El avispero de los Balcanes
Si hubo una zona de especial conflicto en Europa, a lo largo del siglo XIX y principios del XX, este lugar fue los Balcanes, en donde se confrontaron, por una parte, la lucha de diversos pueblos por la independencia del Imperio otomano, y la lucha de dos Imperios, el Austro-Húngaro y el Ruso, por su control y la salida al Mediterráneo. A ello se le sumaba la lucha de los nuevos Estados entre sí. El conflicto de esta zona –el «avispero» como se le llamó en la época– desembocará finalmente, como una causa más, en la Primera Guerra Mundial.
Parece que los Balcanes estaban destinados a ser una perpetua zona de frontera. En época romana habían separado la civilización y la barbarie. Con la división del Imperio, fue aquella la zona por donde se trazó la frontera, y precisamente por aquel mismo lugar pasaría una nueva división, ahora entre el Imperio de Carlomagno y el Imperio Bizantino –sancionada en el Tratado de Aquisgrán en el 812-, y más tarde, después de que los Balcanes fueran conquistados por los turcos, se convirtieron en la frontera entre el Islam y la Cristiandad. Y tras la Segunda Guerra Mundial, el telón de acero pasó por allí separando el mundo capitalista y el comunista.
Eran, por otra parte, un «cajón de sastre» de pueblos. Provenientes del norte, se fueron estableciendo a lo largo del siglo V d.C. pueblos se origen eslavo –serbios, croatas, eslovenos, búlgaros, armenios, entre otros– que conformaron reinos –a partir del siglo IX– en constante cambios y luchas, y que serán el origen del nacionalismo decimonónico para reivindicar la independencia respecto del Imperio otomano, que habían conquistado toda la zona –incluso llegando hasta Viena– en el siglo XIV. A los pueblos de origen eslavo, se les sumaban también los rumanos, que mantuvieron su origen romano, y los griegos –de origen indoeuropeo– que reivindicaron su independencia en recuerdo a su pasado clásico. Existían, por tanto, una amplia diversidad de idiomas y dialectos: griego, rumano, serbo-croata, serbo-croatófonos, búlgaro-macedonio.
Junto con todo, una diversidad de religiones, católicos –croatas y eslovenos–, ortodoxos – serbios y búlgaros– y musulmanes.
Todas estas diferencias y circunstancias saldrán a relucir a partir del siglo XIX, cuando el férreo control que había ejercito el Imperio otomano sobre la zona empieza a decaer, como consecuencia de los problemas internos que padecía el Imperio –y las reformas llevadas a cabo por Selim III y mahmûd II-. Las ideas de la Revolución francesa alimentaron la independencia de los distintos nacionalismos balcánicos, así como las posteriores revoluciones de 1830 y 1848. La independencia griega es sin duda el máximo exponente, aunque no será tratado en este momento, centrándome únicamente en la independencia búlgara, serbia y rumana, así como las dos guerras balcánicas de principios del siglo XX.
SERBIA
Comenzando por Serbia, tras la firma del tratado de Passarowitz en 1718, el Imperio otomano cedía a Austria los territorios de la Serbia septentrional. Sin embargo, la mayor parte de los serbios siguieron bajo el dominio otomano. En 1804, una rebelión de campesinos, apoyados por Austria en la sombra, asesinó al bajá otomano que gobernaba en Belgrado, lo que hizo que muchas comunidades serbias se trasladaran a zonas montañosas, huyendo de la represión, y en donde comenzaron un primer núcleo independentista, liderado por Petrovic –o Karadjordjes, según los turcos, que significa, Jorge el Negro–. Dicha independencia estuvo apoyada por los austriacos y por los rusos, puesto que como se comentaba al principio, ambas potencias comenzaban a tener amplias expectativas para dominar este territorio. El líder independentista tuvo varios éxitos contra los otomanos, llegando a tomar Belgrado, ante un Imperio otomano que languidecía. Tras estos éxitos, y conscientes de que el Imperio austriaco meramente prestaba su apoyo con miras a un posterior dominio de Serbia, estos prefirieron buscar la alianza con Rusia, con el fin de mantener los territorios conquistados. Ante este apoyo abierto, el Imperio otomano concedió la autonomía a Serbia tras la firma del tratado de Bucarest en 1812, aunque al año siguiente los turcos consiguieron ocupar de nuevo los territorios serbios.
En 1815, surge un nuevo líder, Obrenovic –quien con los conflictos anteriores había forjado una gran fortuna–, que lleva a cabo un nuevo levantamiento que permite que el Congreso de Viena reconozca a Serbia. Pronto volvió Karadjordjes, que fue asesinado en 1817, iniciándose una lucha entre las familias de ambos líderes, que acabó en la coronación de Obrenovic como príncipe de Serbia, y que contó, una vez más, con el beneplácito del Zar. Tras años de tiras y aflojas, el Imperio otomano firmaba el Tratado de Akkermann en 1826, y más tarde el de Adrianópolis en 1829, por los cuales estos otorgaban una vez más la autonomía a Serbia, así como el reconocimiento de un principado hereditario, que no gusto a Rusia. Aunque entre 1839 y 1867 se alternaron en el principado los miembros de las familias de Karadjordjes y Obrenovic.
A partir de 1867, los turcos abandonan el territorio –después de que se ampliaran los territorios serbios– y Serbia se convierte prácticamente en un Estado independiente, el cual fue ratificado por el Congreso de Berlín en 1878, aunque ahora alineado con la política austriaca –que había ocupado Bosnia-Herzegovina, impidiendo que Serbia tuviera una salida al mar-. Se pretendía crear un mercado nacional económico que se extiende por la mayoría de los Balcanes hasta Tesalónica, quienes para estas pretensiones fomentaron la rivalidad de las dos familias.
En 1883, Serbia pasó a convertirse en reino, y Milan II Obrenovic coronado como primer rey de Serbia tras la independencia. Este monarca mantuvo una posición proaustriaca, y no dudaron en firmar distintos tratados con Austria que permitió que ésta controlara parte de la economía Serbia, a cambio de que se apoyara las reivindicaciones de Austria en el sur, en Macedona, así como la guerra con Bulgaria en 1885. El siguiente monarca, Aleksandar Obrenovic, se pasaría al bando ruso, y se aproximó a Bulgaria, firmándose un tratado comercial. A partir de entonces la corte y el propio Estado estarán salpicados por la violencia y el complot, que acabó con la muerte del rey en 1903, coronándose de nuevo la dinastía de Karadjodjevic, con Petar I, que se habían convertido en el representante del nacionalismo, con el acercamiento a los serbios en Croacia, y del sur de Hungría –ya se piensa en la construcción de un Estado Yugoslavo–. Se entraba en la órbita de la Triple Entente y se busca el apoyo de Rusia. Se intentará una salía al mar por Bosnia-Herzegovina –que en 1908 pasan a depender directamente de Austria– o por Macedonia, pero Austria impuso altos aranceles aduaneros con el fin de impedir el comercio Serbio. Finalmente Serbia firmó un tratado con el Imperio otomano para comerciar por medio del puerto de Tesalónica. Aun con todo, Serbia siguió queriendo su dominio sobre Macedonia, en donde los griegos también querían ampliar sus territorios, así como los Búlgaros.
CROATAS Y ESLOVENOS
Los croatas, al igual que el resto, pasaron a estar bajo dominio otomano en el siglo XII, y en los siglos siguientes bajo dominio húngaro, veneciano y austriaco de forma alterna. En el conjunto del Imperio austriaco, la nobleza poseía su propia Dieta, al igual que otros territorios del vasto imperio. Con la monarquía dual austriaca, los territorios croatas quedaron bajo la administración húngara. Aunque dentro de Hungría unos consideraban que Croacia era una mera provincia, mientras que otros consideraban que debía existir una relación federal, y otros que consideraban a Croacia como un Estado soberano. Aunque con particulares, que reconocían la lengua croata, se considero que el rey de Hungría lo era también de Croacia, que el parlamento era el mismo –con 40 diputados croatas–, y sus leyes las mismas. Tan solo mantenían un ban, nombrado por el ejecutivo húngaro, y una mera administración autónoma en asuntos interiores.
A principios del siglo XX se impusieron las ideas de Frano Supilo y Anton Trumbic para unir a todos los eslavos del sur como un tercer reino dentro de la monarquía austrohúngara, aunque una gran parte de la nobleza y la de oficialidad croata no mantenían estas mismas ideas, y desde luego no iban a aceptar este tercer reino junto con Serbia –de nuevo el origen del nacionalismo yugoslavo antes comentado–. La unión de los eslavos del sur ya era algo que se había dado desde antiguo y había tomado fuerza con la invasión napoleónica –Napoleón había formado una única administración de serbios, eslovenos y croatas del Imperio austriaco–, aunque si bien, muchos preferían una unión de estos entre los que estaban dentro del Imperio austro-húngaro, es decir eslovenos y croatas principalmente, dejando fuera a los serbios. Conformaron el Partido del Derecho Puro que mantuvo unas posiciones antiserbias, más que antiaustriacas. Mientras que en Serbia existía también un movimiento contrario a dicha unión. Sin embargo, las diferencias fueron mucho más que los puntos en común, y tuvieron más roces que algo en común. Y pese a que después de la Gran Guerra se acabó por constituir un Estado yugoslavo, éste no se lo creyó nadie, y desde el principio estuvo destinado a su separación.
BULGARIA
Bulgaria había sido otro Estado medieval, que quedo integrado bajo el Imperio otomano, y fue sin duda uno de los nacionalismos más duros en el proceso de independencia.
Los búlgaros no dudaron en enviar voluntarios en 1804 a Serbia –la que sería su enemiga un tiempo después– para poyar la insurrección que estos realizaron en aquella fecha. Apoyaron a Rusia en la guerra contra los turcos entre 1806-1812, y se creó el Centro nacionalista búlgaro, encabezado por Sofronio de Vratza, en Bucarest. En 1821, participaron en la rebelión griega, y entre 1828 y 1829 volvieron a apoyar a los rusos en su lucha contra los otomanos. Intentaron que en el tratado de Adrianópolis –que había concedido la independencia definitiva a los griegos, y la autonomía a serbios y rumanos– se les concediera la autonomía, algo que no consiguieron.
Pese a ser uno de los pueblos más activos, hasta este momento los búlgaros solo habían apoyado otros levantamientos, sin haber llevado a cabo el suyo propio, así que en 1835 había previsto un levantamiento que sería encabezado por Velcho, quien fue detenido por los turcos junto con otros tantos. En 1837 se produjo un nuevo intento bajo la dirección de Varbán Panov y Krestin Neshin. No triunfó, pero le siguieron otros, y en 1841 los otomanos llevan a cabo una amplia represión tanto de búlgaros como de serbios, y el exilio de una amplia cantidad de estos, que empiezan a unirse para luchar contra los otomanos. Una nueva rebelión, en 1850, tampoco triunfa, con la consiguiente represión de la población búlgara. A partir de la guerra de Crimea, entre 1853 y 1856, el movimiento de liberación búlgaro se reactiva, aunque en esta ocasión la derrota rusa, y el apoyo británico al Imperio turco, volverán a hacerlo fracasar. Es en este momento cuando surge Georgui Stoichkov Rakovski, que se convierte en uno de los principales activista de la revolución nacional búlgara.
En estas fechas, de igual modo, existirá un sentimiento nacionalista más fuerte, con el apoyo económico de una burguesía cada vez más fortalecida, la cual se empeñará en crear una educación nacional que impida la influencia turca y griega. De igual forma, se crea una iglesia nacional que se libera del patriarca de Estambul, con obispos propiamente búlgaros, algo que se consigue a partir de 1860.
En 1861, Georgui Sotichkov intentará aprovechar el conflicto serbio-turco para un levantamiento conjunto de los Balcanes. Sin embargo, la caída de Cuza en Rumania, en 1865, hizo que no funcionara.
En los años 70 del siglo XIX, existen distintos movimientos para crear un nuevo Estado. En Bucarest la Compañía de las Virtudes, que es apoyada por Rusia, intentaba crear un Estado federativo entre Bulgaria y Serbia. Mientras que en Odesa, otra sociedad, intentaba crear un Estado eslavo meridional –proyectos que se sumaban a los anteriormente comentados–. Otras agrupaciones influyentes fueron el Comité Central Revolucionario Búlgaro (CCRB), con guerrilla propia, que mantenía la política de Stoichkow Rakovski, y en donde surgirá Vasil Levski; así como la Organización Revolucionaria Interior, que tuvo gran influencia entre 1879 y 1871 dirigida por Karavelov.
Estas dos últimas organizaciones se unificaron –o al menos intentaron seguir una política común–, con sede en Bucarest, que acabará siendo dirigida por Karavelov tras la ejecución de Levski por los turcos en 1873. Hristo Bótev se hará cargo del CCRB, y en 1876 llevo a cabo una gran sublevación general, que acabó en una sangría, pero hizo que la opinión europea apoyara a los búlgaros. En una conferencia internacional se propuso la autonomía de las provincias de Tárnovo y Sofia, pero los turcos se oponían y Rusia les declaró la guerra en 1877. Acabó con la paz de San Stéfano en la que, además de la independencia de Serbia y Rumania, se daba la autonomía a Bulgaria con los territorios de Mesia, Tracia y Macedonia. Aunque, en la Conferencia de Berlín, Gran Bretaña y el Imperio austriaco se opusieron a este amplio Estado, considerando que sería como darle a Rusia la llave de los Balcanes. Así se creó el Principado de Bulgaria, tributario del Imperio otomano, que se encontraba entre el Danubio y el Balkan. El resto de territorios –Rumelia oriental– serían autónomos, pero bajo el poder del sultán. Macedonia prácticamente quedaba bajo dominio directamente turco.
En 1879, se reunión en Tárnovo la primera Asamblea Nacional búlgara presidida por el príncipe Dondukov Korsakov, con una constitución basada en un proyecto ruso. Pero en la cámara había ya dos grupos, uno partidario de los rusos y de un poder ejecutivo fuerte, y otro más democrático, quienes lograron que la constitución fuera por sufragio universal. La nueva cámara eligió a Alejandro de Battenberg, como Alejandro I, que estableció Sofía como capital. Dondukov Korsakov fue elegido jefe de gobierno.
Mientras, Rumelia oriental creó una asamblea con sufragio censitario, con un ejecutivo nombrado por el gobernador, que a su vez era nombrado por el sultán. Sin embargo, la Asamblea desde el primer momento mostró su interés por unirse al Principado búlgaro.
La aptitud de Alejandro I, que nombró sucesivamente gobiernos conservadores, hasta que finalmente no tuvo más opción que nombrar al liberal Karavelo presidente del gobierno, hizo que, apoyado por los rusos, diera un golpe de Estado, suspendido la constitución. Evidentemente, a los rusos les interesaba seguir manteniendo el control de Bulgaria, algo que no gustaba a los liberales. Aunque, dos años después, la unión de liberales, y parte de los conservadores que consideraban inadmisible la intromisión rusa, restauró la constitución con un gobierno de coalición presidido por el moderado Zankov.
Por otra parte, en Rumelia, se hacía cada vez más fuerte el movimiento para la unión con Bulgaria. Zacarias Stoyanov organizó un movimiento revolucionario en 1885, por el cual el gobernador fue expulsado y se unieron a Bulgaria. Alejando I aceptó la situación pese al revuelo que esto causó en Europa. Rusia consideraba bien dicha unión, siempre que pudieran mantener su influencia, aunque por aquel entonces Alejandro I se había separado de la política rusa. Austria-Hungría, evidentemente, no toleraba una Bulgaria de tales dimensiones dominada por los rusos, y por ello forzó a los Serbios para que se opusieran, iniciándose una guerra serbio-búlgara, en la que Bulgaria penetró en territorio Serbio, lo que hizo que Austria amenazara con entrar en la guerra directamente. Al mismo tiempo, el Imperio otomano lanzó su ofensiva, que acabó con un nuevo tratado de paz, el de Bucarest, en 1886, que restablecía las fronteras acordadas en la Conferencia de Berlín, aunque a partir de ahora, y cada cinco años, los otomanos reconocerían al príncipe búlgaro como gobernador de Rumelia. Sin embargo, las relaciones con Rusia se estropearon considerablemente, hasta que los rusos hicieron prisionero a Alejandro I, quien tuvo que abdicar. Repuesto en el trono por los británicos, finalmente este volvió a abdicar puesto que no quería el trono si no gozaba del apoyo del zar.
Stambolov, Mutkurov y Karavelov se hicieron sucesivamente cargo de la regencia, mientras la Asamblea Nacional, reunida otra vez en Tárnovo, elegía, en 1887, al nuevo príncipe de Bulgaria: Fernando de Sajonia-Coburg-Gotha, el cual era de origen austriaco, y que no gustó a los rusos. Los sucesivos gobiernos liberales, a partir de entonces, mantuvieron una política hacia Austria y Alemania, al tiempo de que se reestructuraba todo el sector económico para hacerlo más fuerte, aunque el gobierno de Stambolov se mantuvo en una continua crisis, hasta que dimitió en 1894. En los años siguientes, la cuestión será Macedonia, en la cual se producirán levantamientos contra el poder búlgaro, que finalizará en 1903 con el tratado de Múrzsteg, con el que se realizaba una reforma de la administración de Macedonia.
En 1908, se produce la total independencia de Bulgaria –junto con Rumelia– a instancias de Austria, al tiempo que ésta anexionaba Bosnia-Herzegovina. La independencia búlgara fue reconocida al año siguiente por los otomanos. El problema con Macedonia continuó, un nacionalismo algo extraño y de difícil estudio pues es tango antigriego como antibúlgaro. Los búlgaros consideraban que Macedonia era Bulgaria, y los serbios lo consideraban un Estado distinto. Macedonia acabó por ser divida en 1913 entre Bulgaria, Serbia y Grecia.
RUMANIA
En el siglo XVIII existían dos principados rumanos: Moldavia y Valaquia, que tras el o tratado de Tilsitt quedaron bajo la influencia rusa en 1807, y, en 1812, la firma de la paz de Bucarest con los otomanos hizo que se quedaran con la Besarabia. En 1821, se inicia la prima revuelta, Tudor Vladimirescu, que anima a los campesinos a que le apoyen, se apodera del principado de Valaquia, lo que hace que los rusos actúen en su favor, a donde envía ejércitos comandados por el griego Ypsilanti. Ambos no lograron entenderse, e hizo que pronto los otomanos recuperaran el control. Sin embargo, en 1826, el tratado ruso-turco de Akkermann, permitió a los principados elegir a los hospodars, quedando ambos principados entre la doble influencia rusa y otomana, que además se convirtieron en el campo de batalla de ambos imperios en los años siguientes.
Tras la batalla de Navarino de 1827, los principados fueron ocupados por el zar, y un nuevo tratado ruso-turco, esta vez en Adrianópolis en 1829, les dio la autonomía a ambos con ocupación rusa, la cual se prolongó hasta 1834. Pese a el absolutismo zarista, se moderniza la administración de ambos principados, y va despertando el liberalismo rumano, que se verá reflejado con la revolución de 1848. A partir de entonces, aparecen grupos secretos que pedirán al príncipe mayores libertades, especialmente el grupo de «los parisinos». De esta forma, en Bucarest, estos formaron un Comité revolucionario, que pedirá el fin del protectorado ruso, y un príncipe elegido por cinco años por una Asamblea representativa. El príncipe aceptó, pero pronto abdicó y se retiró a Transilvania.
Se unificaron los gobiernos de los dos principados bajo la presidencia de Nofit, aunque, para aquel entonces, rusos y otomanos ya habían penetrado en los dos principados para reponer la normalidad. Y mientras todo ello sucedía, en Transilvania la población rumana solicitaba su propia Dieta, en un momento en que los húngaros intentaban la independencia de Austria.
En 1859, Moldavia y Valaquia eligieron a un mismo dirigente, Alexandru Ion Cuza, y se independizan totalmente del imperio otomano, al tiempo que ambos principados se van unificando. Se iniciaba un tiempo de paz, en las que se van haciendo importantes reformas, en especial la ley de reforma agraria de 1864. Rumania se convertía, además, en reino en 1866, cuando una conspiración de las altas clases y el ejército envió al príncipe Cuza al exilio. Tras un plebiscito, Carlos de Honezollern Sigmaringer asumió la corona. Y, en 1877, se proclamaba la independencia total de los Principados unidos, con apoyo ruso, y se tomaba el nombre de Rumania. El nuevo Estado fue ratificado por los acuerdos de Berlín. El zar cedió, además, una salida al mar, la Dobrutja, aunque mantuvo la Besarabia del Sur.
LAS GUERRAS BALCÁNICAS
A partir de que Bosnia-Herzegovina pase a pertenecer a Imperio austriaco, los Balcanes se convirtieron en un polvorín. Bulgaria y Serbia, apoyados por los rusos, entablaron negociaciones para crear un frente contra los austriacos, aunque al final acabó siendo un frente contra el Imperio otomano. En 1912, Austria consigue una alianza con Bulgaria y Grecia, al tiempo que Montenegro –que se había mantenido desde siempre entre la independencia y la autonomía respecto a los turcos– enviaba tropas a Albania y declaraba la guerra al Imperio otomano –al tiempo que los turcos se retiraba de Trípoli, tras los acuerdos de Lausana, al haber sido ocupada por Italia–. Empezaba, así, la Primera Guerra Balcánica, en donde Montenegro, Serbia, Bulgaria y Grecia conformaron una Liga balcánica. Los búlgaros llegaron hasta Estambul, y los serbios al Adriático. Tan solo tres meses después de iniciarse la guerra, ésta llegaba a su final tras la firma del tratado de Londres. En general, el tratado no gustó a ninguno de los países firmantes, ya que Austria impidió que Serbia mantuviera la salida al mar que había conquistado, y por ello apoyaron la creación de Albania. Y por su parte, los búlgaros tuvieron que ceder territorios macedonios a Serbia.
El tratado de Londres, lejos de estabilizar la situación, hizo que al año siguiente, en 1913, se produjera la Segunda Guerra Balcánica, esta vez entre los distintos miembros de la antigua Liga, que estuvo a punto de convertirse en un conflicto entre las grandes potencias europeas que apoyaron a los dos grupos de contendientes. Por una parte, se encontraba Bulgaria, apoyada por Austria-Hungría –y por tanto por la Triple Alianza–. Por otra parte, Serbia apoyada por Rusia –y que también fueron apoyados por Rumania y Grecia, e incluso el Imperio otomano–, y por tanto bajo la protección de la Triple Entente. De este modo, Bulgaria atacó a Serbia y Grecia con el fin de recuperar los territorios que consideraban suyos. Los búlgaro fueron prontamente derrotados. Ello hizo que tuvieran que ceder los territorios –tras la firma del tratado de Bucarest– ganados en la Primera Guerra Balcánica, que pasaron en una gran parte a manos serbias –que también integró a Montenegro–. Grecia siguió manteniendo sus territorios en Macedonia, adquiriendo ciudades como Tesalónica. Y Rumanía adquiría la Dobrutja septentrional.
El gran beneficiario fue sin duda Serbia, que se convertía en la gran potencia Balcánica, y empezará a forzar la creación de Yugoslavia, y por tanto, debía enfrentarse a Austria, que dará la chispa para el comienzo de la Gran Guerra.