Historia medieval

Al-Ándalus

Al-Ándalus es el término con el que se designaba al territorio peninsular bajo dominio del islam entre los siglos VIII y XV, aunque dicho territorio fue reduciéndose conforme los reinos cristianos fueron avanzando desde el norte.

Tras la caída del Imperio romano de Occidente en el 476 d.C., el territorio peninsular quedó en su mayor parte bajo control de los visigodos. Estos habían cruzado un siglo antes el Danubio y penetrado en el Imperio romano de Oriente, hasta que finalmente fueron ubicados por los romanos en el sur de la actual Francia con el fin de proteger la península de la amenaza de los pueblos bárbaros. El vacío de poder dejado por Roma les llevó a formar su propio reino con capital en Toledo.  Con el tiempo acabaron por dominar toda la península tras incorporar el reino suevo en la zona de Galicia y la costa sur mediterránea, que estaba bajo el domino bizantino. Si bien al principio había distinciones entre la población hispanorromano y la visigoda, la conversión al catolicismo de estos últimos (eran arrianos) hizo que esta distinción fuera desapareciendo.

La conquista Hispania
La conquista Hispania

No obstante, el reino visigodo se encontraba en una crisis política. A principios del siglo VIII la nobleza visigoda se encontraba dividida en dos bandos enfrentados: los que apoyaban al recién elegido rey Rodrigo y quienes apoyaban a Akhila, hijo del anterior rey, Witiza. La facción de este último solicitó la ayuda de las tribus arabo-bereberes en el norte de África. En el 711 cruzaron el estrecho de Gibraltar tropas bereberes al mando de Tariq, a las que siguió un ejército mayor comandado por el árabe Musa. Tras vencer a Rodrigo y comprobar la debilidad del reino (o más bien el vacío de poder), parece que decidieron incluir la península bajo el gobierno del Califato de Damasco. En los siguientes años se ocuparon de pactar con la aristocracia local hispana la entrega de ciudades y territorios, respetándose posesiones materiales y la religión a cambio de pagar los impuestos pertinentes, es decir, simplemente se sustituyó la autoridad visigoda por la autoridad islámica. En pocos años la totalidad de la península, a excepción de las zonas montañosas de la Cordillera Cantábrica y los Pirineos, se encontraba bajo dominio de las autoridades islámicas.

La organización política del Al-Ándalus pasó por diversos periodos. Tras la ocupación, se creó un emirato (provincia) dependiente del califato de Damasco. En el año 750, se produjo un cambio dinástico en el califato, que llevó a los Abassíes al poder, los cuales trasladaron la capital a Bagdad, no sin antes acabar con todos los miembros Omeyas. Solo Abderramán sobrevivió, quien llegó hasta Córdoba (capital del emirato) y consiguió hacerse con el poder del Al-Ándalus en el 756. Daba lugar a un emirato independiente políticamente, pero que seguía bajo la teórica dirección religiosa del califa de Bagdad. Fue en el 929 cuando Abderramán III, en plena fragmentación del califato de Bagdad, decidió convertirse en la autoridad religiosa del Al-Ándalus. Nacía así el Califato de Córdoba.

La lucha entre las distintas tribus en el interior del califato que dominaban las distintas regiones hizo que el califa en Córdoba fuera perdiendo el control del territorio. En el 1031, se depuso al califa Hisham III y Al-Ándalus se dividió en una multitud (casi una treintena) de reinos de taifas independientes, la mayoría de gran debilidad, lo que permitió el avance de los reinos cristianos.

No obstante, el territorio de Al-Ándalus estuvo políticamente unido otra vez con la llegada de los almorávides desde el norte de África. Estos fueron llamados por algunos de los reyes de taifas incapaces de frenar el avance de los reinos cristianos, sobre todo tras la conquista de Toledo por Alfonso VI en el 1085. Poco duraría este dominio almorávide (1089-1143), pues la derrota de Coímbra ante los cristianos (1117) y la perdida de Zaragoza (1118) debilitaron al Imperio almorávide, lo que supuso un nuevo periodo de taifas entre 1143 y 1172. Su corta duración se debió a que el Imperio almohade, también desde el norte de África (en donde había sustituido al Imperio almorávide), volvió a agrupar políticamente el Al-Ándalus entre 1176 y 1212.

Tras la batalla de las Navas de Tolosa (1212), se fragmentó nuevamente el Al-Ándalus, lo que dio lugar a las efímeras terceras taifas, pues prontamente cayeron en manos de Fernando III de Castilla.  Desde 1248 solo el reino de Granada se mantuvo bajo la dinastía nazarí hasta 1492. Sobrevivió no tanto por la fortaleza de esta taifa, sino por las disputas entre la Corona de Castilla y la de Aragón.

Socialmente, no existió un gran cambio tras la conquista arabo-bereber. La población hispanorromana, de mayoría cristiana (aunque también había judíos), mantuvo su religión, aunque gobernada por los clanes árabes y bereberes, así como la antigua aristocracia hispanovisigoda. En cualquier caso, los clanes árabes (baladíes) estaban en la cúspide social, lo que creaba rencillas con los bereberes, quienes, pese a ser musulmanes también, se encontraban en una posición inferior.

Con el paso del tiempo, comenzó una conversión de los cristianos al islam por la sustancial ventaja de no pagar impuestos. Pese a ello, los recién conversos (muladíes) seguían en inferioridad social frente a los clanes árabes. Por otro lado, hubo una minoría que permaneció fiel al cristianismo, los llamados mozárabes. Estos últimos, pese al inicial respeto, estuvieron cada vez más amenazados, especialmente por la doctrina maliki.

Así pues, en los primeros siglos del Al-Ándalus existían tanto diferencias religiosas (cristianos, judíos y musulmanes) como étnicas (hispanovisigodos, árabes y bereberes).

Durante la época del califato de Córdoba, se fueron eliminando las distinciones étnicas, quedando toda la población integrada en una sociedad musulmana cuyas distinciones sociales se basaban ahora en la riqueza. Así, al finalizar el periodo del Califato existía una auténtica sociedad andalusí. Cabe destacar que se creó una gran clase media que habitaba en las ciudades, aunque debió existir también un campesinado que trabajaría en los grandes latifundios de la aristocracia bajo algún tipo de régimen de servidumbre. Debemos mencionar también la existencia de esclavos, que en el caso de los reinos cristianos básicamente habían desaparecido.

En cuanto a los cambios económicos, debemos destacar el auge del comercio y de la artesanía. Respecto al primero, se basaba en un comercio monetario (se introdujo el sistema monetario del Califato de Damasco: dinares de oro y dirhemes de plata) de objetos de lujo que se extendía a lo largo de las tierras bajo dominio del islam, así como un comercio alimenticio destinado al mantenimiento de la numerosa población de las ciudades que, a diferencia de la Europa cristiana, recobraban importancia como centros económicos. En ellas se reactivó la artesanía, casi desaparecida desde la caída del Imperio romano.

No obstante, la agricultura seguía siendo una importante parte de la economía. En las zonas rurales se daba una economía de autoconsumo, aunque hubo también cambios en las técnicas y los tipos de cultivo: sistemas de regadíos y la introducción de productos frutales, hortícolas y plantas industriales como el algodón, que completaron la tradicional trilogía mediterránea de trigo, olivo y vid.

El cambio más importante fue el cultural. La amplia conversión al islam produjo una arabización de la sociedad y el árabe se convirtió en la lengua principal (de la que todavía quedan algunas palabras en español). En cualquier caso, debemos destacar que Córdoba se convirtió en un auténtico foco de saber. Encrucijada entre el mundo cristiano e islámico, se recopilaron tanto obras de tradición árabe como clásicos griegos y romanos, lo que permitió un desarrollo de las ciencias prácticas como la medicina, la astronomía, las matemáticas y la geografía, así como de la filosofía, la música y la literatura.

En el plano artístico, se fundieron en la península las tradiciones artísticas locales (romanas y visigodas) con las típicas del arte islámico, oriental y helenístico, lo que dio lugar a un arte típicamente hispanoárabe del que todavía queda un importante patrimonio como la Alhambra de Granada o la mezquita de Córdoba. Ello sin contar el posterior arte mudéjar.

BIBLIOGRAFÍA:

CHALMETA, P. (1994): Invasión e islamización: la sumisión de Hispania y la formación de al-Andalus, Mapfre, Madrid

GUICHARD, P. (2015): Esplendor y fragilidad de al-Andalus, Editorial Universidad de Granada, Granada

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información. ACEPTAR

Aviso de cookies

This site is protected by wp-copyrightpro.com