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Instrucciones para convertirse en fascista – Michela Murgia

Michela Murgia, Instrucciones para convertirse en fascista, Seix Barral, Barcelona, 2019

Escribo contra la democracia porque es un sistema de gobierno fatalmente defectuoso desde su origen”; de esta manera tan rotunda comienza el libro de Michela Murgia. Desde un punto irónico y como si de un manual se tratara, la polémica escritora italiana nos explica el discurso del fascismo y lo contrapone a la “débil” democracia, utilizando los principios de esta contra ella misma. El libro trata de las técnicas del fascismo para convencer, pues como nos dice la autora, el método y el contenido coinciden en los grupos de ultraderecha.

El primero de los capítulos, “Empezar desde el principio”, trata sobre el líder o, mejor dicho, el jefe, pues a diferencia del primer término, que se usa en las democracias para identificar a los dirigentes de los partidos, pero que tienen en cuenta la discusión interna; el jefe no se equivoca, pierda o gane. Se considera que un jefe toma con rapidez las decisiones, y, por tanto, la participación y la deliberación se consideran inútiles y lentas. Al fin y al cabo, el jefe es una persona que sabe lo que hace, todos están de acuerdo con él, pues es una persona a la que todos aspiran a ser. La democracia y todos sus órganos de deliberación cuestan dinero, en cambio el jefe sale barato. Además, el jefe da mucha tranquilidad, tan solo hay que reconocer que este tiene una visión más amplia que el resto, y la comunicación que este necesita con sus siervos es meramente banal.

De la banalidad trata el segundo capítulo, titulado “simplificar es demasiado complicado”. Es evidente que el fascismo tan solo quiere escuchar la opinión del jefe, pero por desgracia la democracia significa debate. Hoy en día es fácil que cada uno dé su opinión en Internet, y tal es así que el fascismo puede utilizar esta libertad en contra de esta: que todo el mundo opine, sin hacer distinción de jerarquía, toda opinión tiene la misma validez y para ello hay que desacreditar a aquellos que por su formación o estudios tienen una opinión que debe ser escuchadas por encima del resto. El cambio climático se puede negar independientemente del consenso científico como lamentablemente estamos viendo. Pero las redes sociales tienen otro potencial: la voz del jefe llega a millones de personas sin necesidad de ningún filtro. Su mensaje será siempre repetitivo y breve, sin dar datos, sin ninguna fuente, es decir, mentir impunemente o, mejor dicho, banalizar. Para la autora, simplificar el mensaje sería dar los datos concisos; banalizar es quedarse con lo superfluo.

La otra gran característica del fascismo es, sin duda alguna, la de “granjearse enemigos” El enemigo simplemente son colectivos a los que no hay que respetar y a los que se les puede culpar de cualquier cosa. El enemigo no son personas concretas, sino que son amplios grupos a los que se puede deshumanizar: inmigrantes, feministas, homosexuales… El fascismo, por tanto, no tiene adversarios, tiene enemigos a los que no hay que respetar. Para llevar todo esto a cabo, el fascismo se pone una máscara: pretende hacerse pasar por demócrata indicando que sus ideas, por descabelladas que sean, son legítimas también. En el caso de que no se les deje participar, se acusa al resto de falsos demócratas.

Todos esos enemigos, por supuesto, quieren acabar con la esencia de la nación, presentando a la mayoría de la nación como la verdadera victima frente a las minorías. Así pues, los partidos fascistas se consideran, claro está, como los salvadores (“Protegeme donde quiera que esté”, se titula el capítulo) de todas esas amenazas del orden “natural”.

La democracia no utiliza la violencia, ni es deseable que el Estado, que la monopoliza, la use. Sin embargo, el fascismo clama que los ciudadanos deben portar armas para defender lo propio (“En caso de duda, atiza”), ya que la democracia no protege a la población ante robos, violaciones, etc.. Una vez armado el pueblo, tan solo tienen que alzar esas armas contra el Estado y, una vez que el jefe esté en poder, ya podrán deponerlas. Pero antes de eso, es mucho más útil utilizar la violencia verbal y la manipulación del lenguaje, de tal forma que se llama a cada cosa por su nombre y no ateniéndose a lo políticamente correcto.

El fascismo debe ser atractivo para atraer, y por ello es populista. Si por una parte se señala a los enemigos, por otro hay que alabar al pueblo “normal” y presentarse como uno de ellos (son “la voz del pueblo” tal y como se titula otro de los capítulos), y sobre todo ofrecer un lugar útil en la sociedad a todos, por ejemplo ofrecer a las mujeres un papel fundamental como madres y esposas. Hay que mimetizar con todo tipo de público y ofrecerle aquello que quiere a cada sector social, pero manteniendo siempre la división social intacta: “El verdadero populista se ocupa de todos equitativamente. A los pobres les ofrece un poco de pescado gratis de vez en cuando, a la clase media, la nevera para guardar lo que les sobra, y a la alta burguesía, el estanque donde todos podrán pescar previo pago”.

Finalmente, el fascismo busca cambiar la historia (“No me olvides”), porque el fascismo ya llegó al poder una vez y las consecuencias fueron nefastas. Pero el recuerdo, sobre todo para las generaciones que no vivieron aquellas épocas, es débil. Ante una democracia que ha elegido contar y recordar “su versión”, lo que hay que buscar son las bondades de aquellos dictadores de antaño; más tarde, negar que el fascismo matara a nadie; finalmente, narrar una nueva versión del pasado.

El libro acaba con un fascistómetro que consiste en toda una serie de afirmaciones populistas que se escuchan en la calle. Dependiendo del número de afirmaciones que el lector considere ciertas, la autora le ofrece el nivel de fascista en que cada uno está.

En general, estamos ante un libro muy bien hilado, breve y conciso que expone, desde la visión del propio fascismo, el funcionamiento de estas políticas que amenazan a la democracia. Un libro no solo para saber sobre cómo funciona el fascismo, sino para reflexionar sobre la propia democracia.

 

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