La domus romana
Existía en Roma, en la colina del Palatino, una cabaña de madera de pequeñas dimensiones a la que los romanos designaban tugurium Romuli. Esta casa, que se mantenía con el erario público, era supuestamente donde vivió el fundador de la ciudad, Rómulo. A cualquiera que la observase, cuando tras Augusto la ciudad pasó a ser de mármol, esta construcción evocaba sentimientos, casi bucólicos, de los humildes y pastoriles orígenes de aquella urbe, ahora centro de un Imperio que se expandía alrededor del Mediterráneo. Como menciona Vitruvio en sus Diez libros de arquitectura (2.1), «en los primeros tiempos, los humanos pasaban la vida como las fieras salvajes, nacían en bosques, cuevas y selvas», pero unidos en sociedad «construyeron techumbres con follaje», «habitáculos donde guarecerse, con barro y con ramitas» y por supuesto «cada vez iban construyendo mejor sus chozas o cabañas». En efecto, antes de que los templos a los inmortales dioses fueran elevados y toda la obra edilicia y monumental fuera construía, tan solo existía la construcción más elemental, la casa privada en donde los romanos se apartaban de la esfera púbica para estar tan solo en compañía de sus seres más allegados. Tratemos, así pues, de la domus.
A la domus la podemos definir como una casa urbana independiente; aunque solía colindar con otras, en especial las más modestas (véase el fragmento de la Forma Urbis). Se disponía de forma horizontal; en otras palabras, rara vez existía un segundo piso y, en caso de que lo hubiese, este no cubría la totalidad de la edificación ni había sido proyectado en origen. Los techos eran artesonados (lacunar) y los tejados con vertientes y cubiertos de tejas de cerámica. Su tamaño, obviamente, podía cambiar en función de la capacidad económica de los propietarios: ¿acaso podría ser comparable las residencias de la nobilitas romana de la del resto de población, más o menos pudiente? Sin mencionar que las clases más bajas habitaban en las llamadas insulae. En cualquier caso, una domus típica solía tener una media de 800 metros cuadrados edificados. De igual manera, como advierte Vitruvio, cada casa tenía las características que imponía la condición social del propietario: «quien posea un escaso patrimonio no precisa de vestíbulos suntuosos, ni de recibidores, ni de atrios magníficos», «los que viven de los productos del campo deben disponer sus establos y sus tiendas en los vestíbulos», «los abogados e intelectuales les habitarán casas más elegantes y espaciosas», «los ciudadanos nobles y quienes ostentan la responsabilidad de atender a los ciudadanos por ejercer cargos políticos o magistraturas, deben disponer de vestíbulos regios, atrios distinguidos, peristilos con gran capacidad, jardines y paseos adecuadamente amplios».
Pese a las diferencias sociales, pero también regionales —la muestra más conocidas de estas casas se encuentra, como no podía ser de otra manera, en Pompeya, por lo que nos solemos referir en muchas ocasiones a estas como domus pompeyana—, mostraremos únicamente sus generalidades, pues como en las casas actuales, existían estancias que se repetían e incluso disposiciones de estas en lugares fijos.
Exterior
En su exterior, la domus solía ser sobria. La fachada no reflejaba suntuosidad alguna. Un mero muro ciego, macizo y liso impedía sospechar la condición social de su propietario, que guardaba celosamente en su interior cualquier lujo, si lo hubiera. No había ventanas al exterior, pues las estancias solo se alumbraban y ventilaban desde el interior de la casa, guardando así una total intimidad de la familia que en ella vivía. Si hubiera vanos, algo extraño, estos no tenían ninguna regularidad y solían ser de pequeño tamaño: ventanas de tipo troneras o tragaluces, que impedían la entrada de indeseables. Si las ventanas eran de mayor tamaño, estaban cerradas por rejas de hierro. Solo las ventanas que estaban en una segunda planta —extraña, como hemos dicho— eran más amplios. La casa romana estaba orientada hacia el interior y, como veremos, se desarrollaba en torno a patios interiores.
En la fachada en la que se encontraba la puerta de acceso, en concreto en las casas señoriales habitadas por potentados magnates romanos, existía un banco corrido que ocupaba parte de esta. Lo destinaban a las clientelas de estos influyentes miembros de la sociedad que esperaban su turno para despachar cualquier asunto con el propietario en el interior.
Vestibulum y fauces
Sea como fuere, esta fachada monótona era rota por el portal de acceso, enmarcado, por lo general, entre pilastras sin apenas decoración. Un escalón separaba la casa de la calle, pues la residencia estaba elevada respecto el nivel de la acera. Una marquesina en la parte superior guarecía a este portal de la lluvia. Desde aquí se inicia un corredor hasta el atrium que se divide en dos partes: desde la calle hasta la puerta propiamente dicha, encontramos el vestibulum, que al menos en las casas pompeyanas apenas está desarrollado; no así en las mansiones señoriales de Roma, en donde este posiblemente diera cabida a las clientelas que diariamente acudían a entrevistarse con el propietario. En este caso, esta pieza de la casa pudiera haber tenido una profusa decoración basada en arcos, columnas y estatuas. Seguido de la puerta se encontraban las fauces, el corredor desde esta hasta el atrio. Se caracteriza muchas veces por un suelo de mosaico con algún tipo de mensaje: bien conocida es la figura del perro encadenado y la advertencia «cave canem» (¡cuidado con el perro!): «A la izquierda de la entrada, cerca del aposento del portero, vi un enorme dogo encadenado debajo del cual se leía en letras capitales: “¡Cuidado con el perro!”. No era más que un perro pintado, pero al verlo me entró tal miedo, que me temblaron las rodillas» (Petron., Sat. 28-29). Otras veces, los mensajes eran menos amenazantes y más cálidos: «have», abreviatura de hospes, ave (¡saludos, huesped!). Otras veces se preferían mensajes para llamar a la fortuna: «salve lucro» (¡hola, ganancia!). Para evitar que desde la puerta, que permanecería abierta durante el día, se viera el interior, había una cortina una vez que las fauces terminaban; esta tan solo se descorría cuando se pretendía que se observara el interior de la domus.
La puerta
Lo que es la puerta (ianua), y que como hemos dicho se encontraba en la mitad de este corredor formado por el vestíbulo y las fauces, tenía diversas partes: el umbral o limen inferum, que estaba elevado, y el limen superum o arquitrabe, que solían ser de mármol. A los lados, estaban los postes o jambas que sobresalían de las paredes, que estaban revestidos de madera, estuco o mármol. Estos enmarcaban los batientes o fores, de madera de encina o de bronce, que estaba compuesta por dos hojas o valvae, que se abrían hacia dentro y que estaban sujetas a los postes por medio de goznes de madera forrados de hierro o de bronce. El ruido, según nos dicen las comedias de Plauto y Terencio, era irritante cada vez que se abría. A veces, la mitad superior estaba dividida de la parte inferior para que esta última se pudiera cerrar y no entraran perros o directamente disuadir de entrar. Esta puerta, por otro lado, se cerraba durante la noche con un triple sistema: las dos hojas se mantenían unidas con una cerradura metálica cerrada con llave. Ambas hojas quedaban inmovilizadas por una barra horizontal sujeta a orificios en las jambas. Para mantener una mayor seguridad, un puntal oblicuo calzaba una de las hojas. Para llamar a la puerta se usaban aldabas, anillas y llamadores fijos a las puertas o se le gritaba al ianitor. En efecto, en las casas más pudientes, un esclavo tenía la única función de vigilar la puerta e incluso poseía un pequeño dormitorio en esta zona: cella atriensis. El conjunto de la puerta está consagrado a Ianus y cada parte de esta, por sorprendente que suene, poseía su propia divinidad: Forculus, Limentinus y Cardea. El primero protegía los batientes; el segundo, el dintel y el umbral; la tercera, los goznes y quicios.
En unas casas de tales dimensiones, ¿acaso esta era el único acceso? Por supuesto que no. En uno de los laterales, por lo general en un callejón, estaba el posticum, que era usado por el servicio de la casa, esclavos, proveedores, mozos, etc. Las salidas discretas y nocturnas del propietario también se realizaban por este lugar para salvar las miradas de sus vecinos.
Atrium
Tras atravesar el vestíbulo, la puerta y las fauces, se abría una estancia —en muchos casos semejante a un patio— conocida como atrium. El atrio clásico actuaba como una especie de distribuidor de resto de estancias. Tenía forma cuadrada o rectangular y estaba cubierto con un tejado que sobresalía por los cuatro muros dejando una pequeña abertura en el centro llamada impluvium. Este se cubría con toldos corredizos para impedir la entrada del sol en los días calurosos o proteger la privacidad de las miradas desde construcciones aledañas más altas; a veces, incluso nos encontramos rejas con el fin, sin duda alguna, de impedir la entrada de maleantes por el tejado. Esta abertura, hacia donde se deslizaban las vertientes de los cuatro tejados, tenía como función —además de iluminar— canalizar el agua de lluvia hacia el interior, la cual era recogida en el compluvium, una especie de estanque de medidas similares al impluvium. Desde allí, el preciado líquido se almacenaba en un depósito bajo esta misma estancia. Cuando las necesidades de la casa lo requerían, el agua se extraía por un orificio que, por lo general, culminaba en un puteal, un brocal que podía ser de cerámica o de mármol. Los ricos propietarios, al menos en Pompeya, se hicieron instalar, cuando la ciudad tuvo una red de distribución de agua, una fuentecilla en el centro del compluvium, ya fuera un pilón o una estatuilla. En cualquier caso, bien nos muestra este sistema de recogida de agua la previsión del romano al garantizarse el propio suministro y almacenaje de agua en su casa.
Si bien en época clásica el atrium no es más que un lugar de paso o, en su caso, de ostentación ante las visitas, este había sido el lugar principal de la casa en el pasado. En algunas de las casas más modestas de Pompeya se observa como básicamente todo se reduce a este espacio y algunas estancias anexas a este. Así, el atrio es la evolución de la antigua cabaña en la que se desarrollaba toda la vida familiar y parece que en tiempos remotos este término designaba a la propia casa, pues así se seguían llamando algunos edificios de origen muy antiguo: atrium regium, en referencia a la casa de Numa, y el atrium Vestae, la residencia de las vírgenes vestales. El término parece provenir de la palabra ater (negro), pues en origen la apertura superior —más tarde impluvium— servía como salida de humo del hogar que en esta estancia había.
Se consideraba que esta casa tenía su origen en Etruria y, de hecho, una caja de cenizas etrusca, descubierta en Poggio Gaiella, muestra la maqueta de una sencilla casa en donde destaca el tejado sobresaliente de la pared, típico de los templos etruscos, pero sobre todo sorprende la representación del impluvium en su parte central. No parece extraño que los romanos llamaran Tuscanicum al tipo de atrium más sencillo y más repetido. En este, el tejado está sujeto por vigas que se apoyan en la pared dejando en el centro una apertura muy pequeña. La casa de Salustio en Pompeya es un buen ejemplo de ello.
Vitrubio distingue otros cuatro tipos de atrios en el libro séptimo: el atrium tetrastylum es otro de los más extendidos junto con el anterior, aunque de mayor tamaño. Se caracteriza por el uso de cuatro columnas —por lo general de mármol de un solo bloque— en las esquinas del compluvium. Buen ejemplo nos da la Casa de las Bodas de Plata. Parecido, pero con un mayor número de columnas y más apertura de luz es el tipo Corinthium, como la casa de Castor y Polux. En el de tipo displuviatum, las aguas vierten hacia las paredes laterales que se canalizan hacia unas gárgolas situadas en los ángulos. Aparece representado en una urna etrusca procedente de Poggio Gaiella, así como en la tumba de Mercareccia; no obstante, no se han encontrado arqueológicamente ninguna casa con este sistema. Finalmente, el testudinatum, que es un atrio de pequeñas dimensiones totalmente cubierto con una especie de bóveda.
En el atrium se encontraba, justo entre el estanque y las fauces, una pequeña mesa de mármol, con uno o dos pies, ricamente decorada conocida como cartibulum; sobre ella, se colocaban la mejor vajilla de la casa, antiguo recuerdo de la mesa en donde comía la familia. También en este espacio central de la casa estaba el arca doméstica de caudales y posiblemente un Hermes con el retrato en mármol del propietario. Igualmente se encontraba por lo general el lectus adversus, el lecho nupcial, que se instalaba el día de la boda, y se mantenía en este lugar pese que los dueños de la casa tenían un aposento interior.
Allí estaba, del mismo modo, el lararium, una capilla en honor a los dioses Lares, Penates y genio que protegían a la familia, así como otras divinidades que tuvieran relación con el hogar, por ejemplo la diosa Venus. Este era una pequeño sacellum o aedicula, es decir, una especie de capilla en donde se llevaban a cabo libaciones y ofrendas. Un exquisito ejemplo se halla en la Casa de los Vicios en Pompeya. El larario podía encontrar otros lugares, como el peristilo. Aunque existe una amplia tipo de tipología, por lo general suele ser un nicho rematado con un frontón en donde se pintaban los entes antes mencionados o se ponían estatuillas.
Algunas casas disponen de dos atria, como sucede en la Casa del Fauno. Esto se debía al tamaño del edificio, lo que implicaba la necesidad de solventar la iluminación de algunas de las estancias replicando este espacio, algo que debió ser común antes de que el peristylum se popularizase.
Por otro lado, no todas las casas disponían de un atrio como tal; en algunas, como sucede en la Casa de Diómedes en Pompeya, existe un viridarium, un jardín adornado con pórtico en uno o todos sus lados y el intercolumnio con un repecho en donde se disponían macetas. En otras palabras, se asemeja a patios interiores o a pequeños peristilos de los que hablaremos después.
Tablinum y Alae
Al otro lado de la puerta se situaba el tablinum. Se trataba de un espacio abierto al atrio, es decir, una exedra. Estaba franqueado por pilastras y se podía aislar del atrio por medio de cortinas o, como en uno de los mejores casos conservados en Herculano, la Casa del Tabique de Madera, con paneles de maderas y puertas de varias hojas. En las casas que lo poseían, y hablaremos después, también estaba abierto hacia el peristylum.
Si bien su función era polivalente, podemos decir que era una especie de despacho del pater familias. Según se dice, el término deriva de tabula, pues allí se guardaban las tabulae o documentación familiar, así como las teseras de hospitalidad y la imágenes de los mayores. En este lugar, el pater familias realizaba sus negocios y recibía a sus clientelas si las tuviera.
Existía en el atrium, justo en los laterales del tablinum, unos espacios llamados alae, Se desconoce su función, pues los objetos que se han hallado en estos espacios son diversos en cada casa como para llegar a una conclusión concreta. En las casas más modestas, solo hay uno de estos espacios o directamente se confunden con el tablinum. Quizás en el pasado, cuando los atrios apenas tenían apertura y, por tanto, poca luz, aquí se establecería alguna ventana.
Cubicula y tabernae
En torno al atrium, pero también en el peristilo más tarde, estaban los cubicula. El cubiculum tan solo tenía la función de alojar el lecho, por eso suele ser de pequeñas dimensiones. El dormitorio de cualquier miembro de la familia no se diferenciaba en demasía del de los esclavos: cellae servorum o cellae familiares, que sin tener un lugar fijo debían tender a estar en las zonas más próximas a la calle. En estos espacios, el propio suelo señala el lugar donde se encontraba el lecho, pues suele estar delimitado por una ornamentación particular. Además, la cama se empotraba algunos centímetros en el muro con el fin de ganar espacio y calzarla. A veces, antes de la alcoba, se encontraba el procoeton, en donde dormía un criado de confianza, el cubicularius o servus a cubiculo. Cuando el dormitorio tiene unas mayores dimensiones, se le suele denominar conclave, que en una domus tradicional solía reservarse para alojar a invitados, partos, etc.
El dormitorio es el lugar más intimo de la casa. Allí el romano descasa y se sobrepone de una enfermedad, los escritores pueden utilizarlo para escribir en las horas nocturnas e incluso podía ser utilizado para reunirse con personas con los que se tenían asuntos totalmente privados.
Las estancias junto a la entrada cuyas fachadas daban a la calles principales se convertían en locales llamados tabernae en donde se instalaban diferentes negocios. Las tabernae suelen ser altas y estrechas, con un mostrador a la entrada de albañilería y en la parte posterior una o dos trastiendas separadas por una pared. En ocasiones, sobre estas se alzaba una segunda planta, la pergula, de tal forma que la taberna tenía una escalera que conectaba con el segundo piso que actuaba a modo de vivienda del propietario del negocio.
Peristylum y estancias a su alrededor
Por influencia griega, las casas, sobre todo la de los más pudientes, añadieron el peristylum. Se trataba de un patio cuadrado o rectangular; por lo general, porticado y columnado en sus cuatro laterales. La realidad, en cambio, es que muchas veces son irregulares para adaptarse al espacio y pueden carecer de pórtico en uno o varios de sus lados. Algunas casas disponían de porticus fenestrata o cryptoporticus, que era aquel en el que el pórtico estaba cerrado por medio de un muro con enormes ventanales que podían cerrarse; de esta manera, este espacio se convertía en una estancia más. Independientemente de ello, para llegar a este patio, se abría desde el atrio un pasillo que recibe el nombre de andron, nombre que denota su procedencia igualmente griega. Como el atrio, este patio servía también para la distribución de otras estancias. Esto provocó que la vida privada de la familia se realizara en este nuevo lugar, mientras que el atrium se convirtió en una zona pública, al menos en aquellas casas en donde existía siempre un ajetreo de personal para despachar con el dueño de la domus.
Este patio poseía a veces tales dimensiones que se convertía en un auténtico jardín u hortus; destaca el de Octavio Quartio en Pompeya. Además de una variada vegetación, que podía incluir plantas aromáticas, flores, árboles ornamentales y frutales, sin faltar productos de huerta como hortalizas —lo que hacía que la casa fuera, en parte, autosuficiente—, el peristilo completaba su ornamentación con mesas, estatuillas, columnillas, losas con finos relieves, etc. En el centro, podía haber una pila que arrojaba agua e incluso podía correr esta por un juego de canales. Plinio nos describe con cierto detalle uno de estos jardines: «Delante del pórtico hay un paseo (xystus) adornado con arbustos de boj recortados con figuras muy diversas; desde el desciende en pendiente un bancal, sobre el que los bojes dibujan figuras de animales salvajes enfrentados por parejas; la parte llana está cubierta de acantos tan delicados que, me atrevería a decir, parece una superficie liquida. Todo alrededor hay una estrecha senda (ambulatio) cerrada por unos espesos arbustos podados de forma caprichosa. Allí comienza un paseo (gestatio) para las literas a la manera de un circo, que rodea un boj de mil formas y pequeños arbustos a los que la poda no deja crecer. Todo el jardín está cerrado por unos muros de mampostería, que un boj cortado en declive cubre y oculta de las miradas de la gente» (Epis. 5, 6).
Este patio, que a veces podía tener un piso superior, poseía a su alrededor otras estancias muchos más variadas que las vistas anteriormente. La familia, que antes comía en el atrio —o en algunos casos en el propio tablinum o en el cenaculum, una estancia que se construía sobre este último— y que, como hemos dicho, todavía quedaba la mesa, se traslada al triclinium. Recibe su nombre de los tres lechos sobre los que se reclinaban los comensales, también por influencia griega, para comer de una mesa que se disponía en el centro. En el lecho izquierdo, lectus imus, se colocaba el dueño de la casa, su esposa y uno de sus hijos. En el lecho del fondo o lectus medius estaba reservado a los invitados de mayor rango. A la derecha, el lectus summus, donde encontraban acomodo el resto de invitados. Los niños comían sentados delante de una pequeña mesa. En las más modesta, la estancia era un biclinium. En ocasiones, los comensales se recostaban sobre un lecho circular, stibadium. En general, era espacio más que suficiente para una familia o para la celebración del tradicional banquete que no debía de congregar a más de nueve personas.
Existía otra estancia, que Vitruvio denomina oecus —aunque la utiliza en diferentes sentidos y no hay otra fuente que la atestigüe—, que actuaba como una especie de salón cuando los invitados eran mucho más numerosos. Un buen ejemplo es el de la Casa de las Bodas de Pompeya. Si este estaba decorado con filas de columnas a cada lado tomaba el nombre de oecus Corinthius. En este, los triclinios se encontraban entre las columnas quedando un corredor entre la pared y estos. Vitruvio llega a diferenciar otros tipos, como el oecus tetrasthylus, que estaba sustentando solo por cuatro columnas. También el oecus Aegyptius, que se dividía en tres naves y existían dos órdenes de columnas. Este último, evidentemente, es el típico de los palacios.
En cualquier caso, los lugares de comedor podían ser varios en las residencias más grandes. Así, se podía contar con comedores de invierno y verano. De hecho, para los meses más cálidos se podía comer en la exedra que suele estar abierta al peristilo y que muchas veces está al fondo del mismo, siguiendo la línea visual desde la puerta de la domus. En el jardín se instala a veces un biclinium de mampostería, enlucido y pintado. Lo cubría una pérgola o un emparrado como se observa en las casas de Octavius Quartio o Loreius Tiburtinus.
Por supuesto, el antiguo hogar, donde se realizaba la comida, que estaba en el propio atrium, buscó también una estancia concreta: culina o coquina; aunque no dispuesta en ningún lugar particular como pasa con otros estancias. Por lo general era de pequeñas dimensiones, pues tan solo los palacios imperiales y las grandes casas pudieron haber tenido la capacidad para preparar comidas a cientos de comensales. Allí existía un zócalo de mampostería, es decir, una especie de mostrador con fogones. A veces también existía un pequeño horno para la cocción de pan. Solía existir una pequeña ventana por donde salía el humo o una apertura en el techo sin ningún tipo de tiro. Los romanos, desde luego, nunca fueron buenos en la evacuación del humo. El riesgo de que aquí se produjera un incendio debía ser alto: «una llama errabunda por la vieja cocina se daba prisa a lamer lo alto del techo» (Hor. Sal., 1.5. 73-74). En esta estancia se almacenaba, igualmente, la leña, la vajilla y los alimentos; aunque estos últimos encontraban mejor conservación en bodegas subterráneas, la cella vinaria, o, en ocasiones, se almacenaban en cerámicas enterradas en el peristilo.
Junto a la cocina estaba la letrina (latrina). El fin de esta disposición es que el agua de la cocina fuera aprovechada para desaguar los desechos de la letrina, que bien podían ser conducidas hacia las cloacas, la calle o bien un pozo ciego. Raro era la existencia de baños privados en la vivienda, como es el caso de la Casa de las Bodas de Plata. Por lo general, estos baños suelen contar con una sala que actúa tanto de vestuario como de tepidarium; seguido estaba el caldarium en donde había una bañera de agua caliente. Esta estancia se solía disponer junto a la cocina para aprovechar el calor del horno con un sistema similar al usado en las termas públicas.
Otra estancia que podía existir, aunque no muy frecuente, era la biblioteca (bibliothecam), como la descubierta en Herculano; esta, el día de la erupción, guardaba la no desdeñable cifra de 1757 rollos, los cuales estaban dispuestos en anaqueles en torno de la habitación. La posesión de libros en el mundo antiguo era extraña por la dificultad de su reproducción. Los pocos individuos que poseyeran algunos, bien podrían guardarlos en el propio tablinum.
BIBLIOGRAFÍA
ADAM, J.P. (2002): La construcción romana, Editorial de los Oficios, León
GHUL, E. y KONER, W. (2002): Los romanos, Edimat Libros, Móstoles
GUILLÉN, J. (1977): Vrbs Roma. Vida y costumbres de los romanos I: la vida privada, Ediciones Sígueme, Salamanca
PAOLI, U. E. (1964): Urbs. La vida en la Roma antigua, Iberia, Barcelona