Fenicios y griegos en la península ibérica
Existieron en la península diversas culturas tras el inicio de la Edad de los Metales en el 3000 a.C., como Los Millares o el Argar en Almería. A finales del segundo milenio, tres focos culturales exteriores influyeron sobre estas culturas peninsulares. Por una parte, el Bronce Atlántico, que permitió el desarrollo de una cultura bastante homogénea en las tierras peninsulares, galas y británicas bañadas por el Atlántico. Por otro lado, desde el 1100 a.C., penetraron por el Pirineo los Campos de Urna, que para algunos autores fueron los responsables de la indoeuropeización de la Península. Pero es una tercera influencia exterior la que debemos tratar en mayor profundidad, pues permitió el desarrollo de la cultura íbera: los llamados pueblos colonizadores, fenicios y griegos, provenientes del Mediterráneo oriental.

Respecto a los fenicios, estos provenían de la costa sirio-palestina y como comerciantes crearon rutas por todo el Mediterráneo. Llegaron hacia el año 1.000 a.C. a la península Ibérica y allí, tras un tiempo en que los intercambios serían en la propia playa, comenzaron a establecer factorías para comerciar con los pueblos indígenas. Estos asentamientos los podemos encontrar desde la zona de Huelva hasta Valencia, siendo Gadir y Malaka algunos ejemplos. Los fenicios buscaban principalmente metales como oro y plata de las minas del sur peninsular, pero también conectar con las rutas de cobre y estaño de los circuitos atlánticos de norte. Además, en los asentamientos comerciales, fabricaban joyas y otros productos como cerámicas que vendían a estos pueblos, especialmente buscados por las élites locales como elemento de ostentación y prestigio. Hacia el siglo VI a.C., sin saber muy bien la causa, muchas de estas factorías fueron abandonadas, y algunas, como las antes citadas, se convirtieron en autenticas ciudades.
La influencia fenicia, que introdujo el hierro y el torno rápido para la fabricación de cerámica, produjo que en el siglo VIII a.C. floreciera la cultura tartésica en la zona de Huelva, caracterizada por su aristocracia y la explotación de los recursos mineros. No obstante, el nombre de Tartessos siempre ha girado en torno al mito, pues las fuentes griegas mencionan que existía una ciudad o reino con este nombre que era rico en plata precisamente en el sur peninsular, una vez atravesadas las Columnas de Hércules. En el siglo XIX, esta información se interpretó como cierta, y los investigadores pretendieron buscar esta ciudad.

Independientemente de ello, hacia el siglo VII a.C., fueron los griegos los que también comenzaron a comerciar con los pueblos peninsulares buscando igualmente metales y vendiendo entre otras cosas las famosas cerámicas griegas. Estos tampoco establecieron ninguna colonia para establecer población, sino que eran emporiones. El único que conocemos con seguridad es el que dio lugar a Ampurias, que acabó más adelante por convertirse en una ciudad; cerca de la misma se fundo, más adelante, la ciudad de Rodhe. Las cerámicas griegas aparecen por gran parte del levante peninsular, pero estas pudieron ser transportada por los propios fenicios, siendo así mal conocido el comercio que los griegos tuvieron en la Península.
Para acabar, y relacionado con los fenicios, los cartagineses llegaron a la Península con ánimo de desarrollar en ella un imperio a mediados del siglo III a.C. tras ser vencidos por Roma en la Primera Guerra Púnica (264-242 a.C.). El sur y levante peninsular hasta el río Ebro lo dominaron desde la nueva capital en Cartago Nova (Cartagena), lo que acabó por provocar una nueva guerra con Roma a finales de ese siglo.