Proximo Oriente Antiguo

El Imperio Antiguo

El Imperio Antiguo, la primera gran etapa de esplendor de Egipto -la época de las Pirámides- abarca la III, IV y V Dinastías, así como la VI, aunque ésta última se considera un momento de decadencia que desembocara en el Primer Periodo Intermedio. En una cronología absoluta, el periodo que vamos a ver va desde el 2686 al 2345 a.C.
El hijo de Jasejemuy, Sanajt-Nebka, – que veíamos cómo el último miembro de la segunda Dinastía Tinita- es el iniciador de la tercera Dinastía (2686 al 2613), aunque de este personaje poco es lo que se conoce, y lo único que podemos atribuir a él -y no con seguridad- es la construcción de una mastaba en Saqqara, predecesora de la pirámide escalonada.
Más conocemos de su sucesor, Dyoser o Tosortro, en cuyo reinado se produce toda una serie de cambios, con los que se inicia aquel esplendor de la monarquía faraónica, con un Estado que se expande hacia el Sinai -que es colonizado ahora-, y hacia Nubia, por sus importantes recursos naturales.
En la vertiente religiosa, el dios Re surge, en este momento, como un dios que se pone a la cabeza del panteón egipcio. Aunque como divinidad solar, Re representa en el sol de mediodía, mientras que Atum es el sol del atardecer, y Jepri es el sol de la mañana -cuyo símbolo es el escarabajo-. El culto a Re, adoptado por la monarquía, se centraliza en torno a ésta. Ra y el Faraón son algo así como una misma persona, siendo el faraón el doble terrenal del dios. A la muerte del faraón, éste se convierte en Re, de ahí la necesidad de un cambio en el ritual funerario, en donde la pirámide, que apunta al cielo, toma el protagonismo.
De la misma época de Dyoser es Imutes, quien será su visir, y profundo conocedor de medicina y arquitectura, hasta el punto que se convertirá en el dios de la medicina. El único individuo, sin ser faraón, que llegó a entrar en el panteón divino.
El poder se centraliza ahora en torno al faraón, quien reside en Menfis, siendo al mismo tiempo sumo sacerdote de la religión del país, quien delega sus funciones religiosas en los sumos sacerdotes de los templos, que son nombrados por él, los cuales realizaban tareas que trascendían de lo religioso, convirtiéndose en auténticos funcionarios civiles. Además, el faraón, en sus funciones civiles, se rodea de una amplia burocracia letrada, la cual es organizada piramidalmente, convirtiéndose en una autentica casta. A la cabeza de este aparato central se encuentra el visir, y a su vez este aparato central se reproduce en las provincias o nomos, dirigidos por nomarcas -gobernadores- también funcionarios de alta escala.
Tras la muerte de Dyoser, le sucedió Sejemjet, del cual no conocemos más que intentó la construcción de una pirámide, que acabó inconclusa. Del resto de la dinastía, Jaba y Huni, no se conoce nada, ni siquiera el parentesco entre ellos.
Poco también es lo que conocemos de la Dinastía IV (2613-2494), pese a que sus gobernantes construyeron los monumentos más conocidos del planeta, las Pirámides. Aunque estos monumentos nos indican, por si solos, la estabilidad y prosperidad del Estado.
La dinastía se inicia con Esnofru, quien realiza una serie de campañas exteriores – al Sinai y Nubia-, así como el auge del comercio con Asia, en especial la madera del Libano -necesarias para la construcción en un territorio que no posee madera-. Construyó tres pirámides -la Romboidal, la Roja y la falsa Pirámide-, en un intento de conseguir la pirámide perfecta, argumento que explicaría el por qué la construcción de tres pirámides. Sin embargo, su hijo, Quéope, lograría la pirámide perfecta -la conocida Gran Pirámide de Guiza-.
Pero, si Quéope es recordado por ser el constructor de tan célebre monumento, sus más inmediatos sucesores le recordaron como un tirano, cuya impiedad le llevó a cerrar los templos de los dioses, al mismo tiempo que prostituía a su propia hija. Así lo explica Heródoto, quien recogió esta tradición -seguramente de oídos de los propios egipcios, en un viaje que realizó a esta tierra-.
Debemos pensar que estas atribuciones son inciertas, pero vinieron dadas por el propio clero como consecuencia de una serie de decisiones tomadas por este Faraón, y que no gustaría a estos. Se trataría de medidas encaminadas a un reforzamiento del poder real, y con ello la «usurpación» de funciones que hasta ahora serían realizadas por el clero. Se sabe que Quéope había reforzado el cargo de visir, que se convirtió en un puesto al margen de la escala administrativa, es decir, el visir era ahora un cargo de confianza del faraón, una especie de segundo -y con un gran poder- de ahí que eligiera a uno de sus hijos -aunque este no era el sucesor al trono-. A lo largo de la dinastía será típico que este puesto sea ocupado por un hijo del faraón, así como elegir parientes para cargos de gran relevancia, en especial para los principales sacerdocios. Quedaba el poder, de esta manera, en manos de la familia del faraón.
El faraón podía presentarse ahora como un «monarca absoluto», en cuyas manos se encontraba el destino de todos sus súbditos -incluso más allá de la vida-, a los cuales aplicaba una única ley, y de él dependía la salvación de toda la comunidad. Ello explica la facilidad con que se pudieron movilizar a miles de trabajadores -no eran esclavos como el mito nos ha hecho ver-, que construirán las pirámides, en un pensamiento en el que la salvación del faraón suponía la salvación de cada uno de los individuos que conforman la comunidad egipcia.
Le sucedieron a Queopé sus cuatros hijos -Didufri, Quefrén, Hordyedef, Baufre-, en cortos reinados. Aunque desconocemos cual era el sistema de sucesión, pues a Quefrén -que fue el segundo en el orden de reinado – no le sucedió su hijo de forma inmediata, sino que el trono pasó por sus otros hermanos, para volver posteriormente a su hijo, Micerino.
Quefrén sería el más destacado de los hermanos, usando el título de Hijo de Ra, y fortaleciendo su figura divina, que encarnaba al dios en vida, pero curiosamente manteniendo su parte humana, por ello a su muerte debía rendir, de igual forma, cuentas a Osiris -u otra divinidad suprema según cada concepción existente-. Esta concepción del faraón se mantendrá a lo largo del tiempo. Al mismo tiempo, los funcionarios civiles pasaban a ser una especie de representantes de la divinidad, por lo que si en la Antigüedad no existió nunca una diferenciación entre lo religioso y lo político, en Egipto mucho menos. Aunque parece que Micerino devolvería al clero muchas de sus funciones, por ello la tradición le ha dado una mejor imagen. Micerino, más piadoso que sus antepasados, reabrió los templos cerrados.
Al igual que su padre, Quefrén construyó una nueva pirámide junto a la de éste, así como la también conocida Esfinge de Guiza. Y Micerino construyó la tercera gran piramide de las de Guiza, aunque algo menores que las otras dos.
Shepseskaf sustituyó a Micerino, sin que sepamos que lazos les unía. Su reinado es bastante misterioso, en cuanto que se abandonaron los símbolos solares, así como la pirámide, volviendo a la mastaba -construida al sur de Saqqara-. Probablemente esto indica que este faraón tendió a la concepción religiosa menfita, lo que ofendería al clero heliopolitano. Tampoco debió gustar a la alta cúpula administrativa, ni a su propia familia. Shepseskaf, sin que conozcamos los hechos, acabó mal su reinado, cuyo nombre se convertiría en maldito y borrado de los monumentos. Con él acabó la Dinastía IV -aunque desconocemos si realmente existió algún sucesor más-.
La siguiente Dinastía, la quinta (2494-2345) comienza con Userkaf, aunque desconocemos qué lazo de parentesco tenía con el último miembro de la anterior Dinastía, si es que tenían alguno. Ente Faraón será el protagonista de un popular cuento, recogido en el Pairo Westcar, al cual le hacían hijo carnal de Re, así como al sus dos sucesores. Es decir, el faraón no es ahora una especie de doble carnal de Re, sino que es su hijo, por ello los faraones usaran regularmente el título de Hijo de Re.
Este hecho marcaría que, muy probablemente, estos faraones debieron el trono al clero de Heliópolis, realizando una reinterpretación de la divinidad del faraón, al mismo tiempo que recuperaban el poder que habían perdido durante la anterior Dinastía. En este aspecto, el faraón perdería sus atribuciones en materia religiosa, al menos su control, que pasó a manos de los sacerdotes.
El culto a Re se separa del culto funerario, y cada uno de los soberanos construirá a partir de ahora un nuevo templo a la divinidad solar, aunque mantendrán la pirámide como forma de enterramiento, pero siendo éstas de dimensiones mucho más modestas.
El clero se convirtió en una elite poderosa, que recibía del faraón toda una serie de ganancias -patrimonio- que iban en aumento, con templos que gestionaban su patrimonio de forma independiente. Algunos de los templos recibieron, incluso, la concesión de impuestos. El templo Solar Heliópolis se convirtió en uno de los más poderosos.
Grandes personajes surgen en este momento, como consecuencia de ocupar cargos religiosos y políticos. Así lo demuestra la magnificencia de sus tumbas, que superan a la de muchos faraones. Tan solo el cargo de visir siguió siendo ocupado por hombres de confianza del rey, mientras que éste solo se podía sostener mediante la burocracia de la administración, que paradójicamente, se fortalece. Pero ello conllevaba un aumento de la presión fiscal, en un país que estaba siendo esquilmado por la nobleza, lo que produciría a la propia quiebra del Estado, y con el paso del tiempo también la ruina de la nobleza.
Se iniciaba así una crisis, producida por una centralización en aumento, que burocratizó los recursos del país, y empeoró la gestión de estos, con unos funcionarios más pendientes de su propia promoción. El colapso de la administración central hizo que los nomos resurgieran, volviendo a administrar sus propios recursos, pero al mismo tiempo actuando de una forma cada vez más independiente.
Los últimos miembros de la dinastía, Menkauhor, Dyedkare-Izezi y Onos, no pudieron construir ya un templo solar por la falta de recursos. Al mismo tiempo que Onos, desconfiando de Re -y por tanto del clero-, volvió a inscribir en su pirámide los antiguos Textos de las Pirámides.
La dinastía terminaba con un fortalecimiento de los nomos, una administración central colapsada, un faraón con un poder reducido, y una crisis general que afectaba a todos los miembros de la sociedad.

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