el mercado o zoco. Es en el centro de la ciudad en donde la ciudad tiene vida, puesto que el resto de la ciudad, los arrabales, en donde los artesanos suelen agruparse por gremios, son lugares únicamente de tránsito para llegar al hogar y no para estar en las calles.

Fueron varias las ciudades que los musulmanes fundaron ex novo, como Bagdad y Samarra, esta última más bien una enorme ciudad-palacio. En el Al-Andalus, Mediana Azahara, la cual está siendo actualmente rescatada de su olvido. Son ejemplos de grandes y bellos complejos administrativos de amplias dimensiones que conforman en sí mismas auténticas obras de arte. Bagdad, fundada por Amansur en el 762, se caracterizó por su forma redonda, con cuatro puertas en dirección a los puntos cardenales, y en el centro un amplio complejo palaciego. Pero entre la muralla y este gran palacio no existía un plano con calles rectas u ordenadas, sino que el plano urbano se va improvisando por las propias gentes al construir sus casas.

Calles infinitas o cortes bruscos, que parecen que buscan la sorpresa del viandante caracterizan a las ciudades de prácticamente todas las ciudades islámicas. Las calles suelen ser estrechas, muchas sin salidas, que únicamente quieren alcanzar la vivienda y no el transito de cualquiera que no posea una propiedad cercana, puesto que la calle no es para pasear. Desde luego la orientación se hace difícil en este esperpéntico entramado. A la estrechez de las calles se le suma los pequeños balcones que sobresalen de las casas, los cuales casi ocultan el cielo. Otras veces las casas están unidas mediante arcos. Incluso hay calles cubiertas mediante tejado.

Las viviendas solían tender hacia el interior, puesto que la intimidad es celosamente guarda, especialmente en lo que a la mujer se refiere. Destaca de estas viviendas los balcones volados de madera, los cuales poseían celosías, que más tarde fueron integradas a la arquitectura monacal, y que permite a la mujer mirar al exterior sin ser vista. Esta arquitectura domestica está caracterizada por lo cúbico y prismático.

No solían existir más edificios en la ciudad que los comentados, puesto que el musulmán se ampara en la práctica religiosa, así que no existen construcciones que habían sido propias del mundo clásico como bibliotecas, arenas, teatros, hipódromos, etc. Si que existían baños, pues el Islam mantuvo la costumbre de estos, que el cristianismo perdió, pero estos no son como los del Imperio romano que tenían un carácter de reunión. Los baños musulmanes se diseminaban por la ciudad y tenían lo que su denominación dice, el baño únicamente.

Fueron típicas también las madrazas o academias religiosas, así como las tumbas y los caravasares. Estos últimos son posadas del desierto. Poseían un patio fortificado y a su alrededor cámaras para alojar a los viajeros así como para acomodar sus monturas

La madraza o medersa fue aportada por los turcos selyúcidas. Esta era una especie de academia religiosa en donde se ensañaba la teología coránica. Solía constar de un patio, en el cual se hallaba un aljibe, y en torno a este las celdas de los estudiantes, puesto que eran internados. Las clases se realizaban en una sala amplia que se constituye también como mezquita. También podía constar de otro patio en donde se encontraban las letrinas.

Si antes ya hemos hablado del mausoleo-mezquita, también los selyúcidas realizaron mausoleos, propiamente dichos, con forma de torre, normalmente redonda, poligonal o fasciculada. Se construían en ladrillo y algunas son bellas composiciones decoradas con cerámicas de brillo metálico.

 

Las artes menores islámicas: escultura, pintura y otras

Si antes se ha hecho alusión a que quedaba prohibida la representación de figuras humanas, en realidad la prohibición tajante es hacia la plasmación de Alá. Y aunque no fuera muy frecuenta, existieron, como los hallazgos arqueológicos demuestran, representaciones humanas, concretamente pequeñas figuras. De hecho en las cerámicas persas y en los tejidos suelen aparecer.

Estas prohibiciones van hacia lo relativo al culto, pero en lo que se refiere al arte profano la figura humana y animal gozó de influencia. Piénsese, por ejemplo, las figuras del Patio de los Leones de la Alhambra de Granada. También, en España, sabemos que Abderráman III tuvo una estatua de su favorita. Si es cierto, por otra parte, que en muchas ocasiones se tendió a la abstracción y a la desnaturalización de lo real.

En lo que ha escultura se refiere, la gran mayoría se trata de relieves, normalmente bajos, mientras que la escultura de bulto suele ser más bien escasa, aunque podemos volver a mencionar los leones del patio anterior. España es uno de los lugares más representativos en este sentido. Se han hallado aquí, como se decía, esculturas de bulto completo, así como relieves en mármol, bronces y marfiles, estos últimos de gran interés. Muchas veces son pequeños objetos, la gran mayoría del tocador femenino, en donde destacan los estuches, en donde primero existían representaciones vegetales y animales y posteriormente temas historiados.

En cuanto a la pintura también fue utilizada para decorar la arquitectura, puesto que como es sabido este arte se caracteriza por el colorido y la policromía. No obstante, a día de hoy prácticamente no quedan restos de pinturas murales. Los restos parecen denotar que se realizaron retratos, escenas amorosas y monterías, aunque estas están asociadas siempre al ámbito profano.

Un auténtico arte fue el del libro, en especial el Corán. Este no puede ser decorado con imágenes como se ha dicho, pero si que fue motivo de una decoración de tipo geométrico y composiciones abstractas que embellecían el texto. Los primeros ejemplos, aunque quizás los hubiera habido anteriores, se remontan al califato abasí. Estos recibieron una ornamentación dorada y coloreada, la cual separaba los versos y capítulos.

 

BIBLIOGRAFÍA

GRABAR, O. (2000): La formación del arte islámico, Cátedra, Madrid

MORALES, A. (1996): Historia del arte islámico, Planeta, Barcelona

PIJOÁN, J. (2003): Arte islámico, Espasa-Calpe, Madrid

PORRAS GIL, C. (2010): Arte islámico, Creaciones Vincent Gabrielle, Madrid

ROSSER-OWEN, M. (2010): Arte islámico en España, Turner, Madrid

STIERLIN, H. (2005): Arte islámico del Mediterráneo, Lunwerg, Barcelona

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