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La construcción social de la realidad – Berger y Luckmann

Peter Berger Y Thomas Luckmann, La construcción social de la realidad, Amorrortu, 2013

Lo primero que deberíamos decir de la breve, pero concisa, obra de Berger y Luckmann es que, tras su lectura, nada volverá a ser visto de la misma manera –evidentemente, se trata de una opinión personal-, puesto que el lector podrá observar que todo aquello que consideraba una realidad absoluta e innegable, se trata, en realidad, de una mera convención social. No estamos hablando, por supuesto, de que un árbol no sea un árbol, ni que vivamos en una especie de matrix. La materia –al menos hasta que la ciencia diga lo contrario-sigue siendo materia. Pero nuestras creencias –en el aspecto más amplio de esta palabra- son construcciones sociales y no existen de una forma “natural”. Pero, pese a ello, consideramos que la realidad de nuestra vida cotidiana no requiere ningún tipo de verificación adicional. Lo damos todo por hecho, lo consideramos totalmente normal y, además, no podemos concebir ni remotamente que aquello pueda ser de otra manera.

Nadie parece dudar, por ejemplo, de que el día tiene 24 horas y que lo que hace un reloj, en efecto, es meramente informarnos sobre esta realidad. Parece extraño, para un occidental, pedir perro en un restaurante y, además, que gustosamente el camarero nos lo sirva. ¿Qué clase de barbarie sería esa? Tampoco dudamos, al parecer, de que la crisis económica actual se ha dado como si se tratara de una especie de peste negra contra la que nada se puede hacer. Pero el día podría haber tenido 10 o 30 horas –tantas como divisiones se le hubieran puesto a la máquina que las cuenta-, o incluso se podrían haber prescindido de la creación de estas. En muchas culturas, el perro es un manjar, y en algunas considerarían una atrocidad comerse una vaca –caso de la India-. Y la crisis económica solo es el producto de una serie de normas fijadas por las sociedades. Observar todos los días la “prima de riesgo” no deja de ser lo mismo que mirar la dirección del vuelo de las aves. De esto se deriva otra creencia de gran arraigo y que ha sido reiterada una y otra vez en los últimos años: “no hay otra solución”. Pero sí, en realidad hay muchas otras soluciones que se aplicarían si cambiáramos nuestra realidad social, aunque esto supondría, más o menos, como dejar de creer en las leyes de la física y que si nos lanzáramos por la ventana, no caeríamos, sino que subiríamos. La cuestión es que  mientras estas últimas, hasta donde sabemos, se cumplen siempre y nada se puede hacer por evitarlas, las “leyes sociales” se pueden cambiar. Solo hay que querer modificarlas.

Los ejemplos expuestos son propios, aunque el libro está plagado de otros tantos, que hacen compresibles las explicaciones de carácter sociológico. En cualquier caso, la teoría parte la afirmación expuesta en el párrafo anterior y que, en palabras de los autores, podemos resumir en que: “El orden social no se da biológicamente ni deriva de datos biológicos en sus manifestaciones empíricas. Huelga agregar que el orden social tampoco se da en el ambiente natural, aunque algunos de sus rasgos particulares pueden ser factores para determinar ciertos rasgos de un orden social… Existe solamente como producto de la actividad humana”.

Por tanto, una vez comprendido esto, la cuestión que ocupa el resto de la obra es de describir la forma en que se construye la realidad social.  Para los autores de la misma, esto se da en un proceso dialectico compuesto por tres momentos: externalización, objetivación e internalización.

El primer momento, la externalización, se da cuando un grupo de individuos, cada uno con su subjetividad, consideran establecer una norma concreta para su convivencia. Así, por ejemplo, estos pueden acordar prohibir salir por la noche debido a que los lobos rondan por los alrededores.  De este modo, esta pauta se acaba por convertir en una norma que todo el grupo respeta en tanto que todos ellos sabes que su seguridad depende de esto mismo.

El segundo paso es la objetivación.  Esto es, en realidad, una institucionalización de esta norma. Dicho de otra manera, una vez establecida esta pauta, se convierte en algo objetivo, en algo que existe en sí mismo –al igual que existen el Sol-. De esta manera,  para la nueva generación de individuos, la norma parece que no ha sido creada, sino que es un elemento propio de la naturaleza. Si volvemos sobre el ejemplo antes visto, salir por la noche es, para la nueva generación, una norma que deben cumplir aunque desconozcan que fue creada por el peligro de los lobos. De hecho, puede ser que los lobos hayan, incluso, desaparecido, pero la norma se sigue aplicando y lo normal es “no salir por la noche”. Claro está, en este proceso de institucionalización, se requiere también una legitimización. Tal justificación no tiene por qué ser una explicación de lo que la fomentó, sino que se puede crear una explicación de carácter mitológico. Por ejemplo, la noche es peligrosa y, en ella, no es que solo haya lobos, sino que además existen seres sobrenaturales que rondan la oscuridad, por ejemplo, vampiros.

Finalmente, la internalización. Esto es, la forma en el que la nueva generación aprende la norma. Los niños, al socializarse en su familia, aprenden las instituciones y normas que rigen la sociedad, y más tarde lo hacen en la escuela o en la propia sociedad. Lo aprenden de la misma forma que observan la propia naturaleza como si se tratara de una parte de la misma. No es de extrañar la importancia que se le ha dado en los dos últimos siglos a la educación, puesto que a través de ella se puede enseñar “la realidad” más adecuada. Se puede indicar a todos los escolares que en el día de mañana deberán trabajar mucho, ganar poco y, además, que los políticos deben robarles, porque siempre ha sido así y es lo “normal”.

Si tras todo lo comentado, nos pusiéramos a reflexionar sobre cualquier cuestión de nuestra vida cotidiana, acabaríamos por darnos cuenta que, en realidad, la mayor parte de las cosas que hacemos no tienen mucho sentido o que, como poco, podían ser de otra manera y el mundo no se vendría abajo. Pero la gran mayoría de los individuos no lo harán, puesto que por absurdas que puedan parecer algunas normas, supone un gran esfuerzo desprenderse de “esa realidad” aprendida desde la infancia.

 

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