Historia Contemporánea de España

La Crisis del Antiguo Régimen (III): el reinado de Fernando VII

Violentando en lo más alto el sagrado derecho de gentes, fui privado de mi libertad, y lo fui, de hecho, del Gobierno, de mis Reinos, y trasladado a un palacio con mis muy amados hermanos y tío, sirviéndonos de decorosa prisión”, decía Fernando VII en el primer decreto, el de Valencia, que emitió en 1814 como rey de España de nuevo. La coplilla popular “cuando Fernando VII usaba paletó” le recordaba que un día vistió con esa típica prenda francesa y, aunque sus contemporáneos solo lo sospecharan, la Historia sabe que vendió la corona en Bayona y pretendió ser hijo del que luego dijo ser su carcelero, Napoleón, quien suele ser representado vistiendo ese tipo de abrigo. Cuando de nuevo la pesada corona española apoyaba en la singular testa de Fernando, de las tres legitimidades que había habido durante la guerra, la de José I había dado a su fin como consecuencia de la misma. Quedaba la legitimidad de las Cortes de Cádiz y su Constitución, que aspiraba a que Fernando VII jurara la carta magna, pero también estaba el sistema de gobierno tradicional, el absolutismo. Fernando abrazó a este último y acabó con el régimen constitucional, pero su reinado estuvo marcado por la lucha entre absolutismo y liberalismo.

 

7. Sexenio Absolutista

Cuando Fernando VII se disponía a volver a España tras la firma a finales de 1813 del Tratado de Valençayaquel palacio que el monarca considera ahora una prisión-, las Cortes, que para aquel entonces ya se habían trasladado a Madrid, se apresuraron a organizar el juramento de la constitución por parte de Fernando VII. No fue posible, pues los absolutistas, en su mayor parte la nobleza, llegaron antes ante el rey que volvía a pisar suelo patrio a principios de 1814. Condujeron al monarca a Valencia y allí le entregaron el Manifiesto de los Persas, firmado por diputados absolutistas en las Cortes, en donde se le exponía que “era costumbre de los antiguos persas pasar cinco días de anarquía después del fallecimiento de su rey, a fin de que la experiencia de los asesinatos, robos y otras desgracias les obligase a ser más fieles a su sucesor”. Los años de la guerra y el experimento de las Cortes de Cádiz eran precisamente esa anarquía a la que el rey debía poner punto y final. No tardó mucho Fernando en emitir el Decreto de Valencia por el cual abolía “como si no hubiesen pasado jamás tales actos y se quitasen de en medio del tiempo” la constitución y la legislación liberal, se disolvían las Cortes y se condenaba a todos aquellos que hubieran participado en la creación de aquel régimen o que pretendieran mantenerlo en vigor. Aunque no eran los únicos perseguidos, también los afrancesados, pese a lo pactado en Valençay, tuvieron que soportar la ignominiosa proscripción.

La derogación del liberalismo inauguraba el primer periodo del reinado fernandino: el Sexenio Absolutista, una época en la que se volvió a la situación anterior a 1808. Se restauraron todas las instituciones del Antiguo Régimen, tales como los consejos y secretarias, pese a ser poco funcionales, en concreto los primeros. Se repusieron los señoríos, los gremios, la Inquisición y la sociedad estamental. No era algo atípico de España, vencido Napoleón primero en Leipzig y definitivamente en Waterloo, el resto de monarquías restablecieron el Antiguo Régimen y Europa iniciaba un periodo que se le conoce como la Restauración.

La restitución del Antiguo Régimen iba acompañada por la crisis del mismo. El absolutismo era incapaz de dar solución a los problemas del país, en concreto al de la deuda. ¿Cómo se pretendía acabar con esta si los privilegiados seguían sin pagar impuesto? ¿Cómo se pretendía frenarla si no se establecían mecanismos de control del gasto? ¿Cómo se podía explicar que unos pocos guardaran vetustos privilegios cuando muchas de las fortunas eran plebeyas, prestaban dinero a la propia corona, pero no tenían acceso al gobierno? No fue extraño que existiera una constante inestabilidad del Gobierno, en concreto en Hacienda, en donde se sucedieron multitud de secretarios. Además, se crearon “gobiernos en la sombra”, las llamadas camarillas de palacio, que extraoficialmente aconsejaban al monarca. Por si fuera poco, España, que no poseía una gran relevancia diplomática, lo dejó de manifiesto en las reuniones europeas, en concreto en el Congreso de Viena. España tan solo ratificó acuerdos, sin participar en las decisiones.

Si algo destacó en este periodo fueron los múltiples pronunciamientos liberales que se produjeron: los de Elio y Espoz y Mina en 1814, Porlier en 1815, Richart en 1816, Lacy y Milans del Bosch en 1817, Vidal en 1819. Básicamente uno cada año, los cuales pretendían presionar a Fernando VII para reponer la constitución gaditana y el régimen liberal. Todos ellos fueron reprimidos violentamente.

 

8. Trienio Liberal

Si hemos dicho que los pronunciamientos no prosperaron, sí que lo hizo el llamado pronunciamiento de Riego. No fue este coronel el único cabecilla, aunque sí el último que perseveró hasta el final. En 1820, las tropas acantonadas en el sur de la península, que esperaban embarcarse rumbo a los territorios americanos para hacer frente a la independencia de estos, se levantaron con el fin de solicitar al monarca que restableciera la Constitución de Cádiz. Al principio fue un fracaso y Riego se vio obligado durante varios meses a desplazarse por Andalucía esquivando el enfrentamiento con el ejército fernandino. Ya marchaba hacia el exilio cuando en toda España se produjo una amplia adhesión de otras unidades del ejército al pronunciamiento. Fernando VII se vio obligado a aceptar la Constitución de 1812. Por medio de un manifiesto el rey se declaró el principal valedor de la carta magna: “caminemos todos por la vía constitucional y yo el primero”.

Durante los tres años siguientes, conocidos como el Trienio Liberal (1820-1823), estuvo de nuevo en vigor la Constitución de 1812 y toda la legislación gaditana. No solo eso, durante estos tres años las Cortes elaboraron una amplia batería de leyes que iban encaminabas a eliminar de nuevo el Antiguo Régimen y construir el Estado liberal.

Una eclosión de liberalismo se produjo durante todo este periodo: aparecieron sociedades patriotas, periódicos y cafés en donde los liberales discutían el día a día. Aunque no toda la sociedad participó en el júbilo liberal, el pueblo llano, que durante la Guerra de la Independencia fue el protagonista, apenas se emocionó ante el nuevo régimen, lo que dejaba a este sin una base social fundamental para sostenerlo.

Por si fuera poco, los liberales mostraron abiertamente su división, como más tarde en Europa entera sucederá. Por una parte, el grupo de los doceañistas, que pretendían reformar la constitución con el fin de moderarla. El objetivo de estos era crear una segunda cámara legislativa y reforzar el poder del monarca. Pretendían, en general, un pacto con la élite nobiliaria con el fin asentar el régimen. Por otro lado, el grupo de los exaltados era partidario de profundizar en la revolución liberal y, sobre todo, apoyarse en el pueblo como pilar fundamental de esta.

Independientemente de ello, el régimen liberal tuvo que hacer frente a la contrarrevolución. En efecto, una cosa podría ser que Fernando VII hubiera restablecido la Constitución, y otra que la hubiera aceptado. Lo demuestra el uso constante del veto a la legislación, el nombramiento de Gobiernos muy moderados y la conspiración con las potencias de la Santa Alianza para una intervención, que finalmente se producirá. Del mismo modo, nobleza e Iglesia se reactivaron como fieles opositores del liberalismo. Estuvieron detrás de varios pronunciamientos para restablecer el absolutismo, el más importante el de la Guardia Real en 1822, que acabó con los liberales exaltados en el Gobierno. Una medida que tomó Fernando VII para que se acelerara la intervención extranjera.

Así fue. En 1823 un ejército francés, los Cien Mil Hijos de San Luis, entraba en España bajo el amparo de la Santa Alianza. Lo dirigía el duque de Angulema, nada menos que el delfín francés, aunque jamás ocupó el trono galo, pues en aquel momento no podía sospechar que lo que estaba destruyendo en España, el régimen liberal, se establecería de nuevo en Francia unos años después. Sea como fuere, Fernando VII de nuevo quedaba envestido con el poder absoluto. El pueblo llano, al contrario de lo que pensaban los liberales, no se levantó contra los franceses en esta ocasión, pues el Deseado en esta ocasión estaba en el trono y las tropas francesas se preocuparon de no molestar demasiado a los habitantes del país.

 

9. La Década Ominosa

La Constitución fue abolida y puesta bajo llave una vez más. Fernando declaraba, en un nuevo manifiesto, que tres años antes se le había obligado a caminar por la senda constitucional. El Antiguo Régimen daba un nuevo soplo de vida.

La Década Ominosa no empezó precisamente con buen pie. En 1824 la monarquía perdió el control de los virreinatos americanos tras la batalla de Ayacucho, reduciéndose los antes vastos territorios de ultramar a las islas de Puerto Rico, Cuba y Filipinas. No se trató de un proceso de independencia rápido, pues este se puede remontar a 1808, en el mismo momento en que se produjeron las abdicaciones en Bayona. Tampoco en América José I fue aceptado, y las Cortes de Cádiz pretendieron crear un Estado español que integrara, como indicaba la constitución gaditana, “ambos hemisferios”. El restablecimiento del absolutismo acabó con la esperanza de los criollos de participar en la administración de los virreinatos, precisamente cuando ya se habían hecho cargo de la marcha de estos durante la Guerra de la Independencia en España, habían tenido que organizar su defensa y, además, habían establecido la libertad de empresa que el Antiguo Régimen les negaba. Desde 1814 tan solo cabía la independencia que finalmente consiguieron.

Durante la década, la monarquía no solo afrontó una nueva situación territorial, sino que el absolutismo se retomó con otro talante. Luis XVIII, en una carta dirigida a Fernando, le indicaba queun despotismo ciego, lejos de aumentar el poder de los reyes lo debilita”. Se lo decía por experiencia, pues el mismo había creado una cámara de representantes en Francia para impedir una nueva revolución. En realidad, Fernando no parece que tomara nota del consejo, pues los liberales fueron perseguidos duramente, en concreto el frustrado pronunciamiento de Torrijos en 1831, quien vilmente fue traicionado nada más desembarcar en las playa malagueña y fusilado junto con sus hombres. Sin embargo, parece que el monarca y quienes le aconsejaban pretendieron poner solución a los acuciantes problemas del país, así que iniciaron el camino de las reformas, aunque, claro está, jamás se pretendió tocar las estructuras políticas, económicas y sociales. Así, en la administración hubo cambios técnicos para hacerla más eficaz. Por ejemplo, por primera vez se creó el Consejo de Ministro (título que llevarán de ahora en adelante los antiguos secretarios de despacho), que permitía a todo el Gobierno llevar una línea política determinada. Además, el resto de consejos, aunque no se suprimieron, perdieron poder y funciones. Más importantes fueron los intentos por modernizar la economía. Debemos recordar que en Inglaterra estaba bien asentada la Revolución industrial, la cual se estaba extendiendo por Europa. Así, se creó la Bolsa, el Banco de San Fernando (precursor del Banco de España), Juntas de Fomento de la Riqueza del Reino, así como el Código de Comercio. La deuda, problema importante español, se afrontó con la creación de un presupuesto anual de gasto, un tribunal de cuentas (ambas ya recogía la constitución gaditana) y una caja de amortización de deuda. Si bien podemos recoger multitud de reformas, como la del ejército y la creación de un plan de estudios universitarios, podemos mencionar finalmente que no se restableció la Inquisición, lo que era una declaración de intenciones en toda regla de los nuevos tiempos.

Las reformas, pese a lo limitado de estas, fueron suficientes para dividir a los absolutistas. Por una parte, los absolutistas reformistas -gran parte de la alta nobleza-, que eran partidarios de las reformas y de acercarse a los liberales moderados. Por otro lado, los realistas o bando apostólico, contrarios a cualquier reforma. Estos últimos pretendieron acabar con todos los cambios fomentados por Fernando VII, a quien creían mal aconsejado. Ello llevó a que en 1927 los realistas protagonizaran la llamada Revuelta de los Agraviados, un pronunciamiento en donde participaron antiguos combatientes, pero que movilizó también a campesinos y artesanos en Cataluña especialmente. Estaba bien financiado, pues detrás se encontraba la propia Iglesia. Pretendían que el rey cambiara su mentalidad respecto a las reformas, pero como en otras sublevaciones anteriores se escuchó el grito ¡Viva Carlos V! ¿Qué rey era este? Pues nada menos que el hermano del monarca, Carlos María Isidro, y primero en la sucesión al trono ante la falta de descendencia del rey. En torno a este los realistas habían formado un fuerte grupo, que con el tiempo se conocieron como los carlistas, que pretendían que Carlos se convirtiera en rey, especialmente tras la dura represión de la revuelta, algo factible si el rey moría o abdicaba.

Si la estrategia de los carlistas era esperar a que Carlos llegara al trono, esta quedó rápidamente truncada. La nueva y cuarta esposa de Fernando, María Cristina de Borbón, quedó embarazada. Si la criatura era niño, poco podían hacer los partidarios de Carlos, pues el vástago de Fernando sería el sucesor al trono. Pero si era niña, las cosas se mantendrían tal cual estaban, pues de acuerdo a la Ley Sálica (establecida por Felipe V en España) las mujeres quedaban apartada de la sucesión al trono mientras hubiera varones en la familia real. Sin embargo, antes de que naciera y se supiera su sexo, Fernando VII, bien aconsejado, eliminó esta ley mediante una pragmática sanción. Mejor dicho, la firmaba y la publicaba, pues la Ley Sálica había sido eliminada en las Cortes que Carlos IV tenía abiertas en 1789, pero que fueron cerradas apresuradamente ante los acontecimientos que se sucedieron en Francia. De esta manera, Carlos María Isidro quedaba apartado del trono.

El nacimiento de una niña, Isabel, permitió a Carlos seguir reivindicando sus supuestos derechos al trono. En una carta dirigida a su “muy querido hermano de mi corazón, Fernando de mi vida”, se negaba a aceptar a Isabel como sucesora alegando derechos divinos. En la contestación de Fernando a su “muy querido hermano mío de mi vida, Carlos de mi corazón”, le indicaba que la ley de sucesión está fundada “en una determinación de los hombres”, así pues igual que se había establecido, se podía derogar. Los carlistas conspiraron en palacio para que Fernando restableciera la Ley Sálica. De hecho, estuvieron a punto de conseguirlo, pues en un momento de convalecencia del rey, este firmó su restitución gracias a la intervención de su esposa, María Cristina, a la que los carlistas convencieron de que su vida y la de sus dos hijas correrían peligro si Fernando VII moría e Isabel era proclamada reina. Sin embargo, cuando el rey se recuperó milagrosamente, la derogó de nuevo.

Cuando Fernando VII murió e Isabel II fue aclamada como legítima reina en 1833, al carlismo solo le quedó la vía de la guerra.

 

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