Historia medieval

Escultura y pintura románicas

LA ESCULTURA

La escultura románica, al igual que la propia arquitectura, supuso un renacer de ciertos aspectos escultóricos que se habían ido perdiendo en las décadas finales del Imperio romano y que, del mismo modo, continuaron su declive en los siglos siguientes. Así, frente a la idea que suele existir de una escultura románica que ha perdido la belleza del arte clásico, en realidad podríamos decir que es el comienzo de una vuelta a este en alguna de sus facetas. Por otra parte, esta escultura se desarrolla más tarde que la arquitectura. Mientras que esta última ya está conformada a finales del siglo X, la escultura románica no aparece con los rasgos que la caracterizan hasta finales del siglo XI –al menos en lo que programas importantes se refiere–. No obstante, España, ya el siglo XI, presenta una escultura propiamente románica que influirá en la francesa, aunque más adelante será Francia el centro de este estilo artístico que irradiará sus rasgos al resto de Europa.

Se debe avisar desde el principio que, aunque en estas páginas se de sus principales características, la realidad es que la escultura románica presenta en cada país y en cada zona sus propias particularidades y evolución.

La escultura, durante los siglos prerrománicos, había permanecido ante todo en las llamadas artes menores, es decir, era una escultura de reducido tamaño adaptada a objetos muebles en muchas ocasiones. En Alemania e Italia esta estuvo muy influenciada por el arte bizantino, pudiéndose destacar, a modo de ejemplo, los relieves en puertas, unas veces de madera y otras de bronce –de hecho, este último material estuvo durante el románico muy presente en Italia-. Podríamos mencionar también alteres, como el que se encontraba en la catedral de Basilia, el cual estaba realizado en oro. Esta escultura sobre mueble será de gran importancia para retornar a la escultura monumental.

El románico, por tanto, supuso la vuelta a este último tipo de escultura, es decir, aquella que se integra en los edificios, en donde arquitectura y escultura se adaptan de la forma más armoniosa posible. Se caracterizará esta escultura por estar situada a lo largo de las fábricas de las iglesias, aunque hay lugares concretos dentro de estas en donde las esculturas, en general relieves, se sitúan. Aparecen en capiteles y en ocasiones en las propias columnas, las cuales a veces van acompañadas de estatuas adosadas. Estas últimas son típicas del mainel de algunos vanos, en especial en el parteluz de las portadas.

Las portadas, desde luego, son las que recogen la mayor parte de la escultura, puesto que es el lugar más visible. Las arquivoltas de los arcos de estas portadas fueron decoradas con figuras humanas o animales, así como a veces con ornamentación geométrica. Bajo estas se conforma una semicircunferencia llamado tímpano, en donde los escultores se afanaron en tallar las principales representaciones. A veces, pero en muy raras ocasiones, a lo largo de las fachadas también pueden aparecer relieves, especialmente a la altura de la portada. De la misma manera, podemos encontrarla en ventanas, especialmente en las del ábside, así como en la enjuta de los arcos.

Esta escultura no es una mera decoración. Tampoco en tiempos pasados lo fue, al menos en algunos ámbitos. Intenta transmitir una ideología, unas enseñanzas. En las iglesias de Europa la escultura tiene un afán didáctico, puesto que a partir de ellos se intenta enseñar, a una población prácticamente analfabeta, los evangelios, las vidas de los mártires y los diversos preceptos del cristianismo. La escultura se transforma, de esta manera, en un catecismo.

Los templos de peregrinación son los que más sometidos estaban a la escultura, puesto que era donde mayor era la afluencia de público. Los monasterios, por su parte, también suele estar ornamentados con esculturas, en especial sus claustros, aunque esto supuso en la época un autentico problema, puesto que, si existía un afán adoctrinador de las gentes iletradas, parece lógico pensar que los monjes no requerirían de estas. Es por ello que muchos clérigos del momento criticaron el uso escultórico en los conventos y monasterios.

Los principales motivos, que eran situados en los tímpanos, fueron el Pantocrátor o Cristo en Majestad, el cual queda rodeado por el Tetramorfos, es decir, los símbolos que representan a los cuatro Evangelistas. Suele aparecer también el Juicio Final en donde el Dios justiciero ordena entre buenos y malos. Se intenta que en estas representaciones aparezca la idea del pecado y sus nefastas consecuencias, así como infundir temor a la condenación eterna.

Esto último, las consecuencias de la maldad y el pecado, suelen decorar capitales y otros elementos de los templos. Para ello se uso una amplia simbología e iconografía que, ha día de hoy, por sus particulares locales, suele ser difícil de interpretar, pero que, desde luego, resultó más sencillo para las gentes de la época. Entre los símbolos de esta iconografía suele aparecer un amplio bestiario, ya sean animales reales o imaginarios, que representan pecados, inmoralidades y virtudes.

Así, por ejemplo, la lujuria podía ser representada de múltiples maneras: una mujer rodeada de serpientes y sapos que se concentran en sus partes más intimas. También mediante conejos y liebres por su prolija descendencia, así como por el jabalí y el cerdo, los cuales denotan la vagancia al mismo tiempo. La arpía y la sirena representan los placeres carnales, la seducción y la tentación. Y los centauros, junto con la lujuria, también la brutalidad. Una de las figuras que reprime otro de los pecados capiteles, procedente del mundo musulmán, es el castigo del avaro. La Discordia es personificada mediante individuos estirándose de las barbas. La Concordia a través de esposos abrazos. Las aves suelen simbolizar el alma y el ascenso de esta a los cielos. Concretamente la cigüeña representa el bien. Los leones, águilas y grifos –cuerpo de león y alas y cabeza de águila– protegen, especialmente en ventanas y puertas, como el templo santo del mal.

El matiz obsceno suele ser muy frecuente, quizás con la intención de sacar la lacra de la sociedad, pese a que la interpretación queda sujeta a la mentalidad del espectador. Pecados e injusticias de las clases y estamentos sociales son puestas de manifiesto. En el infierno no es raro que se encuentre a eclesiásticos, así como a hombres de diversas condiciones sociales.

Los dragones, por su parte, encarnan el mal por antonomasia y se convierten en los auténticos enemigos de Dios. El demonio toma formas animales, con cierto aspecto ridículo, hasta el punto de lo irrisorio. Frente a este, la mayestática figura de Dios, de la Virgen y de los santos, que aparecen con una sutil belleza, como intentado expresar que lo feo es obra del demonio mientras que lo bello lo es de Dios.

Las representaciones geométricas y vegetales también están acompañadas de una fuerte simbología, aun mucho más difícil de apreciar. Dientes de sierra, ajedrezados, puntas de diamante y rosetas suelen ser frecuentes. La roseta parece simbolizar al sol. Los dientes de sierra representa al agua y su poder purificador –de hecho en las pilas bautismales suele aparecer– o también los altibajos que se producen en el camino espiritual. El ajedrezado denota la división entre el bien y el mal.

Por otra parte, el crismón suele ser muy frecuente, junto con las letras alfa y omega que indican el principio y el fin. En ocasiones suele añadirse una «S», el crismón trinitario, que representa a la Santísima Trinidad.

Es cierto que a veces la complejidad de estas representaciones tuvo que impedir al poco ilustrado conocerlas, por lo que en muchas ocasiones es normal que, entorno a estas esculturas, encontremos leyendas y anécdotas que las expliquen. En otras ocasiones, aunque las fórmulas simbólicas tiendan a ser generales, existen muchos símbolos de carácter local, lo que implica que únicamente las gentes de la localidad y aquella época pudieron entenderlas. Cabe la posibilidad de que algunas representaciones únicamente tengan una tendencia ornamental, sin que hubieran significado nada. Otras tantas debieron poseer un simbolismo a posteriori con el fin de explicarlas. De hecho, una tendencia en la investigación considera que prácticamente toda la escultura románica es ornamental y no existe prácticamente simbolismo, pero la mayor parte se inclina, claramente, por su existencia.

Las estatuas exentas solían tener más bien un tamaño reducido y estaban realizadas en piedra, en madera e incluso en marfil, y suelen aparecer policromadas. Como tipos más usuales, encontramos el Cristo crucificado y la Virgen. El primero aparece en una cruz sujetado con cuatro clavos y, por tanto, con los pies separados. Los brazos aparecen rígidos, ciñéndose al marco de la cruz, y su peso prácticamente no se hace notar. Se le representa con corona real y no de espinas y con un rostro que no denota dolor alguno. A veces aparece con túnica larga sujeta con un cíngulo. Otra veces desnudo y cubierto por el faldón de cintura a rodillas con pliegues verticales.

La Virgen, al igual que en las representaciones bizantinas, aparece ostentando corona y sentada, con el Niño en su regazo sobre las dos piernas. Aparece bendiciendo o con el libro en la mano. Ambas figuras aparecen rígidas.

Las figuras románicas corresponden a una idea abstracta. No existe naturalismo ni tampoco realismo. Muestra esta escultura un plasticismo perdido a lo largo de los siglos anteriores que básicamente había dejado a la escultura sin la tercera dimensión que caracteriza a esta. Más allá de eso, no existe proporcionalidad, las figuras aparecen rígidas, sin movimientos y con poses antinaturales. Predomina la frontalidad de las figuras y las composiciones planas. Relacionado con esto último, se suele seguir la ley del esquema geográfico, es decir, la composición queda integrada en cuadros, círculos, cruces, etc.

El escultor está sometido, además, a la ley de la adaptación al marco. La escultura se debe adaptar a la arquitectura. De esta forma, el marco impone una serie de condiciones. De esta manera, no se tiene ningún reparo en que las figuras queden alargadas cuando el espacio es apaisado. Las esculturas de las columnas, por ejemplo, presentan siempre cuerpos delgados.

El artista tampoco puede experimentar mucho, prácticamente queda sin libertad para ello. Este únicamente se adapta a los modelos ya dados y los reproduce y copia hasta la saciedad. No se quiere decir con ello que en ciertos aspectos no se muestre una mayor habilidad en ciertos artistas, que además pasan por el anonimato en su mayoría. Pero la persecución del realismo o del idealismo de la belleza como antiguamente sucedía no tienen cabida, puesto que no existe una mentalidad que los solicite. Se debe decir, en cualquier caso, que conforme vamos avanzando en el tiempo, la escultura románica va presentando una evolución que tiende hacia el naturalismo y realismo, hasta que culmine finalmente en el estilo gótico.

 

LA PINTURA

La pintura románica básicamente pertenece la mayoría al siglo XII, aunque es normal que a lo largo del siglo XIII se siguiera realizando composiciones y técnicas románicas.

Si la estatuaria era establecida en unos puntos determinados del templo, la pintura estaba en las paredes, incluyendo las bóvedas y cúpulas en muchos casos, aunque también adaptándose a la arquitectura. Es lo que se llama pintura mural que, por desgracia, se conserva en la actualidad pocos restos, puesto que la imposibilidad de ser transportadas implica que quedan expuestas tanto a efectos climatológicos como a las circunstancias y acontecimientos. Es por ello que nos solemos imaginar las iglesias románicas frías por su actual aspecto interior, pero la realidad es que la gran mayoría de ellas estaban totalmente pintadas.

En los ábsides aparecen las escenas principales, como el Cristo en Majestad o la Virgen con el Niño. Bajo estos, apóstoles, santos y profetas. En las bóvedas y muros se sitúan las escenas de la Apocalipsis, Génesis u otros relatos del Nuevo Testamento, y suele tener un lugar preminente el santo al cual se dedica el templo. Por esto último, es lógico que se encuentren escenas con la vida de este santo, en muchos casos locales.

Estas pinturas murales se realizaban mediante diferentes pigmentos diluidos en cal que posteriormente se aplicaba a la pared, la cual, previamente, había sido enlucida. De hecho, la aplicación de los pigmentos se realizaba cuando este enlucido estaba todavía fresco.

Además de la pintura mural, también se puede encontrar, como en la zona de Cataluña, pinturas sobre tabla, que más adelante dará lugar a los retablos. Y del mismo modo, podemos hablar de la miniatura, pintura que ilustraba los manuscritos sobre pergamino. Muchas de estas representaciones se realizaban en páginas completas.

En general, la pintura queda sometida a la misma abstracción y simbología que la ya vista estatuaria. Debemos sumar, en todo caso, los colores, los cuales también poseen una simbología. El azul, por ejemplo, representa al cielo y, por tanto, lo celestial.

Es una pintura plana y bidimensional, con efectos de modelado al modo bizantino en donde líneas paralelas en tonos claros y oscuros intentan dar bulto, al igual que, en rostros –en especial en las mejillas– y manos, algunos impactos de color intentan dar volumen. Gruesas líneas, de color generalmente negro, contornean las figuras. No aparecen casi nunca paisaje, ni existe perspectiva. Tan solo la profundidad es presentada por medio de franjas paralelas de diversos colores. Las figuras y las escenas son sencillas.

Se puede decir que la pintura tuvo mayor unidad que la escultura, pues a nivel europeo las diferencias son menos frecuentes. No obstante, existen dos tendencias que tienen su origen en el arte bizantino. Por una parte la llamada italobizantina que, como su nombre indica, se encuentra en Italia y se expandió por Europa. Se caracteriza por un estilo básicamente bizantino. Por otra parte, se encuentra la francobizantina, que surgió en Francia, que tiene unos rasgos más realistas.

 

BIBLIOGRAFÍA

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