INTRODUCCIÓN
Una parte importante de las civilizaciones de la Antigüedad fue sin duda la religión de éstas: sus creencias, sus cultos, sus ritos, sus dioses. Civilizaciones en las que nunca se entendió una división entre lo sacro y lo mundano, sino que lo comprendieron como un todo, y por lo tanto, ese es el primer punto del que hay que partir para el estudio de cualquier religión antigua, en este caso la religión micénica, asunto del que trata este trabajo. Por ello, para comprender y estudiar dicha religión es necesario conocer quiénes eran las gentes que la procesaron, así como contextualizar la civilización micénica en su contexto cronológico y espacial.
Los micénicos tienen un origen indoeuropeo. Varios grupos de estos llegaron a la Península Helénica, hasta el Peloponeso al inicio del segundo milenio. Las explicaciones clásicas siempre apuntaban hacia invasiones, algo que hoy en día tiende a desmentirse, tan solo produciéndose una aportación poblacional constante, que hizo que los indoeuropeos aportaran una nueva cultura, pero evidentemente no se les puede atribuir todo a ellos. Gran parte de lo preexistente antes de su llegada sobrevivió, y en parte las creencias religiosas, aunque es evidente que los indoeuropeos aportaron parte de sus propias creencias. Este asunto será tratado más adelante.
Lo cierto es que la civilización micénica vino a homogenizar el mundo Egeo, desde el Peloponeso, las Cícladas, Creta y Chipre a partir del siglo XV a.C cuando el mundo minoico, en Creta, desapareció, la civilización micénica se extendió también a las islas. Pero no debemos caer en el error de considerar a Micenas como una ciudad hegemónica, puesto que el nombre a dicha civilización ha sido puesta por los historiadores modernos a partir del yacimiento de Micenas, uno de los primeros en ser estudiados.
De esta manera, del siglo XV al XIII la civilización hegemónica del Egeo, que puso las bases para la posterior civilización griega, en donde será precisamente la religión la que más huella deje. Muchos cultos se mantendrán en épocas clásicas, los grandes santuarios griegos tienen en su mayoría un pasado micénico, el culto a los muertos, y los héroes: personajes de alta cuna y convertidos en intermediarios entre los dioses y los hombres a los que se vincularán las grandes familias. Y que decir de las dos principales obras de la literatura griega, la Iliada y la Odisea, basadas, sin duda, en el mundo micénico.
Pero el descubrimiento de este mundo es relativamente nuevo, no sería hasta finales del siglo XIX, gracias a las excavaciones de Schliemann, y más tarde las de Evans en Knossos, cuando se descubrió los tiempos pretéritos del pueblo heleno. Pero junto a la civilización micénica se descubrió también la cretense, que en principio no se supo muy bien donde situarla, y que llevaron a autores como Evans y más tarde a Nilsson que siguió las teorías de éste, al considerar la existencia de una religión micenico-cretense que generada en la isla de Creta se trasladaría posteriormente al continente. Las investigaciones más modernas han demostrado que estas hipótesis eran falsas, y que la cretense o minoica era una civilización prehelénica, que sucumbió ante una catástrofe natural, siendo posteriormente sustituida en la isla de Creta por la micénica, proveniente del continente. Pero en aquel momento en el que se hicieron las primeras investigaciones las tablillas de lineal B aún no habían sido descifradas, y tan solo la arqueología servia como fuente para realizar hipótesis acerca de la religión, lo que llevo a muchos, el primero de ellos Dieterich[1], a creer en la existencia de las grandes Diosas, la Diosa Madre o la Diosa Tierra. La teoría sería posteriormente recogida por Nilsson.
Aunque el desciframiento del lineal B hizo que muchas de estas hipótesis empezaran a carecer de valor, y el propio Nilsson, principal estudioso de la religión micénica y griega, tuvo que cambiar parte de sus planteamientos, empezando por disipar la creencia de una cultura micénico-minoica, y a considerar que los principales dioses griegos posteriores tenían su origen en la civilización micénica y no en la minoica, aunque sin descartar la influencia y aportación de dioses minoicos. Pese a ello, mucha de las principales ideas sobe la religión micénica de Nilsson pueden seguir vigentes en la actualidad, como veremos después. De este autor podemos destacar su principal obra: The Minoan-Mycenaean religion and its survival in greek religion.
Sin embargo, las obras unitarias sobre la religión micénica no han sido frecuentes. Se han hecho trabajos, la mayoría de ellos a partir de artículos y actas de coloquios, en los que se recogía un estado de la cuestión, de los que se podría destacar, entre los más modernos, el artículo de José Carlos Bermejo Barrera y Susana Reboreda Morillo: Religión micénica y religión griega: problemas metodológicos, así como el de Francisco Adrados: Les institutions religieuses myceniennes, o el de Chadwick: What do we know about Mycenaean religion. Más frecuentemente nos podemos encontrar obras referentes a aspectos monográficos sobre la religión micénica, tales como a un determinado dios, a un determinado culto o a las menciones religiosas en el lineal B, etc. En este último aspecto, prácticamente un diccionario para la religión micénica se puede considerar la obra de Gerard Rousseau: Les mentions religieuses dans les tablettes mycéniennes. Sin embargo no existe una obra de conjunto sobre la religión micénica que nos recoja los avances en las investigaciones de las últimas décadas. Habría que mencionar también que en los últimos años los trabajos sobre religión micénica han sido escasos, siendo en su mayoría, las últimas investigaciones, de los años 70 y 80 del siglo XX.
La religión es algo simbólico que difícilmente se puede explicar sin la existencia de un documento escrito que nos la explique. De esta manera, las creencias son algo que difícilmente se pueden estudiar sin la presencia de una civilización que hubiera usado la escritura, y que lógicamente se hubieran conservado esos escritos hasta nuestros días.
En el caso de la religión micénica, nos encontramos ante el dilema, que si fue una civilización que uso la escritura, lo que nos ha llegado hasta nuestro días no es mucho, y además esos documentos no son lo suficientemente explicativos, aunque, si bien, a partir de un análisis filológico nos podemos acercar al conocimiento de la religión micénica.
Las tablillas donde están contenida esas fuentes escritas tienen un carácter administrativo y económico, y como tales, son en general escuetas, básicamente se podrían considerar, y puede que así sea, como recibos. Por lo tanto, los aspectos religiosos que puedan aparecer en las tablillas: dioses, santuarios, cultos, sacerdotes; tan solo serán mencionados como consumidores de bienes cuya naturaleza y movimientos queden dentro de la esfera de la administración palaciega.
Como mucho pueden aparecer nombres de dioses, a veces coincidiendo con nombres de dioses de la mitología griega posterior, pero ello tampoco permite hacer una comparación, puesto que, si bien, el nombre se pudo mantener, no por ello mismo las características del dios tienen que ser las mismas en época micénica que en época clásica. Es decir, retrotraer al pasado el panteón griego clásico sería caer en un error, y en el caso de que se realizara se debe realizar con sumo cuidado y procurando, por otras vías, encontrar características que permitan señalar esa similitud[2].
Ante una falta de documentos escritos, la arqueología es la otra vía que aporta información. Dietrich consideraba que el documento arqueológico era más fiable para el estudio de la religión que el texto literario, puesto que el texto presenta una visión deformada de los cultos.
Pero, evidentemente, la dificultad para saber si un objeto poseía simbología es difícil de averiguar, resultando imposible prácticamente establecer el significado de los signos, de las representaciones figuradas o los gestos rituales, si no disponemos de otros elementos provenientes de la cultura que los creó y que desvelen ese significado. Puesto que un objeto simbólico, al igual que los lugares, tienen ese carácter cuando existen gestos y palabras de cultos realizados por el ser humano. Sin ellos, el objeto nunca nos dirá aquella información.
De esta forma, las reconstrucciones de la religión micénica amparadas en la arqueología tienen una naturaleza hipotética. Aunque, muchos autores han tratado de elaborar una metodología para intentar comprender la religión a partir de la cultura material. Destaca entre ellos Clon Renfrew, con su obra “The Archaeology of Cult. The Sanctuary at Phylakopi” (Londres, 1985), en donde parte de la idea de que la religión es la conducta que indica el deseo de complacer a un poder divino, intentando contactar con lo sobrenatural y estando mas allá de la vida cotidiana. La idea la toma del teólogo alemán R. Otto, para quien el ritual religioso tiene como función de poner en contacto el mundo terrenal con lo sobrenatural, y en donde la muerte tiene ese papel principal. Por lo tanto, el ritual religioso se debe caracterizar por centrar la atención sobre el mundo del más allá, marcar la zona liminal, manifestar en ella la presencia de lo transcendente y participar en ella mediante ofrendas. Junto a esa idea, acepta otros conceptos como: religión, dios, templo, culto, oración, sacrificio, ofrenda, exvoto, etc., las cuales no llega a definir, puesto que no todas las religiones deben tener estos conceptos, por lo que la tarea del historiador debe ser buscar la existencia de esos conceptos, y nunca partir de ellos.
Un punto de partida, por lo tanto, según Renfrew, para el entendimiento de las religiones del Bronce Egeo, sería a partir de análisis minuciosos de los santuarios, como el de Phylakopi, excavado por él, y ampararse en el estudio de la distribución espacial de los objetos. Si bien, la información que podemos adquirir mediante este método, tampoco desvela nada importante sobre la religión, puesto que si bien una serie de objetos, como altares, ofrendas o representaciones figuradas podrían recogernos los gestos, las palabras pronunciadas en un ritual nunca las sabremos sin el material lingüístico. Y pese a ello, nos volvemos a encontrar con el problema de interpretar una representación. Puesto que ésta recoge los gestos característicos, a los cuales se les otorga un valor simbólico, pero para nosotros esos gestos pueden tener otros significados muy distintos a los originales.
De esta forma, la arqueología micénica permitirá el estudio de la religión en cuanto a gestos y rituales: enterramiento, tumbas, templos, pero en lo relativo a las creencias, tan solo las tablillas escritas nos pueden dar algunas pistas.
Si una comparación con una religión posterior no parece que nos pueda aportar datos fundamentales, son muchos los autores que han defendido la idea de que un mejor entendimiento de la religión micénica vendría dado mediante un encuadramiento histórico en el contexto de otras religiones de aquel momento y la posible relación que con ella pudieron tener. Sin embargo tampoco conocemos muy bien las otras religiones del Egeo, ni las religiones neolíticas previas al asentamiento de población indoeuropea en la península helénica.
Aunque ya se ha dicho anteriormente que partir de la religión griega clásica podría ser peligroso, es sin duda fundamental hacerlo, puesto que si consideramos que la religión micénica es la predecesora de lo que posteriormente será la religión griega, de algún modo o de otro la religión clásica nos dará algún tipo de información sobre sus orígenes. Evidentemente no podremos considerar la idea de los “survivals” tal y como lo planteó Dieterich a principios de siglo XX, y más tarde recogida por H. Usener[3], que aunque en algún momento se pueda producir no se puede tomar como una regla matemática que siempre se cumpla. Más aceptada es la teoría de Picard[4], quien afirma que la continuidad de un culto implique la continuidad de los mitos, puesto que un mismo ritual puede continuarse practicando pero otorgándole sucesivamente diferentes interpretaciones, y que por lo tanto muchos de los mitos, y también los dioses, que tienen su origen en el mundo micénico, fueron reinterpretados en la Grecia postmicénica.
Pero en cierto modo una de las preguntas que nos deberemos hacer es la continuidad de la cultura micénica y griega, tal y como lo hizo Nilsson en sus estudios finales, en los que busco la continuidad entre Homero y Micenas[5]. De hecho la Odisea y la Iliada, que supuestamente escribió Homero, es una recopilación de una literatura oral que se formó durante la edad del bronce. Historias de dioses y héroes humanos pasaron de generación en generación, y por lo tanto cuando Homero escribió, el relato incorporó recuerdos auténticos del pasado heroico de la Edad del Bronce[6].
Finalmente, deberíamos darle importancia al análisis filológico. Como se ha dicho al principio, poseemos el nombre de muchos de los dioses, así como otras palabras que tienen un significado religioso. A partir de este tipo de estudio quizás puedan darnos pistas sobre diversos aspectos de la religión, así por ejemplo, buscar el origen de los nombres de los dioses podría darnos algún tipo de información sobre la función del dicho dios. Sin embargo este método también debe ser tomado con cuidado en el estudio de la religión micénica, puesto que los nombres de los dioses pueden ser mucho más antiguos que la religión micénica, y por lo tanto, su significado original poco tendría ya que ver con las características del dios en época micénica[7].
Partiendo de todas estas premisas, con tres tipos de fuentes: las arqueológicas, las tablillas y lo que nos pueda proporcionar los relatos homéricos, se puede iniciar la interpretación de la religión micénica.
NOTAS
[1] DIETERICH, A. (1913)
[2] ADRADOS (1972), p 171
[3] USENER, H., (1985)
[4] PICARD, (1948), p. 141
[5] NILSSON, (1972a)
[6] HAWKES (1968), p. 18
[7] CHADWICK (1976), p. 85 ss.
BIBLIOGRAFÍA GENERAL: CHADWICK, The Mycenaean world, Cambridge, Cambridge University Press, 1976HOOKER, Mycenaean Greece, London, Routledge & Kegan Paul, 1976.SANCHEZ RUIPÉREZ y MELENA JIMÉNEZ, Los griegos micénicos, Historia 16, 2005 p. 181-197
TRABAJOS MONOGRÁFICOS:
ADRADOS, Les institutions religieuses mycéniennes, en Acta Mycenaea, 1972, 170-203.
BERMEJO BARRERA, J.C, REBOREDA MORILLO, S ,»Religión micénica y religión griega: problemas metodológicos,» en Edad del bronce: (actas del curso de verano de la Universidad de Vigo en Xixo de Limia), 1993, p 25-72
BERMEJO BARRERA J.C, REBOREDA MORILLO S, Los orígenes de la mitología griega, Akal, 1996
BUCK, «Mycenaean Human Sacrifice», Minos 24(1989) 131-137.
CHADWICK, «What do we know about Mycenaean religion», Linear B.A 1984 Survey, pp 191-202
DIETERICH, A., Mutter Erde. Ein versuch über Volksreligion, Berlin, 1913
FAURE, «Crete et Mycènes. Problémes de mythologie et d’histoire religieuse». En Dictionnaire des Mythologies. p 520 y ss
GÉRAD-ROUSSEAU, Les mentions religieuses dans les tablettes mycéniennes, Rome, 1968.
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HÄGG and MARINATOS (eds.), Sanctuaries and Cults in the Aegean Bronze Age, Stockholm, 1981.
HAWKES, El origen de los dioses: las maravillas de Creta y Micenas, Barcelona, Noguer, cop. 1968
MARINATOS, «Minoan Sacrificial Ritual. Cult Pracise and Symbolism», Acta instituti Atheniensis Regni Sueciae. Series in 8, IX, Stockholm, 1986
NILSSON, The Minoan-Mycenaean religion and its survival in greek religion, Biblo and Tannen, 1971
NILSSON, Homer and Mycenae, Philadelphia : University of Pennsylvania Press, 1972a
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NILSSON, Historia de la religiosidad griega, Madrid : Gredos, D.L. 1969
PICARD, Les Religions Prehelleniques, Paris, 1948
TAYLOR W. «New Aspects on Myceanean Religion». En Acta of the Second International Colloqium on Aegean Prehistory.
TAYLOR W., «New Light on Mycenaean Religion», Antiquity 44 (1970)
USENER, H., Gotternamen. Versuch einer Lehre von der religiösen Begriffsbildung, Bonn, 1985