Aqua: el abastecimiento de agua en las ciudades romanas
«El agua es imprescindible para la vida, para satisfacer necesidades placenteras y para el uso de cada día». Esto mismo es lo que decía, con toda razón, el arquitecto romano Vitrubio en sus Diez Libros de Arquitectura (8.1). Todas las sociedades han necesitado estar siempre cercanas a este valioso recurso, en especial cuando los grupos humanos abandonaron el nomadismo. Los asentamientos venían determinados por varios factores –zonas altas que los protegieran, por ejemplo-, pero, ante todo, el emplazamiento era dado por la existencia de una fuente de agua suficiente que permitiera el abastecimiento humano y otras tantas actividades que requieren el valioso líquido.
Roma dominará este recurso como nunca antes lo había hecho otra cultura –junto con el opus caementicum, quizás sean las técnicas hidráulicas el principal síntoma de evolución cultural-. Desde sencillos procedimientos para almacenar y extraer agua hasta magnas construcciones, populosas ciudades eran abastecidas –a veces con agua procedente desde varios quilómetros- calle por calle mediante una amplia red de redistribución. Europa no volvería a verlo hasta bien entrado el siglo XIX.
El agua además tenía importantes implicaciones religiosas y filosóficas. Muchas religiones del mundo antiguo consideran al agua como un poder originario. De hecho, en Egipto, donde el recurso más importante era el Nilo, existía una liturgia relacionada con el agua en los templos. Para los filósofos, no se equivocaban, era una sustancia siempre presente en los organismos vivos. Muchos fueron los que afirmaron que el agua, entre otras, siempre era una sustancia básica.
Recogida del agua de lluvia
Parece lógico pensar que lo más sencillo es tomar el gua de los propios ríos, lagos y lagunas. Sin embargo, las aguas de estos no eran tenidas en buena consideración, al menos por los romanos según nos comenta Frontino (De. Aq. I) que fue autor de una obra llamada De aquis urbis Romae. Los ríos, en especial, han sido siempre los lugares naturales para el desecho, la putrefacción de animales muertos o la propia defecación de estos. Ello puede provocar que el agua de estos no fuera lo suficientemente salubre para el consumo. De hecho, el propio Vitrubio da diversas técnicas para averiguar la calidad del líquido (8.4). Por ello, los romanos idearon diferentes maneras para abastecerse.
Antes de que se realizaran grandes obras de infraestructura hídrica, uno de los procedimientos para el aprovisionamiento del agua fue la creación de depósitos, en donde se guardaba el agua procedente de la lluvia –la cual se consideraba que poseía propiedades mucho más salubres-. Así, hacia el siglo VI a.C., las casas romanas estaban dotadas de cisternas que recogían el agua del tejado. Hacia el siglo III a.C., para mejorar la recogida de este agua, se comenzaron a construir en el atrium de los domus una abertura cuadrangular en el tejado, llamada compluvium, por donde caía el agua procedente de los distintos tejados –ya fuera por el propio alero, ya fuera por las gárgolas que decoraban el final de los tejados- El agua, de esta manera, caía al interior de este patio, siendo recogida en un estanque, normalmente realizado en piedra o mármol, llamado impluvium –usado también como elemento decorativo del atrio-. En este lugar, el agua reposaba para que las impurezas arrastradas a lo largo del tejado se depositaran en el fondo. Posteriormente, por un orificio en una posición más alta que el fondo, el agua caía a una cisterna subterránea bajo el atrium. Allí, era almacenada para su posterior uso. A veces, una red de tuberías –empotradas en la pared- la llevaban directamente al impluvium. Aunque este último sistema solía ser poco práctico, pues las fuertes lluvias provocaban que los conductos no fueran capaces de desaguar a gran velocidad.
En los peristilos –también en jardines y palestras públicos- existía un sistema parecido. En estos casos, el agua que caía del tejado solía ser recogida mediante un desagüe –realizado en el suelo- que recorría los pórticos. Estos tenían una ligera inclinación para transportar el agua hasta distintos orificios que conectaban con cubetas –estanque de decantación-. De allí, otro conducto llevaba el agua hasta la cisterna bajo el peristilo.
Para extraer el agua, se usaba un orificio, una especie de pozo, que comunicaba con la cisterna. Solían estar ornamentados mediante un brocal o puteal de cerámica o mármol. Estos, por lo general, se encontraban en el atrium o el peristilo, aunque en ocasiones las cisternas se encontraban bajo las cocinas, permitiendo recoger agua para cocinar directamente en ellas.
La amplia cantidad de precipitaciones podía provocar, incluso, que la cisterna no diera abasto. De ser así, ello hacía que la casa quedara inundada. Para que ello no sucediera, existía en las cisternas unos conductos, en la parte superior, que daban a la calle. De esta manera, si el agua los alcanzaba, el agua se evacuaba por allí, evitando que estas se desbordaran. En los lugares en donde existía alcantarillado, éste era conectado directamente al colector más cercano, evitando también que la calle se convirtiera en un arrollo.
Estas cisternas se construían en opus caementicum –al menos su interior, ya que la parte exterior solía ser de piedra-, pero pronto se observó que se producía filtraciones, perdiéndose agua. Por ello, el opus caementicum solía ser mezclado con la puzolana, piedra volcánica, que bien machacado hace que el cemento sea impermeable. En su caso, también se solía mezclar con polvo de cerámica y cenizas. A veces se recubría también de opus signinum, el cual está compuesto por un opus caementicum muy machacado. En los ángulos de las cisternas se solía poner un bocel para evitar fugas por allí. El tamaño de las cisternas dependía de cada casa o de cada edificio público –mayores en estos últimos, en especial en las termas-.
Las cisternas no se usaban siempre para recolectar el agua de lluvia, sino de la propia red urbana de abastecimiento, permitiendo una reserva de agua por si había un corte en el suministro habitual, el cual veremos más adelante.
Pozos
En aquellos sitios donde existía una capa freática, se realizaron pozos. Claro está, el clima determina cual de los dos sistemas era el usual. En el clima mediterráneo, las precipitaciones son, o solían ser, abundantes. De esta forma, la existencia de cisternas que recogían el agua de lluvia tenía lógica. Una ciudad podía abastecerse en la época que más llovía y sobrevivir, durante las estaciones más secas, con el agua acumulada. En cambio, en las regiones septentrionales europeas, se prefirió el pozo, pues eran mucho más sencillos. En la Galia, era usual que cada casa tuviera el suyo propio.
Estos, una vez excavados, eran escuadrados de forma rudimentaria, utilizándose, por lo general, la piedra. Pero en las zonas más húmedas, como Germania y Britania, se utilizaba la madera, de tal forma que los pozos tenían planta cuadrada.
¿Pero como buscar este agua? El ya mencionado Vitrubio nos da distintas formas para ello: «un poco antes del amanecer se tumbará uno boca abajo exactamente en el lugar donde se quiere encontrar agua y, apoyando con fuerza el mentón sobre el suelo, se observará atentamente todo el contorno alrededor; manteniendo el mentón apoyado e inmóvil, la vista no se elevará más de lo que es preciso, sino que, con toda exactitud, irá demarcando una altura totalmente horizontal; entonces, en las zonas donde aparezcan vapores que ondean y se elevan hacia el aire, allí mismo se debe cavar, pues tales fenómenos de ninguna manera se producen en lugares sin agua». Además de ello, el arquitecto indica que se debe observar los tipos de terreno, pues en los arcillosos el agua es escasa y de mal sabor, estando la mayoría superficialmente. En las arenas sueltas permanece este sabor, pero a más profundidad. En los terrenos de grava, aun poseyendo poco agua, tiene mayor calidad. La de más pureza se encuentra siempre en las faldas de los montes, entre rocas de sílice.
Se debe observar también la vegetación y realizar pruebas antes de iniciar la excavación del pozo. Por ejemplo, excavando una pequeña oquedad en el suelo, poniendo una vasija bocabajo durante un día y cubriéndola de tierra. Si existe agua, al día siguiente habrá gotas en el interior de la vasija. Es una de las varias técnicas que nos da el arquitecto.
Fuentes y presas
Uno de los recursos, en donde las había, solía ser el uso de las fuentes naturales – aquae saliens o profluens -, de donde brotaba agua de forma constante. Para su mejor uso, se solían realizar canalizaciones, así como la construcción de estanques que permitieran almacenar el agua. Estos lugares recibieron el nombre de ninfeos, pues se consideraban que en ellos habitaban las Ninfas –y en ocasiones también las Musas, Narciso y otras divinidades relacionadas con el agua-, teniendo una función ritual al mismo tiempo. En todo caso, era algo usual en todo el mundo antiguo, y, probablemente, los romanos se inspiraron en los griegos. Un importante ninfeo griego era la fuente Pirene de Corintio.
A veces, los estanques junto a las fuentes se podían convertir en auténticos embalses que almacenaban el agua de forma masiva, en especial cuando la fuente solo la suministraban de forma estacional. Se solía incluso inspeccionar los orígenes de las fuentes y, en su caso, se practicaban sobre la roca canales para mejorar el flujo de agua. A veces, si estos eran lo suficientemente amplios, se realizaban complejas presas, que daban lugar a verdaderos lagos, como sucedía con las presas construidas para alimentar de agua a la villa de Nerón en Subiaco. Allí se crearon tres lagos artificiales llamados Simbruina stagna.
Son obras, las presas, que no tienen nada que envidiar a las actuales. Realizadas para mantenerse a lo largo del tiempo, estaban realizadas de mampostería y paramento de sillar en su mayoría. Pese a todo, son pocos los vestigios que se tienen de ellas.
La traída de agua: acueductos
Evidentemente, estas fuentes se encontraban en las zonas montañosas o al pie de estas. Lo que había que hacer era trasladar el agua a las ciudades, las cuales requerían de un amplio suministro para hacer frente a las necesidades higiénicas y actividades industriales. ¿Cómo transportarla? Llevarla manualmente mediante aguadores era costoso y no hubiera dado el suficiente resultado. Así, se crearon los acueductos que conducían el agua desde estos lugares donde se almacenaba –caput aquae, lugar donde el acueducto tomaba el agua- hasta la ciudad. Además de fuentes, el agua también podía ser tomada desde la parte alta de los ríos, al considerarse que el agua era mejor conforme más cercana estuviera al nacimiento de estos.
El desarrollo técnico de los acueductos vendrá a partir de Julio César, cuando el occidente del Imperio se comience a urbanizar, requiriéndose la creación de una multitud de estos. Hasta aquel entonces es cierto que en Roma ya se habían realizado varios acueductos, pero la imagen de arcos sobre arcos que todos tenemos en mente no lo presentan esos primeros. Y de hecho, un acueducto no se define como el conjunto de arcadas –arcuationes– sino que el acueducto es el conjunto del recorrido del agua desde el lugar de captación hasta la llegada a la ciudad, independientemente de la forma que se tome para construir el canal de agua –specus-.
Así, por ejemplo, el acueducto de Samos –aunque griego- estaba realizado sobre la roca en el siglo VI a.C. En todo caso, no es usual encontrar tales construcciones en Grecia, ya que su territorio dispone de unos recursos hídricos mayores y sus ciudades poseían menos población. Solo cabe destacar el acueducto de Pérgamo, realizado por Eumenes II, el cual, a la vez que espectacular, debía salvar el terreno mediante un sifón –elemento que veremos posteriormente-.
En Roma, los primeros acueductos fueron el Aqua Appia -312 a.C.- y el Anio Vetus -272 a.C.-, ambos sin arcos –que fueron restaurados a lo largo del tiempo-. El primero que se construyó mediante arcadas fue en el 144 a.C.: el Aqua Marcia.
En todo caso, transportar el agua no era cosa sencilla. Se requería de conocimientos técnicos y constructivos muy profundos, en especial cuando el agua era transportada desde varios quilómetros. El acueducto que suministraba agua a la Cartago romana tenía una longitud de 132 km; el de Misena, en la Campania, de 96 Km; el Aqua Marcia, 91 km; y el Anio Novus, que también suministraba agua a Roma, 87 km.
En muchos casos, la longitud de estos venía dada por el propio relieve del terreno, dividiéndose de salvar multitud de obstáculos. Pero, además, había que tener en cuenta dos cosas. La primera es que el agua debía de fluir constantemente para evitar su estancamiento. Para ello el acueducto debía tener una pendiente suficiente. Por otra parte, la pendiente provocaba que el agua fuera acelerándose, lo que producía desperfectos. ¿Cómo evitarlo? A lo largo del recorrido había que crear depósitos de agua y pequeñas cascadas para desacelerarla. Posteriormente, el agua podía continuar su camino de nuevo a una baja velocidad.
De acuerdo a ello, se observa la necesidad de crear los acueductos mediante arcos, pues permite crear la pendiente deseada, evitando los accidentes del relieve al mismo tiempo. Las alturas de estos podían llegar a los 48 metros en su punto más alto como ocurre con el de Nîmes.
En las montañas, se solían realizar galerías para el transporte de agua a través de ellas. En ocasiones estas no eran utilizadas para llevar agua para el consumo, sino que en los embalses se realizaban para evacuar el agua sobrante. Un ejemplo se encuentra en el lago Nemi –aunque este era un lago natural-, el cual estaba regulado mediante un canal que atravesaba la montaña, desaguando el agua cuando alcanzaba el nivel de éste.
Uno de los problemas para el transporte del agua era salvar las depresiones. Es decir, lo ideal es captar el agua en una zona más elevada para transportarla en pendiente hasta la ciudad deseada. Pero claro está, el terreno rara vez ayuda. Imaginemos que el acueducto llega a una depresión profunda, en la que es imposible construir un acueducto que la atraviese. ¿Cómo salvarla? Lo más usual era que se evitara, prefiriéndose siempre dar un rodeo. Pero cuando ello era imposible, se realizaba el sifón. ¿En qué consistía este? Se hacía descender al agua velozmente hacia el fondo de la depresión para que posteriormente el agua pudiera ascender. Era muy complejo, ya que la velocidad debía estar bien calculada al milímetro. Poca velocidad producía que el agua no llegara de nuevo arriba. Por otra parte, un exceso provocaba que el agua saltara al llegar arriba, siendo imposible que esta continuara por el specus.
¿Qué cantidad de agua transportaban los acueductos? Depende de cada uno. El Anio Novus llevaba nada menos que 189.520 metros cúbicos de agua diaria a la ciudad de Roma. Algo menos el Aqua Marcia y el Aqua Caudia. Otros eran muchos más modestos, como el de Lutecia, que transportaba 2.500. Roma, que llegó a contar con once acueductos simultáneos, daba una media por ciudadano de 1.100 litros diarios, cantidad muy superior a la que se utiliza hoy en día en cualquier ciudad.
Las cifras son solo aproximadas, pues hay que tener en cuenta que a lo largo del recorrido se perdía agua por mucho que el specus fuera impermeable. Éste solía ser de piedra y enlucido en su interior por opus signinum. Por lo general, era abovedado para que el sol no evaporara parte del agua. Muchas veces se solían usar tubos de cerámica o de plomo para canalizarla. A lo largo del specus existía siempre registros o putei para poder entrar a su interior y mantenerlo.
No hay que dejar de mencionar que los acueductos a veces pasaban por los propios puentes, aprovechando, de esta manera, una misma construcción.
No hemos hablado de los de canales que, de igual modo, se construían para regar los campos. Estos ya venían dados desde antiguo, manteniéndose a lo largo del tiempo. Pero los romanos construirán algunos de gran magnitud. Sus funciones eran variadas, pues algunos se construían para alterar el cauce de un rio, normalmente para evitar un amplio caudal de agua mientras se construía un puente. Y, en ocasiones, servían para realizar algo que nos parece muy modernos: trasvases. No tenemos muchos ejemplos de ello, pero uno que parece que es claro se encuentra en el valle del Ebro, concretamente en el río Jiloca, afluente del Jalón. En la parte alta de su curso, varios canales le surtían de agua desde lagos endorreicos.
La red urbana de abastecimiento
Cuando el acueducto llegaba a la ciudad, este desembocaba en una gran cisterna, llamada piscina limaria, donde se decantaba, ya que, al fin y al cabo, era inevitable que el agua portara impurezas. A veces, antes y posteriormente a la llegada a la piscina, unas rejillas eliminaban parte de estas.
Estas piscinas podían ser, al mismo tiempo, grandes depósitos de agua. Enormes salas cubiertas donde poder almacenar el agua por si el acueducto dejaba de suministrar agua. A veces eran grandes cámaras alargadas, sujetándose en las paredes la bóveda –o varias de estas salas alineadas-. Otras veces, eran amplias salas de pilares o columnas que sujetaban de igual modo las bóvedas. Caben destacar la piscina mirabile de Misena o la de de Yerebaan Sarayi.
Más tarde, el agua iba al castellum aquae. ¿Qué función tenía éste? Era una especie de redistribuidor de agua. Desde este lugar salían las distintas tuberías que llevaban el agua a las calles de una determinada ciudad, pudiéndose cortar el suministro de una determinada zona, sin necesidad de dejar a toda la ciudad desabastecida. Aunque no en todas las ciudades el castellum aquae funcionaba de igual forma. Lo ideal, según comenta Vitrubio, era que el castellum permitiera dividir el suministro de agua en tres niveles distintos: un primer nivel debía suministrar el agua a las fuentes públicas, un segundo estaba destinado a edificios públicos –las termas por lo general- y un tercero a fuentes decorativas. ¿Qué sentido tenía? Pensemos en un momento de sequía. Lo lógico era economizar el recurso hídrico, cortando el suministro a las fuentes decorativas en primer lugar. Así, se garantizaba que el agua de las fuentes públicas, que era donde los ciudadanos la extraían para su consumo, permaneciera en funcionamiento el mayor tiempo posible.
Pero ¿cómo era conducida el agua hasta fuentes y edificios públicos? Como hoy en día, mediante tuberías que salían del ya mencionado castellum. Estas podían ser de tres tipos: de piedra –rara vez usadas pues eran costosas de realizar-, de plomo y de cerámica.
Las de plomo suelen ser más extrañas que las de cerámica, ya que el coste de este material era alto. Se construían a partir de una placa que se moldeaba para darle forma, siendo soldada mediante una colada de plomo, recubierta por pasta de cerámica, lo cual no daba buen resultado, al ser usual que la presión acabara por reventar la tubería por dicha pestaña. Eran de mayor longitud que las de cerámica y sus medidas suelen ser estandarizadas. Curiosamente Vitrubio dice que sospecha que las tuberías de plomo envenenaban el agua, algo que quedo demostrado en el siglo XX.
Lo más usado eran las tuberías de cerámica. Eran de amplio diámetro, pero su longitud no superara la del brazo humano, ya que estas eran fabricadas de forma manual. La unión se realizaba mediante machihembrado, es decir, cada tubería tenía un lado con mayor diámetro que el otro para encajar en ella otra tubería. La unión era sellada mediante un mortero de cal para evitar fugas.
En lugares húmedos, las tuberías se podían realizar en madera. En tal caso, se vaciaban los troncos, los cuales eran unidos mediante anillos de cuero o de metal.
En cualquier caso, estas tuberías iban siempre bajo las aceras. Se aprovechaban también las cisternas públicas para conectar las tuberías a ellas. Con ello se lograba reducir la presión que estas debían soportar –uno de los principales problemas, que conllevaba continuos reventones-. Al mismo tiempo permitía acumular agua como si fueran depósitos auxiliares del principal.
Más allá de los depósitos de las termas, era raro que una casa privada estuviera conectada al agua corriente. De hecho, era delito que alguien hiciera tal conexión, algo que era prontamente descubierto ya que la presión se reducía. Para recoger agua, los ciudadanos tenían en cada calle una fuente pública. Existen muchos modelos de fuente, aunque por lo general todas tienen una estructura similar. Se encontraban entre la acera y la calzada, formadas por cuatro losas sujetas por grapas de hierro –a veces eran de una única pieza-. El agua llegaba por un conducto que subía desde la tubería, vertiendo agua en el interior de la fuente de forma constante. Por tanto, éstas siempre estaban rebosando agua que caía a la vía, permitiendo la limpieza de ésta.
A veces, las fuentes eran estanques amplios que permitían recoger agua a un gran número de personas. Pero era habitual que se prefiriera siempre recogerla directamente bajo el chorro para que fuera más pura.
Por otra parte, era extraño que se tuviera que elevar el agua, pero en su caso, Vitrubio nos habla de la existencia de distintos mecanismo para ello: el tympano o tambor, la cóclea y la máquina de Ctesibio.
Evacuación del agua
Si importante era traer el agua a la ciudad y redistribuirla, más lo era la evacuación del agua contaminada. Uno de los métodos más sencillos, usado también por ciudades fuera del ámbito romano –Numancia por ejemplo- era el de evacuar el agua por las calles. De ahí que existieran las aceras para garantizar que los laterales de las vías estuvieran secos –así como losas elevadas en la calzada para cruzarla-. El agua residual caía –incluida las de las letrinas-, mediante pendiente, hacia las afueras de la ciudad. Un pestilente olor –para cualquier de nosotros- debía existir en las ciudades que usaban este sistema. Afortunadamente, el agua de las ya mencionadas fuentes públicas permitía una evacuación y limpieza mayor.
Este sistema era el usado en Pompeya –una de las ciudades que más datos aportan para conocer el funcionamiento de la red de abastecimiento-, en donde prácticamente la mayor parte de la ciudad no tenía un sistema de alcantarillado que evacuara el agua de forma subterránea. Ello era debido a la antigüedad de la ciudad, pero desde luego lo habría tenido de no haber sido sepultada por el Vesubio.
Las ciudades fundadas ex novo desde época de Julio Cesar construyeron una red de alcantarillado desde un primer momento. Estas alcantarillas seguían los trazos de la calles. Suele variar el sistema, aunque, por lo general, existe un gran colector –la cloaca máxima en Roma-, al cual dan el resto de alcantarillas. Vertiendo el primero las aguas residuales al río.
La forma de estas alcantarillas es diversa, así como sus tamaños que dependían del agua residual que debían transportar. Solían tener una bóveda esquifada, aunque también es frecuente encontrar cubiertas planas, así como losas o tegulae a doble vertiente. Para entrar a estas alcantarillas, existía una una serie de registros, que no varían en demasía a los actuales. Y junto a estos, solía haber desagües por donde se recogía el agua de lluvia, así como de las fuentes públicas.
Estas alcantarillas sí que solían estar conectadas los domus e insulae –edificios de varias plantas- mediante tuberías de cerámica –tales como las visto anteriormente-. De esta forma, se garantizaba que los residuos no fueran directamente a la calle, sino a los colectores.
¿Quién costeaba el suministro de agua?
Como se puede apreciar, realizar estas construcciones conlleva un amplio gasto, al igual que su constante mantenimiento. En nuestros días, somos los ciudadanos quienes pagamos por disfrutar de agua corriente, lo que permite costear las obras necesarias para ello. Para los ciudadanos romanos hubiera sido impensable pagar una especie de recibo del agua. El agua era totalmente gratuita, al igual que lo sería si hoy fuéramos a recoger el agua a las fuentes de los parques.
¿Cómo se costeaba entonces? Al igual que todas las obras públicas, estas eran pagadas por las aristocracias municipales, que a su vez ocupaban las magistraturas locales. De hecho, ocuparlas no conllevaba ningún tipo de salario, sino, todo lo contrario, debían costear con su dinero todas las necesidades de la ciudad. Así, los ediles –la magistratura que se ocupaba de las obras públicas- costeaban la construcción y mantenimiento del suministro del agua. Claro está, ello era una forma de perpetuar la memoria de estos, pues placas con sus nombres avisaban a los ciudadanos de quien lo costeó. Incluso en las tuberías es usual encontrar los nombres de los ediles.
En Roma, ciudad que alcanzó el millón de habitantes, el suministro de agua era tan importante que Augusto creó un oficio para ello. Eran los curatores aquarum, ocupadas siempre por miembros del orden senatorial con rango consular. Y de igual modo, para cuidar de las cloacas existían otros curatores con igual rango.
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