El mito de Tartessos

El legendario reino o ciudad de Tartessos, asentado en algún lugar del sudoeste de la Península Ibérica, supone todo un enigma para los historiadores, pese a los importantes avances que estos han realizado por desvelar la realidad que esconden las referencias de los textos clásicos a tan fastuoso lugar. No obstante, son muchos quienes alimentan el misterio -susceptible de ser desvelado- mediante las más rocambolescas de las interpretaciones; únicamente apoyadas en la fantasiosa imaginación de sus creadores, los cuales dejan a un lado, como si no existieran, los datos aportados por arqueólogos e historiadores.

En cualquier caso, la intención de este escrito no es la de aportar la realidad sobre este incierto reino –ya se hará en otro momento-, sino dar una visión panorámica acerca del mito tartésico que se conformó en el mundo clásico, el cual es recogido por una multitud de autores, tanto griegos como romanos, sin que exista, como no podría ser de otra manera cuando se trata de mitos y leyendas, una homogeneidad en las diversas versiones que nos han llegado.

¿Qué es Tartessos? Parece claro –ya lo hemos mencionado-, una ciudad. Para ser más explícitos, una Ciudad-Estado como las existentes en el mundo clásico –evidentemente los historiadores, en especial los griegos, únicamente replican aquello que conocían en su propia cultura-, cuya forma de gobierno sería una monarquía. Pero esto es tan solo una de las muchas respuestas que nos dan los mencionados textos. Si tomamos la Ora Maritima de Avieno, a lo largo de las descripciones sobre la Península Ibérica, se hace alusión en una multitud de ocasiones a Tartessos, pero siempre con significados distintos. En efecto, Avieno lo menciona en algunas ocasiones como una ciudad, pero otras veces se refiere a Tartessos como un monte –Tartessiorum mons– un golfo, un estrecho y un río. Claramente, este recoge datos de autores anteriores a él, y, en cualquier caso, si acudimos a otras fuentes observamos que se repiten estas contradicciones: Justino también hace referencia a un monte, y Estrabón (3.211) considera que es el antiguo nombre del río Baetis, es decir, el Guadalquivir.

Sea lo que fuere, parece que el único aspecto común es que se sitúan en algún lugar, tampoco determinado, al occidente de las Columnas de Hércules, es decir, del estrecho de Gibraltar. Si tomamos las referencias que lo consideran una ciudad –versión más extendida-, los distintos autores la localizan en una amplia variedad de lugares. Cicerón, Valerio Máximo, Plinio el Viejo, Festo y Avieno consideran que se trata de Gades –la antigua Cádiz-, teoría que algunos historiadores modernos tratan como cierta: Tartessos sería el nombre que los griegos darían a la Gades fenicia. Pero Pomponio Mela y Apiano identifican Tartessos con Carteia, yacimiento cercano a Cádiz. Por su parte, el Pseudo-Escimno de Quíos, que cita a Éforo, la localiza al occidente de Cádiz -concretamente a 900 estadios-, a dos días de navegación, lo que ha llevado a pensar a otros tantos investigadores que sería Huelva. Son únicamente unos ejemplos de la variedad. Nada parece claro.

En cualquier caso, parece que el sur de la Península Ibérica fue un lugar propicio para situar los paisajes de los propios mitos griegos. Antes incluso de que apareciera el topónimo Tartessos –este comienza a ser mencionado a partir del siglo VI a.C.-, ya Homero y Hesíodo hacen alusión a los territorios que se sitúan en el occidente del Mediterráneo. No podría ser de otro modo, era uno de los lugares más alejados de Grecia y, más allá del estrecho de Gibraltar, se desconocía lo que existía. De esta manera, aquellas tierras son descritas en la Iliada y la Odisea como un lugar lleno de peligro y personajes fantásticos, en donde además se encontraba nada menos que el Tártaro, el peor de los infiernos. De hecho, Estrabón sitúa a los héroes de la guerra troyana, en sus periplos por volver a sus respectivos hogares, en diversos lugares de la Península Ibérica, desde Galicia a Baleares y, claro está, en el sur peninsular. Por su parte, según la Teogonía de Hesíodo, allí habitaban las Hespérides, en concreto en la isla de Eritia, que siempre aparece vinculada, de una u otra forma, con Tartessos.

También algunos conocidos hechos míticos tienen lugar en Tartessos o el sur peninsular. Así, Heracles –también conocido como Hércules- realizó en estas tierras los dos últimos de los trabajos. El héroe tuvo que levantar las columnas que llevan su propio nombre, las cuales son identificadas con el peñón de Gibraltar y, probablemente, con el monte Hacho en la ciudad de Ceuta. El otro de los trabajos fue el robo de los toros de Gerión, un mítico rey tartesio, tal y como nos hacen saber, entre otros, Heródoto, Estesícoro, Virgilio, Diodoro Sículo y Estrabón.

El ya mencionado Gerión acapara también buen protagonismo en los clásicos. En efecto, desde antiguo, Gerión es un mítico ser, quien tiene relación con los propios dioses griegos como nos lo comenta Hesíodo en la Teogonia (287-290), aunque sin mencionar, como ya hemos dicho, el nombre de Tartessos: «Crisaor engendró al tricéfalo Gerión unido con Calirroe, hija del ilustre Océano; a este le mató el fornido Heracles por su bueyes de mancha basculante en Eriteia rodeada de corrientes. Fue aquel día en que arrastró los bueyes de ancha frente hasta la sagrada Tirinto, atravesando la corriente del Océano». Justino (Epit. Hist. Phil, 44.4), por su parte, no lo hace rey de Tartessos ni Eriteia –isla, por cierto, que se suele asociar con Cádiz (Apolodoro de Atenas 2.5.10)-, pero lo sitúa en algún lugar de la Península Ibérica, que por su descripción coincide con las que se hacen de la mítica ciudad: «En otra parte de Hispania, formada por islas, existió el reino de Gerión. En ella hay tanta abundancia de pastos que si no se pusiera coto a la alimentación, los ganados reventarían. Por lo cual los rebaños de Gerión, que entonces era lo único que constituía la riqueza, alcanzaron tanta fama que tentaron a Hércules desde Asia por el tamaño de la presa. Además no fue Gerión de triple naturaleza, sino que eran tres hermanos de tanta concordia que parecía que gobernaban con el mismo ánimo. Tampoco hicieron la guerra a Hércules de su propia voluntad, sino que viendo cómo se llevaba sus rebaños, los recobraron por la fuerza».

Debemos decir, del mismo modo, que es cierto que otros autores situaron a Gerión en otros lugares: Hecateo de Mileto nos comenta que este no tiene nada que ver con Iberia o Tartessos, ni Heracles tampoco habría realizado nada en la isla de Eritia, sino que Gerión sería rey de una región continental.

Sea como fuere, Gerión no es el único de los reyes que se mencionan en relación con el reino. Según Pausanias (10.17.5) y Solino (3.4), Gerión tuvo una hija llamada Eryheia, quien a su vez tuvo un hijo, Norax, cuyo padre era el mismísimo Hermes. Norax fue, por tanto, rey de Tartessos, aunque abandonó el reino para ir a Cerdeña. Entroncado también con los propios mitos griegos, romanos y orientales, hallamos a Gárgoris y Habis, según nos comenta largamente, de nuevo, Justino (Epit. Hist. Phil, 44.4): «Los bosques de los tartesios, en los que los Titanes, se dice, hicieron la guerra contra los dioses, los habitaron los curetes, cuyo antiquísimo rey Gárgoris fue el primero que descubrió la utilidad de recoger la miel». Continúa el relato diciendo que este, tras violar a su hija, tuvo un nieto, Habis, al cual trato de eliminar, abandonándolo, pero fue alimentado por la leche de varias fieras –la analogía con Rómulo y Remo es patente-. Posteriormente es tirado al Océano, pero acaba siendo transportado a la orilla y amamantado nuevamente por una cierva. Posteriormente, se crio entre rebaños de ciervos hasta que, finalmente, por cosas del destino acaba de nuevo en la corte de su abuelo, quien le reconoce como sucesor. Este rey Habis alcanzó, al parecer, gran grandeza por ser, ante todo, legislador, puesto que sometió a las leyes a un pueblo bárbaro: «bajo el yugo del arado y a procurarse el trigo con la labranza y obligó a los hombres, por odio a lo que él mismo había soportado, a dejar la comida silvestre y tomar alimentos más suaves…Prohibió al pueblo los trabajos de esclavo y distribuyó la población en siete ciudades. Muerto Habis, sus sucesores tuvieron el trono durante muchos siglos».

Otro de los reyes, aunque este alejado ya de los dioses, es Argantonio, una de las figuras más famosas que se debate entre la leyenda y la historicidad –más lo primero que lo segundo-. Este es, en cualquier caso, un referente de este supuesto reino, el cual es mencionado, entre otros, por Heródoto (1.163) , quien dice que los habitantes de Focea llegaron hasta Tartessos en donde «se hicieron muy amigos del rey de los tartesios, cuyo nombre era Argantonio, que gobernó Tartessos durante ochenta años y vivió en total ciento veinte».

En otro orden de cosas, además de un lugar misterioso y un lugar de mitos y leyendas, Tartessos se caracteriza por otra serie de cualidades. Por ejemplo, acabamos de mencionar la extraordinaria longevidad de Argantonio, que también sería común en el resto de los habitantes. Estrabón (3.12.14), haciendo alusión a Anacreonte de Teos, comenta: «Yo mismo no desearía ni el cuerno de Amaltea ni reinar ciento cincuenta años en Tartessos». Además de la longevidad, la referencia del cuerno de Amaltea implica la riqueza y la abundancia que este territorio escondía. Ya anteriormente hemos observado alguna cita en donde se nos hacía observar la abundante ganadería. Hesíodo –si retomamos una cita anterior que trataba sobra las Hespérides (Teogonía 215-216)- argumenta que estas cuidaban las hermosas manzanas de oro y los árboles que las producían. Pero no es el único mental, sino que mucho más recurrente es la mención de la plata: Estesícoro de Hímera –según Estrabón (3.22.11)- nos habla de las fuentes de Tartessos –quizás refiriéndose a un río- con raíces argénteas. Una exageración todavía mayor es la que se nos da en el tratado De Nirabilia Auscultaciones (135): «se dice que los primeros fenicios que navegaron hacia Tartessos se llevaron como carga de retorno, por la importación de aceite de oliva y de otras mercancías de poco valor, tal cantidad de plata, que no podían guardarla ni llevarla, de modo que, a su regreso de aquellos lugares, se vieron forzados a hacer de plata todos sus útiles, e incluso todas sus anclas».

En este último caso, parece que el comercio tuvo una gran relación con la conformación de estas leyendas. Heródoto nos afirma (1.163): «Los habitantes de Focea, por cierto, fueron los primeros griegos que realizaron largos viajes por el mar y son ellos quienes descubrieron el Adriático, Tirreno, Iberia y Tartessos». Más adelante, este mismo historiador (4.152) –aunque contradiciéndose con la cita anterior- se refiere a un viaje realizado por el comerciante Coleo de Samos por el sur peninsular, quien por el azar llegó a Tartessos: «por aquel entonces, ese emporio comercial estaba sin explotar», y continúa diciendo lo ventajoso que fue económicamente. Así, podría desprenderse que las exageraciones sobre la riqueza tendrían como principal función la de alentar a marineros y comerciantes a embarcarse en peligrosos viajes. Una especie de El Dorado que llenaba de valentía y codicia a las gentes de la época para que dejaran los temores y peligros de las tierras desconocidas a un lado.

BIBLIOGRAFÍA:

BLÁZQUEZ, J.Mª (1969): «Fuentes griegas y romanas referentes a Tartessos», V Symposium Internacional de Prehistoria Peninsular, Barcelona, pp. 91-110

CELESTINO PÉREZ, S. (2008): «Tartessos», en GRACIA ALONSO, F. (Coord): De Iberia a Hispania, Ariel, Madrid, pp. 93-346

DE HOZ, H. (1989): «Las fuentes escritas sobre Tartessos», en AUBET SEMMLER, M.E. (Coord.): Tartessos. Arqueología protohistórica del Bajo Guadalquivir, Sabadell, pp. 25-43

RUIZ MATA, D. (2001): «Tartessos», en ALMAGRO, M.; ARTEGA, O.; BLECH, M. RUIZ, D. y SCHUBART, H., Prohohistoria de la Península Ibérica, Ariel, Barcelona, pp. 1-190

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