La escultura gótica
El nuevo estilo arquitectónico, el gótico, conllevo también un cambio o, mejor dicho, una evolución en otras artes como la escultura. Esta, a diferencia del estilo anterior, el románico, alcanza una mayor importancia y se extiende a lo largo de los templos. Ya no se reducirá únicamente a lugares como portadas, vanos y capiteles. De la misma manera, a lo largo de los siglos XIII a XV, esta escultura va evolucionando y se aleja de las características de la escultura precedente.
La escultura gótica presenta interesantes características. Así, por ejemplo, el esquematismo del románico es dejado a un lado para volver, aunque lentamente, al realismo perdido desde los últimos momentos del Imperio romano. Este realismo se da tanto en las figuras humanas como en los animales, especialmente en estos últimos en donde ahora se puede apreciar con claridad qué animal se está representando. De igual manera, los ropajes, en concreto sus pliegues, abandonan también el esquematismo románico y tornan hacia una mayor naturalidad. Estos se representan quebrados con líneas angulosas que les da aire de movimiento.
Las figuras van tomando mayor bulto y los cuerpos tienden a una forma más ondulada. Estas toman actitudes afectadas, y los cabellos y barban se rizan. Podemos destacar en la catedral de Chartres las imágenes de San Jorge y Santa Teodora del pórtico septentrional. Se puede observar, por otro lado, que las figuras siguen siendo esbeltas, altas y delgadas, debido a que, como ocurre en el románico, se sigue manteniendo, al menos en el siglo XIII, una cierta adaptación al marco arquitectónico. Pese a todo, se denota que comienza a estar exenta de este, como se puede observar en la catedral de Miens, en la cual las columnas de las fachadas están acompañadas de figuras de bulto completo y libres de la columna, lo que implica que la ley de la adaptación al marco queda prácticamente eliminada en el siglo XIV.
En el románico, las figuras eran, en la mayor parte de los casos, simétricas y hieráticas, sin embargo, ahora se vuelve a retomar un cierto aire de movimiento de las mismas, de tal forma que estas aparecen realizando diversos gestos y posturas. Por su parte, la representación de elementos de la naturaleza, es decir, de naturalismo, retornó a la escultura con gran fuerza, debido especialmente a las órdenes mendicantes, las cuales defendían que rendir culto a la naturaleza era lo mismo que rendir culto a Dios, puesto que el Señor ha sido el creador de la misma. Por ello, es importante su representación, lo que nos vuelve a llevar a la necesidad del realismo escultórico. Cabe decir, por otra parte, que esta vuelta a un mayor realismo no está exenta de un idealismo manifiesto.
En el siglo XIV, los modelos escultóricos se llenan de gracia y se crea un verdadero manierismo. Las estatuas, además, pasan a ocupar nichos, pero al mismo tiempo se relacionan entre sí creándose escenas. Las figuras ya no están forzadas en absoluto y los pliegues de las vestimentas flotan mucho más airosos. Los relieves se hacen mucho más números y cubren amplias partes de los muros. Podemos destacar las portadas de los cruceros de la catedral de Ruan o el tímpano del crucero norte de San Andrés de Burdeos, ambas en Francia; así como la iglesia de San Lorenzo, en Núremberg.
Se produce, de la misma manera, un retorno al humanismo, en donde el hombre como tal vuelve a tener una cierta cabida en la estatuaria. Así, Cristo, que había sido presentando como divinidad en el románico, es ahora percibido, ante todo, como hombre. Y en tanto que el hombre siente, el dolor, el placer y la alegría vuelven a ser expresados, frente a la inexpresividad de la escultura anterior. Por ello, el Jesucristo crucificado, que antes no mostraba ningún tipo de sentimiento, es ahora un hombre que muestra amplio dolor en su cuerpo. Este aparece desnudo, únicamente cubriendo sus partes pudendas mediante una faldilla que llega hasta las rodillas, aunque con el tiempo esta se va acortando. Su cuerpo ya no está rígido y la fuerza de la gravedad vuelve a estar presente para que este se desplome. De la misma manera, los pies son ahora clavados juntos lo que hace más complejo tallar una pierna sobre la otra. La corona de majestad es sustituida por la de espinas, y se representa la sangre manando de la frente, manos y pies.
Lo mismo ocurre con la otra gran figura que es representada, la Virgen –ya lo había sido antes-, en donde, de nuevo, la expresión vuelve. Esta ahora se presenta como madre de Cristo y no como mujer que porta a Dios en su vientre y, por ello, la Virgen con el Niño cobran un cierto aspecto maternal, puesto que ambos se miran y sonríen. La rigidez, de nuevo, ha desaparecido e, incluso el Niño extiende su brazo para tomar el pecho de su madre o algún otro elemento que esta porta.
La Virgen cambia su alegre rostro en uno de dolor cuando esta es representada con el cuerpo muerto de su hijo entre sus brazos. El tema de la Piedad se convierte en uno de los más recurrentes en el gótico.
Además de las mencionadas iconográficas, el Juicio Final sigue siendo una de las escenas más repetitivas. Ahora, en el gótico, la disposición iconográfica es diferente. Aparece el Dios juez en el tímpano, mientras que el Dios bondadoso aparece en el mainel. Podemos destacar este tema en la catedral francesa de Chartres.
Las vidas de los santos o hagiografías adquieren amplio interés. Escenas horrendas que narran las escenas de los respectivos martirios, que se inspiran en una famosa obra medieval, la Leyenda Áurea, de Jacobo de Vorágine, en el cual la Virgen María es la gran protagonista, al igual que lo es en el libro de Gautier de Coincy, Milagros de Nuestra Señora. De estas obras se inspiraron los escultores para componer las iconografías, algunas muy complejas de desentrañar en la actualidad. No debemos olvidar, de ninguna manera, que también se dieron temas profanos, como por ejemplo vidas de caballeros.
Las fachadas se revisten totalmente de ornamentación, que incluso llegan a las partes más altas, especialmente a partir del siglo XIV. En los tímpanos sigue siendo común las escenas del Juicio Final, de la vida de la Virgen o de otros santos que acabamos de comentar. En las arquivoltas se colocan reye, músicos, apóstoles o imágenes muy diversas, que siguen la dirección del arco. En el mainel que divide la puerta o parteluz, además de la estatua del Señor, la Virgen, se suman también la representación de santos. Incluso será característico que aquí se establezcan figuras de obispos. Podemos destacar una de las estatuas del parteluz más conocida, el Beau Dieu en la catedral de Amiens. En los zócalos, en donde se suelen establecer trifolias y cuadrifolias se representan calendarios, vicios, virtudes y diversas escenas.
En los capiteles, si al principio se siguen representando escenas, finalmente estas van desapareciendo y sustituidas por hojas de acuerdo al nuevo espíritu naturalista.
En cuanto al simbolismo, este sigue manteniendo muchas de las convenciones del románico, como la duplicación de miembros y cabezas, bestiarios, etc. Las monstruosidades siguen atrayendo la atención, especialmente cuando se refieren a una descripción del infierno. Los autores más tardíos llegaron a crear tales esperpentos que en muchas ocasiones son difíciles de descifrar, puesto que son interpretaciones personales de estos.
Como también había sucedido en los siglos del románico, la representación escultórica o pictórica quedaba totalmente prohibida en los templos y monasterios de algunas órdenes como la cisterciense o los cartujos, lo que no implicaba que no los toleraran en templos destinados para el pueblo.
También aparecen nuevos elementos en donde situar esculturas e incluso se decoran las partes interiores de las fachadas como en la de Reims. El tímpano en algunas catedrales queda eliminado y es sustituido por el rosetón, quedando la escultura en los gabletes. En el caso inglés se crean numerosos nichos en donde existen estatuas sedentes o de pie como sucede en la catedral de Wells.
En el interior de los templos, la escultura, ante todo, va emplazada en las sillerías de los coros –en madera-, que se convierte en ricas piezas decoradas, junto con los retablos, lo que permite observar que se impone la escultura por encima del marco arquitectónico. En cuanto a los retablos, estos se empezaron a constituir en el siglo XIII, a partir de los dípticos y relicarios pintados o tallados que se establecían sobre los altares y que eran mostrados en momentos concretos. Estos empezaron a realizarse de mayor tamaño, primero conformándose como trípticos en los que la parte central era tallada y las tapas que lo cerraban pintadas. Estos se van haciendo cada vez mayores hasta conformar auténticos retablos que se estructuran en varios cuerpos –secciones horizontales- y calles –secciones verticales-. Se conforma, por tanto, una cuadrícula, en donde cada unidad recibe el nombre de encasamento, que es separado del resto mediante molduras y pilastras. En cada una de estos se representan diversas escenas, quedando la parte central para el tema más importante. La calle central o ático es coronado mediante un Calvario. Rodea el conjunto el guardapolvo, una moldura que evita que sobre las esculturas se deposite amplias cantidades de polvo.
El retablo se sustenta sobre un zócalo, que es el elemento que apoya directamente en el suelo con el fin de evitar la humedad –por ello muchas veces es de piedra-. Sobre este se encuentra la predela o banco, una especie de friso horizontal.
Por otra parte, debemos también hacer mención a la escultura funeraria, que alcanza una amplia difusión. En esta época catedrales e iglesias comienzan a recibir capillas financiadas por nobles y burgueses, en las cuales muchos de ellos acaban siendo enterrados, al igual que los propios reyes. Así, en los sepulcros se establecían estatuas yacentes de bulto en donde el difunto era tallado con los ojos cerrados como si se encontrara durmiendo, aunque cubierto con dosel como si fuera una estatua vertical. Es extraño encontrar estatuas funerarias con otras actitudes que no sea esta. Los difuntos tenían en su cabecera dos ángeles, mientras que en los pies aparecen leones en el caso de los hombres –es un símbolo de virilidad-, y las mujeres con perros falderos –que refleja la fidelidad y la vida en el hogar-. No es extraño que en los pies aparezcan también los escudos nobiliarios, a veces portados por pajes. En los frentes de los sepulcros suelen aparecer relieves normalmente con el cortejo fúnebre del fallecido. Los sepulcros, por otro lado, podían ir adosados a la pared o estar exento de la misma. Destacamos, a modo de ejemplo, el del obispo Federico de Hohenlohe, en la catedral de Bamberg; y el de Hugo de Châtillon, en la iglesia de San Bertrand de Comminges.
Cabría hacer aquí una especial consideración a la escultura gótica italiana de los siglos XIII y XIV, que han venido a ser llamados Ducento y Trecento. Las características de las obras italianas hace que los investigadores no sepan si calificarlas como góticas o, por el contrario, se puede decir que en el fondo a través de sus formas góticas se percibe, en realidad, elementos de precursores del Renacimiento. Es Federico II quien, en su idea de conformar un nuevo Imperio romano, conforma la escuela de Apulia, en donde se intenta volver a una representación clásica, por lo que el busto, por ejemplo, vuelve a tomar aquí gran importancia. También debemos tener en cuenta que Italia contaba con una importa escultura procedente de época romana que sirvió como inspiración. Algunas obras que sirven para ejemplificar son el Púlpito de la catedral de Siena, la Fontana de Perusa, el Púlpito de San Andrea de Pistoia, las Madonas de Juan Pisano –las obras comienzan a ser firmadas por sus artistas-, el Púlpito de la catedral de Pisa, los relieves del campanario de la catedral de Florencia, entre otras muchas, que respiran un amplio clasicismo. Pisa, Siena Florencia son los principales focos de esta escultura. De esta forma, no es de extrañar que, en el siglo XV, en Italia surgiera el Renacimiento.
Mientras Italia comenzaba su andanza renacentista en el siglo XV, en el resto de Europa se produce un renacimiento de otro tipo, puesto que se crean ahora obras monumentales, ya no en los elementos arquitectónicos de las catedrales, sino en obras exentas como retablos, altares, tumbas, sillerías, en donde la madera se convertirá en el principal material –aunque también el alabastro fue de gran importancia, en especial en Inglaterra-. En ellos ahora la simbología prácticamente desaparece y la narración se apodera de esta escultura, en donde muchos episodios son incluso apócrifos hasta que el concilio de Trento puso fin a esto. De la misma manera, el tema de la muerte aparece más que nunca en todo su horror. Lo macabro es ahora representado. También las sátiras a las costumbres de la época se convirtieron en tema escultórico.
Entre las obras europeas de este siglo podemos destacar la cartuja de Champmol, en concreto la portada, el Calvario y el sepulcro de Felipe el Atrevido. El sepulcro de María de Borgoña en la iglesia de Notre Dame de Brujas, la Madonna de Sterzing en Ulm, en donde se encuentra también una importante sillería.
BIBLIOGRAFÍA
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