El Triunfo y la Ovación
Aunque no es una ceremonia anual, un centenar de triunfos se celebraron en ciento cincuenta años entre el 220 y 70 a.C, por lo que un romano no tenía que esperar muchos años para ver uno los actos más espectaculares que se producían en la ciudad.
En origen el triunfo es simplemente el retorno del rey de una victoriosa campaña con su ejército, dando las gracias al dios del Estado y realizándole ofrendas. Por lo tanto, una vez más nos encontramos ante una ceremonia con una parte militar y otra parte religiosa, y puede muy bien haber sido una solemne procesión diseñada para purificar al general y sus tropas, y también para ofrecer el botín a Júpiter Feretrius. Festo dice que era una forma de que los soldados y el triumphator pudiera entrar en la ciudad purgándolos de la sangre humana que habían derramado. Además, la procesión alrededor de la ciudad también puede haber sido una especie de depuración de Roma en sí, una especie de amburbium.
La ceremonia tiene su origen en las ciudades etruscas en el VI a.C, convirtiéndose en la más espectacular y espléndida ceremonia. Sea cual fuera como se llamara originalmente, posiblemente ovatio, su nombre de «triunfo» llegó a Roma a través de Etruria: la palabra etrusca triumpe, que a su vez parece derivar del griego thriambos y pueden ser asimiladas al tripudium latino, en el sentido de un musical o la danza de tiempos y, por tanto, podría muy bien aplicarse a una procesión que marchó al son de la música. A medida que se avanza en el tiempo, los soldados utilizan para gritar « Io triumphe ». Gran parte de la pompa también se deriva del período etrusco.
El vestido de triunfador está siendo actualmente estudiado como un elemento clave para el entendimiento de esta ceremonia. El general victorioso llevaba ese día una toga púrpura (toga purpurea) y una túnica con franja de un palmo de anchura, la tunica palmata. Su rostro iba pintado con un color rojizo, concretamente con minio, mismo color en el que estaba la estatua de Júpiter. Lucia también una corona de oro, llevaba un cetro terminado en forma de águila e iba subido sobre un carro. El vestido que lucía era el propio del de los dioses, concretamente el que lucía la estatua de Jupiter Optimus Maximus1. Esto lo conocemos gracias a los autores clásicos, puesto que en las representaciones de los triunfos en relieve no nos muestra los colores, pero en ningún caso el general iba con el vestido militar, puesto que se consideraba que su guerra había finalizado.
La vestimenta del triumphator ha dado lugar a interminables debates sobre la situación de éste: ¿se trataba de un individuo divino y temporalmente se le consideraba como un dios?, o en cambio ¿era mortal, aunque se le consideraba como una especie de rey aquel día?. Las vestiduras antes mencionadas parece indicar efectivamente que el general se convertía en “dios por un día”, de ahí que un esclavo que iba tras el triumphator le susurraba al oído “recuerda que tan solo eres un hombre” (Respice post te, hominem te memento), puesto que de lo contrario el general podía hacer despertar la ira de los dioses, aunque por otra parte, la propia frase hace indicar que no se le consideraba como un dios, y que el esclavo tan solo tenía la misión de recordárselo, puesto que en la apoteosis del evento podía llegar a creerse un dios.
La idea de deificación temporal no concuerda bien con lo que sabemos de los primeros tiempos de Roma, ni tampoco con la cultura etrusca de la que parece provenir el triunfo, aunque puede haberse desarrollado esta idea en los tiempos helenísticos. Pese a ello, algunos estudiosos actuales creen que no es que el general se convirtiera en un dios, sino más bien que representaba a Júpiter, puesto que la guerra había sido cosa del dios, como sucede en la mentalidad antigua, son los dioses quienes conceden las victorias. Si bien, esta hipótesis puede ser también rechazada, puesto que si bien iba con el atuendo de Júpiter, en cambio no se tiene noticia, en ninguna representación, ni en ningún texto antiguo, que el triumphator llevara el rayo, principal atributo de Júpiter, además, no parece muy lógico que si encarnaba a Júpiter, fuera a hacerse ofrendas así mismo al Capitolino. Por otra parte, la túnica purpura tampoco tiene porqué hacer referencia a Júpiter, puesto que esto también era símbolo de la monarquía como menciona Dionisio de Halicarnaso al decir que embajadores de Etruria regalaron una túnica purpura2.
En un primer momento, Roma seguramente celebró los triunfos de la victoria de una forma mucho más modesta de la que conocemos en época clásica, un momento en el que vemos el triunfo totalmente desarrollado. Con el crecimiento del poder romano en el tercer y segundo siglos, y bajo las influencias helenística se convirtieron en eventos cada vez más majestuosos. Incluso el vestido del triumphator se mejoraron: la toga purpurea fue sustituida por una toga picta, decoradas con diseños en hilo de oro, y la tunica palmata ahora se realizaron diversos diseños. En la procesión a lo largo de la ciudad, se mostraba cada vez mayores riquezas de los pueblos conquistados por Roma, y fue, inevitablemente, que la atención se fuera trasladando, ya no al ejercito en sí, sino más en la persona del general que había ganado esta gloria y la riqueza, de tal forma que ningún hombre podía estar más cerca de los dioses como aquel día, pero la victoria no es solo cosa del general, ha sido cosa de los dioses, ha sido Júpiter quien ha dado esa victoria, y al que por lo tanto hay que rendir honores y sacrificios.
Celebrar el triunfo tampoco era una cosa que se concediera tan fácilmente, algo tan vinculado a los dioses no se podía permitir tan a la ligera. El general que solicitaba el triunfo debe ser un magistrado con imperium, aunque en ocasiones esta norma se omitió en en el siglo I a.C. concediéndose triunfos a generales con un imperium extraordinario, pero que en sí no estaban ocupando magistratura, como fue el caso de Pompeyo. El reclamante debía también haber derrotado un enemigo extranjero en una guerra justa, iustis hostilibusque Bellis, es decir, una victoria en una guerra civil o contra un levantamiento de esclavos no se consideraba justa guerra y por lo tanto no reunía los requisitos. Se debía haber matado al menos a 5.000 hombres: esto puede ser una calificación más tardía, pero en el 62 a.C se promulgó la obligación de que el general debía realizar un juramento de que no mentía en las cifras dadas. Además, la guerra debe haber sido traída a su fin, debellatum, a fin de que el ejército pudiera volver para tomar parte en la ceremonia, pero como el aumento de las guerras extraitálicas, y cada vez más lejanas de Roma, esto hizo que la norma se fuera relajando.
En el día de su triunfo al magistrado se le permitió ejercer plenamente imperium en el pomerium de la ciudad, mientras que normalmente no estaba permitido. De hecho, cuando un general reclamaba un triunfo, el Senado se reunió fuera de la ciudad, por lo general en el templo de Belona, para darle la oportunidad de exponer sus alegaciones en persona. Fue el Senado quién concedía estos triunfos, aunque en ocasiones su decisión fue anulada por un recurso ante el pueblo o mediante la violencia. Aquí podemos ver en el relato de Tito Livio la complejidad para que el Senado concediera el triunfo: Convocaron al senado en el templo de Bellona, y solicitaron el triunfo como premio a sus éxitos bélicos. Entonces los tribunos de la plebe Gayo Atinio Labeón y Gayo Afranio pidieron que los cónsules trataran por separado las cuestiones del triunfo, que ellos no estaban dispuestos a permitir que se tratase el asunto de forma conjunta, para evitar que fuese igual el honor cuando los meritos eran desiguales. Quinto Minucio decía que la provincia de Italia les había correspondido a los dos, y que las operaciones habían sido dirigidas por él y su colega con un mismo sentir y pensar; Gayo Cornelio añadió que cuando los boyos se les habían enfrentado y habían cruzado el Po para ayudar a los ínsubres y cenomanos, su colega, arrasando sus campos y aldeas, los había obligado a dar la vuelta para defender sus dominios. Los tribunos admitían que Gayo Cornelio había llevado a cabo tales gestas bélicas que sin lugar a dudas se le debía conceder el triunfo, e igualmente indudable era el deber de dar gracias a los dioses inmortales, pero ni él ni ningún otro ciudadano, aún consiguiendo para sí un triunfo merecido, había tenido tanto ascendiente ni tanto poder como para conceder el mismo honor a un colega que tenía el atrevimiento de solicitarlo sin haberlo merecido3.
La procesión se iniciaba en el Campo de Marte, en donde se unían los magistrados y los senadores. El orden de la comitiva era: los senadores y los magistrados; la banda de trompetas; los despojos de los pueblos vencidos, insignias, estandartes, armas, estatuas, objetos logrados y distintivos conseguidos por el general triunfador, las imágenes de las ciudades conquistadas, etc. en carros o en angarillas; hombres con pancartas en que se especifican las plazas y fuertes tomados al enemigo, las batallas libradas que, a veces, hasta se pintaban en amplios cuadros. Después venía la segunda parte del desfile formada por el cuerpo de lictores y músicos. Y lo más espectacular, el carro del triumphator. Avanzaba el desfile a través de la Porta Triumphalis, cerca del Circus Flaminius y la Porta Carmentalis. Tras el sacrificio que se había ofrecido, pasaba por el Velabrum en lugar de pasar por el Foro Boario, yendo por el Vicus Iugarius para volver a la Velabrum por el Vicus Tuscus. A continuación, a través del Circo Máximo llegando a la Vía Sacra que conduce al Foro, y después de atravesar éste, comenzó a subir al Capitolino.
Antes de ascender al templo Capitolino, se daba muerte a los caudillos de los pueblos vencidos, originalmente decapitados con un hacha, pero más tarde estrangulados. Podríamos pensar que se trata de un sacrificio humano hacia los dioses. Tras ello el general ascendió al Capitolio y puso su rama de laurel y las coronas de sus fasces en el regazo de la estatua de Júpiter, llevándose a cabo los sacrificios, normalmente toros blancos, o que por lo menos tuvieran unas manchas blancas sobre la frente. Se les doraban los cuernos y entrelazaban guirnaldas, y sobre sus lomos se echaba una gualdrapa.
Después se realizaba una fiesta para el Senado en el templo, a la que no acudían los consules, con el fin de que el triumphator pudiera ser la más distinguida persona entre los presentes, mientras que las tropas estaban entretenidas en el templo de Hércules. Dice Plinio que, con ocasión de los triunfos la estatua de Hercules Triumphalis en el Foro Boario fue vestida con la ropa triunfal4.
Para aquellos que no habían conseguido las condiciones para celebrar el triunfo, existía dos celebraciones alternativas: la ovatio o un triunfo en el Monte Albano. Un ovatio era concedida por el Estado a aquellos a quienes deseaban celebrar sus victorias, pero con la cual no había conseguido los requisitos para celebrar el triunfo, o bien a aquellos generales a los que no se le podía negar del todo el triunfo, aunque más bien, el conceder un honor u otro estaba en función de las intrigas políticas del momento. En este llamado «triunfo menor», el general entraba en la ciudad a pie, aunque más tarde a caballo, pero nunca en un carro, quien vestía la toga praetexta de un magistrado y una corona de mirto, en lugar de la túnica picta y la corona de laurel; tampoco llevaba cetro, y era acompañado de flautistas en lugar de trompeteros. En la procesión podía mostrar el botín capturado, pero no a entrar su ejército en la ciudad, sin embargo, presumiblemente se le habría concedido llevar una pequeña escolta militar, posiblemente de caballeros. La procesión llegaba hasta el Capitolio, donde el general sacrificaba una oveja en lugar de un toro a Júpiter. De hecho Plutarco derivado de la palabra de ovatio de ovis (oveja), aunque más que probablemente viene del griego gritar “euoi”5.
La celebración de la ovación fue muy esporádica, a diferencia del triunfo: sólo se conoce una ovatio entre 360 y 211, mientras que hubo siete entre 200 y 174 a.C, y después de un largo tiempo sin su uso, reapareció unos cuarenta años más tarde, cuando se utilizó para victorias sobre las revueltas de esclavos en Italia y Sicilia.
Un general victorioso, que no llegó a obtener la aprobación del Senado para un triunfo o una ovación, podía, a sus propias expensas celebrar un triunfo en el Monte Albano, como hizo C. Papirius Maso en el 231 a.C. Tan solo se necesitaba a cabo autoridad consular, y era incluido de igual forma en los Fasti Triumphales. Aunque esta opción de triunfo no fue muy usado, y no se tiene constancia de que se usara al final de la República, pero de todas formas, la celebración era lleva en el templo de Júpiter en el monte Albano, pero nunca en Roma6.