La arquitectura románica

La desfragmentación desde el siglo V d.C. del Imperio romano, concretamente del Imperio de Occidente, conllevó un cambio que abarcó todos los ámbitos de la vida. Como suelen decir los expertos en el tema, la Tardoantigüedad, que de hecho ya había comenzado en época de Diocleciano, se caracteriza por la permanencia de la Antigüedad y la introducción de nuevos elementos. Esto mismo se denota en la arquitectura y, en general, en el arte. A lo largo de este amplio periodo se gesta el románico, que aparece de forma definitiva a finales del siglo X. Desde luego, el siglo XI fue, sin duda, su periodo clásico. En el siglo XII, coincidiendo con la formación de un nuevo estilo, el gótico, el románico se encontraba totalmente extendido a lo largo de Europa.

El propio nombre de «románico» ya nos está expresando la idea de que era un arte de base romana –el retorno a la grandeza de Roma nunca fue rechazado-. El románico tomó unos conocimientos arquitectónicos que habían permitido a Roma la realización a lo largo del Imperio de majestuosas construcciones. Pero este estilo estuvo influenciado por otros elementos. Bizancio, cuya arquitectura se gesto evidentemente al amparo de la romana, dio a la románica una amplia gama de plantas y abovedamientos. También la arquitectura de madera aportada por los bárbaros otorgó elementos relacionados con las cargas y las fuerzas.

De la misma manera, el propio nombre de este arte y arquitectura transmite la profunda relación de este con la Roma de los papas y el cristianismo, puesto que nos vamos a encontrar con un arte que, ante todo, está ligado con la religión. El único vínculo común de Europa era el cristianismo tras la fragmentación de esta en una multitud de reinos que, a su vez, lo hacían en multitud de señoríos con difíciles relaciones feudales. No es de extrañar que fuera precisamente la Iglesia y concretamente las ordenes monacales, como el Cluny, las que permitieron una amplia expansión en tan complicado contexto geográfico.

Antes de nada, se debería advertir que el románico –como otras tantas cosas– es mucho más complejo que reducirlo a una serie de características generales que nunca se llegan a cumplir en su totalidad. Al final, cada edificio acaba por presentar sus propias cualidades, pero sin que podamos decir que no se trata de edificaciones románicas. Buen ejemplo de ello es la conocida planta de cruz latina, la cual se suele vincular al románico, pero sin que sea la única –buen elenco de plantas encontramos en el románico español–. Cada iglesia poseía su proyecto y lo que se hacía era usar las técnicas constructivas de este estilo que, ante todo, iban encaminadas al abovedamiento.

El material constructivo por excelencia fue la piedra, concretamente la más cercana al lugar donde se levantaban los edificios. Se utilizó especialmente el sillarejo y el sillar, y se evitó la mampostería. Este material no era cubierto con mármoles como había sido la costumbre romana.

Como en toda arquitectura, esta es el reflejo de unas necesidades, que en el caso que nos ocupa están relacionadas con la religión. Esta requiere de un lugar cubierto de congregación que no había sido requerido en épocas pasadas. Antes, los templos de los dioses eran únicamente para que estos vivieran ellos; el creyente rara vez penetraba. Es cierto que la Roma clásica ya poseía las llamadas basílicas como amplios lugares cubiertos en donde se realizaban distintas actividades, pero fue el cristianismo –que desde luego tomo la idea de estas construcciones– el que requirió que la casa de Dios estuviera abierta para que en ella se reunieran un gran grupo de feligreses. El problema, desde tiempos inmemoriales, siempre fue el mismo: la dificultad de crear grandes espacios cerrados sin la necesidad de crear «bosques» de columnas que lo sustentaran y que acabaran por llenar el espacio. Está claro que el techado podía realizarse en madera –tal y como se realizó en la etapa anterior al románico, el prerrománico–, aunque esto tiene dos inconvenientes. Por una parte, la anchura de las construcciones queda sometida a la longitud máxima de las vigas de madera. Por otra parte, los incendios se propagaban fácilmente y llevaban a que el edificio quedara destruido en su totalidad. Para solucionar ambas cosas era necesario el abovedamiento pétreo, pero estos no son sencillos por el peso.

En los inicios del románico –el llamado primer románico–, cuando se comienza a experimentar una nueva arquitectura para cubrir las iglesias, fue la cabecera de estas –los ábsides– las que se cubrieron, mientras el resto del edificio era cubierto mediante madera. Esto fue lo que realizaron los lombardos entre finales del siglo X y la primera mitad del XI. El aparejo que usaban era pequeño y poco regular. Las iglesias se realizaban con tres ábsides cubiertos con cascarón y precedidos de un pequeño tramo de bóveda de cañón, mientras que el resto del templo era techado con madera. En las tres naves de las que constaban los templos se alternan pilares y columnas, y los ábsides eran aligerados mediante nichos. En el exterior, el estilo lombardo se caracteriza por las «bandas lombardas»: pilastras verticales, inmediatamente antes de arrancar el tejado, que sobresalen del muro y quedan unidas a la parte superior por unas arcadas.

Claramente, este primer románico no quedó únicamente en Italia. Concretamente las bandas lombardas tuvieron gran repercusión en Europa. Algunos ejemplos son San Abundio de Como, San Ambrosio de Pavia y San Martín de Canigó en Francia, en este último caso totalmente abovedado. Otro buen ejemplo es la iglesia de San Clemente de Tahull, en Lérida, la cual presenta tres naves, rematadas por ábsides, siendo la central la de mayor tamaño. Todos ellos cubiertos mediante bóveda, mientras que las naves están techadas en madera.

Finalmente los templos acabaron por ser cubiertos en su totalidad mediante cúpula de medio cañón. La idea ya provenía de época romana y se había utilizado para la construcción de arcos como los de puentes o acueductos. Se trataba de un sistema de distribución de fuerzas por la cual los sillares del arco o, en este caso, de la bóveda desplazaban su fuerza hacia la pared, sujetándose todo gracias a la clave. El problema es que los muros debe soportar un amplio peso, lo que implica que irremediablemente estos deben aumentar su grosor. Como consecuencia, los vanos se redujeron tanto en tamaño como en número. Un buen ejemplo es la iglesia de Valtajeros, en Sorio, cuyo grosor de muros permite la sujeción de la bóveda de cañón. Cabe decir que la planta de esta iglesia tiene una única nave y no queda rematada por ábside semicircular.

El sistema de muros funciona bien si el tamaño de la iglesia es reducido como el ejemplo que se acaba de poner. Pero cubrir un templo de amplias dimensiones y con naves elevadas complica en demasía la arquitectura. A mayor tamaño del edificio, el peso de la bóveda crece. Acrecentar el grosor del muro parece que ya no es una solución, pues estos serían descomunales y costosos de realizar. Así que hubo que idear un sistema para disminuir el peso de la bóveda. Se trataba de construir arcos perpiaños o fajones. Estos eran arcos de medio punto unidos por columnas o pilares. Sobre estos fajones descansaba gran parte del peso de la bóveda, por lo que eliminaba la carga del muro. Al mismo tiempo, en el exterior, estas columnas eran reforzadas mediante contrafuertes. Un ejemplo, de hecho del siglo IX, es María del Naranco.

El uso de perpiaños permite la creación de naves laterales que pueden elevarse tanto como la principal, puesto que el muro puede abrirse mediante arcos que reposan en las propias columnas que sustentan la bóveda y, por tanto, dar acceso a las naves laterales, las cuales siguen el mismo sistema para sujetar sus correspondientes bóvedas o, en su caso, bóvedas de arista –que en ocasiones también se utilizarán para la nave principal–. Al mismo tiempo, permiten también contrarrestar la fuerza de la nave central. En cualquier caso, las naves laterales requieren gruesos muros y contrafuertes. El problema es que la nave central queda todavía más oscura, puesto que la luz únicamente puede penetrar por los pequeños vanos de las naves laterales.

Se debe decir que, contradiciendo lo dicho anteriormente, la iglesia de San Sabino del Gartempe se estructura en tres naves abovedadas y en la principal no se utilizaron fajones, aunque también es cierto que no posee una gran altura, lo que implica un empuje menor.

La tendencia tiende a crear edificios con naves de gran altura. Todo dependía de un juego de fuerzas y equilibrios. Había que agudizar el ingenio. Ni el uso de fajones y de naves laterales funciona cuando la nave tiene demasiada altura y anchura. Como se observa en muchos edificios románicos que han sobrevivido, los pilares se han inclinado hacia los laterales como consecuencia del empuje de la bóveda, la cual queda también deformada. Fue común, por tanto, la creación de la tribuna. Esta se encuentra sobre las naves laterales y se abre a la nave central, la cual es cubierta mediante cúpula de cuarto de cilindro de tal forma que es como un arbotante que toma la carga de la bóveda central, concretamente de los pilares que sustentan los fajones, y la conduce hacia los muros exteriores y los contrafuertes. Esto permite, incluso, que en la parte superior de la nave central, justo encima de la tribuna, se puedan abrir vanos como ocurre en San Esteban de Nevers. La tribuna permite además agrandar el número de personas que pueden penetrar en el templo, puesto que está creando una segunda planta. Esta se convertirá en un lugar de distinción social. La tribuna se abría a la nave central mediante unos ventanales que reciben el nombre de «triforio».

Por lo general, la tribuna se correspondió con grandes iglesias, en general de peregrinación, en donde la afluencia de público era elevada. En Francia, por ejemplo, las diversas vías del camino de Santiago que atraviesan el territorio poseen multitudes de iglesias con tribuna. Y todavía se puede agrandar más el tamaño interior si se construyen dos naves laterales a cada uno de los lados como en San Saturnino de Toulouse.

Además de todo esto, también se acabó por introducir un nuevo refuerzo a las aristas de las bóvedas, nervaciones, que da lugar a la bóveda de ojivas –cuya innovación se realizó en Inglaterra–, de tal forma que en cada uno de los tramos delimitados por los fajones se añade en cruz dos nervios que se cruzan en ángulo. Ejemplos los encontramos en San Esteban y la Trinidad de Caen y las catedrales de Bayeux y Countances. Este ingenio fue el que daría posteriormente lugar al gótico.

La columna fue usual en los primeros tiempos del románico, puesto que se seguía la tradición romana. Pero el tamaño mayor de las iglesias acabó por imponer el pilar. Estos podían ser cuadrados, redondos o cruciformes. Aunque fue normal que junto con un pilar principal se hallaran columnas y medias columnas de tal forma que diferentes arcos no reposaran únicamente sobre un mismo pilar. Al mismo tiempo esta unión permite reforzar la resistencia.

Cuando se usaban columnas, estas son de fuste liso –a no ser que se produjera alguna reutilización de columnas de templos clásicos–, con basa ática decoradas por lo usual con bolas y garras de animas en sus esquinas. En cuanto a los capiteles, solían ser corintios. Hubo una amplia de modalidades de estos y lo común fue que en ellos se representaran iconografías diversas, en donde las volutas se sustituyen por motivos animales o seres humanos. El estudio de las representaciones en los capiteles, desde luego, es amplio.

Por lo general, las únicas aberturas en el muro solían ser estrechos vanos abocinados cuya parte más ancha se encuentra en el interior con el fin de que la luz se distribuya en el interior. Es usual que estos vanos, incluidas las puertas, queden encuadrados por arquerías y columnas que ayudan a distribuir las fuerzas del muro que quedan alteradas por la propia abertura. A veces, con fin decorativo, aparecen vanos sin perforar. Y a finales del románico surge el rosetón, vano circular relleno de labores caladas, que se establece sobre las portadas.

En cuanto a las portadas, esta reviste prácticamente toda la decoración. Se encuentran a los pies del templo, así como en los laterales de los brazos del crucero. Al igual que los vanos, estas portadas suele estar franqueadas por arcos concéntricos que se apoyan sobre columnas, los cuales se van estrechando conforme penetran hacia el interior.

Los contrafuertes dan al exterior de estos edificios un aspecto particular. En ocasiones, suelen aparecer también responsiones, que no son otra cosa que pilastras que se corresponden con las interiores y que decoran el exterior.

En la parte superior del edificio solía existir una cornisa que se sustentaba mediante canes, es decir, salientes en la pared. Estos solían tener moldura curva cóncava o decoradas con figuras. Entre los canes quedaban huecos que, al igual que en los templos clásicos, reciben el nombre de metopas, las cuales también estaban decoradas.

Característico son campanarios y torres. En ocasiones dos torres flanqueaban la fachada, las cuales quedaban integradas dentro de la planta y que únicamente se observaban una vez que estas, con planta cuadrada, octogonal o incluso redonda, sobresalían por la cumbre del edificio. A veces el templo únicamente poseía una única torre, puesto que el coste de estas era incluso superior que el abovedamiento. La disposición de las torres puede variar bastante. En Italia, en donde se dice que el románico sigue un estilo sui generis, es normal, al igual que en su arquitectura posterior, que las torres queden fuera de la iglesia, al igual que el bautisterio o baptisterio.

Era muy usual que las iglesias románicas poseyeran un crucero, es decir, una nave –a veces también con naves laterales– que cruzaba perpendicularmente a la principal. Este crucero, si tiene una longitud considerable, conforma la típica planta de cruz latina –símbolo del cristianismo-, cuyo ejemplo lo encontramos en la catedral de Santiago de Compostela. A veces, existían dos cruceros. En Francia suelen aparecer iglesias, como la de San Saturnio en Normandía, de planta trebolada, es decir, además del ábside principal, los extremos del crucero cierran en semicírculo.

En este lugar de cruce de la nave central y el crucero, se alzaba una cúpula que representa el cielo, por lo que en las cuatro pechinas que la sustentaba se solían representar los cuatro evangelistas. En ocasiones, en este mismo lugar se construían cimborrios o linternas, que en forma cuadrada u octogonal permitían iluminar este sector del edificio, cercano además al altar. Por otra parte, el peso de la linterna solo puede ser sujetado mediante el agrandamiento de las columnas o pilares que la sustenta.

En la cabecera de la iglesia se encontraba el ábside, como ya se ha dicho, pero en las de mayor tamaño se solía realizar una continuación de las naves laterales de tal forma que se creaba la girola o deambulatorio, así llamado porque se podía rodear el altar, especialmente cuando en este se guardaban reliquias. De esta forma, se permitía un recorrido multitudinario en torno a este. Era también bajo el ábside en donde se encontraba la cripta –que a veces se convierten en autenticas iglesias subterráneas–. Fue también normal que el ábside poseyera absidiolos a su alrededor, de tal forma que permitiera reforzar el peso de la bóveda de este. Al mismo tiempo, también podían aparecer, en la misma dirección que el ábside principal, otros de menor tamaño en el crucero o, en su caso, como continuación de las naves laterales, lo que podía ser utilizado como capillas.

Hasta este momento, prácticamente todos los ejemplos mencionados han sido de plantas longitudinales, las cuales crean una especie de pasillo que culmina en el plebisterio, lugar en donde se realiza el supuesto sacrificio, el cual intenta ser iluminado. Da la sensación de que es el camino hacia Dios.

No obstante, pese a esta planta típica del románico, existieron también plantas centrales. Estas últimas evocan la Rotonda del Santo Sepulcro como es el caso de San Vital de Rávena y la capilla de Aquisgrán. Las órdenes militares serán las que adoptarán esta planta que se extienden por aquellos lugares donde estas tuvieron asentamientos. En Alemania, siguiendo a la mencionada capilla de Aquisgrán, perduró la planta central poligonal como la iglesia de los Caballeros en Wimpfen im Tal o la iglesia del monasterio de Ottmarsheim. Más adelante, a partir del siglo XI, y por influjo francés, se estableció la planta longitudinal.

Junto con iglesias y catedrales, los monasterios fueron las siguientes grandes obras que fueron construidas mediante la arquitectura románica, y estrechamente relacionadas con estas primeras. Pero no fueron las únicas, esta arquitectura que comienza dentro de una perspectiva religiosa fue utilizada para la construcción de los castillos medievales. A partir del siglo XI, se puede decir que Europa se fortifica. No era para menos, señores feudales y luchas entre ellos hace que cada vez sea más necesario la construcción de obras de defensa que, si anteriormente se habían realizado en madera, ahora se crean también en piedra. Al igual que las primeras iglesias, se construyeron sus cubiertas en madera, pero el problema de los incendios se acrecentaba en estas fortificaciones, concretamente si eran objeto de ataques. Así que la bóveda se impuso también en estos, lo que permitió la construcción de grandes salas y torreones, especialmente los que se llama torre del homenaje. También los palacios urbanos beberán de esta arquitectura. Al mismo tiempo, la arquitectura militar fue utilizada en las iglesias, puesto que un templo podía ser aprovechado tanto para el rezo como para la defensa en un hipotético caso de ataque. Al fin y al cabo, el grosos de sus muros los conformaban como auténticos fortines.

Cada país y cada zona suele presentar una evolución y características propias del románico, aunque esto requiere estudios minuciosos. El mayor esplendor del románico se encuentra en España y Francia. Francia, desde luego, fue un gran foco difusor, que influencio a Alemania y desde allí a gran parte del este europeo, especialmente a Escandinavia. Mientras tanto, el románico llegó a Inglaterra por la conquista normanda del país.

El abovedamiento, naves altas y grandes iglesias acabaron por connotar la grandeza de Dios y prácticamente su construcción era una auténtica ofrenda hacia Este.

 

BIBLIOGRAFÍA

BANGO, I. (1992): El románico en España, Espasa Calpe, Madrid

CONANT, K.J.; BELL-SCOTT, D. y STEWART, I. (1982): Arquitectura carolingia y románica 800-1200, Cátedra, Madrid

HUERTA, P.L. (2008): Espacios y estructuras singulares del edificio románico, Fundación Santa María La Real

IGLESIAS, M. (1985): Arquitectura románica: siglos X-XI, XII y XIII, Akribos, Barcelona

KUBACH, H.E. (1989): Arquitectura románica, Aguilar, Madrid

OURSEL, M. (1987): La Arquitectura románica, Ediciones Encuentro,

 

Autor: D. Gilmart, publicado el 31 de octubre de 2012

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información. ACEPTAR

Aviso de cookies

This site is protected by wp-copyrightpro.com