Geografía

Climas templados

Los climas templados se encuentran en ambos hemisferios, entre los paralelos 30 y 60º. La principal características de estos es la existencia de estaciones bien definidas, es decir, inviernos y veranos propiamente dichos. Estos climas están dominados por la circulación de los vientos del Oeste y el juego de masas de aire tropical y polar. El tiempo cambia por los anticiclones y borrascas móviles, que oscilan de Norte a Sur a lo largo del año, lo que provoca cambiaos importantes en ambas estaciones.

Sea como fuere, existe una amplia gama de climas, desde cálidos a fríos, secos y húmedos. La temperatura media anual suele ir desde los 10 a los 20º. Podrían ser clasificados como climas templados cálidos (subtropicales) y climas templados fríos. Los primeros se caracterizan por un invierno poco frío, como el clima mediterráneo y el clima chino, mientras que los segundos tienen un verdadero invierno como el clima oceánico y el continental.

Como sucede en toda clasificación, aunque hablemos en singular de los tipos de clima por comodidad, en realidad dentro de cada uno de ellos existe una amplia variedad.

 

Climas mediterráneos (bosque mediterráneo)

Este tipo de clima se da en el Oeste de los continentes, entre los 30 y los 45º de latitud en ambos hemisferios. Su nombre, claramente, lo recibe de la cuenca del Mediterráneo, en donde este clima es típico, pero también nos lo encontramos en las bandas costeras de California, Chile Central, El Cabo y el suroeste de Australia. En cierta manera, es un clima vinculado a las zonas costeras y su penetración hacia el interior de los continentes depende de las barreras orográficas (en tal caso se suele de hablar de clima mediterráneo interior). Es también un clima de transición entre los climas desérticos subtropicales y  los climas marinos de latitud media.

Este clima, como todos los templados, se caracteriza por la alternancia estacional. Durante los meses de verano se encuentra dominado por los centros subtropicales de altas presiones, lo que conlleva una estación de tiempo estable, soleado, altas temperaturas –superan los 20º- y sin precipitaciones.  

En cambio, en invierno, las altas subtropicales desciendes de latitud, lo que da lugar a borrascas frontales que aportan la mayor parte de las lluvias y un descenso suave de las temperaturas, aunque se producen periódicas olas de frío que provocan fuertes heladas en ocasiones. El mes más frío, en cualquier caso, no suele tener una temperatura media inferior a los 6º -en muchos casos superándolo con creces-. Por tanto, la diferencia térmica entre el más cálido y el más frío suele estar en torno a los 15º.  Esta oscilación térmica aumenta conforme nos adentramos en el interior de los continentes: las temperaturas en verano se hacen más tórridas y las de invierno más frías.  De la misma mantera, la oscilación térmica disminuye conforme nos acercamos a los trópicos, puesto que la temperatura media de los meses de invierno aumenta.

El régimen de precipitaciones es lo más característico de este clima. Frente al resto de climas en donde las precipitaciones se producen en los meses más calurosos, en el clima mediterráneo estas se producen en los meses invernales. Las precipitaciones invernales son de tipo ciclónico, producidas por las perturbaciones oceánicas que los vientos predominantes del Oeste dirigen en esta época. En los relieves que se oponen a estos vientos se producen también precipitaciones orográficas en forma de lluvia o nieve. La precipitación media anual oscila entre los 400 y 1.000 mm, y aumenta en las vertientes montañosas de barlovento. En la mayoría de los casos estas lluvias se concentran en pocos días, siendo de carácter torrencial. Los ríos, por tanto, pueden llevar durante todo el año un caudal mínimo y, en pocos días, transportar un amplio caudal e incluso desbordarse. La destrucción de cosechas y las inundaciones son un amplio problema.  Durante el verano las lluvias son escasas y si se producen son tormentas convectivas.

La sequía estival coincide con las altas temperaturas, lo que motiva la necesidad de regadíos para ciertos productos (cultivos de regadío), pero  por otra parte está el secano en donde el trigo, la vid y el olivo (los principales productos de este clima), que resisten durante el verano la sequía, terminan durante esa época su proceso de maduración. De esta forma, no existe una paralización de la actividad agrícola.

La vegetación que encontramos en este clima es el llamado bosque mediterráneo o durisilva, aunque también hallamos formación arbustiva conocida como durifruticeta.

En el caso del primero, se trata de un bosque con hoja persistente o perenne, pequeña y coriácea. Son árboles corpulentos pero no de gran talla, de unos veinte o veinticinco metros y con copas anchas y poco altas. Estas no llegan a unirse entre ellas, lo que hace que el bosque no sea tupido ni continuo. Los troncos se protegen con grandes cortezas como el caso del alcornoque, de donde se obtiene el corcho –actividad económica de estas zonas-.  La mayoría de las veces los bosques son monoespecíficos o en su caso con muy poca variedad. Típicos de este bosque son  la encina, algarrobo, pino de Alepo o carrasco. La gran mayoría soportan mal las heladas, pero pueden adaptarse a un clima poco lluvioso.

Bajo los árboles surge un estrato arbustivo que se organiza de muy distintas formas según las condiciones ecológicas de cada lugar: lentisco, coscoja, enebros, labiérnago, sabinas, múltiples cistáceas, leguminosas,  romero, mirto, ciruelo, vid, zarzaparrilla y madreselvas.  Las hojas son perennes en la mayoría de los casos, con hoja pequeña.  Tampoco impide la presencia de un tapiz herbáceo, aunque discontinuo, con plantas de ciclo anual.  A día de hoy, las circunstancias físicas hacen que este tipo de formaciones se encuentran en una situación límite. En estos bosques se crea un microclima que es necesario para el crecimiento de los nuevos árboles. La eliminación, por tanto, del bosque, implica la imposibilidad de que este se regenere.

Los mamíferos que sobreviven en este bosque son el corzo, ciervo, óvidos y, en zonas montañosas,  la cabra. De menor tamaño, la liebre, el conejo y la ardilla. También omnívoros como el oso, jabalí y el tejón. Todos estos,  a su vez, alimentan al lobo, lince, zorro, gineta, garduña, turón, el gato montés y comadreja. Existe también una amplia avifauna, ya sea por vivir durante todo el año en este bosque o por ser utilizado como parada en las migraciones anuales.  

También encontramos zonas mediterráneas en donde no existen formaciones arbóreas, es la durifruticeta, en donde existen agrupaciones vegetales de diferente porte, densidad y composición.  Son el jaguarzal, jaral, lentiscar, charnecal, tomillar. A veces se las denomina, en conjunto, como matorral.

Otro término que se suele usar en este tipo de vegetación es el de maquis, el cual hace referencia a formaciones arbustivas densas compuestas por lentiscos, madroño, brezos, retama espinosa, y algún arbolillo aislado.

Por su parte, la garriga tiene un desarrollo más reducido, de uno o dos metros, y carece de árboles. Se corresponde con zonas en donde existe pobreza del suelo y en suelos calizos. Encontramos cistáceas, labiadas y coscoja.

Estas formaciones son de gran interés para el hombre puesto que son aprovechadas para alimentación y remedios naturales. De hecho, su explotación puede llevar a su desaparición. En este caso la vegetación queda reducida a herbáceas, las cuales, a su vez, pueden ser aprovechadas para pastoreo, aunque con el tiempo se produce una erosión del suelo.  

La ausencia de prados naturales adecuados para el ganado vacuno hace que el mundo del clima mediterráneo no sea un productor de carne, leche y productos lácteos. Únicamente se da la ganadería ovina y caprina que en sistema extensivo aprovecha la escasa riqueza herbácea de montes y secanos.

El turismo es de gran importancia por sus temperaturas, incluso en el periodo invernal.

 

Climas oceánicos (bosque oceánico)

Este tipo de clima –llamado en ocasiones atlántico- se encuentra en las fachadas occidentales de los continentes, es decir, en las mismas que el mediterráneo pero en latitudes mayores. Se encuentra en el Oeste norteamericano, Chile, Nueva Zelanda, Europa occidental. Este penetra hacia el interior de estos por las llanuras hasta que da paso al clima continental.

Al existir una corriente que se dirige hacia el Oeste hay una gran influencia marítima, pero también las borrascas del frente polar hacen que el tiempo esté en constante cambio. El mar provoca que los inviernos sean suaves –la temperatura media queda muy por encima de los 0º- y los veranos relativamente frescos –no suelen superar los 20º-, lo que da una oscilación térmica que no suele superar los 10º. No son comunes las jornadas calurosas ni las heladas. Esto no implica que no existan nevadas durante unos pocos días. Claramente, las precipitaciones en forma de nieve aumentan conforme nos adentramos en el interior de los continentes.

En cuanto a las precipitaciones, estas son abundantes a lo largo del año, pero sobre todo en los meses invernales. Estas aumentas especialmente cuando hay cordilleras en el litoral en la trayectoria Oeste-Este de los vientos dominantes. En estos últimos casos las precipitaciones pueden superar los 2.000mm e incluso llegar a los 5.000mm. En el sotavento, por tanto, las lluvias son muy reducidas y ponen fin al dominio climático oceánico, por lo que es un clima que no penetra apenas en el continente. Además de este tipo de lluvias, también las ciclónicas son características, las cuales disminuyen conforme nos adentramos en el continente.

Corresponde a este tipo de clima, en la mayor parte de los casos, la llamada aestisilva, denominada también bosque oceánico o atlántico en Europa, o bosque de la zona templada de hoja caduca. No obstante, a excepción de Chile, lo encontramos únicamente en el hemisferio Norte.

Como ya indica uno de los nombres, se trata de un bosque de hoja caduca, cuya caída se produce en la estación fría. Son muy pocas las especies que nos podemos encontrar, no más de una veintena en Europa y una treintena en Norteamérica. Podemos destacar robles, hayas, chopos, olmos, arces, sauces, castaños, abedules, alisos, tilos, fresnos, nogales, las cuales suelen aparecer en bosques de una única especie. En el Oeste asiático podemos encontrar coníferas e incluso palmeras.

Son árboles corpulentos, que llegan a los treinta metros de altura. Las copas, contiguas, no suelen crear un dosel tupido y la sombra no es tan intensa como para no permitir el desarrollo arbustivo. Además, la hoja caduca permite a muchas especies herbáceas utilizar la luminosidad primaveral para su crecimiento.

Estos bosques han sido utilizados para la extracción de madera, así como frutos, por lo que el propio hombre ha tratado siempre de favorecer las especies que mejor convenían a este, de tal manera que únicamente se ha favorecido la regeneración de árboles tan productivos como castaños y avellanos.  

El sotobosque arbustivo está configurado por servales, cerezos silvestres, espinos, zarzales, brezos y tojos y plantas trepadoras como la hiedra. Las hojas muertas que caen de los arboles tienen gran importancia ya que permiten suelos ricos, lo que conlleva que exista una lucha entre las especies vegetales por el dominio del mismo.

Buena parte de la fauna de estos bosques se ha extinguido como el uro, bisonte europeo, toro salvaje y el tarpán de los bosques. Los grandes herbívoros que quedan son el ciervo y el gamo. De menor tamaño la liebre, el conejo, la ardilla y roedores menores. De ellos se alimenta depredadores como el lobo, lince, zorro, garduña, gato montés, turón, visón, comadreja y armiño.

Las actividades humanas, en muchas ocasiones, han marginado los bosques oceánicos a zonas marginales, especialmente a la montaña, entre los 800 y 900 metros de altitud.  Además de la extracción de madera, la eliminación de este ha tenido como objetivo la agricultura y la ganadería. Al ser sustituido por prados y cultivos se convierte en una fuente de alimento para el ganado. No obstante, la agricultura, en su mayor parte cerealista, es poco productiva debido a las bajas temperaturas durante prácticamente todo el año. Únicamente la avena y la patata son rentables.

Finalmente, debemos decir que este clima tan variable, que puede cambiar de un día a otro o en unas pocas horas, tiene consecuencias negativas: los cambios térmicos bruscos provocan enfermedades como gripes, catarros y pulmonías. Se observa un aumento de la mortalidad en invierno. Pese a ello, algunos consideran que estos cambios permiten un estímulo físico y mental para el hombre.

 

Climas continentales (taiga o bosque boreal)

Conforme nos vamos alejando de la costa occidental del continente hacia el Este, es decir, desde los climas oceánicos, entramos en un nuevo dominio climático, el clima continental. Se caracteriza este clima por una alta oscilación térmica, puesto que el invierno es riguroso, con meses con temperaturas medias por debajo de los 10ºC, y en verano las temperaturas aumentan considerablemente, llegando a superar en julio y agosto los 20ºC.  Esto se debe, entre otras cosas que veremos a continuación, por un amplio periodo nocturno en los meses de invierno y un aumento de las horas de sol en el verano. No existe, además, moderación del mar, ya que por lo general este clima se da por la existencia de cadenas montañosas que impiden, precisamente, la influencia del mar que modera al clima oceánico.

En el invierno, las precipitaciones son reducidas debido a altas presiones de aire frío o anticiclones térmicos, lo que ocasiona también una temperatura fría, mientras que en el verano hay lluvias moderadas debido a la sustitución de estos anticiclones por bajas presiones de carácter térmico. Únicamente en la franja de transición entre el clima oceánico y el continental las precipitaciones de invierno y verano se equilibran. De hecho, se puede hablar de climas de la fachada oriental caracterizados, precisamente, por el equilibro a lo largo del año de las precipitaciones, meses por debajo de cero, pero sin llegar a descender tanto como en continental puro, pero también veranos más rigurosos. Es lo que sucede en la fachada oriental de América del Norte.

La vegetación de este clima está dominada por la taiga, bosque boreal o aciculisilva. Se trata de una formación prácticamente circumterrestre que supone un tercio de los bosques de la tierra.  Se caracteriza por árboles de acículas, de la familia de las pináceas, los cuales crecen en tierras pobres. Existe una amplia gama de especies que se dan según variaciones regionales. Lo más normal es que una especie domine amplios espacios. El dosel de las copas de estos árboles se cierra a mitad altura y los tercios superiores emergen aislados, lo que permite la captación de la luz. El suelo, por tanto, es sombrío y el sotobosque es pobre tanto en el estrato arbustivo como en el herbáceo.

Los arboles poseen corteza gruesa, de madera blanda, con una tendencia a formar copas piramidales. Sus alturas superan los treinta metros y algunas especies las triplican como sucede en las pináceas de las Rocosas. Las pináceas poseen hojas perennes para soportar el duro y largo invierno.

Este tipo de bosque se degrada hacia el norte, conforme nos vamos acercando a los climas polares, en concreto a la tundra.

Viven en este bosque herbívoros como el caballo, el reno y el wapití. También pequeños roedores (ardillas, lirones y lemmings, castores) que se alimentos de los frutos que da el  bosque. Muchas de estas especies viven a caballo con la tundra.  El carnívoro más importante es el lobo y en Siberia Oriental el tigre. También hay zorros, linces y nutrias. Entre los omnívoros hay varias especies de osos y el puercoespín.  En cuanto a aves, además de las migrantes, encontramos algunas que viven en estas formaciones como piquituertos y cascanueces.

La ganadería extensiva y la producción de cereales suele ser el principal aprovechamiento agrícola en estas zonas. Esta última gracias a los cuatro o cinco meses en que las temperaturas aumentan y se producen las lluvias.

 

Climas Subtropicales húmedos, climas chinos o templados-cálidos de las costas orientales

Este tipo de clima se da en las mismas latitudes que el clima mediterráneo, pero en la fachada opuesta de los continentes, es decir, en la fachada oriental. Su versión más típica aparece en las costas de China, de ahí el nombre, pero también lo encontramos en la costa suroriental de América del Norte, en la costa argentina y en Australia.

Se trata de un clima con un régimen térmico semejante al clima mediterráneo, en el que únicamente cambia el régimen de precipitaciones En cuanto a su régimen pluviométrico destaca la existencia de precipitaciones suficientes durante todos los meses del año –en torno a los 1.000 mm anuales- aunque se destaca un ligero descenso de la precipitación en los meses invernales –el viento del oeste tiene un carácter continental-, que en algunos casos puede llegar a sequía estival, y un incremento igualmente notable en el verano debido al viento del Este. Esto se debe a que en la estación fría los anticiclones térmicos del interior de los continentes frenan en parte la entrada de borrascas, mientras que en el verano la cercanía de estas costas a la zona de influencia monzónica conlleva un aumento del paso de borrascas.

El crecimiento vegetal es constante durante todo el año, por lo que este clima está asociado a los bosques de bambú, así como helechos, magnolias, bajucos, palmeras, y árboles que proporcionan rica madera como el arce, roble, nogal, haya. Es característico de esta zonas el cultivo de la morera lo que permite un importante trabajo en la obtención de la seda.

Los principales cultivos, gracias a las precipitaciones, son el algodón, maíz, arroz, tabaco, caña de azúcar, agrios y té.  De hecho, en ciertas zonas incluso el clima posibilita la obtención de dos cosechas.

 

BIBLIOGRAFÍA:

CLAVERO, P.L. y RASO, J.M. (1983): Los climas. Fundamentos y sugerencias didácticas, Anaya, Madrid.

CUADRAT, J.M. (1992): “El mosaico climático del globo”, en LÓPEZ, F.; RUBIO, J.M. y CUADRAT, J.M., Geografía Física, Cátedra, Madrid, pp. 349-379

PATTON, C.P.; ALAXANDER, C.S. y KRAMER, F.L. (1983): Curso de Geografía Física, Vicens-Vives, Barcelona

RUBIO, J.M. (1992): “Biogeografía”, en LÓPEZ, F.; RUBIO, J.M. y CUADRAT, J.M., Geografía Física, Cátedra, Madrid, pp. 425-578

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