Características del occidente romano-germánico
La caída del Imperio romano de Occidente abrió un largo periodo –los siglos V a VIII–, protagonizado por los reinos romano-germánicos, que se caracteriza por la oscuridad en cuanto que existe un declive de documentación que permita reconstruirlo. Ante ello, la alternativa es acudir a la arqueología, la cual ha aportado en las últimas décadas una amplia cantidad de datos, especialmente para reconstruir la demografía y la economía, dos de los puntos que se tratan en el presente artículo, así como la sociedad y las nuevas formas de poder. De forma general, se podría decir que este periodo se caracterizó por la perduración de la Antigüedad y el cambio.
Comenzando por la demografía europea, éste es el aspecto más difícil de cuantificar en cualquier época, y mucho más entre los siglos quinto y octavo, en cuanto que tan solo poseemos datos arqueológicos. Tradicionalmente, la historiografía asumió que hubo un declive poblacional a escala europea, argumentándose las menciones que, escritos de la época, realizaban a pestes y enfermedades en las zonas costeras. A ello se le sumaban los datos arqueológicos. Por una parte, los arqueólogos han comprobado que ciudades enteras habían desaparecido, mientras que otras tantas –normalmente sedes episcopales– perduraban a duras penas, con multitud de zonas abandonadas. Por otro lado, se había demostrado, igualmente, que las zonas rurales altomedievales eran menores a las de época romana, algo que es común en toda Europa. De esta forma, los medievalistas venían a suponer que la población europea del siglo VII se había reducido considerablemente, hasta llegar a la cifra más baja de toda la Historia.
Sin embargo, hoy se discute hasta qué punto la demografía cayó, ante los datos aportados por una arqueología con unas técnicas más precisas y refinadas. De esta forma en las últimas dos décadas se ha venido demostrar que aquellas zonas que se consideraban abandonados no lo estaban tanto. Los antiguos arqueólogos se habían basado en materiales duraderos, como la piedra, el ladrillo, etc., para buscar indicios de hábitat, y, por tanto, la carencia de estos suponía la ausencia poblacional, y el abandono de amplias áreas en las ciudades. Pero la mejora de las técnicas permitió ver que en los restos romanos había, en muchas ocasiones, agujeros que se han interpretado como poste de maderas. La madera había desaparecido con el paso del tiempo, dejando tan solo estos agujeros como indicio. Ello supone que aquello que se había interpretado como abandono, no era tal, sino un cambio en los materiales de construcción –ahora se construía en madera-. En las áreas rurales sucedía lo mismo. Estas últimas habían aumentado desde el siglo III, ya fueran integradas en las grandes villae o en pequeñas unidades familiares. Y junto con todo ello una inestabilidad de los asentamientos.
Todo ello supone que la población altomedieval no había descendido tanto como se creía, aunque sí que hay un retroceso de ésta. Muchas ciudades, se sabe, desaparecieron, y de hecho prácticamente a lo largo del Medievo no se funda ninguna otra ciudad. Nuestras ciudades europeas provienen todas de la época romana. Y éstas habían perdido en mayor o en menor medida población, como es el caso de Roma. En general, el comienzo de la Edad Media supuso una crisis de las sociedades urbanas, a excepción de las bizantinas. Ello se debió fundamentalmente a la perdida de las actividades que estas realizaban, principalmente la económica. La pérdida del comercio del Mediterráneo hizo que las ciudades, como centros de distribución, fueran ya innecesarias. Por poner un ejemplo, la ciudad de Roma que se calcula que tenía, a principios del siglo V, medio millón de habitantes, se quedó con tan solo 50.000 en el S. VIII, y ello gracias al Papa y sus amplios dominios que creaban aún una cierta riqueza. Y aún con todo, las ciudades que permanecieron tendieron a la «ruralización», en donde su población se dedicará a la agricultura, e incluso en las zonas urbanas abandonadas surgieran campos de cultivos. La ciudad quedó asociada más bien a las murallas, únicas edificaciones que siguen manteniéndose. Se convertían, de esta manera, en meros centros de resistencia ante un posible ataque enemigo.
A partir de finales del siglo VII y principios del VIII se vuelve a recuperar la demografía, con un aumento de los asentamientos rurales. Aunque ello no quiere decir que sigan existiendo amplias zonas con muy poco poblamiento.
En cuanto a esa ruptura comercial en el Mediterráneo, se desconoce, de igual modo, cuando ésta se produjo. Pirenne sugiere que las invasiones germánicas no pone fin al mundo antiguo, el cual mantuvo aún su vigor, y la ruptura se produjo con la conquistas de oriente por los árabes, que es cuando el comercio se paraliza. Para Withehouse la ruptura del comercio se produce cuando el Imperio bizantino quiere recuperar los antiguos territorios romanos. Con todo ello, el comercio declinó ante una población rural encaminada a la autarquía, especialmente las grandes propiedades. Ya no era necesario un comercio a gran escala, que abasteciera las necesidades de grandes centros urbanos. Aunque sí se mantuvo el comercio de lujo, encaminado a proporcionar objetos de valor a la nueva nobleza.
Sea como fuere, la desaparición del comercio hizo que la tierra se convirtiera en la única fuente de riqueza. Las grandes posesiones sustentan la riqueza de los nobles –las posesiones de los emperadores romanos pasaron a pertenecer a las familias germanas- y de una Iglesia cada vez más poderosa –que acumula amplias propiedades provenientes de donaciones-. Son grandes dominios pero no iguales que los de época romana. Por una parte se sigue explotando la tierra, en ese aspecto hay continuidad entre el final del Imperio y la Alta Edad Media. Por otra parte el modo de explotación cambió.
En cuanto a la producción agraria, esta también cambia. La agricultura romana estaba influida por la demanda del Estado, así como del comercio. A partir del siglo V la desaparición de esto dos elementos llevaron a la desaparición de zonas agrícolas. Caía así, una agricultura prospera, con el consiguiente abandono de cultivos y campos –especialmente las tierras menos productivas-. Y con ello, se destruyen –por su abandono- presas, canalizaciones, etc., y ello se observa en los estratos de las desembocaduras de los ríos, en donde aumenta la sedimentación.
Los análisis de polen fósil indican también un declive de la agricultura tradicional, en especial los cereales y el olivo. A partir de ahora los cereales son más fuertes al clima pero menos productivos, y cambia la dieta respecto al Impero romano. El bosque tomo mayor importancia –importante para la recolección de productos y la caza-, así como un aumento de la ganadería, en especial en el norte europeo, mucho más boscoso, en donde la alimentación se caracterizará por las proteínas aportadas por estos animales, con la cerveza y la sidra como bebidas dominantes. Mientras en el sur se siguió manteniendo la vid el olivo, y por tanto el vino como bebida fundamental.
En cuanto a la sociedad, como es evidente, la antigua aristocracia romana se mantuvo –el Mediterráneo continuaba siendo un foco de romanidad-, mientras que la nueva aristocracia germánica prescindió en muchos aspectos de la civilización romana, la cual, poco a poco fue desapareciendo. La aristocracia se caracterizará por sus símbolos guerreros, al menos la aristocracia germana, que contrastaba con la pax romana. Ambas parece que mantuvieron sus diferencias jurídicas, así por ejemplo los visigodos no permitieron matrimonios entre romanos y germanos hasta el S. VI, y en la Galia se seguían mencionando las etnias de los obispos hasta el VII. En general, en toda la sociedad se fue produciendo una fusión cultural, que se aprecia en el abandono de los nombres romanos en favor de nombre germánicos.
Junto a la aristocracia se encontraba el poder de la iglesia y de sus miembros cuya misión era la de orar y la salvación de los hombres. Frente a estos dos estamentos, la gran mayoría de la población, cuya misión era el trabajo, principalmente, las tareas agrícolas, perdiéndose también artesanos de las ciudades, puesto que ahora serán los propios campesinos los que se autoabastecerán de los productos necesarios. Esta amplia masa de campesinos se homogeneizó respecto al mundo romano. En el mundo romano las distinciones entre estos eran muy variadas, desde pequeños propietarios libres, a colonos, y esclavos. El comienzo de la Edad Media supuso la desaparición de la figura del esclavo –según afirma P. Dockés-. Es decir, los antiguos esclavos –ahora reconocidos como hombres- pasaron a ocupar tierras en los grandes latifundios, pero con la única diferencia que ahora eran ellos los que tenían que alimentarse. Por otra parte, los antiguos colonos, es decir, campesinos anteriormente propietarios, que habían solicitado auxilio a los grandes latifundistas, empeoraron sus condiciones en cuanto que pasaron a formar, junto con los antiguos esclavos, la gran masa de siervos, los cuales debían servir a sus señores. Estos permitían a sus siervos la explotación de un manso o terra unius familiae, a cambio de una parte de la cosecha, así como de prestar su trabajo en diversas actividades, normalmente en la reserva señorial. Se iba caminando de esta forma hacia el vasallaje.
Aunque P. Bonnassie defiende que hasta el siglo X se mantuvo la esclavitud, así como la existencia de comunidades –conventus publicus vicinorum– de propietarios libres, con sus propios organismos de gestión.
Lo que si sufrió un cambio fue el concepto de la familia. Para los romanos ésta era prácticamente agnática, sin embargo la debilidad del Estado hizo que se ampliaran los grupos familiares, tomando fuerza el concepto cognático de familia, y las dos vías de parentesco, la materna y la paterna. Se trataba una forma de buscar protección, al igual que era la búsqueda, para el mismo fi, de un patrono, muchas veces para prestar un servicio de armas.
Esas amplias familias, rodeadas de una amplia clientela, y que en el S. VIII eran un grupo homogéneo –ya no había distinción entre proveniencia germana y romana-, ejercerán el poder sobre sus respectivas propiedades. A la cabeza de esta minoría aristocrática, que dependiendo del lugar portaban los nombres de duces, comites, earldormen, etc., se encontraba el officium palatinum, compuesto por los principales miembros de la aristocracia, que cercano al monarca, evitaba que éste tomara demasiada fuerza, al mismo tiempo que entre ellos evitaban lo mismo.
Y es que la característica principal fue la privatización de funciones que hasta entonces habían sido públicas. Por una parte el rey en teoría tenía esa función pública que había heredado de la tradición romana, en la práctica el rey no tuvo eficacia –más allá de los territorios que pertenecían a su propio territorio-. Aunque ya en época tardorromana sucedió algo semejante. Y es que al fin y al cabo, el monarca, ante su debilidad, debía compartir el poder con los miembros de la aristocracia, mediante la distribución de beneficios. Es decir, el monarca entregaba a estos miembros de la aristocracia las tres principales funciones del poder: militar, judicial y fiscal. A cambio, estos grandes señores debían acudir a la llamada del rey en caso de guerra. Y en muchas ocasiones los monarcas consiguieron que el trono se convirtiera en algo privativo de sus respectivas familias, o lo que es lo mismo, se pasó de monarquías electivas a monarquías hereditarias, siendo la monarquía franca –bajo la dinastía merovingia- en donde antes sucedió esto.
En cuanto al derecho, permaneció el germano en muchas ocasiones, que se caracterizaba por una estamentalización. Es decir, este no afectaba por igual a todos los hombres, como sucedía en el Imperio romano. Este derecho se aplica de una u otra forma dependiendo al estamento al que se pertenezca. Así las penas eran más duras para los de condición más bajas que para la nobleza, al igual que en un juicio la palabra de estos tenían una mayor consideración.
Pese a ello, si que se produjo una codificación al estilo romano, y en latín. Así, apareció el Código de Eurico, en el caso de los visigodos. La ley sálica entre los francos salios. La Ley gundobada entre los burgundios, el Edicto de Rothario de los lombardos. Y aunque en principio afectaron solo a aquellos de procedencia germana, con el tiempo, y la aculturización de los antiguos romanos y los germanos, éstas comenzaron a afectar a todo el territorio, como fue el caso del Liber Iudiciorum de Rescesvinto en la España visigoda