Fouché. Retrato de un hombre político – Stefan Zweig
Stefan Zweig, Fouché. Retrato de un hombre político, Acantilado, Barcelona, 2011
Joseph Fouché fue un hombre con gran poder en la Francia revolucionaria. Pese a ello, su nombre pasa desapercibido en las páginas de la historia. En realidad, no es el único; excluyendo a Robespierre y Napoleón, el resto de los políticos que, de una u otra forma, participaron en los acontecimientos que se desencadenaron a partir de 1789 no tienen hueco en la memoria colectiva. Todos fueron absorbidos por la propia Revolución francesa.
¿Quién fue este Fouché? Fue uno de esos personajes camaleónicos que, como otros muchos a lo largo de la historia, logró no solo mantener la cabeza en un tiempo en el que, literalmente, los ciudadanos la perdían ante la implacable guillotina, sino que además estuvo siempre cerca del poder. Contemporáneos e historiadores tan solo tienen “elogios “para él: “Traidor nato, miserable intrigante, puro reptil, tránsfuga profesional, vil alma de corchete, deplorable inmoralista”.
Un personaje que recibe tales calificativos, se puede intuir, no dejó ni deja a nadie indiferente. Bien podría ser el personaje de cualquier novela, pero lo que aquí comentamos no es en sí una obra de tales características, sino una biografía que podemos calificar como ensayo. El austriaco Stefan Zweig, que vivió en la primera mitad del siglo XX, destacó por este tipo de obras. De hecho, ya hemos reseñado aquí la biografía de María Antonieta. Sea como fuere, el autor hace una brillante, amena y bien escrita exposición de la vida de Fouché. En todo momento hace ver lo controvertido de este hombre y sus cambios ideológicos, no por convicción, sino por conveniencia: de girondino a jacobino, más tarde aristócrata y monárquico. Pero la grandeza de este libro es que, a través de la vida de Fouché, el autor reflexiona sobre esos temas universales que son la traición, el poder, la lealtad, los principios, entre otros muchos. Precisamente, eso es lo que aleja al libro de ser una fría biografía.
El primer capítulo está dedicado a la juventud de nuestro protagonista. Titulado “ascensión”, se narra a lo que Fouché se dedicaba antes de la Revolución francesa: seminarista y maestro. Pero la revolución cambió todo; nuevos hombres pueden entrar en lo que antes estaba reservado para la nobleza: el poder. Elegido como representante en la Convención en 1792, el ya diputado acabó en Lyon, y así nos lo cuenta el autor en el segundo capítulo, “El mitrailleur de Lyon”, en donde el antes religioso Fouche se radicaliza y se convierte en el más acérrimo de los jacobinos y anticlerical. En tal ciudad llevó a cabo atrocidades que siempre quiso hacer olvidar cuando se ennobleció. Como nos dice el autor, no lo hizo por gusto, sino porque es uno de esos hombres que “solo amenzará la vida o el destino de otro hombre cuando el suyo o sus ventajas estén amenazados. Este es uno de los secretos de casi todas las revoluciones y el trágico destino de sus líderes: ninguno de ellos ama la sangre, y sin embargo se ven forzados a derramarla”.
Su actuación allí le llevó a una lucha con el taimado Robespierre, según se nos narra en el tercer capítulo. De ella, el líder jacobino acabó sin cabeza, mientras Fouché la mantuvo sobre los hombros. Bajo un nuevo régimen desde 1795, el Directorio, no tardó mucho para volver a alcanzar un poder mayor: ministro de policía. La sorpresa del nombramiento fue mayúscula para muchos que seguían recordando su pasado, mientras él se afanaba en limpiarlo: “¡Josehph Fouché, ministro! París se sobresalta como ante un cañonazo. ¿Ha vuelto a empezar el Terror, cuando sueltan a ese perro sanguinario, el Ametrallador de Lyon, el blasfemo y saqueador de iglesias, el amigo del anarquista Bafeuf?”. Gran cargo para quien aspira a controlarlo todo. Oídos en todos los sitios y acumulación de información. Conspira contra el propio Directorio y es uno de los que estuvo detrás de la llegada de Napoleón al poder en 1799. Napoleón jamás se fio de él, desde luego, pero le mantiene en el cargo incluso cuando ya ciñe la corona imperial (capítulos “Ministro del Directorio y el Consulado”, así como el de “Ministro del emperador”), tiempo que además aprovecha para amasar una gran fortuna y conseguir título nobiliario. Se titula el siguiente capítulo “La lucha contra el emperador” puesto que, igual que con Robespierre, las aspiraciones de Fouché tan solo son ensombrecidas por Bonaparte.
Como el líder jacobino, Napoleón cae en 1814, pero Fouché, y así se expone en “Intermezzo involuntario”, acaba de nuevo en su puesto bajo el reinado del nuevo rey francés, Luis XVIII, hermano del mismo rey al que Fouché votó por condenar a la pena capital. Los hechos se precipitan y Napoleón vuelve a gobernar Francia, pero Fouché sigue en el poder (“La lucha final con Napoleón y los Cien días”). Cuando el emperador finalmente es derrotado, llega el gran momento de Fouché: colocarse a la cabeza del Estado. Por poco tiempo, Luis vuelve y a Fouché ya solo le queda, como se titula el último capítulo, la “caída y la decadencia”.