La excavación arqueológica
Si en otro momento hablaba de la prospección como la técnica para descubrir yacimientos o iniciar la investigación de estos -si contamos con escasos recursos-, ahora trataré sobre la excavación. Decía, al hablar de la prospección, que ésta cuenta cada vez con mejores técnicas que permiten observar el subsuelo desde la superficie. Pero, claro está, esas técnicas de prospección pueden determinar la existencia de estructuras, pero es imposible apreciar los detalles –al menos con la tecnología de hoy-. Quizás, aplicando alguna de las estas técnicas más sofisticadas, seamos capaces de ver una moneda en el subsuelo, pero no seremos capaces de observar los detalles –lo que en ella hay grabado- sino poseemos la moneda en nuestras manos. Por tanto, la excavación sigue siendo, a día de hoy, totalmente necesaria.
Preparativos de la excavación
Antes de nada, y al igual que ocurre con las prospecciones, para actuar sobre el territorio deberemos solicitar los permisos correspondientes de excavación. Cada país, región, etc. posee sus propias normas. En España, el permiso se debe solicitar a la Comunidad Autónoma correspondiente. Junto con esta solicitud, se debe presentar el aval de una institución que ampare la excavación –pueden ser organismos tales como las universidades o los museos-, así como el curriculum de quien va a ser el director –o directores- del yacimiento. Claramente, este deberá poseer la licenciatura en Historia, así como experiencia suficiente en Arqueología para ejercer la dirección. Habrá que presentar también un informe previo sobre la actuación que se va a realizar.
Además del permiso administrativo, deberemos tener el permiso del propietario en el que se halla el yacimiento. Algunas veces el terreno suele ser particular, lo que puede complicar que su propietario nos permita excavar. Otras veces, el terreno es propiedad municipal, resultado más sencillo conseguir el permiso del Ayuntamiento. Además habrá que presentar un informe previo sobre la actuación a realizar.
En todo caso, deberemos ser buenos conocedores de la legislación en patrimonio arqueológico del país en que vayamos a excavar, para no incurrir en ilegalidades.
Por otra parte, de la misma manera que ya dije en la prospección – y si esta la hemos realizado previamente, será un trabajo que ya no tendremos que volver a hacer-, junto con la petición de permisos, o previamente a estos, deberemos realizar un trabajo de archivo para ver los usos que ha tenido el terreno a lo largo del tiempo, actuaciones anteriores en el yacimiento, el entorno de éste, otros yacimientos cercanos, etc. En el caso de yacimientos ya excavados con anterioridad, deberemos realizar el estudio de todas las actuaciones anteriores.
Tras todo esto, comenzaremos a preparar la excavación. Lo primero de todo, habrá que contar con un presupuesto monetario para financiarla. Estas pueden ser dadas por distintas instituciones, la mayoría de ellas públicas –las propias Comunidades Autónomas, ayuntamientos, universidades, museos-, aunque rara vez el presupuesto suele ser cuantioso, y solo permite la excavación durante apenas dos o tres meses con suerte.
En todo caso, el presupuesto varía dependiendo del tipo de yacimiento y de las circunstancias de éste. Un yacimiento que pueda atraer el turismo –y generar riqueza en la zona- gozará de mayor interés para la administración, que uno que solo pueda aportar datos interesantes para los propios arqueólogos. Los primeros, por tanto, tendrán también mayor interés en ser conservados, restaurados, y musealizados.
De igual modo, suelen tener un alto presupuesto, aquellos yacimientos que van a ser sometidos a una excavación de urgencia. Cuando un yacimiento aparece por sorpresa, mientras se está realizando una obra pública –o privada-, que no puede ser paralizada, y que con certeza arrasará el yacimiento, es requerido por la ley la excavación total del yacimiento. Para ello se suele contar con amplios recursos económicos, destinándose a esta misión el 1% cultural –el 1% del presupuesto de una determinada obra debe ser destinado a un gasto cultural en la zona donde esta se realice-. Ello es debido a que el yacimiento debe ser excavado totalmente en el menor tiempo posible, aunque dichas prisas, en ocasiones, conlleva que no se le pueda sacar al yacimiento toda la información que nos proporciona.
Frente a este tipo de excavación de urgencia, lo más normal es que las excavaciones sean científicas y planificadas, realizándose campañas anuales que duran apenas unos meses, y en donde una gran parte de los recursos humanos que se usan son alumnos de Historia, que usan la excavación como práctica –lo que en cierta medida abarata el coste-.
Aún con todo, la mayor parte del presupuesto se gasta en personal. Pese a que la mayoría sean voluntarios, es de entender que estos deben ser mantenidos cuando la excavación se realice lejos de la zona de residencia de estos, así como su transporte -y el del material necesario del que luego nos ocuparemos-. Junto con estos alumnos –que si se tiene presupuesto pueden ser profesionales remunerados- la excavación requiere de un personal mucho más cualificado que se ocupará de la dirección del resto del equipo, empezando por su director, y una serie de técnicos que se ocuparan del buen hacer –a menudo son autónomos, o incluso ser una empresa dedicada a la Arqueología-. En un principio, este podría ser el cuadro de personal en una excavación común, en donde los distintos trabajos son realizados por todos los miembros del equipo. En cambio, en una excavación de magnitud, cada persona puede tener una función precisa: uno se dedicarían únicamente a excavar, otros limpiarían piezas, otros las catalogarían, otros se encargarían del inventario, e incluso tener dibujantes y fotógrafos profesionales.
Lo que no se podrá evitar es que, tarde o temprano, necesitaremos de personal especializado –dependiendo del tipo de yacimiento y lo que en él encontremos- en una amplia gama de ramas y ciencias que auxilian a la Arqueología: Arquitectura, Topografía, Ceramología, Restauración, Polinología, Edafología, Sedimentología, Geomorfología, Micromorfología, Pedología, Paleoecología, Palinología, Carpología, Antracología, Arqueozoología, Bioantropología, Osteología, Peleopatología, Paleonutrición, Paleontología, Química, entre otras. Y ante el uso de unas mayores tecnologías, cada día es más inevitable que existan informáticos o ingenieros entre el personal.
También requeriremos de herramientas, tanto para trabajar sobre el campo, como para procesar después la información. Picos, palas, carretillos, cubos, picoletas, paletines, rastrillos, cepillos, material métrico –como teodolitos o estaciones totales-, y cascos de obrero, suelen ser indispensable en el trabajo de campo, y en ocasiones requeriremos de maquinaria pesada para eliminar rápidamente los estratos estériles.
En el trabajo de laboratorio necesitaremos de todo lo necesario para la limpieza, signación y clasificación del material –por ejemplo requeriremos de bases de datos informatizadas-. Un elemento de gran importancia, es tener una cámara fotográfica siempre a mano, de tal forma que podamos fotografiar in situ todo lo que aparezca e la excavación, así como la estratigrafía de éste. Y junto con la cámara, se requiere el jalón, una barra con rayas rojas y blancas –cada una representa 10 cm-, que debe aparecer siempre en la fotografía para tener referencia del tamaño real de los objetos fotografiados.
Lo que se ha conservado, y cómo
Un yacimiento, que haya tenido una ocupación humana, nos va a arrojar lo que los arqueólogos llaman artefactos. Estos son definidos como todos aquellos elementos realizados por el hombre, incluyendo en la definición las estructuras. Aunque muchos prefieren usar el término artefacto para definir solo los elementos muebles. Sea como sea, junto a ellos nos aparecerán otros elementos medioambientales que no han sufrido una manufactura.
Ahora bien, ¿cómo se ha conservado todo esto? Dicho de otra manera, que alteración ha sufrido todos estos elementos a lo largo del tiempo, o también llamado proceso postdeposicional. Es importante conocerlo, puesto que una vez hallados debemos actuar de una forma adecuada para mantenerlos en un estado que no los deteriore más, o en su caso, percibir su existencia, aunque estos hayan desaparecido completamente.
Lo principal que vamos a hallar son elementos inorgánicos que, en gran medida, no sufren una gran alteración como consecuencia de su exposición a los elementos. Ante todo encontraremos piedra, cerámica, y metales –dependiendo de la época-, lo que en muchas ocasiones han llevado a creer que eran los únicos materiales utilizados ¿Acaso en el paleolítico solo se uso la piedra? No, la madera tuvo que ser un importante material que fue usado también para la creación de herramientas –o para crear los enmangues de ese material lítico conservado-. Sin embargo, la madera acaba por desaparecer por ser orgánica, pese a que en la actualidad podemos saber, en muchos casos, la existencia de madera, por las huellas que dejan en el terreno –los agujeros de los postes, por ejemplo-.
Pese a todo, también este tipo de materiales orgánicos sufren una alteración, según las circunstancias en la que se halle, especialmente algunos metales. Mientras que el oro, la plata y el plomo, suelen conservarse sin una excesiva alteración; el bronce y el hierro puede incluso desaparecer, si se desencadena en ellos un proceso de oxidación. Si estos han desaparecido en su totalidad, se percibirá en la tierra, o sobre otros elementos –si es que excavamos con sumo cuidado- un color verdoso, que indica que existió cobre. Mientras que el color rojizo indica la existencia de hierro.
Por otra parte, el material orgánico, por regla general, se descompone rápidamente. Qué este se conserve dependerá de los elementos climatológicos y geológicos que los rodeen. El material óseo suele ser el material orgánico más común que se conserva, aunque si este se encuentra en suelos con gran acidez, acaba por desaparecer, al igual que ocurre con la madera. Sin embargo, igual que decíamos con los metales, el material óseo, en este último caso, suele dejar una coloración blanquecina sobre el terreno.
Por el contrario, la presencia de minerales metálicos y de sales favorece la conservación del material orgánico. Por ejemplo, en una tumba de inhumación, donde el individuo fue enterrado con un elemento de bronce sobre su cuerpo, este material se pudo descomponer, pero ayudó a la conservación de la estructura ósea, que presentará un tono verdoso.
También se conserva el material orgánico, si este está imbuido en turberas, zonas pantanosas, o que contengan petróleo. Cabe destacar las momias naturales.
En cuanto al clima, éste es fundamental para la conservación, o no, de estos tipos de materiales. Los climas tropicales no solo afectan a la descomposición del material orgánico –al igual que sucede en los climas templados-, sino que además la vegetación altera considerablemente las evidencias arqueológicas. Sin embargo, lo climas fríos y húmedos constantes a lo largo del año permiten la conservación orgánica –incluso imbuidos en agua-. Y del mismo modo, las altas temperaturas y la sequedad, como sucede en Egipto, provocan un efecto parecido –como sucede con los papiros-. Pero una vez hallados, y expuestos a una variación de temperatura, deben ser tratados químicamente para que no se destruyan rápidamente al estar expuestos al aire libre. Así, por ejemplo, si hallamos una barca en el fondo de un lago, ésta deberá ser tratada adecuadamente para poder extraerla del agua, de lo contrario con tan solo tocarla, o en los días posteriores, se desharía como el chocolate.
La necesidad de registrar nuestras actuaciones sobre el yacimiento
Como ya he dicho en muchas ocasiones, la Arqueología, como ciencia que usa un determinado método, no es una mera recuperación de la cultura material del pasado para adornar nuestros museos. La excavación debe realizarse mediante unos procedimientos predeterminados que permitan, no solo la recuperación de ésta, sino de una inmensa cantidad de datos –desde el tipo de paisaje a la sociedad-, dejando por escrito –en el llamado diario de excavación- cada uno de los pasos que se va dando en dicha excavación.
¿Por qué debemos registrar todo lo que en la excavación se realiza? En el futuro, nuevos investigadores deben ser capaces de reconstruir con eficacia cómo se excavó un determinado yacimiento, qué apareció en él, cuándo, de qué manera, y en qué lugar apareció cada artefacto. Pongamos un ejemplo para observar esta imperiosa necesidad. Como toda ciencia, la Arqueología se basa en la realización de preguntas, que nos las deben contestar los datos. Los arqueólogos han ido ampliando ese número de preguntas conforme la propia Arqueología ha evolucionado. Así, en el siglo XIX, un arqueólogo, ante una necrópolis, se podía preguntar ¿Con que se enterraban los miembros de esta cultura? Para ello solo tenía que realizar la excavación, encontrar dichos ajuares y describirlos. Pero un arqueólogo moderno se puede preguntar ¿todas las tumbas contenían lo mismo, o por el contrario había tumbas que carecían de ajuar? Si nuestro hipotético arqueólogo decimonónico nos ha dejado un diario, donde nos diga donde apareció cada uno de los objetos, la posición de estos, y otros tantos detalles, seremos capaces de dar respuestas a nuestras preguntas, aunque dicho arqueólogo no se las preguntara en su época.
Aunque, es cierto, que en el siglo XIX no se hicieron registros tan sistemáticos, y por ello nos lamentamos en el presente. Pero era un error necesario. Difícilmente se podían imaginar los primeros arqueólogos que en el futuro seríamos capaces de extraer más datos de los que ellos encontraron. Sin embargo, ante la evidencia, los modernos arqueólogos saben que probablemente en el futuro, todo su trabajo será revisado, y que en pro de la investigación, tienen que dejar las mayores evidencias posibles de su actuación.
Como muy a menudo suelen decir los propios arqueólogos, el yacimiento es un libro que solo puede ser leído una única vez. Con cada grano de tierra que quitamos, se provoca la eliminación de una amplia cantidad de evidencias. Por ello, la misión del arqueólogo es registrar cada paso, para que en el futuro otros investigadores sean capaces de trabajar con esos datos, de lo contrario las únicas conclusiones que tendríamos de ese yacimientos serían las del director de éste, las cuales pueden ser equivocadas. ¿Qué puede significar un perro enterrado dentro de una casa?, la interpretaciones pueden ser muchas, pero lo que tenemos que saber es que ese perro se encontró dentro de la casa, el lugar exacto, y si contenía algún tipo de ajuar para que otros investigadores puedan dar su opinión.
Cómo excavar: sistemas de excavación
¡Llego la hora de iniciar la excavación! Lo primero de todo, preparar el terreno, o lo que es lo mismo, eliminar de la superficie restos de basura y vegetación. Posteriormente, comenzaremos con la excavación propiamente dicha. ¿Qué parte del yacimiento excavar? No nos engañemos, un yacimiento en la actualidad –a no ser que sea mediante una excavación de urgencia- se excava de forma prolongada en el tiempo. Por tanto, hay que diseñar una estrategia de excavación. Ello ya dependerá de las circunstancias y de lo que sepamos previamente del yacimiento. Pero sea como sea, hay que delimitar la zona o zonas, que se excavarán durante la campaña. Y aún en el caso de que tuviéramos la capacidad económica para excavarlo en su totalidad, siempre deberemos dejar una zona, llamada testigo, que deberá ser reservada para su excavación por futuros arqueólogos.
¿Cómo excavar? ¿Qué técnicas usar? No se trata de retirar tierra sin más, sino que hay que realizarlo de una forma sistemática. La estratigrafía es la principal técnica con la que se debe actuar en un yacimiento arqueológica. De hecho, la excavación arqueológica no tiene sentido si no se atiende a la estratigrafía. Ya traté cómo ésta era el principal medio para la datación de las distintas fases de ocupación de un yacimiento –si sabemos que el artefacto A, aparecido en un estrato, es de época romana, el resto de los elementos aparecidos en él, también lo será-. Se trata de un principio de superposición: todo lo que está más abajo es anterior a lo que está más arriba –ley de la superposición-.
Pese a todo, la teoría parece fácil, pero en la práctica nos podemos encontrar con muchas dificultades. Los estratos no son siempre horizontales –aún cuando tienden a la horizontalidad- ni continuados en todo el área –según la ley de la continuidad, el estrato acaba siempre en cuña, o bruscamente si ha habido intervención humana sobre él-. En terreno montañoso, los estratos se van superponiendo por las laderas, por lo que estos de ninguna manera serán horizontales, y en ocasiones se producen desplazamientos de estos, penetrando parcialmente en otros estratos. E incluso estos estratos pueden caer, arrastrando a lo largo de la ladera los artefactos del propio yacimiento, provocando que los estratos inferiores sean más modernos a los superiores. A ello debemos sumar la acción humana posterior sobre el yacimiento: zanjas, pozos, trincheras, etc. que se han realizado posteriormente a la época a la que pertenece ese estrato, y que lo altera. E incluso algunos animales, como los topos, provocan que nos podamos encontrar en los estratos más antiguos elementos actuales.
Visto esto, debemos estudiar la estratigrafía del yacimiento, pues es de gran valor para el estudio posterior. Por ello se suele hacer un primer sondeo, penetrando verticalmente en el yacimiento, para observar la estratigrafía de forma completa. Una vez conocida a rasgos generales, comenzaremos a excavar el primer estrato en horizontal, recogiéndose el material que en él existe, luego el segundo, el tercero, y así sucesivamente. De esa forma fijaremos los distintos niveles –estratos de una misma cronología- y los horizontes –niveles que pertenecen a una fase cultural: ibérica, republicana, imperial, etc.-.
Existen distintas técnicas para llevar a cabo la excavación, y dependerá que elijamos una u otra, la época del yacimiento, y las circunstancias que lo rodean.
El método Wheeler es quizás uno de los más conocidos, no por su nombre, sino porque es el más representativo de la Arqueología, y que suele aparecer en las películas de esta temática. Fue desarrollado por Pitt-Rivers, siendo mejorado en los años cincuenta por Laplace para ser aplicado a todo tipo de yacimiento. A rasgos generales, se caracteriza por cuadricular la extensión total del yacimiento –normalmente 1 x 1 m, y a veces subdivida cada cuadrícula en cuatro partes-. Entre cada una de estas cuadriculas se deja un testigo –la pared vertical sin excavar- con el fin de observar la estratigrafía a lo largo de todo el yacimiento. La excavación parece entonces un campo santo, con las tumbas abiertas, en donde los arqueólogos deben excavar metidos en ellas, cada vez a mayor profundidad. No siempre se procede de la misma forma, se puede optar por excavar las cuadriculas en forma de pasillo, o un conjunto de cuadrículas –sobre todo si hay que penetrar en profundidad-.
En principio, parecía buena idea tener un amplio registro de la estratigrafía, pero los detractores de este método consideran que realmente es difícil relacionar los estratos de cada una de las cuadriculas, pudiendo llevar a una gran confusión. Además, los testigos impiden observar la excavación horizontal en su conjunto, y derribarlos, cuando son necesarios, puede ser realmente difícil dependiendo de los tipos de suelo. Junto a ello, trabajar dentro de un reducido espacio es difícil, e impiden la buena visión conforme se va penetrando en profundidad.
En cuanto a la cuadricula, se basa en el sistema de coordenadas cartesianas. Se fijan dos ejes, uno Norte-Sur y otro Este-Oeste, haciendo la división en cuadriculas a partir de estos, que nos permitirá, además, nombrar a cada una de las cuadriculas –un eje es numerado por letras, y otro por números-. El lugar por donde se juntan estos dos ejes, o punto cero, podrá servirnos para fijar el plano cero –mejor si éste está en el punto más alto del yacimiento-, es decir, el punto desde donde tomaremos todas las medidas en profundidad. Si dicho punto está a 300 metros sobre el nivel del mar, y encontramos una cerámica en uno de los cuadrantes, no deberemos medir la profundidad a la que estamos excavando, sino la distancia vertical entre el plano cero, y el lugar donde ha aparecido dicha cerámica. De esta forma, cada artefacto que encontremos deberá contener en su correspondiente ficha el cuadrante donde ha aparecido, la profundidad, e incluso la distancia norte y oeste dentro del cuadrante donde aparezca.
El sistema Wheeler suele ser utilizado para yacimientos de etapas prehistóricas –aunque cada vez es menos frecuente su uso-, especialmente para las más antiguas, en donde las evidencias materiales son muchos menores, y se debe tener especial cuidado para llevar el control de donde apareció cada artefacto –pese a que los modernos GPS facilitan la tarea sin necesidad de mediciones manuales-. En todo caso, los yacimientos de estas épocas suelen ser excavados cuidadosamente. Cada estrato es rabajado casi centímetro a centímetro, ya que además de los artefactos, solo poseemos como información el cambio de coloración de la tierra. Por ejemplo, un hogar, tan solo deja un color negruzco de la tierra de apenas unos centímetros. Además, la tierra que se va quitando, es cribada para que ningún pequeño objeto pase desapercibido.
Relacionado con ello, los lugares donde se deposita la tierra extraída o escombrera, deben ser identificados por si hubiera que realizar en el futuro nuevas cribas. En el caso de yacimientos de época antigua, las escombreras suponen un auténtico problema, ya que se extrae demasiada tierra, que al final acaba por estorbar al ir avanzando en extensión, por lo que suele ser habitual contratar maquinaria pesada para sacar del yacimiento la escombrera.
Los yacimientos de gran extensión, de épocas más modernas a los citados con anterioridad –sobre todo cuando existe una única fase de ocupación-, son excavados mediante área abierta, observando la estratigrafía mediante cortes verticales, cuando sea fundamental.
Dentro del sistema de área abierta, encontramos el afamado Sistema Matrix Harris, el cual nació en los años 70 para dar solución a lo que se empezó a llamar arqueología urbana. ¿Cómo excavar en el centro de una ciudad actual, y que ha estado constantemente habitada desde época antigua? Es una tarea compleja, ya que se nos presenta una estratigrafía amplia, confusa y alterada. Ello sin contar que la excavación se realizará en solares con una extensión muy limitada. Nació así este sistema caracterizado por las unidades estratigráficas (UE).
En primer lugar, el sistema prescinde de la cuadricula, dividiendo el yacimiento en zonas, y éstas a su vez en sectores, que se van creando como van requiriendo las evidencias. A su vez, cada sector está compuesto por las UE. ¿Qué es una UE? Ésta es una unidad indivisible que se define por su propio contenido y se diferencia por su aspecto, su contorno, su textura, color etc. En cierta medida, una UE puede corresponder con un estrato, pero al mismo tiempo un estrato puede contener varias UE. La UE puede ser construida (cimentaciones, suelos, muros), fantasma (huecos, vanos, cualquier elemento que existe, pero no es observable), virtual (muros, u otros elementos que han desaparecido, pero que dejan evidencias de que allí estuvieron). Un ejemplo puede ser una calle cualquiera de una ciudad. El primer asfalto, por presentar una textura y color semejantes sería una UE; un segundo asfaltado sería otra UE; una zanja para meter una tubería representaría otras dos UE (el relleno de la zanja, y un nuevo asfaltado de su superficie), los baches sería de igual modo otra UE (en ese caso, sería fantasma), baldosas de las aceras, baldosas, etc., serían otras tantos unidades estratigráficas.
Cada UE debe tener su correspondiente ficha, la cual contiene –entre otra información- la identificación –cada UE tiene su propio código numérico-, la descripción, componentes geológicos, el color, la morfología y estructura interna, los componentes orgánicos o materiales de construcción, relaciones físicas de la UE, relaciones cronológicas con las otras UE, la altitud, las dimensiones, la localización, interpretación y observaciones, el croquis, gráficos y fotografía, descubrimientos más destacados en ella, la entidad arqueológica, la datación, si se ha eliminado, y cómo se ha realizado la excavación.
Ante todo, lo más importante es que todas las UE deben estar relacionadas entre ellas mediante un diagrama, que permita relacionarlas en conjunto cuando se inicie la interpretación del yacimiento.
De la misma manera, los artefactos que aparezcan, al igual que cualquier sistema, deben ser señalados en los lugares donde se hallaron. Ya lo he mencionado en varias ocasiones, y se debe explicar ahora el por qué de ello. Cada elemento del yacimiento debe estar contextualizado en éste, ya que por sí solo puede ser que no aporte ninguna información. Por ejemplo, al inicio de la Arqueología, era común que en las etapas neolíticas aparezcan pequeños artefactos líticos, conocidos como microlitos, los cuales se desconocía que uso podían tener. Pronto se comprobó que si estos permanecían in situ una vez que se encontraban, y se relacionaba con los demás, se podría comprobar que adquirían ciertas siluetas, como formas de hoz, lo que indicaba que estos iban en un enmangue de madera, el cual ha desaparecido. Si esto no se hubiera relacionado, no habríamos conocido para qué servían.
En cualquier caso, usemos unos u otros métodos, siempre deberemos tener sumo cuidado cuando excavemos. Muchas veces podemos romper piezas que se encuentran enteras al usar el pico y la pala. Pero especial cuidado debemos tener con los pavimentos, que podemos confundir con la mera tierra, si éste solo está realizando mediante tierra batida. Aunque cuando se llega al nivel de pavimentos, hay indicios que nos dicen que pronto nos aparecerán. Primeramente, a no ser que tengamos mala suerte, nos aparecerá la base de un muro –en piedra posiblemente-, a partir del cual hay que comenzar a excavar con mayor cuidado. Y además de los muros, posiblemente nos aparecerá una tonalidad rojiza de la tierra, debido al adobe con los que se levantaban los muros. La destrucción de una viviendo suele provocar que primero caiga la techumbre, que lo hace sobre el pavimento, luego los muros de adobe, lo que hará que veamos los adobes desechos, y que la tierra nos cambie de color. De tal forma, si excavamos una vivienda primero nos encontraremos las partes altas de los muros derrumbados –en época romana se ha podido recuperar fragmentos de las pinturas de estas paredes-, luego nos encontraremos la techumbre, si esta es de otra material que no sea orgánico, como por ejemplo tejas. Y posteriormente el pavimento.
Finalmente, a lo largo de la excavación habrá que tomar ciertas decisiones, que conllevarán la destrucción de estructuras. A veces, podemos tener yacimientos que van desde épocas medievales hasta el neolítico. La última ocupación medieval cubrirá todo lo anterior, pero si queremos seguir avanzando verticalmente deberemos destruir el horizonte medieval. De ahí, una vez más, la necesidad de fotografiar y registrar todo lo que hagamos –aunque sea destruido, mantendremos constancia de que fue hallado-. Muchas veces, lo que se suele hacer es dejar las estructuras superiores -como muros- sin destruir, y continuar excavando entre estos en profundidad, de tal forma que a vista de pájaro, se podría observar los distintos momentos de ocupación. Algo complejo de ver por un inexperto, pero que el arqueólogo es capaz de relacionar.
Después de la excavación
Tras la campaña y a lo largo de esta, todo el material encontrado debe ser limpiado, en un arduo y pesado proceso. Todo deberá ser clasificados, y posteriormente siglado. Se trata de darle un número de serie –ya sea mediante bolsitas o directamente sobre el objeto- que permitirá identificar a ese artefacto con su yacimiento correspondiente, la fecha en que apareció, y el lugar exacto donde se descubrió. Todo ello es almacenado en los museos, exhibiéndose solo aquellas piezas que sean de gran interés.
En la actualidad, con los programas informáticos es sencillo crear una base de datos, que nos permita tener un inventario de todos ellos, son su número de serie, y las fichas correspondientes, así como la clasificación. E incluso los más sofisticados, son capaces de generar rápidamente mapas donde se observara donde apareció cada artefacto o grupo de ellos. De igual modo, habrá que introducir, medidas, imágenes, y cuantos datos hayamos recogidos en la excavación.
Y después de todo esto, básicamente tendremos un cúmulo de datos que deben ser procesados. Comienza ahora el trabajo intelectual del arqueólogo, pues deberá interpretar esos datos, y dar respuestas a esas preguntas con las que se debe partir, y que comentaba al principio. ¿Qué son esos muros que han aparecido?, ¿por qué el yacimiento fue abandonado?, ¿quiénes vivían allí?, entre otras muchas.
Por una parte, las conclusiones a las que se lleguen darán lugar a un artículo –publicado en alguna revista especializada- para darlo a conocerle a la comunidad científica. Y, por otra parte, se desarrollará un informe o memoria en donde todos los datos antes mencionados sean recogidos de forma ordenada, y que contiene también ese diario de excavación que he nombrado en alguna ocasión. Esta memoria será depositada en varias instituciones, que se hayan implicado en la excavación, para que pueda ser consultado en el futuro.
Acaba la campaña, debiéndose repetir todo el proceso en la próxima.
Bibliografía:
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