El político militar (Comentario de texto)
El militar-político es patriota. No viene a la vida pública por las vías intelectuales de la Universidad ni desde sus años juveniles. Llega tarde, cuando ya se ha formado en el ejército; cuando ya, tanto desde el punto de vista material como del social, su posición es segura y su situación hecha. Su primera actitud suele ser la de un observador que se eleva contra los «charlatanes de la política», sintiéndose más capaz que ellos de arreglarlo todo si le dejan solo para aplicar los métodos sencillos, rápidos y prácticos de la milicia.
Refuerzan esta actitud su ignorancia y su tendencia a pensar en categorías sencillas, rasgo típico de muchos soldados (…).
Ya liberal, ya reaccionario en sus ideas, el político-militar suele ser reaccionario en su temperamento. Lo que quiere no es aportar sus ideas, sino imponer su voluntad (…).
La primera de las cosas externas que llaman su atención es el orden. La idea militar del orden tiende a ser mecánica. Cuando se puede colocar a los hombres en formaciones, de tres en tres o de cuatro en cuatro, como peones de ajedrez, hay orden (…).
Desde luego, el político-militar detesta la libertad de la prensa (…).
Y es que los políticos-militares de España no se distinguen por sus dotes de sentimiento religioso. Los más, si no todos, fueron católicos sin preocuparse gran cosa, excepto en ocasiones solemnes, de su religión oficial. Cuentan de Narváez que en su lecho de muerte, al sacerdote que le preguntaba: «¿Perdona su excelencia a sus enemigos?», contestó con voz firme: «No tengo enemigos; los he fusilado a todos.»
S. de MADARIAGA, “El siglo XIX”, España, ensayo de historia contemporánea, Madrid, 1979, pp., 69-7.
El presente texto es claramente historiográfico. Se trata de un ensayo y, por tanto, la naturaleza del mismo es literaria. El tema del mismo es, en buena medida, político y está dirigido a un público general. Pertenece a la obra titulada España. Ensayo de historia contemporánea, que fue editada en el año 1978, aunque es original de 1929.
El autor es Salvador de Madariaga. Este era ingeniero y procedía de familia militar. Desempeñó diversos puestos en gobiernos españoles y extranjeros. Por ejemplo, trabajo en el Ministerio de Asuntos Exteriores británico durante la I Guerra Mundial, fue jefe de departamento de Desarme de la Sociedad de Nacionales, embajador en los EE.UU. y ministro de Instrucción Pública en el gobierno de Lerroux durante la II República. Exiliado durante el franquismo, fue un acérrimo opositor del régimen. Fue también miembro de la Real Academia de la Lengua, pues fue un prolífico escritor (novelas, poesía, ensayo), así como periodista.
En el texto el autor realiza una relación de características, en buena medida psicológicas, del militar que participa en los asuntos políticos –de hecho, pone a Narváez como el prototipo-, expresando en el primer párrafo lo perjudicial de este tipo de político en la historia de España. En concreto, según el autor, el político militar se encuentra en todo tipo de corrientes políticas, pero presentando siempre unas mismas características como indica en los sucesivos párrafos: patriota, sin formación e ignorante, amante del orden, autoritario, contrario a la libertad de expresión, católico con poco fervor.
En el fragmento que poseemos, las referencias a Riego, Narváez y O’Donnell nos indican el marco temporal al que se refiere: los tres primeros cuartos del siglo XIX, es decir, tanto el reinado de Fernando VII como el de Isabel II. El primero había llevado a cabo el pronunciamiento de 1820 que repuso la Constitución de Cádiz y que dio lugar al Trienio Liberal (1820-1823). El segundo, presidió el Gobierno durante buena parte de la Década Ominosa (1844-1854), así como tras 1856, momento en que se turnó en el gobierno junto a O’Donnell hasta 1868.
Durante la guerra de la Independencia, se estableció en Cádiz un régimen liberal que fue abolido tras el retorno al trono de Fernando VII. Desde el fin de la Guerra de la Independencia en 1814, se produce una lucha entre liberalismo y absolutismo. La muerte de Fernando VII y la llegada al trono de Isabel II supuso el inicio de una reforma política desde arriba que acabó con la reposición de la Constitución gaditana en 1836 y el inicio de una construcción del Estado liberal en clave moderada desde 1844. En ese panorama, los militares jugaron un amplio papel en la creación de ese Estado liberal o, como algunos autores opinan, impidieron su correcto desarrollo.
Sea como fuere, iniciemos el comentario de esas características que nos da el autor del político militar. Indicaremos tanto por qué hace dichas afirmaciones como una crítica o matización a tales.
Menciona el autor, como ya dijimos, que al político militar lo podemos encontrar en todas las tendencias políticas. Califica a Riego de liberal, mientras que a Narváez lo describe como reaccionario. Nuevamente, en otra parte del texto, vuelve a establecer estas dos categorías como opuestos: “Ya liberal, ya reaccionario en sus ideas…”. Esta afirmación merece cierta aclaración, pues si bien Riego era liberal, también Narváez lo era. El liberalismo, desde el Trienio Liberal, se escindió entre lo que en el reinado isabelino se llamó Partido Moderado y Progresista. Pertenecía al primero Narváez, así que era reaccionario en tanto que mantenía unos planteamientos conservadores. Dicho de otra manera, pertenecía al liberalismo doctrinario. Pero el Partido Progresista era básicamente la otra cara de la misma moneda, pues ambos eran partidos burgueses y tan solo se diferenciaban en cuestiones como la soberanía nacional o compartida, la existencia de la milicia nacional o no, la amplitud del sufragio censitario, etc. El liberalismo democrático, por su parte, lo acabó representado el Partido Democrático desde el año 1849. En cuanto a la tendencia de O’Donnell, es sabido que este militar creo la Unión Liberal durante el Bienio Progresista, que era una mezcla entre los dos partidos: los más radicales entre los miembros del Partido Moderado y los más moderados entre los miembros del Partido Progresista.
Por otro lado, el patriotismo, según siempre el autor, le proviene en tanto que el militar entra en la política para salvar el país cuando se encuentra en una crisis y considera que los políticos no pueden solucionarla: “un observador que se eleva contra los «charlatanes de la política”. En efecto, todos aparecen en momento clave en que el Gobierno de turno estaba en crisis, pero también es cierto que todos esos militares, entre ellos los que cita, jamás ejercieron el poder como militares, sino como civiles, siendo miembro de algunos de los partidos que respaldaron los diversos pronunciamientos. En efecto, el pronunciamiento siempre tenía un respaldo político y su función básicamente era, en principio, el establecimiento del régimen liberal (Riego en 1820, Sargentos de la Granja en 1836), pero sobre todo en época de Isabel II se produjeron para poder cambiar el partido que gobernaba, ya que en especial el partido progresista quedaba aislado del poder (pronunciamientos de 1840 y 1843, Vicalvarada en 1854, San Gil en 1866, Gloriosa en 1868). No obstante, es posible que el autor esté proyectando al pasado la situación política española del momento en que escribió el texto: la dictadura, de carácter militar, de Miguel Primo de Rivera. Este último se convirtió en el cirujano de hierro que esperaban los miembros regeneracionistas desde el año 98, en concreto Joaquín Costa.
Podíamos dudar también que fuera el primer momento que entraban en política como afirma el autor. Evidentemente, el momento en que se hacen hombres públicos es cuando tienen, como dice Madariaga, la vida resuelta, pero es evidente que era el momento en el que dirigían el ejército. Pero esto no quiere decir que no estuvieran implicados anteriormente con la política y el liberalismo. Por ejemplo, Narváez, desde el ejército, ya tomó partido del liberalismo durante el Trienio Liberal. O’Donnell, por su parte, se decantó por el bando isabelino, pese a que su propio padre era carlista.
El autor se empeña en la ignorancia del militar. Ya había alegado que no provenían de la Universidad ni del mundo intelectual, siendo incapaces de comprender la complejidad de los asuntos: “pensar en categorías sencillas”. De nuevo, debemos matizar esta afirmación. La oficialidad, por lo general, había sido formada, y todos ellos, en la mayoría nobles, habían recibido una educación previamente. Quizás el autor este nuevamente esté basándose en su propio tiempo, cuando parte de la oficialidad, en concreto los llamados africanistas, había ascendido gracias al servicio prestado en Marruecos, es decir, por méritos de guerra.
En cuanto a la cuestión del autoritarismo (“imponer su voluntad”), es evidente que no mostraron dialogo y que usaron la violencia, es decir, el ejército, para hacer frente a diversas situaciones. Espartero, por ejemplo, bombardeo Barcelona durante su regencia ante los inicios del movimiento obrero y, por tanto, las protestas de los trabajadores. Narváez hizo lo propio tanto durante la Década Moderada como, más tarde, durante los últimos años del reinado de Isabel II para sostener el régimen por medio de la violencia (Cuartel de San Gil, matanza de la noche de San Daniel). O’Donnell, por su parte, bombardeo el congreso tras la caída del gobierno progresista de Espartero y, como Narváez, usó la represión como principal arma. Pero ¿acaso no hicieron lo mismo políticos civiles como González Bravo, entre otros? En efecto, la represión fue habitual en el siglo XIX, no solo en España, sino en el resto de Europa.
Los militares fueron contrarios, por lo general, a la libertad de prensa y, por tanto, de expresión, de nuevo nos dice el autor. Pero la libertad de expresión estaba limitada en básicamente todos los regímenes liberales del siglo XIX, así como cualquier otro derecho de carácter colectivo, algo típico del liberalismo doctrinario.
De igual manera, si el militar se caracterizaba por el orden, también la burguesía en general lo buscaba: el orden social de clases. Para el liberalismo doctrinario no existían muchas más libertades y derechos que el de la propiedad.
En cuanto a la religión, nos dice que, pese a ser católicos, no la practicaban, más allá de actos públicos, por ejemplo, la asistencia a misa, entre otros rituales. Por lo general, la tendencia de cualquier político español del siglo XIX fue la defensa del catolicismo, que se mantuvo siempre como religión oficial y la Iglesia mantenida por el Estado, impidiéndose casi siempre la existencia de otros cultos. Aunque debemos recordar que Espartero no tuvo ningún reparo en continuar la desamortización de Mendizábal de bienes de la Iglesia durante su regencia. En cualquier caso, mostraban hipocresía, en tanto que no seguían los preceptos de la propia religión: la dureza con que reprimieron las protestas o la legislación que llevaron a cabo, que beneficiaba a una pequeña parte de la sociedad, la burguesía, parece contraria a los preceptos de la religión católica basada en la paz, el amor y la caridad.
Finalmente, podemos comentar si, como afirma el autor, los militares fueron el gran problema de España. Posiblemente lo fueron a partir del siglo XX, pero en el siglo XIX su participación se debió al propio sistema político que impedía la alternancia del poder y una reina que, por lo general mal asesorada por las camarillas de palacio, se solía inclinar más por los gobiernos moderados. De ahí que Cánovas del Castillo diseñara un sistema político en el que el turnismo entre dos partidos de forma pacífica impidiera que los militares intervinieran en la política, en tanto que ya no eran necesarios los pronunciamientos. Algo que se logró hasta principios del siglo XX, cuando, al entrar en crisis el sistema de la Restauración, los militares –tal y como sucedía en la época en que escribió el texto el autor- volvieron a intervenir en los asuntos políticos.
En conclusión, podemos afirmar que el autor del texto se guiaba por una línea historiográfica que actualmente ha sido superada tal y como hemos intentado demostrar. Gran parte de las características que el autor considera únicas del militar, en realidad en muchas ocasiones son propias del pensamiento político liberal del siglo XIX. En cualquier caso, esto no implica que los militares no jugaran un papel de primer orden en el siglo XIX.