Proximo Oriente Antiguo

El origen de la escritura

Entre todas las invenciones que el hombre ha realizado a lo largo de su historia, quizás sea la escritura el descubrimiento más importante, el cual marca un hito –un antes y un después–. Al fin y al cabo, quién no ha oído la frase: «la Historia comienza con la escritura y todo lo anterior es Prehistoria». Frase simplista donde las haya, pero muestra una realidad: mientras que la Prehistoria debe ser estudiada mediante una base únicamente arqueológica, la documentación escrita nos puede transmitir toda una serie de información –ideas, sentimientos, creencias, etc. – que difícilmente nos puede dar la mera cultura material.

James H. Breasted dijo «la invención de la escritura y de un sistema eficaz de indicaciones sobre papel, ha influido más en elevar la raza humana que ninguna otra proeza intelectual en el progreso del hombre«. Para éste, y para otros tantos expertos, la escritura es desde luego el comienzo de la civilización.

J. Goody, en su obra La domesticación del pensamiento salvaje (1977) nos dice: «La proposición específica es que la escritura, y más específicamente la alfabética, hace posible un escrutar el discurso con un tipo de modalidad diferente mediante el dar a la comunicación oral una forma semi-permanente; este escrutinio favoreció el incremento de la perspectiva en la actividad crítica, y en consecuencia de la racionalidad, el escepticismo y la lógica, para retomar la memoria de aquellas cuestionables dicotomías. Incrementa las posibilidades de crítica porque la escritura deja al discurso delante de los ojos de uno, de una manera diferente; al mismo tiempo incrementa la potencialidad de acumular conocimientos, especialmente conocimiento de tipo abstracto, porque ha cambiado la naturaleza de la comunicación llevándola más allá del contacto cara a cara, así como el sistema para el almacenamiento fue puesto a disposición del público lector. Nunca más el problema de almacenar recuerdos dominó la vida intelectual del hombre; la mente humana fue liberada para estudiar un estático texto (más que ser limitada por la participación en declaraciones dinámicas), un proceso que capacitó al hombre para estar detrás de su creación y examinarla de una forma más abstracta, generalizada y racional. Por medio de hacer posible escudriñar las comunicaciones de la humanidad sobre un lapso de tiempo mucho más amplio, la capacidad de leer y de escribir animó, en muy corto espacio de tiempo, por una parte, a la crítica y al comentario, y por la otra, a la ortodoxia del libro».

Antes de la escritura

Ahora bien, ¿no se tuvo necesidad de escribir en la Prehistoria? La escritura tal y como nosotros la entendemos surge como consecuencia de una serie de necesidades de organización que no se tuvieron en la Prehistoria. Afirmación, que por otra parte, no es tampoco cierta. Se tuvo necesidad de recordar ciertas cosas, aunque la hipótesis depende de cómo interpretemos algunos símbolos prehistóricos, para lo cual no existe una base certera. Podemos pensar que, desde el surgimiento del Homo sapiens, se comenzaron a plasmar sobre soporte material ciertas ideas que hoy en día desconocemos. Muchos son los que han considerado que, por ejemplo, el arte rupestre pueda representar algún tipo de recuerdo. Y en algunos objetos muebles aparecen una serie de marcas, que posiblemente puedan indicar algún tipo de cuenta –de ahí que se les llame marcas de cuentas–, como por ejemplo el transcurso de días. Con relación a esto último, uno de los más antiguos vestigios, que plasman el conocimiento en un soporte tangible, es una pequeña placa ósea, aparecida en Blanchard, en donde se ha interpretado, por parte de Marschack, que contiene las distintas fases del ciclo lunar.

Quizás estos ejemplos no puedan considerar ni siquiera pre-escritura. Pero desde luego, lo que si puede interpretarse como tal son algunos símbolos que aparecen en cerámicas, ya en el 7000 a.C. Según los estudiosos, estos símbolos identificaban a ciertas personas, siendo el precedente de los sellos que certificaban la autenticidad de los documentos. Otros símbolos identificaban los productos enviados en las cerámicas, así como la cantidad.

Pictogramas e ideogramas

A partir de estos primeros símbolos, conforme fueron surgiendo las estructuras estatales, se requería de una organización más compleja. Pensemos que se necesitaba llevar la contabilidad de lo que se guardaba  en los almacenes, realizar censos de población, recaudar tributos, etc. Por tanto, se creó una escritura para expresar todo eso, y con ello aumentó el número de símbolos, llamados pictogramas, que identificaban a cada una de las palabras. Es decir, se trata de identificar a cada objeto mediante un dibujo más o menos esquematizado de éste. Se pueden observar, a continuación, algunos pictogramas sumerios, en donde no hace falta saber la lengua sumeria, para identificar cada uno de los pictogramas con su objeto o acción.

I.J. Gelb nos da este ejemplo: «Con el descubrimiento de que las palabras pueden ser expresadas por símbolos escritos, se estableció sólidamente un método nuevo y superior de comunicación entre los hombres. Ya no fue necesario el expresar una frase como «el hombre mató al león» por medio del dibujo de un hombre, lanza en mano, en el acto de matar un león. Las tres palabras podrían escribirse ahora mediante tres símbolos convencionales que representaban el hombre, la lanza (matar) y el león, respectivamente. De igual forma, «5 ovejas» podía ser expresado ahora por medio de dos símbolos que correspondiesen a dos palabras de idioma, en vez de repetir cinco figuras de ovejas, como tendrían que dibujarse en una pintura artística o según el recurso representativo-descriptivo. La introducción en el recurso identificador de un orden riguroso de los signos, de acuerdo con el de las palabras habladas, se encuentra en directo contraste con los métodos del recurso descriptivo y de las pinturas, en los que se expresa el significado por el total de los dibujos parciales, sin regla alguna en cuanto a dónde comienza el mensaje, o el orden en que debe interpretarse».

Hacia el 3200, se puede constatar la existencia de este sistema de escritura en Sumer, y desde luego también en Egipto, que daría lugar, posteriormente, al jeroglífico. Por otra parte, algunos autores consideran que este sistema de escritura no sería tal, por la sencilla razón de que es demasiado precario como para plasmar todo aquello que es abstracto.

Este sistema pictográfico evolucionó al ideograma. En sí, la diferencia con el anterior no es mucha. Ahora los símbolos no representan ya un dibujo de los elementos, sino que son símbolos abstractos cuyo significado solo puede ser interpretado si se han estudiado previamente. Pongamos un ejemplo que lo aclare. Imaginemos que la palabra «árbol» es escrita mediante un dibujo de éste –esto sería un pictograma–. Sin embargo, en un momento dado, la palabra «árbol» es plasmada mediante una única raya vertical –el significado de ésta solo puede ser interpretado si previamente conozco la escritura–. En la siguiente imagen se puede observar el tránsito de algunos pictogramas al ideograma, y la evolución de estos –en cuneiforme– a lo largo del tiempo:

Este paso parece producto de una dificultad manifiesta para trazar los símbolos sobre las tablillas de barro, soporte donde se escribía. Si estos eran trazados como meros dibujos, el barro sobrante iba amontonándose, dificultando la escritura. Es por ello que se evolucionó hacia estos ideogramas, que en Mesopotamia se caracterizará por estar compuestos por líneas verticales y horizontes –escritura conocida como cuneiforme– la cual era realizada con una caña biselada. Tan solo había que imprimir esta cuña en la arcilla. Se procedió además a escribir de izquierda a derecha, y no de arriba abajo como se hacía con los pictogramas.

Este tipo de escritura cuneiforme, independientemente de que se tratará de un ideograma o de un sistema más complejo como un silabario -lo veremos más adelante-, continuó utilizándose hasta el siglo I. Fue utilizado por sumerios, babilonios, asirios, hitita, luwita, y hurritas, entre otros.

Logo-silabarios

Como ya se ha dicho, ideogramas y pictogramas no pueden plasmar pensamientos complejos. Parece imposible pensar en que se ideara un símbolo para cada una de las palabras de un determinado idioma. De esta forma, prontamente se pasó a identificar los distintos sonidos –fonemas–. La combinación de varios símbolos con valor fonético permitía escribir cualquier palabra. Éste es el sistema que a día de hoy conocemos como jeroglífico. Pongamos un nuevo ejemplo: si en español no tuviéramos un sistema alfabético de escritura, para escribir la palabra soldado, podíamos dibujar un circulo que identifica al «sol» –que en este caso solo representaría a la silaba «sol» – y un cubo que identificaría a un «dado» –es decir, aquí sería un bilítero que representa al sonido «dado» –.

¿Cómo se produjo este salto? En el Próximo Oriente, el sumerio comenzó a escribirse con una escritura mediante ideogramas –en cuneiforme–, pero dicho idioma se caracteriza por ser una lengua que contiene, en su mayoría, un alto número de palabras monosilábicas, y en menor medida, bisílabas, y mucho menos trisílabas, al igual que hoy en día sucede con el inglés. Sin embargo, cuando los acadios –cuya lengua no es tan monosilábica– tomaron la escritura sumeria, observaron que no hacía falta usar cada uno de los símbolos para identificar los distintos conceptos, sino que a partir de los sonidos de estos en sumerio, podían plasmar su propio lenguaje. De esta forma, los símbolos en cuneiforme sumerios se convirtieron en fonogramas: monolíteros, bilíteros y trilíteros.

Estos son los llamados logo-silabarios, puesto que en general, junto a los distintos fonogramas, se mantuvieron algunos ideogramas. Estos solían ser utilizados para aquellas palabras que eran muy comunes en su uso. Y de igual modo se utilizaban para matizar el sentido de algunos términos.

En el caso de los logo-silabarios mesopotámicos, estos eran muy complejos. En origen había más de 900 signos, y con el tiempo se redujeron a 400. Ello requería de un largo aprendizaje, de ahí que los escribas tuvieran una consideración especial –una casta de intelectuales–. Aunque no todos los escribas tenían la misma destreza para la escritura –o incluso para los idiomas, que también debían conocer–. Algunos escribas, parece ser, aprendían únicamente aquellos grafemas que correspondían únicamente a sílabas, dejando a un lado aquellos que eran bisilábicos –o de más sílabas–. Un ejemplo lo podemos encontrar en la forma en que aparece escrito el nombre de Nabucodonosor en cuneiforme.

Observemos, primero, la escritura del nombre del rey de una forma reducida, por un escriba de gran destreza. Para transcribir el nombre tan solo ha necesitado unos pocos grafemas, de los cuales, los dos primeros, corresponden a dos ideogramas que significan hombre y dios respectivamente, y que permiten saber que el nombre escrito posteriormente tiene dignidad real. Sin embargo, abajo nos encontramos otra forma de escribir el mismo nombre. En esta ocasión por un escriba mucho menos instruido, que ha elegido una forma mucho más compleja, utilizando tan solo sílabas.

La formación de los escribas se realizaba en escuelas –dirigidas por el ummia o edubba–, que se convirtieron en focos de cultura y saber, en donde se estudiaba teología, zoología, botánica, geografía, matemáticas, mineralogía, lingüística, gramática. Se escribían y copiaban obras del pasado, y sus estudiantes pertenecían a clases acomodadas, y se supone que únicamente eran varones. Una primera enseñanza, de carácter científico, clasificaba palabras en grupos semánticos conexos de vocablos o expresiones que se copiaban una y otra vez, memorizándolos. Se realizaron verdaderos diccionarios de léxicos con largas listas de nombres de árboles, arbustos, animales, países, ciudades, pueblos, piedras minerales, entre otros. En un segundo momento, con un carácter literario y creativo, se estudiaban y copiaban las obras sobre mitos, relatos épicos, himnos a los dioses reyes y obras morales.

Estas escuelas eran rígidas, y sus alumnos debían esforzarse duramente como demuestra el relato que un escriba mesopotámico nos ha dejado, y que nos cuenta lo siguiente:

Me levanté, temprano, por la mañana./ Dirigiéndome a mi madre le dije: dame mi desayuno, que tengo que ir a la escuela./Mi madre me dio dos hogazas y yo salí. Mi madre me dio dos hogazas y me fui a la escuela./ En la escuela, el vigilante de la puntualidad me dijo: ¿Por qué llegas tarde?/ Yo estaba muerto de miedo y mi corazón batía con fuerza./ Pasé ante el maestro y le hice la reverencia. /Mi tutor estaba leyendo mi tablilla y decía: Aquí falta tal cosa./ Y me pegaba con el palo./ El vigilante del silencio decía: ¿Por qué hablabas sin permiso?/ Y me pegaba con el palo/ El vigilante de la conducta decía: ¿Por qué te levantas sin permiso?/ El vigilante de la puerta decía: ¿Por qué has salido sin permiso?/ Y me pegaba con el palo./ El vigilante del almacén decía: ¿Por qué has cogido eso sin permiso?/ Y me pegaba con el palo./ El profesor de sumerio me decía: ¿Por qué no lo has dicho en sumerio?/ Y me pegaba con el palo./ Mi maestro decía: No tienes buena mano (para escribir)./ Y me pegaba con el palo.

Desde luego, pese a la dureza, la condición de escriba daba un estatuto superior en la sociedad, permitiendo a muchos llegar a altos puestos de las administraciones de los respectivos estados. La profesión estaba imbuida además en el ámbito religioso. En Egipto, Thot era el dios de estos, al cual realizaban plegarias como se demuestra a continuación:

Ven a mí,

Thot, ibis augusto,

Ven a mí para guiarme,

Haz que sea diestro en la profesión.

Tu profesión es la más hermosa.

Magnifica al hombre

El que es diestro en ella será grande

¡Feliz quien la ejerce!

 

El jeroglífico egipcio

Por otra parte, nos encontramos la escritura egipcia, popularmente conocida como jeroglífica –nombre que establecieron los griegos, y que venía a significar «letras grabadas sacras», lo que permite ver que incluso la escritura estaba rodeada de religiosidad, tal y como se acaba de comentar–. Esta escritura, al igual que en Mesopotamia, experimentó un cambio desde el mero pictograma a un logo-silabario, con aproximadamente 750 signos. Sin embargo, la escritura sobre papiro, o su inscripción en la piedr,a no buscaron un sistema más sencillo, por lo que el pictograma se conservó, pero con valor fonético. Así por ejemplo, la lechuza, cuyo nombre egipcio empezaba por «m», se convirtió en una «m»; la boca adquirió el valor de su inicia, «r». Estos son los llamamos fonogramas, existiendo desde los que representaban una única letra –como se ha visto en los ejemplos anteriores–, a aquellos que representan hasta tres, pero sin diferenciar las vocales. Aunque muchas veces existía ambigüedad entre ellos, sobre todo en los conformados por más de dos letras, de tal forma que era necesario añadir un complemento fonético. De igual forma, aquellas palabras que tenían distintos significados, pero una pronunciación igual –polisémicas– debían estar aclaradas mediante un determinativo.

Si bien, en Egipto, la complicada grafía de sus símbolos llevó a crear una escritura nueva, llamada hierática. Era una escritura cursiva que permitía escribir rápidamente sobre papiros y tablillas, que surgió al menos desde la III dinastía. Acabó por quedar reservada al ámbito sacerdotal, de ahí su término griego, hierático –sacerdotal-. Más adelante, se creó la llamada escritura demótica –popular–, al menos en la Dinastía XXV, que vino a simplificar la escritura hierática, y que pervivió hasta el siglo V d.C. El jeroglífico, propiamente dicho, quedo reservado únicamente para su uso monumental.

Silabarios y alfabetos

Un siguiente pasó en la evolución de las escrituras fue prescindir de todos aquellos símbolos que no fueran monolíteros. Dicho de otra manera, usar tan solo los signos que representaban sílabas, lo que reduce el número de grafemas. Pese a ello, los logo-silabarios se siguieron utilizando en Mesopotamia –babilónicos y asirios– o Egipto, en donde se mantuvo la escritura ancestral. Silabarios pueden ser el cuneiforme elamita, el semítico occidental, el chipriota, o el persa. Este último, con escritura cuneiforme, se muestra a continuación. Como se puede ver, para representar silabas como «da, di, du» se requieren de tres símbolos.

¿Cuál es el siguiente paso hacia el alfabeto? Entramos aquí en una problemática de interpretaciones. Tradicionalmente el alfabeto es entendido como aquel sistema de escritura en el que se diferencian las vocales de las consonantes, algo que supuestamente habían hecho primeramente los griegos. En cambio, las nuevas interpretaciones han empezado a cambiar esta visión. Ya era conocido que los griegos se habían basado en la escritura fenicia para crear el alfabeto. ¿Era el fenicio un alfabeto o un silabario? Por una parte, éste sistema de escritura superaba a los silabarios. Ya no se tenía un símbolo por cada una de las silabas, sino que se reducía a la consonante. Pero, por otra parte, no se representan las vocales –por influencia egipcia, quienes tampoco lo hacían en su logo-silabario–, de tal forma que para el repertorio «da, de, di, do, du» tan solo hace falta representar la «d» –como sucede hoy todavía en hebreo–, pero existiendo indicadores fonéticos que auxiliaban la lectura de las vocales. Un ejemplo en hebreo puede ser la palabra Yahveh, que transcrita al alfabeto latino sería YHWH. Como se puede observar, el lector debe determinar las vocales con que debe pronunciar esas consonantes.

De esta manera, estos sistemas no pueden ser considerados silabarios, pero para muchos tampoco sería un alfabeto, considerándolos proto-alfabetos.

Sea como sea, lo cierto es que estos tipos de alfabeto o proto-alfabetos ya se encuentran hacia el 1500 a.C., concretamente el de Ugarit, que influyó en el de Biblos, y por tanto la base del fenicio. Los griegos, que tomaron éste, añadieron letras con sonidos vocálicos, que se combinaban con las consonantes, conformando sílabas.

Veamos cómo explica esto, de una forma más clara, E.A. Havelock en su obra La musa aprende a escribir (1986): «De todos los sistemas de comunicación usados por el hombre, sin duda el alfabeto griego ha resultado históricamente único en cuanto a su eficacia y difusión». Más adelante, refiriéndose a los fenicios: «Su escritura, predecesora inmediata de la griega, era la más avanzada de su género, y todavía se la suele mencionar (si bien incorrectamente) como un alfabeto. Los dos pueblos eran vecinos en el Asia menor, de modo que los griegos pudieron tomar prestados los nombres y las formas de los caracteres así como parte de sus valores. Pero había una diferencia decisiva. Gelb aplicó al sistema fenicio el término silabario no vocalizado, que es a todas luces una contradicción en términos, puesto que una silaba, por definición contendría una vocalización.

El arte de la escritura de Oriente Próximo había promovido lentamente, a lo largo de milenios, la invención de signos que poseían valores fonéticos, a diferencia de los valores visuales simbolizados por los jeroglíficos egipcios primitivos. El progreso en esta dirección había llegado al punto de identificar las sílabas de una lengua hablada y asignarles caracteres. El número de sílabas es enorme, y el sistema de signos que resultaba de ello se hizo difícil de memorizar y su manejo era trabajoso.

Tratando de economizar, los fenicios redujeron el número de signos inventado una taquigrafía que agrupaba las sílabas por conjuntos, cada uno de los cuales tenía un denominador o signo común que representaban la consonante inicial del conjunto. Así por ejemplo, los cinco miembros del conjunto «ka ke ki ko ku» se representaban mediante el signo k. El signo representaba el conjunto consonántico, pero no la consonante aislada k. El lector que usaba el sistema tenía que predecir, por tanto, él mismo qué vocal debía elegir entre las cinco, (o cualquiera que fuese el número y la variedad de vocales usadas en una lengua particular). Se lograba una drástica económica, (pues era fácil memorizar los nombres de semejante alfabeto) al precio de no menos drástica ambigüedad.

Es fácil ver por qué los sistemas anteriores al griego no fueron nunca más allá de la silaba. Este trozo de sonido lingüístico es efectivamente pronunciable, y, por tanto, empíricamente perceptible. Las consonante de por sí, son, por definición estricta, «mudas» e «impronunciables. El sistema griego fue más allá del empirismo, abstrayendo los elementos impronunciables e imperceptibles contenidos en las silabas. Ho en día llamamos a esos elementos «con-sonantes». Con s creación se aisló un componente impronunciable del sonido lingüístico y se le dio una identidad visual. Los griegos no añadieron las vocales (un error frecuente: los signos vocálicos habían aparecido ya en el cuneiforme mesopotámico y lineal b) sino que inventaron la consonante pura. En ello proporcionaron a nuestra especie por primera vez una representación visual del ruido lingüístico que era a la vez económica y exhaustiva: una tabla de elementos atómicos que agrupándose en una variedad inagotable de combinaciones puede representar con exactitud razonable cualquier ruido lingüístico efectivo. El invento suministró también el primer y último instrumento que estaba perfectamente construido para reproducir el entero alcance de la oralidad previa».

Lo que sí es evidente es que los silabarios, y sobre todo los alfabetos, vinieron a democratizar la escritura. Se podía aprender de forma sencilla, como ocurre en la actualidad, sin que fuera necesaria una amplia formación. Vino, de esta forma, a «democratizarse» la escritura, en cuanto que en teoría podía ser aprendida por toda la población, sin necesidad de un largo estudio.

BIBLIOGRAFÍA

CLEATOR, P.E. (1986): Los lenguajes perdidos, Orbis, Barcelona

GELB, I.J. (1991): Historia de la escritura, Alianza Editorial, Madrid

GOODY, J. (1985): La domesticación del pensamiento salvaje, Akal, Madrid

HAVELOCK, E.A. (1996): La musa aprende a escribir: reflexiones sobre oralidad y escritura desde la Antigüedad hasta el presente, Paidós, Barcelona

RAYMOND WILLIAMS (Ed.) (1992): Historia de la comunicación. Vol.1, Del lenguaje a la escritura, Bosh, Barcelona

SCHMANDT-BESSERAT, D. (1992): Before writing. Vol.I, From counting to cuneiform, University of Texas Press, Austin

WALKER, C.B.F. (2004): Cuneiform, British Museum Press, Londres

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