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II Seminario de Emblemática: Indumentaria

Resumen del II Seminario de Emblemática: Indumentaria, organizado por la Institución Fernando el Católico y la Cátedra de Emblemática «Barón de Valdeolivos», dirigido por el Dr. Don Guillermo Redondo. Zaragoza; 13,14,15 de diciembre de 2010.

En los últimos años, una de las líneas de la investigación histórica –independientemente de su época– ha ido encaminada a la interpretación de las identidades en cualquier tipo de ámbito. En este caso, la indumentaria –tema del que trataba el II seminario de emblemática–, sea la época que tratemos, es desde luego una seña de identidad, cuyo estudio es complejo e inabarcable en su totalidad, con multitud de puntos de vista que el investigador puede dar. Pero se puede afirmar que las indumentarias, las vestimentas, funcionan como emblemas inmediatos, puesto que únicamente surten efecto sobre quien los porta.

La vestimenta puede ser estudiada desde muchos puntos de vistas, y uno de ellos, y muy interesante, es, desde luego, el punto de vista psicológico y sociológico. Ambos puntos de vista, desde luego, son fundamentales para el estudio de las indumentarias, y creo que en mayor o menor medidas, todos los conferenciantes los tuvieron en cuenta aunque fuera de forma inconsciente.

Psicológicamente se podría decir que la vestimenta tiende a diferenciarnos, a crear nuestra personalidad. Tiene un fin estético, ergonómico y emotivo, en donde las prendas, especialmente por sus colores, despiertan respuestas emocionales tanto en quien las porta como en quien las observa. Y todo ello, que siempre ha existido –siempre ha habido modas–, comenzó a tener una amplia expansión a partir del siglo XIX. Sin embargo, la vestimenta –el ir a la moda– se ha convertido en una obsesión hoy en día, en prácticamente una enfermedad –víctimas de la moda– que denota una falta de autoestima, según comentaba el Dr. Juan Carlos Giménez.

 

Y relacionado con ello, dos de las conferencias, las de Carmen Abad Zardoya –»el sistema de la moda», y Gema Martínez de Espronceda –»indumentaria y medios de comunicación»- estuvieron encaminadas a la forma en que la moda ha evolucionado, y cómo ésta empezó a difundirse mediante los medios de comunicación, las revistas especialmente, a partir del siglo XIX. Y cabría destacar cómo la élite –ciertos personajes de prestigio- crean la moda con el fin de diferenciarse del resto, o todo lo contrario, el uso de cierto vestuario para identificarse con el resto.

Por su parte, desde el punto de vista sociológico –según resumió el Dr. Enrique Gastón Sanz– nos podríamos preguntar el por qué la humanidad tiene la obligación –mejor dicho la necesidad– de vestirse. Desde un punto de vista cultural occidental y cristiano, la respuesta estaba bien clara, el cubrir ciertas partes del cuerpo que son tabú y que no deben ser mostradas. Sin embargo, ese tabú no se da en todas las culturas, que no cubren, por ejemplo, los órganos sexuales, pero que también portan otro tipo de vestimenta o decoración del cuerpo –que corresponde a otro tipo de ideología, religiosa, tabú y simbología–.

Pero ¿por qué la vestimenta es algo identitario? La propia definición de emblema concibe a éste como cualquier elemento visible que representa, de forma simbólica, a una persona física o jurídica, singular o colectiva. Por tanto, la indumentaria que porte un individuo puede identificar a éste, en mayor o menor grado, con la pertenencia a un grupo social, a una institución, a un país, a una comunidad, a un vínculo familiar, o un mérito social. O puede identificar directamente a un individuo.

Comenzando con la indumentaria que identifica a una institución, se podrían citar tres casos, el uniforme militar, la indumentaria eclesiástica, y menos conocido el uniforme diplomático. Y precisamente relacionado con estos tres ámbitos se dieron tres conferencias.

Acerca del uniforme militar, estuvo encargado el Jefe de Protocolo del Ministerio de Defensa, Don Carlos J. Medina, quien expreso que simplemente observando el uniforme, automáticamente se identifica al portador con el ejército –y al ejército mismo como institución–, y dentro de éste, identifica al ejército de aire, tierra y marina. Del mismo modo, por medio del uniforme, se identifica, mediante una serie de códigos, la jerarquía del individuo que lo porta, y su propia carrera militar.

El uniforme militar ha sufrido cambios a lo largo del tiempo, desde el siglo XVII en que se empiezan a diferenciar de la indumentaria civil, hasta el siglo XX, existiendo siempre una interacción entre la indumentaria civil y militar –la moda civil y la militar toman una de otra algunos elementos característicos–, que se puede observar hoy en día en la propia moda. Y aunque se considera que actualmente hay poca diversidad en los uniformes, la verdad es que es bastante complejo puesto que existen uniformes de campaña, estivales, de trabajo, de gala, de gran gala, etiqueta, gran etiqueta –al igual que existen en el protocolo civil–. Además, el uniforme tiene determinadas zonas –mangas, hombreras, solapas, pechera– en donde se establecen divisas –que identifican el rango–, los emblemas –a un cuerpo determinado–, y los distintivos –especialización, destino, enseñanza, permanencia, función, mérito, autoridad, nacionalidad–.

Otra de las indumentarias, que cualquiera puede identificar, es sin duda la religiosa. Conferencia que estuvo al cargo de Ana Ágredo, quien trató sobre los vestidos ornamentales de los distintos ministros religiosos –en este caso de la religión católica–, aunque, como la propia conferenciante dijo, este tipo de indumentaria religiosa se dan en otras religiones, como el judaísmo, en donde existen prendas, además, que son llevadas por todos los creyentes, como el kipa o el tallit. Sin embargo, otra indumentaria religiosa, como sucede en el catolicismo, pretende marcar la diferencia entre el clero y los files, y dentro del propio clero, los rangos de estos –como sucedía con la indumentaria militar–. Cada una de las prendas están destinadas para ser portadas por cada uno de los rangos, así, por ejemplo, el monacato destaca por el uso de hábito y el calzado sencillo –simbolizando su voto de pobreza–, mientras que el resto de la Iglesia estuvo marcada por la rica ostentación –pese a que hubo intentos y reglamentos para evitar el exceso–. Pero esta rica vestimenta de los clérigos iba encaminada, no tanto para la ostentación como podría aparentar en un primer momento, sino para enfatizar la importancia del rito, como una forma de mostrar a los creyentes la gloria futura y eterna, una imagen del cielo. Junto con el rito litúrgico, la vestimenta del sacerdote creaba al espectador un estado emocional.

Entre las muchas prendas existentes, y que fueron sufriendo evoluciones, podría destacar la dalmática –distintivo de los diáconos, y anteriormente de emperadores y reyes–, y el alba, de color blanco –simbolizando pureza– que era llevada debajo de ésta. El manípulo, llevado por distintos clérigos, que era una especie de pañuelo llevado en el brazo izquierda, simbolizando el llanto. La estola, llevada sobre el cuello, y, dependiendo del rango del portador, de distinta forma, símbolo de la dignidad y de la carga de la cruz. El amito, un pañuelo blanco, colocado sobre los hombros y cruzado en el pecho, que protegía del roce a las prendas superiores, y que debía ser puesto mientras se pronunciaba una fórmula ritual. Los sacerdotes usaban como distintivo la casulla, símbolo de la caridad, así como la capa. El solideo, actualmente llevado por el papa y obispos. La mita representaba a los obispos, los cuales también llevaban guantes, sandalias y palio –banda entorno al cuello, que se considera la unión de la Iglesia, y que se realizan con lana de cordero bendecíos en Santa Ana en Roma– que los identifican. Finalmente, para la práctica totalidad del clero es común el roquete, llevado encima de la casulla y la sobrepelliz, así como el bonete.

De gran importancia son también los colores para la iglesia, existiendo momentos en que se deben vestir de un color u otro. El principal de todo es el blanco –actualmente identificado con el papa– que simboliza la pureza de la Iglesia, a Dios, la verdad y la luz. Junto a éste, el rojo –sangre, fuego, martirio–, verde –esperanza, sabia, purificación, regeneración–, violeta –humildad, penitencia–, azul –símbolo de la virgen-, el negro –luto–.

Cambiando de institución, el uniforme diplomático, menos conocido, pero de gran interés en cuanto que no solo representa al individuo en su categoría de diplomático, sino que identifica a su portador con un determinado país, cuando éste se encuentra en el exterior del mismo. La conferencia realizada por el Primer Introductor de Embajadores del Ministerio de Exteriores –Francisco Javier Vallaure de Acha–, considera que marcan la diferencia y la pertenencia, como se acaba de comentar. Sin embargo, estos uniformes no triunfaron del todo, aunque era una forma de identificar al diplomático de carrera, y no ya al aristócrata que era nombrado embajador en un determinado momento. El diseño se tomó de la moda de la corte de principios del siglo XIX, y se hizo gala de estos en el Congreso de Viena, en donde las naciones parece que hicieron un pacto para homogeneizarlos. La gran mayoría tenían dos uniformes, uno de diario y otro de gala. Los embajadores de más alto nivel llevaban una amplia simbología, la mayoría eran iguales pero cambiaban el color y los bordados, y llevaban también el espadín. Han seguido manteniendo la moda de aquel momento en que fueron realizados, aunque algunos países realizaron sus uniformes en tiempos más modernos, tal y como hizo la Alemania nazi, así como la URSS –cuyo uniforme se parecía al alemán–. Otros países, en cambio, acabaron por eliminarlos como es el caso de EE.UU.

Entre la vestimenta civil –de la que habló Enriqueta Clemente–, de gran variedad, esta puede mostrar la pertenencia a una comunidad determinada; solo debemos pensar en las tribus urbanas –punk, emo, hippies, góticos, por mencionar a algunas– que usan una vestimenta determinada para autoidentificarse así mismos, y como forma de apartarse o diferenciarse del resto, siendo el elemento más fuerte de diferenciación, más que otros tantos rasgos como pueden ser la música o su ideología.

Pero esta indumentaria civil es muy compleja y variada. Junto con la ya vista indumentaria diplomática, podemos añadir otros uniformes de la administración –que no triunfaron del todo en cuanto que en el momento en que se hicieron obligatorios, hacia el siglo XVIII, tuvieron que ser costeados por los propios funcionarios–, el vestido universitario, los de la judicatura, así como los escolares, los deportivos, regionales, los de ignominia, o la de algunas profesiones como médicos, enfermería. Identifican así a una profesión o a una comunidad determinada.

La indumentaria académica –de la cual se podría hablar mucho– es, en la actualidad, aquella que portan los profesores titulares de las distintas universidades en actos importantes –y que los identifica con la institución, y su función–. Sin embargo, pese a los esfuerzos que el propio organizador del seminario, Guillermo Redondo, ha realizado para que se regularice la vestimenta universitaria a nivel nacional –de la misma manera que se ha hizo con la indumentaria de la judicatura–, no se ha llevado a cabo. Aunque por lo general, casi todas las universidades mantienen una indumentaria parecida, en donde cada una de las facultades es representada por un determinado color.

Una indumentaria que señala a un individuo con sus atribuciones del poder, es la real. En este caso se trató –por parte de Marta Serrano Coll– sobre los signos del poder, desde el punto de vista de los reyes de Aragón. Estos pretendían presentar, en sus retratos, una imagen jerárquica de ellos mismos, más que la representación fisionómica –al fin y al cabo, pocos conocían al monarca, pero todos podían identificarle a partir de sus símbolos–, al igual que los caballeros medievales se representaban por medio de sus escudos de armas y sus colores –como dejó ver Faustino Menéndez Pidal, en la lección inaugural, en donde trató sobre los atavíos burgaleses–. Pero, en el caso del monarca, existen toda una serie de insignias –que no tuvieron reparo en vender, en muchas ocasiones, para recaudar fondos– que son las que dan auctoritas al monarca. En teoría, quitárselas, es como quitarle el poder, aunque evidentemente todo esto es algo teórico, y en la práctica no fueron usadas habitualmente, al menos en su conjunto.

La corona es, sin duda, el principal elemento del monarca, usada desde antiguo. Es el emblema por el que todos identifican a la monarquía, aunque también a otros títulos nobiliarios¬. Sin embargo, las coronas portadas por el monarca, así como la reina, e infantes, se caracterizan por las guirnaldas. La tipología de coronas es muy variada a lo largo de la historia, y, por normal general, los monarcas poseían al menos dos coronas, una usada a diario y otro solo utilizada en momentos solemnes. De igual modo, se realizaban coronas destinadas a los funerales reales, en donde éstas, de menor calidad, intentaban imitar a la corona usada en vida. Un segundo elemento importante es el cetro, que siempre es sostenido por la mano derecha. Aunque tan solo se nos han conservado estos desde finales de la Edad Media.

Por su parte, el pomo es el tercer elemento en las insignias reales –si jerarquizamos éstas–. Es la imagen del mundo, aunque en Aragón se le cita poco, y, por tanto, rara vez usado por los monarcas. No nos ha quedado este símbolo de forma material, por lo que se desconoce la tipología que pudieron tener, el cual también podía ser utilizado por las reinas. La espada es otro de los símbolos, que significa la justicia divina detentada por quien la porta. Representa el sometimiento y la obediencia.

Estas insignias, a menudo, son portadas por una persona cuyo único cometido es éste, que acompañaba al rey. Y junto con todo estos símbolos, existían otros emblemas, que formaban parte de las armas del rey, como el pendón y el escudo. Estos permitían al rey, en la guerra, ser identificado por sus soldados.

Una visión diferente, volviendo al tema de la vestimenta en general, es la que dio la periodista Margarita Rivière, que titulo a su conferencia como «la fama como indumentaria vital». Si la indumentaria al ser observada por cualquier individuo puede crear ciertas reacciones psicológicas, el observar a un individuo que «tiene fama», también desencadena ésta reacción. Pero como la propia vestimenta, esta fama es creada. Se trata de un personaje, que si bien no necesita presentación, pues es conocido por todos, realmente no conocemos al individuo que porta dicha fama. La fama es un fenómeno de opinión, una etiqueta social, de jerarquización, una expresión, un de símbolo de la moral colectiva, un sistema de creación de opinión. Se entiende como la excelencia de un sujeto –aspecto que puede ser discutido–. Puede ser sinónimo –o lo era¬– de reputación, popularidad, renombre, notoriedad, y honor. Sin embargo, la fama de hoy en día es una fama creada desde la post-modernidad, cuyos portadores se han convertido en una especie de «santos de la actualidad», la cual se ha profesionalizado, y que intenta influir en la opinión pública, y que seguramente es manejada por otros que, si anteriormente habrían portado dicha fama, hoy se mantienen en el anonimato manejando los hilos de la fama de otros.

En conclusión, como se puede apreciar, son muchos aspectos y muchos puntos de vista en los que se podrían profundizar. Desde luego, tras haber escuchado todas estas conferencias, la indumentaria puede ser observada de otra manera, no como algo más con lo que cubrirse, sino como todo un sistema psicológico y sociológico, y, por qué no decirlo, como un código –una simbología–, que permite a un individuo comprender el estatus de otro, el colectivo al que pertenece, o a la institución a la que representa, entre otros. En definitiva, el seminario ha sido una buena introducción a un tema que puede ser de gran interés para aquellos que quieran profundizar.

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