Italia antes de Roma: las culturas prerromanas

Una multitud de pueblos, lenguas y culturas caracterizaban a la península itálica antes de que Roma la conquistara y se romanizara. Hacia la época en que Roma comienza su andadura como ciudad, es decir, después del siglo VIII a.C., la península itálica presentaba el siguiente aspecto:

Pueblos de la Italia protohistórica

Pueblos de la Italia protohistórica

Al norte, los  ligures, divididos en tribus, influenciados por la cultura etrusca en el sur y la celta en el norte. En el valle del Po, los retios; y, al sur de estos, los vénetos, cuyos rasgos emparentan con los pueblos ilirios.  En el centro de Italia, entre el Arno, el Tiber y el Tirreno, los etruscos.

El resto de Italia, los pueblos reciben el nombre genérico de itálicos, aunque su única característica es que comparten lenguas indoeuropeas. Los latinos en el Lacio, y en la orilla  derecha del Tíber, los faliscos. A lo largo de la cadena apenínica, desde Umbria hasta Lucania y Bruttium, destacan los samnitas, marsos, ecuos, volscos, hérnicos y sabinos, umbros. En la costa adriática, picenos, frentanos, apulios, yápigos y mesaios.

Sin embargo, muy poco es lo que conocemos de todos estos pueblos. Nuestras fuentes para reconstruir la Italia prerromana se reducen básicamente a los datos arqueológicos, puesto que las fuentes escritas que mencionan a tales pueblos únicamente hacen su presencia a partir de los siglos IV y III a.C., y lo hacen de la mano de los escritores romanos que, como se puede adivinar, los mencionaron cuando fueron relevantes para la propia historia romana. Mucho más complejo es buscar, además, los antecedentes de estos pueblos antes del siglo VIII a.C.

 

El tránsito de la Edad del Bronce a la Edad del Hierro

La Italia de la Edad del Bronce parece ser culturalmente uniforme bajo la llamada cultura apenínica –desarrollada entre el 1800 y 1200 a.C-, cuya principal característica es una cerámica de loza bruñida con decoración geométrica incisa, entre otros objetos. La mayoría de los yacimientos se sitúan en el centro, en la región montañosa, por lo que su economía se caracterizaba por el pastoreo y la trashumancia.

En el paso de la Edad del Bronce a la Edad del Hierro, esto es entre finales del segundo milenio y comienzos del primero, se debió producir  el gran desarrollo cultural de los pueblos de Italia. En este momento se observa un cambio de gran envergadura, que ha hecho a los investigadores situarse entre dos posturas: un desarrollo de la cultura previa existente o, por el contrario, una ruptura con esta como consecuencia de la llegada de una nueva. Esta última teoría apoyada en la evidencia de dos tipos de lenguas, indoeuropeas y no indoeuropeas, como veremos más tarde. A esto se suma que el cambio  coincide en el tiempo con la caída de los palacios micénicos en Grecia, así como las alteraciones en los imperios mesopotámico y egipcio como consecuencia de los siempre misteriosos “pueblos del mar”.

En cualquier caso, los cambios observados en Italia hacia el 1200 a.C. son, por una parte, un cambio en los hábitos funerarios. Se pasa de la inhumación a la incineración. No solo eso, sino que las cenizas  son depositadas en urnas, las cuales son posteriormente enterradas en fosas. Hábito que tuvo que penetrar por el norte, desde Europa Central, desde donde se expandió la llamada cultura de campos de urnas.  A esto sumamos nuevos tipos de cerámica, así como un desarrollo cultural distinto según las zonas, lo que hace que la península deje de ser un espacio culturalmente homogéneo. Por tanto, la cultura apenínica fue sustituida por una nueva cultura que es denominada protovillanoviana.

La Edad del Hierro

De esta manera, en la Edad del Hierro, que arranca hacia el 900 a.C., existían dos grandes grupos culturales, si atendemos al modo de enterramiento. Aquellos pueblos que tomaron la costumbre de incinerar a sus muertos se concentran en el  norte de Italia, en las llanuras del litoral del Tirreno, Etruria, Lacio y Campania. El resto, mantuvo la costumbre de la inhumación.  

No obstante, estos dos ámbitos no son, ni mucho menos, homogéneos. En cada uno se pueden observar culturas distintas. De esta manera, en el caso del grupo de las tumbas de incineración, se puede observar que en la zona de Lombardía y Piamonte –cultura de Galsecca-, las tumbas se agrupan en grandes necrópolis de incineración, así como la existencia de tumbas principescas con ajuares de carácter militar. Tal cultura sobrevivirá hasta el siglo IV a.C.

Al este de la cultura anterior, la cultura del Este o atestina, que se caracteriza por finos objetos de bronce. La más importante, en cualquier caso, es la cultura villanoviana, que se extiende desde Bolonia, en concreto en la región de Emilia-Romaña, pasando por Etruria, hasta el rio Tíber. Esta se caracteriza, también, por su rito fúnebre: las cenizas se depositaban en una urna bicónica cubierta con una tapa, la cual se enterraba en una fosa que se cubría con una losa de piedra. Una variante de esta, la cultura lacial –en el Lacio- se caracteriza por urnas con forma de cabaña. Además, en el caso de la cultura villanoviana, los asentamientos protovillanovienses son abandonados, surgiendo otros que con el paso del tiempo se convirtieron en las ciudades-estado de Etruria, a diferencia que en el Lacio, donde parece que existe una continuidad de los asentamientos de la cultura apenínica.

En la zona de inhumación, la principal característica es el enterramiento en fosas alargadas. Pero se denotan tres grupos, que parecen descendientes de la tradición apeninica de la Edad del Bronce. Primero, la cultura de fosa de Campania y Calabria,  que estuvieron muy influenciadas por las colonias griegas que comienzan a instalarse en la Magna Grecia en el siglo VIII. Las otras dos culturas eran la cultura ápula, en la zona de Apulia, y la cultura picena, en Umbría-Piceno, ambas mal documentas, pero influenciadas por la cultura de los pueblos de Iliria, es decir, al otro lado del Adriático. En cualquier caso, la primera se caracteriza por los vasos de “geométrica yápige”, análogos a los estilos de los Balcanes, destacando las asas decoradas con formas fantásticas, aunque existen otras más grotescas. La segunda, menos definible, destaca por las estelas funerarias de piedra con escenas bélicas.

 

Las lenguas

En cualquier caso, más allá de estos conjuntos basados en la cultura material, las diferentes lenguas que se hablaban en Italia pueden ayudar a comprender el origen de los pueblos mencionados al principio –o, en su caso, contribuye a crear más dudas, puesto que el material arqueológico no acaba de casar del todo con las evidencias lingüísticas-.

Se han identificado, pese a los escasos testimonios escritos que han dejado, unas cuarenta lenguas o dialectos, entre ellos, claro está, el latín, que en aquel entonces solo hablaban las gentes del Lacio –de hecho, incluso existen diversidad entre el latín de Roma y el de otras comunidades de la región-.

Como habíamos enunciado párrafos arriba, se evidencia dos grandes grupos de lenguas. Las indoeuropeas –que se expandieron desde la India hasta Irlanda-, y las que no lo son. Entre las que sí son indoeuropeas, se dividen también en dos grupos: por una parte, una serie de lenguas que parecen tener un parentesco entre sí: el latín, el falisco –si es que no es un dialecto del latín-, sículo y véneto, así como un gran grupo de dialectos denominados osco-umbro diseminados por la Italia central, oriental y meridional.

El otro grupo de lenguas indoeuropeas no tienen entre sí ningún tipo de relación, y si quitamos el celta en el valle del Po y el griego en las cosas del sur y Sicilia,  nos quedaría el mesapio, en la costa sur-oriental de la península.

Entre las lenguas no indoeuropeas encontramos el etrusco, cuya cultura plantea todavía una gran incógnita, al igual que la propia lengua, la cual no ha podido ser descifrada. Otras son el rético, en la región del alto Adigio, con algún parentesco con el etrusco. Existían otras, aunque sin apenas evidencias.

La visión tradicional parecía más o menos sencilla, las lenguas no indoeuropeas eran las originales de la península itálica. Las lenguas indoeuropeas llegaron cuando penetraron los campos de urnas y se produjo el cambio cultural que antes hemos mencionado. No obstante, la cuestión no es tan sencilla. Los estudios modernos muestran que, en primer lugar, la expansión de una lengua no implica la necesidad de desplazamientos de grupos que la hablen. Por otro lado, no todas las lenguas indoeuropeas tienen que ser más modernas que las no indoeuropeas. Así, por ejemplo, la lengua etrusca -y todo lo que rodea a esta cultura- podría haber llegado a la zona de Etruria después.  

De esta forma, conciliar los datos arqueológicos, lingüísticos e incluso las fuentes escritas es dificultoso, puesto que parecen, incluso, contradictorios.

 

BIBLIOGRAFÍA

CORNELL, T.J. (1999): Los orígenes de Roma, 1000-264 a.C., Crítica, Barcelona

ROLDÁN, J.M. (2007): Historia de Roma, Cátedra, Madrid

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