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La educación para adultos a lo largo de la Historia

1.INTRODUCCIÓN

Si buscamos en el diccionario de la R.A.E. la palabra “educar”, una de sus acepciones dice: “Desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven (…)”. Como se puede apreciar, la Real Academia recoge todavía un significado tradicional –el mismo sentido, por cierto, que ya recogía en la edición del año 1732[1]–. No se debe esta definición, por otra parte, a una falta de celo por parte de la mencionada institución; ello corresponde, más bien, a que se sigue plasmando el sentido popular que se da a dicha palabra, pese a que la educación para adultos tiene unas raíces más antiguas de lo que nos podemos pensar. En todo caso, la educación, en el sentido más profundo de este trabajo, no conoce límites de edad –al igual que debe entenderse de una manera amplia–.

En el presente escrito, por tanto, se quiere hacer constar, desde una perspectiva histórica, cómo se ha educado también a los adultos –o como éstos han llevado un aprendizaje a lo largo de la vida-, sin que esto necesariamente requiriera la conciencia de tal cosa. Desde la Grecia Antigua –o, incluso, desde la más remota Prehistoria- hasta la actualidad, se puede rastrear un aprendizaje de los adultos, más allá de la propia experiencia, que se puede encontrar en lo que en este trabajo voy a llamar “oportunidades para el aprendizaje”, y que entre otras tantas –variando en el tiempo, lugar y circunstancias- se podría mencionar: el teatro, el simposio, el discurso político, los viajes, etc.

Así, frente a esas “oportunidades para el aprendizaje”, que no sería otra cosa que un aprendizaje no intencional, casual, derivado de una primera actividad, podemos encontrar la necesidad de educar a los adultos de una manera más formal, algo que fue lo que se comenzó a dar en el siglo XIX –o incluso antes-, lo que no implica que lo primero desapareciera o haya desaparecido en nuestros días.

 Es importante que se conozca lo que se hizo en el pasado, con el fin de conocer el punto de partida desde el que se inicia los objetivos en el presente, y de hecho así lo debieron entender los legisladores de los años ochenta en España, pues nos podemos encontrar con la publicación, por parte del Ministerio de Educación y Cultura, del  Documento de trabajo para facilitar el dialogo preparatorio al Libro Blando de la Educación de Adultos[2], en donde una parte se dedica a la historia de la educación de adultos. Toda actuación futura acerca de cualquier tema debe tener un punto de partida presente, y para analizar ese punto de partida debe entenderse cómo hemos llegado hasta él, entre otras muchas variables.

Por tanto, siendo conscientes que este trabajo sólo quiere dar muestra de algunas medidas que en el pasado se tomaron, se tratará, ante todo, de España. No así en el caso de la segunda parte del mismo –acerca de la educación a lo largo de la vida-, que se basará en la Antigüedad y la Edad Media.

2.ORIGEN DE LA EDUCACIÓN PARA ADULTOS Y SU EVOLUCIÓN

Desde los más remotos orígenes de la humanidad, la educación siempre ha existido, ya sea de una forma intencional, ya sea todo lo contrario. Mediante ella se transmiten toda una serie de conocimientos, pero, además de ello, es utilizada como herramienta –quizás la primera– para transferir las características sociales y culturales –y todo lo que ello conlleva- de cada lugar y época. Las primeras civilizaciones, por tanto, vieron desde pronto la necesidad de educar a sus futuros habitantes en los valores de la propia sociedad. Nada extraño, pues esto mismo jamás se ha dejado de hacer.

Claramente, los valores se debían inculcar desde la niñez, pues todo individuo, una vez llegado a la adultez, debía comportarse de acuerdo a ellos –al mos maiorum-. En cuanto que lo importante era esto último, y no tanto los conocimientos –al menos unos conocimientos más allá de los meramente necesarios para la vida-, es de entender que, en la Antigüedad y en las épocas posteriores, se pensara que no era lógico que un adulto recibiera, sin justificación alguna, mayor educación que la ya recibida o, al menos, una educación formal dentro de lo que podríamos llamar –salvando siempre las distancias- sistemas educativos existentes en el mundo clásico.

En cualquier caso, la educación, como una forma de adquisición de conocimientos profundos, quedaba limitada a unos pocos individuos –sin que debamos de generalizar, pues esto  varía de una época a otra-. No será hasta el siglo XIX –y no se consolidará hasta el XX- cuando esa cultura de unos pocos se convierte en dominio público[3]. Y será en esta misma época cuando, por primera vez, se pueda hablar de educación de adultos de una manera formal y, más o menos, generalizada.

Partimos, por tanto, de un concepto relativamente nuevo que alcanza su institucionalización y expansión a partir de mediados del siglo XIX en el mundo occidental. No será hasta mediados del siglo XX cuando se consoliden programas oficiales y actuaciones que organice lo que hoy llamamos la educación para adultos[4]. No obstante, las primeras políticas estatales acerca de ello se dieron en el siglo anterior, y sus raíces pueden rastrearse mucho antes.

2.1 La educación de adultos como una necesidad de Estado

La cuestión, en todo caso, radica en preguntarnos por qué en un momento dado se tiene la necesidad de educar a los adultos. Su expansión se debió, ante todo, a los rápidos cambios que se producen a lo largo del XIX como fueron la Revolución Industrial y la Revolución francesa, el movimiento obrero, y el camino hacia el parlamentarismo y la democracia, que necesitaban inculcar las nuevas ideologías en la población[5]. Por ejemplo, el parlamentarismo fue abriendo sus puertas progresivamente a un mayor número de ciudadanos que, en el caso español, convirtió el sufragio censitario en sufragio universal masculino en 1981. Había, por tanto, que adoctrinar  en los nuevos sistemas políticos imperantes, así como crear el espíritu nacional de una España liberal[6].

Ésta es la primera idea con la que nos debemos quedar, se tratar de cambiar las mentalidades, de una forma rápida –al igual que los cambios producidos-, del mayor número de ciudadanos. Esta rapidez contrastaba con todos los siglos anteriores en donde los cambios eran paulatinos y lentos. Por ello mismo, antes del siglo XIX, salvo excepciones que veremos, educar a un adulto no era una necesidad, y mucho menos de Estado.

A partir del siglo XVIII, los ilustrados y los monarcas que como tales se declararon –aunque bajo una perspectiva política muy distinta- se propusieron mejorar la sociedad. Para ello, la educación de los vasallos era la piedra angular para el cambio. De una manera u otra, se tomaron ciertas medidas que, entre otras, se proponía educar a los adultos. Se trataba de modernizar al tiempo de crear una sociedad racional mediante la extensión del conocimiento al pueblo, para lo que se hizo, entre otras cosas, la creación de cursos nocturnos[7]. La iniciativa, más allá de las intenciones, no fue muy prolífera.

El verdadero impulso de la educación para adultos y la verdadera necesidad política vino en el siglo XIX. Se produjo a comienzos de éste una ruptura de gran envergadura entre la tradición y los nuevos aires del liberalismo. Los nuevos sistemas políticos se apresuraron a modificar los sistemas educativos para educar a las nuevas generaciones en las nuevas doctrinas  y costumbres políticas, pero ¿qué hacer con toda la población adulta, que había sido educada para vivir y respetar lo que ya no existía? Por tanto, era un problema de envergadura, puesto que difícilmente se puede esperar que un régimen, en especial aquellos que abrían sus puertas hacia la ciudadanía, se asentara sin que fueran estos mismos los que lo apoyaran.

Así, desde la propia Revolución francesa se intentó atajar esta cuestión, haciendo claramente hincapié en llevar la educación a las personas adultas. Por primera vez, en el contexto de ésta, se mencionó en la Asamblea Nacional, por parte de Condocert en 1792, esta imperiosa necesidad, cuyas palabras se recogen a continuación:

“Hemos observado, por último, que la instrucción no debía abandonar a los individuos en el momento de su salida de las escuelas, que debía abarcar todas las edades, que no hay ninguna en la que no sea útil y posible aprender, y que esta segunda instrucción, es tanto más necesaria, cuanto más estrechos hayan sido los límites que hayan encerrado la instrucción de la injóncia. Esta es también una de las causas principales de la ignorancia en la que se hallan sumisas hoy las clases pobres de la sociedad, la posibilidad de recibir una primera instrucción no se echa tanto de menos como la de conservar sus ventajas”[8].

Ya antes, en cualquier caso, en Inglaterra, se habían comenzado a tomar las primeras medidas[9]. Debemos recordar que desde el siglo XVII existía el parlamentarismo y, fue también allí, el lugar donde comenzó la Revolución Industrial, la cual también impulso la educación de los ahora llamados trabajadores. De hecho, se podría poner en relación la industrialización de los países y la necesidad de formar a los adultos. Por así decirlo, el propio progreso trajo la educación, a diferencia de los hoy llamados países en desarrollo en donde es la educación del país la que pretende traer la aceleración del progreso.

El saber leer y escribir se fue convirtiendo en algo importante dentro de la poca cualificación que requerían muchos de los puestos de trabajo. Pero, además, el formar a los obreros, los cuales provenían de las zonas rurales, servía para adoctrinarlos en su nueva forma de vida frente a los modos tradicionales de la vida campesina. Sin esta conversión, se podía crear en un momento dado una alteración del modo de vida establecido por el capitalismo[10]. Más allá de las primeras letras, así como Cálculo, nociones de Geométrica, Ciencias Naturales, Historia o Dibujo (el típico curriculum de la instrucción primaria), la educación tenía ante todo un carácter moralizador, tanto para niños como para adultos.

En España, cuando la Constitución de 1812 fue restablecida en el Trienio Liberal, educar en el nuevo sistema político fue tarea de los nuevos legisladores, tal y como se recogió en el Real Decreto de 24 de abril de 1820, cuyo artículo primero rezaba, nunca mejor dicho: “los prelados diocesanos –decía– cuidarán de que todos los curas párrocos de la Monarquía o los que hicieren sus veces, expliquen a los feligreses en los domingos y días festivos la Constitución política de la nación”[11]. En breves palabras, usar el púlpito para educar a todos en un nuevo sistema político, con sus correspondientes ideas[12].

El Trienio fracaso, pero el liberalismo acabó triunfando en 1933. Y los diversos sistemas políticos, todos ellos dentro del liberalismo, vieron la necesidad de transformar la educación, así como dar, al menos, un breve impulso a la educación de los adultos, pero debiéndolo entender siempre bajo unos fines que, además de la alfabetización, eran las de inculcar valores.

La alfabetización fue, por tanto, el principal impulsor de estas medidas que quedaron plasmadas en sendas leyes que ordenaban todo el sistema educativo del país. En 1838, la Ley Someruelos establecía el fomento de la escuela de adultos y el mantenimiento de las existentes. En 1957, la conocida Ley Moyano encaminaba a la creación de clases nocturnas para aquellos que quisieran avanzar en sus conocimientos o para los que se iniciaran por primera vez en su adquisición. Así, desde Institutos de Educación Secundaria o desde Escuelas de Artes y Oficios se fomentó las clases de primera instrucción.

Un Real Decreto de 4 de octubre de 1906 volvía a reiterar la idea de las clases nocturnas. Y en su artículo 19 se establecía que, junto al maestro, debería colaborar alguna personalidad del pueblo -farmacéutico, médico, entre otros- en calidad de invitado en las clases nocturnas de adultos. La idea fracasó por falta de colaboración y de buen planteamiento educativo.

Por el Real Decreto de 31 de agosto de 1922, se creó la Comisión Central para combatir el analfabetismo. Por otro del 25 de septiembre de 1922, se pusieron en marcha clases para alumnos de doce a dieciocho años.

El resultado final de todo ello en España y también Europa –en donde se decretaron leyes parecidas- fue un progresivo aumento de la alfabetización como demuestra el caso español, en donde las cifras son claras. En 1900 había 6,2 millones de personas alfabetizas; treinta años después había trece millones. Ello mismo se había dado en Europa mucho antes, pero en cualquier caso demuestra que esa rapidez se dio porque se alfabetizo, no sólo a los niños, sino también a los adultos.

Observamos, por tanto, como el establecimiento de un régimen político que rompía con el absolutismo o, de forma radical, con el anterior, requería la educación de todos los ahora llamados ciudadanos. No es de extrañar que entre las primeras actuaciones del gobierno provisional de la Segunda República Española fue, precisamente, la de iniciar un programa para la educación, ante todo, de los habitantes del país.  El que fuera segundo presidente de la República, Manuel Azaña, ya bajo el amparo de la Constitución de 1931, dejó escrito en uno de sus diarios cual era el objetivo que tenía en mente: el de enseñar a los ciudadanos la forma de funcionamiento de la democracia. Esta curiosa entrada, que Azaña hace en una tarde de mayo de 1932, dice que, en el espejo, se le aparece Alfonso XIII y le pregunta: “¿Adónde va usted, qué se propone hacer de España?” Azaña le contesta entonces: “Gobierno una democracia, y enseño cómo se gobierna una democracia. Es difícil”. Y continúa diciendo que “preparar a los pueblos para los tiempos  (que son los más de los siglos) en que no hay Pericles ni Napoleón. Enseñar el gobierno de una democracia es habituarla a prescindir del genio”[13]. La cita no deja dudar alguna, educar a todos para que el régimen pueda sobrevivir.

Un año antes de que Azaña realizada este comentario, al mes siguiente de que la República fuera proclamada, el gobierno provisional vio la necesidad de asentar la República mediante la educación, especialmente la rural. Se fijo, mediante decreto[14], la creación del Patronato de Misiones Pedagógicas. Mediante este se trataba, ante todo, de ampliar la cultura de las zonas rurales, tal y como rezaba el preámbulo del mencionado decreto. Y no solo la educación de las gentes de los pueblos, sino también la mejora pedagógica de los propios maestros encargados de educar a las nuevas generaciones.

Los misioneros, en ocasiones voluntarios, se encontraron con un problema: la población presentaba gran diversidad en su formación como menciona F. Canes Garrido en su artículo: “Entre los asistentes hay grandes contrastes, pues se encuentran desde analfabetos, que nunca han salido del lugar, hasta emigrantes que leen los rótulos en inglés, de las películas Eastman, y han conocido personalmente a Charles Chaplin durante su estancia en el extranjero”[15]. No es algo extraño esa diversidad que hoy en día se sigue dando.

En todo caso, ya no se trataba de una educación que únicamente iba a dotar a los adultos de una alfabetización, de hecho, entre los muchos temas que se trataba estuvieron la enseñanza de nuevas formas de agricultura, así como formas para mantener la higiene, entre otras muchas-. Se potenció, además, una formación continuada de las gentes. Las propias misiones pedagógicas pusieron en marcha diversas iniciativas para dar la oportunidad a una amplia parte de la población de proseguir, en cierto modo, con su formación –un fomento de la educación a lo largo de la vida adulta-, aunque fuera de una forma precaria. Esta forma fue la dotación de bibliotecas a muchas zonas rurales, las cuales tuvieron amplio éxito como demuestra que muchas de ellas se quedaron a menudo sin fondos por el amplio número de libros que eran prestados[16]. Esto permitió que se ampliara la población adulta aficionada a la lectura en 200.000 personas. Pese a ello, el objetivo también era claro: formar a los ciudadanos de acuerdo al nuevo régimen vigente.

La llegada de la Guerra Civil no frenó en el bando republicano la formación de los adultos. Todo lo contrario, ésta se acrecentó. Educar a los soldados, que en los frentes de lucha daban su vida por la República, suponía hacerles entender por qué luchaban como bien deja ver Francisco Antón, Subcomisario del Ejército del Centro:

“Para que un ejército eleve su eficacia necesita también saber, cada día mejor, que su lucha le lleva también por caminos de cultura y bienestar. Su fuerza aumenta en la medida en que la justeza de la causa por la que lucha es mejor comprendida, para mayor cultura de sus soldados”[17].

En muchos casos, fueron cursos que se dirigían, además de a la moralización de la tropa, a la alfabetización, que fueron también creados por el propio Ministerio de Instrucción Pública de la República. Éste formó las Milicias de la Cultura en 1937, cuyo decreto comenzaba diciendo así:

“La lucha que el Estado y el pueblo español vienen sosteniendo es también, en una parte muy importante, una lucha por la cultura del pueblo. Bajo el fuego mismo de la guerra, los órganos del gobierno legítimo de España han de preocuparse de dar instrucción a aquellos heroicos combatientes del pueblo a quienes un régimen de opresión privó de recibir las enseñanzas más elementales en la edad escolar” [18].

En los inicios del franquismo, el nuevo régimen, junto a la eliminación, uso de nuevo la educación y también la educación de adultos para ensalzar el Alzamiento Nacional y sus ideales, modificando la estructura de la educación de adultos prontamente[19]. Los maestros, al menos aquellos que no fueron depurados por colaboradores con la República –entre otra serie de supuestos delitos-, recibieron cursos y conferencias –desde el mismo año 1939-, los cuales se consideraban de perfeccionamiento del profesorado y que iban encaminados a proporcionarles la ideología en la cual debían educar[20]. Junto a ello, es cierto que el uso de los llamados ejercicios espirituales –de obligado cumplimiento en empresas y administración pública- se puede considerar una educación para adultos que iba encaminadas a enseñar una ideología concreta.

Más tarde, ese mismo régimen, pretendió de nuevo la extensión de la alfabetización[21]. Uno de los programas para ello fue aprovechar el servicio militar obligatorio: Programa de Extensión Cultural de las Fuerzas Armadas iniciado en el contexto del I Plan de Desarrollo del franquismo, prorrogado después mediante sucesivos convenios interministeriales de colaboración educativa. También contemplaba los cursos de Promoción Profesional en el Ejército de los años sesenta[22]. Claramente, esto dejaba fuera a la mitad de la población, la femenina.

En cualquier caso, tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo cambió, y con ello también la educación, la cual se extendió, más que nunca, a la mayor parte de la población. La demanda de educación por parte de la población se amplió, puesto que ya no se trataba de unas primeras letras, sino de ampliación, puesto que se pensaba -aunque hoy se ha visto que ya no es así- que a mejor formación, mejores condiciones laborales se podían conseguir. Fue entonces cuando se expandió la llamada Universidad Popular –que en todo caso ya existía en el siglo anterior en algunos países-.

2.2 Una educación de adultos antes del siglo XIX

En el punto anterior no se ha hecho otra cosa que recoger una visión tradicional de aquellos que estudian la historia de la educación de adultos. Dicho otro modo, lo que se hace es establecer la educación de adultos exclusivamente para estos dos siglos. Claramente, se refieren a unas características concretas y potenciadas por unas circunstancias previas. Pero, anteriormente a estos siglos existió claramente una educación de adultos, aunque ésta perseguía unos objetivos distintos, y protagonizada por otro ente distinto al Estado. Este ente fue sin duda la Iglesia, la cual desde el primer momento tuvo como misión la de educar bajo sus preceptos a los habitantes de todas las tierras conocidas.

Esa intención de educar en la cultura cristiana se manifiesta desde los primeros momentos, en donde, es obvio, no se trataba de educar en el cristianismo únicamente desde la infancia, pues muchos a los que había que inculcar  las nuevas creencias eran adultos que se mantenían en el paganismo –según la denominación que la propia Iglesia dio- o simplemente convertir al catolicismo a herejes. Esto se dio en los primeros siglos de la Edad Media. Aparecieron los misioneros que enseñaban a las gentes, sobre todo de las zonas rurales –pues allí el paganismo seguía vivo- y más tarde a los territorios del norte y este de Europa[23].

Las misiones, en cualquier caso, siempre estuvieron presente con mayor o menor intensidad, especialmente cuando el descubrimiento de nuevos territorios, como fue el conteniente americano, hizo que de nuevo las misiones se hicieran prolijas. Se trataba en dicho caso de educar a los indios, en especial a los adultos, en la fe cristiana, así como en las costumbres y culturas europeas, al tiempo que se les enseñaba el español. De hecho, la forma de educar a los indios en la civilización fue una cuestión muy debatida, como puede apreciarse en las propuestas que realizó Bartolomé de las Casas y Francisco Jiménez de Cisneros[24]. Se mantuvieron éstas durante los dos siglos siguientes al descubrimiento, puesto que aunque estuvieran cristianizados, se observaba que muchos de estos indios continuaban realizando prácticas o teniendo costumbres de vidas prehispánicas, y por tanto, había que educarlos en el buen comportamiento como afirmaban los franciscanos de la misión californiana de San Antonio[25].

Y mientras ello ocurría en América, en España se toman medidas que también fomentan la educación de los adultos. Así, en el siglo XVII S. Juan Bautista La Salle, que fundó los Hermanos de las Escuelas Cristianas, creó también la Escuelas Dominicales, en donde en ese día festivo se formaba a jóvenes que ya estaban trabajando y en donde se impartía Contabilidad, Dibujo, Geometría, con el fin de mejorar la educación de éstos, especialmente para su trabajo, muchos de ellos obreros en las ciudades. La misma Iglesia tuvo amplio interés por esta misma época en crear una Educación Popular con el fin de afianzar el catolicismo e impedir la penetración del protestantismo[26].

La educación de indígenas se mantuvo, además, durante el siglo XIX, cuando las potencias europeas, especialmente Gran Bretaña, se lanzaron a la conquista de nuevos territorios en África y Asia, lugares a los que llevaban la “verdadera civilización”.

2.3 Una educación organizada fuera del Estado

Frente a la razón de Estado, existen otras tantas razones para educar a los adultos. Si decíamos que ésta había provenido del Estado como consecuencia de un nuevo sistema económico y una práctica política liberal, que debía integrar a sus ciudadanos en ella, debemos tener ahora en cuenta que la lucha contra ese sistema capitalista y que se considera injusto venía seguido también por la educación. Así, pronto asociaciones y sindicatos, aunque ya bien entrado el siglo XIX, comenzaron a montar la educación para los obreros, es decir, enseñarles la conciencia de clase por la que Marx abogaba o, en toco caso, compensar la escasa repercusión estatal de la educación. Nacieron de ésta forma el Fomento de las Artes en 1847, el Ateneo Catalán de la clase obrera de Barcelona en 1861, y antes de estas fechas, ya en 1831, la Sociedad para propagar y mejorar la educación del pueblo. Se crea una educación paralela.

Uno de los más conocidas instituciones, el Ateneo de Madrid, fue en su época uno de los grandes centros de cultura del país. Miles de personas podían llegar a agolparse para escuchar a los grandes de intelectuales de momento, como fue el caso de Unamuno, que logró en alguna ocasión que se formara una amplia fila de ciudadanos delante de la puerta del Ateneo para escuchar lo que tenía que decir.

En la guerra civil, además de la ya comentada actuación del gobierno de la República, la propia división del bando hizo que los sindicatos también formaran sus propios programas educativos en el frente[27]. E incluso en las cárceles franquistas, en donde fueron retenidos miles de personas -unas de la más alta categoría intelectual y otros totalmente analfabetos-, se creó entre los propios presos actuaciones para alfabetizar en las más precarias de las condiciones.  Esto mismo puede rastrearse en los campos de concentración nazi.

3.EDUCACIÓN A LO LARGO DE LA VIDA

Hasta ahora hemos visto una educación para adultos que, más o menos organizada, tenía como objeto la educación en un momento dado, normalmente la alfabetización y moralización. Pese a ello,  se puede afirmar, sin temor a equivoco, que el aprendizaje a lo largo de la vida siempre ha existido[28]. Ésta se puede dar por muchos motivos, especialmente por dos motivos fundamentales: por una parte, una voluntad de la persona para formarse, por otra parte, por la existencia de “oportunidades para el aprendizaje”. Ambas se pueden rastrear a lo largo de toda la Historia, aunque el impulso de ésta por los Estados es mucho más reciente y todavía se está forjando.

Desde la propia Antigüedad podemos rastrear, en mayor o menor medida, una educación que se prolonga a lo largo de la vida, pese a que se debe tener en cuenta que se trata de algo reducido, discontinuo en el tiempo, y con unos fines y objetivos muy distintos a los que hoy en día presenta la demanda de éste tipo de educación. La Antigüedad no se caracterizó, en cualquier modo, por una extensión del conocimiento a una amplia masa de la población, lo mismo que sucedió en las épocas que la continuaron.

Se ha dicho que la educación de los adultos era una necesidad de Estado, pero también es una necesidad personal. Depende de las circunstancias de cada persona, pero también de la época que le toque vivir, lo que hará que tome la iniciativa por educarse. Así, en el mundo clásico –Grecia y Roma- había muchos más individuos que recibieron una educación, aunque ésta sólo fuera aprender a leer y escribir, que en la Edad Media y la Edad Moderna. De hecho, a muchos de los individuos –y estoy hablando de nobles- de la Edad Media nunca se les paso por la cabeza alfabetizarse. Cambiada la mentalidad, los prejuicios imperantes en la clase militar dirigente desanimaban los gustos refinados y culturales entre sus propios miembros. Guillermo el Rojo y Guillermo el Conquistador eran analfabetos y ninguno de los primeros monarcas carolingios sabía escribir. Tanto Pipino el Breve como Carlomagno firmaban sus documentos con una cruz. Todos los reyes de Francia desde el siglo X hasta Hugo Capeto –incluido éste- fueron analfabetos y el analfabetismo tampoco era raro entre obispos y abades. Como cita el profesor Galbraith, «Preciso es reconocer que el potentado medieval no sabía leer ni escribir y que además no sentía la menor necesidad ni el deseo de hacerlo»[29].

El conde Balduino de Guines era un hombre excepcionalmente dotado para su tiempo y poseía una importante biblioteca; sin embargo no aprendió nunca a leer. El hecho es que tenía a su servicio clerici et magistri que le leían sus libros.

3.1 El discurso político

Si pensamos en el mundo clásico, un claro ejemplo de oportunidad de aprendizaje para la mayor parte de los ciudadanos se encontraba en la propia política de las ciudades. Los propios sistemas políticos de una amplia cantidad de ciudades griega, mal conocidos exceptuando la ateniense, implicaban la participación de buena parte de sus ciudadanos en la toma de decisiones mediante la Asamblea, en donde, precisamente, el desarrollo de la oratoria permitió a gran parte de los griegos escuchar discursos, a veces discursos contrapuestos, lo que tenía que suponer una amplia riqueza para el oyente -que, por cierto, conformaban los únicos ejércitos de aquellas ciudades, puesto que éstos, lejos de ser soldados profesionales, eran hombres libres dispuestos a luchar por su libertad-.

La Asamblea ateniense debió ser un foco no solo para la toma de decisiones políticas, sino para que una amplia masa de la población de la polis adquiriera conocimientos al escuchar multitudes de discursos de gran sabiduría. No obstante, es una educación no intencionada.

Tucídides y Jenofonte recogen discursos de lo que allí se decía, siendo mucho de ellos instructivos.  Entre los muchos que podríamos poner de ejemplo, cabe destacar el debate sobre Mitilene. Ambos oradores, Diotodo  y Cleón enseñan a su auditorio toda su argucia para convencerles, pero más allá de ello están abriendo el camino para la reflexión de los ciudadanos allí congregados y, por tanto, están educándoles en la mejor forma de tomar decisiones de gran trascendencia. Es más, Diódoto no dudó en decir, al comienzo de su discurso, que la falta de educación –junto con la cortedad de entendimiento- conllevaba a la cólera, algo perjudicial para la toma de una decisión, más aún si esta se realizaba con precipitación[30]. Acaba el discurso aconsejando que se juzgara con calma, puesto que “quien toma sus decisiones con prudencia es más fuerte frente a sus adversarios que aquel que, basándose en su fuerza, se lanza a la acción de forma insensata”[31]. Al fin de cuentas, Diódoto estaba enseñando al pueblo la forma en que se debían tomar las decisiones.

Cleon presenta una versión mucho menos intelectual del pueblo, al cual acusa de dejarse persuadir por los razonamientos, y opina que “la ignorancia unida a la mesura es más ventajosa que el talento sin regla”. Es más, opina “que los hombres más mediocres por lo general gobiernan las ciudades mejor que los más inteligentes. Ello se debe a que “estos últimos quieren parecer mas sabios que las leyes y salir siempre triunfantes en los debates públicos, porque piensan que no pueden mostrar su ingenio en ocasión más importante, y como consecuencia de tal actitud acarrean de ordinario la ruina de sus ciudades”.  En definitiva, prefiera que sean las leyes la que gobiernen y no los hombres.

Pero incluso en el discurso de Cleón, ésta educando a los ciudadanos en la forma de gobernar la ciudad. A lo largo de ambos debates se enseña sobre la razón, sobre los sentimientos, sobre la realidad de su tiempo, entre otras muchas cuestiones.

En el debate sobre la condena de los generales de las Arginusas, de nuevo se vuelve a aconsejar al pueblo sobre la forma en que una decisión debía ser tomada, así Euriptólemo les decía: “os aconsejo, y así no es posible que os dejéis engañar ni por mí ni por ningún otro (…) para que no tengáis que confiar en nadie más que en vosotros mismos”[32]. Trataba enseñar a reflexionar a sus conciudadanos, algo que no consiguió en aquel momento, pero que los atenienses aprendieron poco después, puesto que cambiaron de idea –quizás porque cada ateniense reflexionó en su casa- sobre lo que habían hecho. De nuevo el debate enseña sobre justicia y leyes.

Evidentemente no se trataba de unos discursos carentes de contenidos. Hoy en día siguen dando mucho juego para reflexionar sobre ellos, y así lo hicieron en su época.

En Roma sucedía algo similar. Los oradores, en las contiones –abiertas a todos los ciudadanos- daban discursos de muy diversos tipos de acuerdo al tema que se tratara. Muchos de esos discursos aportaban amplios conocimientos a sus asistentes. Caben destacar los de Marco Tulio Cicerón, cónsul en el año 63 a.C., y considerado –de hecho por sí mismo- el mejor orador de todos los tiempos.  Éste jamás perdió la oportunidad –además de para vanagloriarse- de tratar sobre la historia de Roma, puesto que esta siempre era utilizada para ejemplificar. Un claro ejemplo son alguno de sus más conocidos discurso, como aquellos en los que ejerció de abogado. De la misma manera, el Senado debió ser siempre una cámara de aprendizaje para sus miembros.

El caso de España, posiblemente el discurso político no volvió a tomar ese carácter cultural hasta la Segunda República. España se lleno de mítines dados, no por meros políticos de pocas miras, sino por los principales intelectuales de este país. No se trataba de unos discursos vacíos y planos –como lo son hoy en día-, sino llenos de conocimientos y pasión, con los que los asistentes podían, más allá de conocer unas líneas políticas, aprender argumentos que enraizaban con todo tipo de conocimiento. Unos discursos que congregaban a miles de personas que, por propio interés, y costeándose la entrada a ellos –pues se debe recordar que se cobraba ésta- llenaban plazas de toros o aquellos lugares donde tuvieran lugar. De nuevo podemos mencionar a Manuel Azaña, quien logró congregar a medio millón de personas en el campo de Comillas (cerca de Madrid) provenientes de todas las partes de España ya fueran en trenes, autobuses, camiones, a caballo, en mula en burro y a pie[33]. Todos ellos por escuchar a don Manuel, un intelectual. Eran gentes de toda condición social, al igual que eran aquellos que en la Atenas clásicas se reunían para escuchar a los sofistas sobre diversas cuestiones,  muchos de ellos pagados por la propia polis.

3.2 El púlpito

El púlpito fue sin duda uno de los elementos con los que enseñar a gran parte de la población de los países cristianos. Cada domingo y fiestas de guardar la población europea recibía sermones y eran continuamente educados en los valores de la religión católica. Y esta educación no debe pensarse únicamente en términos peyorativos como acostumbramos; enseñar la propia religión puede aportar cierto grado de conocimientos –aunque claramente se hubiera requerido otro tipo de habilidades para hacer de éste algo más fructífero-, pero no podemos olvidar que las religiones, todavía más el cristianismo, tienen un afán docente que impera lo mismo que en las escuelas que en la predicación y en los oficios divinos. Y esto que se enseña es la parte racional de la religión, pues otra cosa es el sentimiento que ni se puede enseñar ni se puede aprender[34].

Muchos monjes se formaron a lo largo de su vida en los monasterios, en especial al abrigo del monacato irlandés, obra de san Patricio. Allí los monjes mantuvieron una formación escriturística y una cultura que se expresaba en latín. La expansión por Europa de los monasterios implicó que éstos se convirtieran en los focos de cultura. Allí obras eran copiadas y otras tantas fueron escritas. En todo caso, la verdad es que fueron muy pocos los que continuaron un aprendizaje durante su vida, muchos fueron los monjes y también los misioneros que se conformaron únicamente con saber leer y escribir, y una serie de conocimientos para transmitir, lo que hizo que San Bonifacio se quejara por ello[35].

3.3. Los viajes

La nobilitas romana, aquella que comandaba legiones, ocupaba magistraturas y sacerdocios, se encontraban fuertemente instruidos y una amplia mayoría tuvo interés a lo largo de su vida por continuar su formación. Tras la toma de toga virilis muchos eran los que, como Cicerón o el propio Julio Cesar, viajaban hasta Grecia en donde continuaban mejorando el griego, así como el aprendizaje por mano de maestros griegos del arte de la oratoria y la retórica. Una vez acabados los estudios era normal, desde la Tardorrepública,  que emprendieran un viaje a Grecia en donde ampliarían sus conocimientos en diversos aspectos. Podemos destacar a Marco Tulio Cicerón –aunque si bien sabemos que otros destacados miembros de la nobilitas lo hicieron: Julio Cesar, Marco Junio Bruto, Catón Uticense, Marco Antonio, etc.-, quien emprendió un viaje de dos años, cuando éste ya había ganado cierta fama como abogado, a Grecia en donde iba a perfeccionar sus conocimientos y conocer los grandes centros de la cultura y la filosofía, y ante todo, como el mismo declaró, la de mejorar su oratoria. Así visito diversos maestros de retórica y de filosofía. Ello permitía también poner en práctica sus conocimientos de griego. En especial, era obligada visita y estancia en Atenas, la ciudad de los grandes filósofos e historiadores, donde habían realizado parte de sus obras Platón, Aristóteles, Tucídides, con importantes sedes como la Academia. La visita de sus monumentos suponía grandes lecciones de Historia. El propio Cicerón declaraba a su vuelta: “Tras dos años regresé, no sólo mejor instruido, sino casi transformado. Pues mi voz ya no era excesiva, mi discurso se había sosegado, mis pulmones se había fortalecido y mi cuerpo ya no era débil”.

En todo caso, era algo tan moderno como Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, que se creó en España en 1907, y que permitió, entre otras cosas, la continuación de su formación a licenciados universitarios para salir, ante todo, fuera de las fronteras nacionales, y que fue aprovechada por un amplio número de ilustres personajes de la política, ciencia y literatura del momento, hasta que fue disuelta en 1938 por el entonces gobierno de Franco en Burgos. Fue aprovechado también por maestros, que mejoraron su formación gracias a ésta con la finalidad de que conociesen las mejores escuelas de Europa y proporcionarles una alta formación.

3.4. El simposio

 Una forma de adquirir nuevos conocimientos en la Antigüedad clásica era mediante el ocio, como era el banquete o simposio, en donde varios comensales –en número mayor a las Gracias y en menor a las Musas- debatían entre un amplio número de temas, aprendiendo unos de otros, o adquiriendo conocimientos de un personaje principal. Buena muestra de lo que ocurría en este tipo de reuniones nos ha dejado la literatura clásica, en donde podemos destacar El Banquete, una supuesta reunión que nos recoge Platón, en donde Sócrates había participado mostrando su amplio conocimiento. En dicho caso, el amor fue el tema fundamental.

Otro de los ejemplo, entre los muchos que podríamos dar, lo da el ya mencionado Cicerón en Sobre los oradores, en donde un supuesta reunión de varios de los prohombres de la República habían tenido una amplio debate acerca de la oratoria, así como del derecho. Otros tantos podrían ser mencionados, como el que escribió Macrino, bajo el título Saturnales.

De hecho, la misma conversación diaria era motivo para el aprendizaje como nos dice Cicerón de Cornelia[36]: “Pero influye mucho a quiénes se oye hablar cada día en casa, con quienes se conversa desde la infancia, cómo hablan los padres, los pedagogos e incluso las madres. Al leer las cartas de Cornelia, la madre de los Gracos, se hace evidente que aquellos hijos fueron educados no tanto en el regazo de la madre, como en conversación cotidiana”. También la mujer romana, la matrona, se educaba a lo largo de su vida, puesto que tenía la misión de educar a los hijos o, dicho de otra manera, educar a futuros ciudadanos. Un claro ejemplo fue Cornelia, la madre de los Gracos, de la cual nos cuenta Plutarco se rodeó de un nutrido grupo de hombres cultos y literatos.

Otro ejemplo de la formación de las mujeres nos lo da Claudiano en el elogio a Serena: “Los trabajos pierios y las composiciones de los poetas antiguos eran tu diversión: leyendo los libros que nos legó Esmirna, los que nos dio Mantua, condenas a Helena y no das tu aprobación a Elisa. Ejemplos más nobles se adueñan de tu casto espíritu: Laodamía siguiendo al Filácida cuando regresaba de nuevo a las sombras, la esposa de Capaneo precipitándose impetuosa para mezclar sus cenizas en común con las de su esposo que ardía en la pira y la digna Lucrecia arrojándose a su casta espada; ella, atestiguando con el suicido el crimen del tirano, levantó en armas para la guerra la justa cólera de su patria; murió gloriosamente siendo desterrada Tarquinio y tras haber vengado solo con su sangre la castidad y la libertad. De buen grado lees tales hazañas, tú, no menor en tu virtud, pero con mejor destino”.

Claro está, la mujer, en cualquier caso, debía tener ciertos limites en lo que aprendía –puesto que de otra forma se convertía en una mala mujer-. Salustio nos dice de Sempronia –que había estado involucrada en la conspiración de Catilina- que “era entendida en las letras griegas y latinas”, lo que consideraba algo varonil y malo para la recta conducta de una mujer.

3.5 La carrera política

En Roma, el Cursus honorum, la carrera política, estaba bien organizada y limitada  a edades mínimas con el fin, precisamente, de que quien ocupara la última y más importante magistratura, el consulado, hubiera adquirido, mediante el desarrollo de las anteriores, las competencias que se requerían para gobernar la Res publica. De la misma forma, debe ser entendida la entrada al Senado, al menos hasta la época silana, como aquellos individuos que habían adquirido a lo largo de su vida toda una serie de conocimientos y que por tanto estaban en condición de portar la auctoritas de la noble Cámara.

Platón, por ejemplo, en su ciudad ideal, aquella en la que se dividirían a los ciudadanos en tres categorías de acuerdo a sus capacidades, consideraba claramente un aprendizaje a lo largo de la vida de los sabios encargados, supuestamente, de tomar las riendas de la hipotética ciudad:

“A los veinte años, una vez concluido el curso de ejercicios gimnásticos (tres años), se los iniciará en las ciencias, otorgándoles ciertos honores como incentivo. Al llegar a los treinta años, se escogerá de entre ellos a los que hayan mostrado mayor constancia, firmeza y condiciones naturales para el estudio y la guerra y se les concederán nuevos honores, iniciándolos en la dialéctica”[37].

Luego de dedicarse cinco años a la misma, estos escogidos:

«descenderán de nuevo a la caverna» para ganar experiencia. Allí se observará si se mantienen firmes o vacilan. Quince años transcurrirán de este modo en la vida del futuro hombre de Estado. “Entonces es llegada la ocasión de conducir al término a aquellos que a los cincuenta años hayan salido puros de estas pruebas, y se hayan distinguido en las ciencias y en toda su conducta, precisándoles a dirigir el ojo del alma hacia el ser que alumbra todas las cosas, a contemplar la esencia del bien y a servirse de ella después como de un modelo para arreglar sus costumbres, las del Estado y las de los particulares, ocupándose casi siempre del estudio de la filosofía, pero cargando, cuando toque el turno, con el peso de la autoridad y de la administración de los negocios sin otro fin que el bien público, y en persuasión de que se trata menos de ocupar un puesto de honor que de cumplir un deber indispensable”[38].

3.6. El teatro

El teatro fue una forma con la que impartir cultura general a lo largo de la historia de éste. Probablemente no de una forma directa, pero si que se convirtió en uno de los medios en que los Estados, que quisieron iniciar la educación de sus ciudadanos más allá de la alfabetización, usaron.

El decreto que creaba el Patronato de Misiones Pedagógicas no menciona el uso del teatro, aunque si lo que se puede considerar una variante de éste, el cinematógrafo. No obstante, las misiones acabaron por usar el teatro, no para una mera animación sociocultural, sino para que el pueblo aprendiera. De hecho, en el discurso que se solía leer cuando la misión llegaba a alguno de los pueblos, y que fue el que se pronunció en la primera misión, decía “Nuestro afán sería poder traeros pronto también un teatro, y tenemos esperanza de poder hacerlo”[39].

No rescató la República esta forma de educar, esta se había mantenido a lo largo de muchos siglos, de hecho ya la Ilustración lo utilizó, así como diversas medidas que fueron tomadas en la Ilustración[40].

Este teatro, en todo caso, no era algo nuevo. Desde los tiempos de los griegos se mantuvo, en mayor o menor medidas, las representaciones teatrales. En el mundo clásico, estas obras, aunque divididas en tragedias y comedias, eran de muy distinta temática, pero todas ellas, además de entretener a un gran público –la entrada a los espectáculos teatrales era gratuita en las ciudades griegas, así como en las romanas-, tenían algo que aportar a su espectador.

Entre las obras más destacables, están aquellas históricas, que podían enseñar a su espectador el conocimiento del pasado, las cuales fueron comunes desde principios del siglo V a.C., siendo Frínico el más viejo autor de fondo histórico.  Éste había escrito una obra, ahora conocida sólo fragmentada, en donde se narraba la ocupación y la destrucción de la ciudad jonia de Mileto por los persas en el año anterior a la representación de ésta, es decir, el 494 a.C.[41]. Las Guerras Médicas fueron el motivo de varias obras tragedias como las Fenicias, en donde se narra la batalla naval de Salamina del 480 a.C. La Perseida de Quérilo de Samos nos cuenta las Guerras Médicas y la forma en que los atenienses obtuvieron la victoria frente al rey Jerjes. Los Persas, una de las más famosas obras de Esquilo, fue costeada en el 472 a.C. por Pericles y más tarde por Hierón I en Sicilia. Una obra además moralizante.

Teodectes compuso Mausolo (356-352 a.C.) sobre el sátrapa Mausolo de Caria. Mosquión compuso  Fereos, quizás sobre el asesinato del tirano Jasón de Feras o quizás Alejandro de Feras.  Se ofrecía en ellas una reflexión sobre la costumbre piadosa de los funerales religiosos, el respeto al difunto como sucede con la Antígona de Eurípides.

En lo que se refiere a la tragedia, algunos autores han llegado a considerar que fue una institución en el seno de la polis, y de hecho esta fue costeada por la propia polis en lo que se refiere al drama ateniense, puesto que la misión de la tragedia era educativa y dirigida a la enseñanza del pueblo[42]. Así, en la polis existía un jurado, que era elegido por el Consejo, juzgaba las obras que competían, previamente elegidas por el arconte epónimo. Dichas obras eran muchas veces sobre actualidad política. Al igual que se mencionaba al hablar de la Segunda República y la necesidad de establecer el régimen democrático mediante la educación de los ciudadanos, en Atenas ya sucedió eso mismo hacía siglos. El establecimiento en Atenas de una cada vez mayor participación de los ciudadanos en la democracia –aunque esta era esclavista-  hizo también necesario su permanencia mediante la educación del ideal político a sus gentes, la libertad, la igualdad y la participación de los ciudadanos en las tareas de gobierno, etc.

Durante la Edad Moderna, de nuevo fueron muchos los que tuvieron la oportunidad de asistir a ver las obras, ahora en corrales, de toda una serie de obras de los principales literatos europeos que se dedicaron a este género. En el Londres de Shakespeare fueron muchos los que pudieron ver en primer persona tan magnificas obras, las cuales de nuevo suponían para el espectador, además del conocimiento de diversos hechos históricos, la reflexión moral. Ello por no hablar de muchos de los literatos del Siglo de Oro que cultivaron este género en España.

Ello sin contar con los cantos épicos que eran recitados por profesionales –trovadores-, pues así fueron transmitidos durante siglos cantos como la Iliada y la Odisea, en donde cientos de personas se agolparían para escucharlos. No fue algo que se perdiera, hasta bien entrado el siglo XX han existido este tipo de juglares, muy populares a lo largo de la Edad Media, en donde de nuevo en ciudades, villas y pueblos la población podía escucharlos como ocio, pero era mas que eso. Se les estaba transmitiendo una serie de valores y conocimientos. Podríamos destacar la Canción del Roldan o el Cantar de Mio Cid, en donde se hacía conocer a las gentes hechos del pasado, así como un comportamiento heroico, los ideales caballerescos.

4.CONCLUSIONES

En resumidas cuentas podemos decir que la educación a lo largo de la vida ha existido siempre, con mayor o menor influencia, dependiendo de las oportunidades de aprendizaje de cada época y lugar. Además de ello, la voluntad de cada personas y sus propias necesidades para instruirse a lo largo del tiempo. Por otra parte, la educación de adultos propiamente dicha comienza en el siglo XIX como una cuestión de Estado para educar a las gentes en los rápidos cambios políticos y económicos que se habían producido.

Se puede observar que el estudio de la educación de adultos es mucho más complicado de lo que puede parecer a primera vista. En primer lugar, no se puede limitar a tan solo los últimos dos siglos de nuestra historia, por mucho que fuera en esta época cuando esta educación se expande. En cualquier caso, el estudio de estos dos últimos siglos también es complejo puesto que existen demasiados datos que deben ser sintetizados y contextualizados dentro de la propia evolución europea, si es que tratamos únicamente del caso español.

Pese a ello, los estudios van más encaminados a una investigación acerca de las actuaciones por parte del Estado, y no tanto de una enseñanza no formal como se ha hablado en este trabajo, en su segunda parte. De la misma manera, prácticamente no existe ningún estudio –al menos hasta donde yo he podido encontrar- que trate acerca de la posible educación que un adulto podía obtener gracias a distintas actividades como el teatro.

En cuanto a lo que podemos aprender de este trabajo, lo primero el de tomar toda una serie de ideas que en el pasado ya se pusieron en marcha. Habría que analizar la repercusión que estas tuvieron para, a partir de ellas, diseñar nuevas líneas de actuación, o incluso el de reutilizarlas, ya sea aquí, ya sea en otros países en vías de desarrollo. De la misma forma, es interesante el aprendizaje a lo largo de la vida de una forma informal, tal y como se ha descrito.

Además de todo esto, podemos observar como mucha de las iniciativas actuales tienen un origen antiguo o han ido evolucionando con el tiempo. En resumen, deberíamos decir que la educación para adultos siempre se deberá realizar al amparo de las circunstancias del momento. Toda medida que se tome, al igual que se tomó en el pasado, siempre deberá tener en cuenta su presente.

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[1]Consultado en el Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española: http://buscon.rae.es/ntlle/SrvltGUILoginNtlle
[2] VV.AA. (1982)
[3] MARZO, A. y FIGUERAS, J.M. (1990), p. 57.
[4] TIANA FERRER, A. (1991) p. 8.
[5] PEREZ SERRANO, G. y MARTÍN, M.T. (1990), p. 48
[6] TIANA FERRER, A. (1991), pp. 17-18
[7] MARZO, A.  y FIGUERAS, J.A. (1990), p. 61.
[8] CONDORCERT (1990), p. 44.
[9] A finales del siglo XIX, Inglaterra ya tenía institucionalizada y bien asentada la educación para adultos, como bien demuestra  los informes recogidos en BUISSON, F. (1899).
[10] LORENZO VICENCE, J.A. (1993), p. 95
[11] Gaceta de Madrid, 26 de abril de 1820, 469. Acerca de éste decreto se puede mencionar el artículo de CARREÑO, M. (1989).
[12] Esta medida fue ampliada con Real Decreto de 14de agosto de 1820, por el que se imponía la enseñanza de la Constitución en los seminarios conciliares. VERGARA, J. (2010), pp. 86-87
[13] Referencia tomada de SANTOS JULIÁ (2008), p. 310. Diarios, 27 de mayo de 1932, vol. 3, p. 979
[14] Decreto de 29 de mayo de 1931
[15] CANES GARRIDO, F. (1993), P. 165
[16] CANES GARRIDO, F. (1993), P. 156
[17] Referencia tomada de FERNÁNDEZ SORIA, F. (2007), p. 96
[18] Decreto 30 de enero de 1937 (Gaceta de la República del 2 de febrero)
[19] Orden de 29 de diciembre de 1939 que reorganiza la educación de adultos.
[20] GÓMEZ HERRÁEZ, J.M. (1993): pp. 183-185
[21] El artículo 31 de la Ley de Educación Primaria de 1945 trataba el asunto. Y un decreto del 10 de marzo de 1950 creaba la Junta contra el analfabetismo.
[22] PUELL DE LA VILLA, F. (2001)
[23] GARCÍA DE CORTÁZAR, J.A. y SESMA MUÑOZ, J.A. (1997), pp. 63-64
[24] BORES, P. (1986), pp. 80-103
[25] BORGES, P. (1986), p. 75. En esta obra, aunque no orientado a ello, se puede observar como se diseño todo un sistema que al fin y al cabo iba encaminado a enseñar  a los nativos americanos la civilización europea. En todo caso, Pedro Borges no trata sobre la educación que, al fin y al cabo, recibían los adultos, centrándose únicamente –concretamente en los dos últimos capítulos- acerca de la educación que recibían los niños indígenas.
[26] LORENZO VICENTE, J.A. (1993), p. 92
[27] FERNÁNDEZ SORIA, J.M. (1984)
[28] Citado en TIANA FERRER, A. (1991).
[29] GALBRAITH, V.H. (1935), p. 203, 205-6 y 210
[30] TUCIDIDES, 3.42.1
[31] TUCIDIDES, 3.48.2
[32] JENOFONTE, Helénicas 1.7.19
[33] JULIÁ, S. (2008), pp. 371-372
[34] OTTO, R. (1980), pp. 85 y 90
[35] GARCÍA DE CORTAZAR, J.A. y SESMA MUÑOZ, J.A. (1997), p. 71
[36] CICERÓN, Bruto, 211
[37] PLATÓN, La República 537d.
[38] PLATÓN, La República 540a, b, c.
[39] Patronato de Misiones Pedagógicas, 1934, p. 13. El discurso fue escrito por Cossío para la misión celebrada en Ayllón (Segovia) del 16 al 23 de diciembre de 1931. Citado en CANES GARRIDO, F. (1993), p. 153
[40] Ver el artículo de VIEITES, M.F. (2002) que trata acerca de este tema.
[41] HERÓDOTO 6.21
[42] SANCHO ROYO, A. (2005), p. 103

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