Historia Contemporánea de España

La Guerra Civil (I): causas, golpe de Estado y fuerza de los bandos

El verano de 1936 había dado comienzo y las gentes, ajenas en la mayoría de los casos a los encendidos debates parlamentarios que aquel año se sucedían en las Cortes, esperaban con entusiasmo las fiestas que por costumbre se celebran en España en esa época del año: bailes, bandas de música, verbenas… Nada de eso tuvo lugar. Las melodías de los instrumentos dieron paso al estruendo de las armas de fuego; los bailes, por paseos y sacas a las tapias de los cementerios; el olor del campo florecido cedió ante la podredumbre de los cuerpos que se descomponían en cunetas. La delirante fiesta perduró durante tres años: desde julio de 1936 hasta abril de 1939.

La Guerra Civil fue un acontecimiento de gran trascendencia que ha marcado al país. Sustituyó a una democracia por una dictadura de corte fascista que se prolongó casi cuarenta años, y, a día de hoy, aquellos que lucharon por la República y todo su ideal permanecen todavía en aquellas mismas cunetas en donde sus verdugos los arrojaron. La importancia del acontecimientos la podemos observar en una búsqueda bibliográfica: miles de artículos y libros han abordado este trágico hecho; no solo historiadores nacionales, sino más allá de las fronteras españolas, pues la Guerra Civil, como veremos, no fue una guerra meramente local, fue una guerra en la que participaron potencias extranjeras, así como personas de diversas partes del mundo que vinieron a luchar en las filas de la República. Aquella guerra no dirimía una idea de nación, era también entre catolicismo y anticlericalismo, una guerra entre propietarios y trabajadores, entre tradición y modernidad, entre fascismo y democracia. Todo aquello no eran cuestiones nacionales, eran luchas de carácter universal cuyo tablero de juego era España. Era la antesala de otra guerra mundial que hundía en el fango aquel ideal ilustrado por el que la razón daría lugar al inevitable progreso de la humanidad.

1. Contexto histórico

El 14 de abril de 1931 la República fue proclamada en medio de vítores. Las calles se llenaron de gente que agitaba la bandera tricolor, que era más que el símbolo de la República, era el emblema de los anhelos de modernidad en un país atrasado y con altas tasas de analfabetismo. El Gobierno Provisional, que unía en su seno a partidos republicanos de derecha e izquierda, así como a los socialistas, entendía que había que hacer profundas reformas que dieran soluciones a problemas y carencias que el país atravesaba.

Proclamación de la Segunda República en la Puerta del Sol
Proclamación de la Segunda República en la Puerta del Sol

Eran nuevos rostros, nuevos sectores sociales los que tomaban las riendas del país. Aquellas primeras elecciones a Cortes constituyentes de junio de 1931 dejaron fuera a la antigua oligarquía que había dirigido el país en el pasado siglo: terratenientes, industriales, católicos y monárquicos, que no pudieron influir en la futura constitución ni en la legislación posterior. Su oposición a la República no se hizo esperar: con cada una de las reformas que se hizo, se alinearon contra esta. La educación laica pública y gratuita, junto con la separación de Estado e Iglesia llevó a esta última y a los católicos a oponerse al nuevo régimen. La legislación laboral, que se encaminaba a mejorar las condiciones de vida de los obreros, junto con la más polémica reforma agraria opuso a terratenientes, industriales y empresarios en general. Tampoco la reforma militar y la autonomía a los nacionalismos sentó bien en muchos sectores del ejército, aunque no dudaron en jurar lealtad (sabemos que falsamente) a la República cuando Manuel Azaña obligó a todos ellos a hacerlo. Estos ya dieron, aunque fallido, un primer golpe de Estado en 1932: la Sanjurjada. Aunque el enemigo de la naciente República no estaba solo en la derecha, también en la CNT, que se dedicó de forma continuada a hacer levantamientos que tuvieron que ser represaliados igualmente por la Guardia Civil.

El Gobierno de Azaña formado por republicanos de izquierdas y el PSOE, que se mantuvo en el poder dos años (el llamado Bienio Reformista), cayó en septiembre de 1933, cuando por obra y gracia del presidente de la República, Acalá Zamora, decidió disolver las Cortes al entender que las constituyentes ya no representaban la voluntad de la calle.

Las nuevas elecciones de noviembre de 1933 dieron el triunfo al centro derecha, con la CEDA y el Partido Radical con las dos grandes mayorías. El Gobierno fue para los radicales, aunque la necesidad de que la CEDA apoyara en el parlamento a este gabinete hizo que los radicales emprendieran un programa rectificador de toda la legislación del bienio anterior. Fueron más allá, pues, mediante el estado de alarma, censuraron, destituyeron ayuntamientos enteros, prohibieron huelgas y fueron laxos en el cumplimiento legislación laboral. La CEDA, en cualquier caso, esperaba entrar en el Gobierno y, cuando eso tuvo lugar en octubre de 1934, los socialistas llamaron a la revolución, que triunfó en Asturias durante dos semanas. Tras ella, el gobierno radical-cedista acabó con toda la legislación reformista. Pero la corrupción del Partido Radical convenció a Alcalá Zamora de convocar elecciones en febrero de 1936.

Acto electoral del Frente Popular

2. La victoria del Frente Popular y los preparativos del Golpe de Estado

Estas las ganó el Frente Popular (formado tanto por los partidos republicanos de izquierda y partidos obreros) ante una derecha que en estas elecciones se presentaron desunidas (las coaliciones dependieron de cada provincia, lo que desoriento al electorado). Manuel Azaña fue llamado por el presidente de la República a formar Gobierno, en este caso solo de republicanos de izquierda. Rápidamente se restableció la legislación progresista y, sobre todo, la que levantaba más rechazo entre la oligarquía económica y los católicos: la reforma agraria (ante la ocupación de los grandes latifundios por parte de los jornaleros, el Gobierno la legalizó), la legislación laboral y la separación de Iglesia y Estado.

La falange y sus unidades paramilitares emprendieron toda una serie de actos violentos contra los grupos de la izquierda, generando desorden, que fue respondido por las juventudes socialistas y comunistas que se unificaron (Juventudes Socialistas Unificadas), bajo el liderazgo de Carrillo, que pronto fueron partidarias de crear sus propias milicias para luchar contra la amenaza fascista. De los 250 muertos de aquellos primeros meses, la mayoría eran obreros y, a diferencia de lo que se decía, ninguno de ellos era del clero. El anticlericalismo, como en otras ocasiones, se manifestó en la destrucción de algunas iglesias. Pero el desorden, pese a todo, se atenuó en aquellos meses si lo comparamos con años anteriores, pues la CNT dejó los levantamientos a un lado.

Cínicamente, Calvo Sotelo y Gil Robles, este último con una CEDA más radicalizada y con una fuga de sus juventudes hacia Falange, denunciaban en encendidos discursos antes las Cortes la situación de violencia; culpaban a la izquierda de ocasionarla, hinchando cifras de muertos que, en realidad, eran en su mayoría obreros y campesinos. Calvo Sotelo, incluso, hacía alusiones a un posible golpe de Estado del ejército. Esto encontraba en el PSOE respuestas en el mismo sentido y amenazas de llevar a cabo la revolución. Pero ni la violencia en la calle ni el debate parlamentario llevaban a una guerra civil. La República ya había atravesado desordenes de igual y más magnitud, y el Gobierno siempre había acabado manteniendo el orden. Lo que llevó a la guerra civil fue que precisamente el elemento represor, el ejército (o al menos una parte de él), junto con otros cuerpos de seguridad, dejaron de obedecer al Gobierno.

3. La sublevación militar

General Emilio Mola
General Emilio Mola

La victoria del Frente Popular hizo que una multitud de oficiales del ejército, que en parte ya estaban organizados desde 1933 en una asociación clandestina llamada Unión Militar Española (UME), se decantaran por actuar. Estos no actuaban solos, estaban apoyados por la oligarquía económica, los católicos, los monárquicos y sus correspondientes partidos políticos como la CEDA, Renovación España, Comunión Tradicionalista y Falange. Pretendían acabar con las armas lo que no habían conseguido por vía parlamentaria, es decir, eliminar las reformas. La CEDA siempre había tenido en mente esa segunda vía. El propio Gil Robles, durante su etapa como ministro de Guerra, había establecido en puestos estratégicos a generales propicios al golpe, como, por ejemplo, Franco (que ya había había mostrado su crueldad e implacabilidad en la represión de Asturias en 1934), que fue nombrado jefe del Estado Mayor. En 1936, la mayor parte de la derecha abandonó la vía parlamentaria y se pasó a las posiciones autoritarias de monárquicos y Falange.

El golpe de Estado empezó a ser organizado por el general Mola de forma secreta. Era “el director”, tal y como firmaba en los documentos reservados que enviaba al resto de oficiales que se iban a levantar contra el legítimo Gobierno. El Gobierno supo desde el principio lo que se estaba tramando, aunque no en toda su magnitud, como demuestra que trasladaran lejos de los centros de poder a generales sospechosos. A Franco, por ejemplo, se le destinó a Canarias; Mola, por su parte, acabó en Pamplona. Tan solo fueron algunos obstáculos, pues el golpe siguió en marcha.

Tras tomar como excusa el asesinado de Calvo Sotelo, el golpe se inició la tarde del 17 de julio con la sublevación de las guarniciones de Melilla, Ceuta y Tetuán, mientras que Franco -destinado en Canarias- cogía un Dragon Rapide para ponerse el 19 al frente del ejército de África. Entre los días 18 y 19, otras unidades del ejército se sublevaron. La actuación era parecida: los militares salían de sus cuarteles, en muchos casos acabando con la vida de sus compañeros contrarios al golpe, aunque estos tuvieran mayor escalafón; se dirigían a los principales edificios públicos (ayuntamientos, sedes de los gobiernos civiles, estafeta de correos, centralita de teléfono, estaciones de ferrocarril, etc.), proclamaban el estado de guerra, se atribuían el ejercicio del poder y detenían o asesinaban a las autoridades de izquierda.

El día 20, España estaba dividida en dos. El golpe triunfó en Galicia, León, Castilla la Vieja, Aragón, Navarra, los dos archipiélagos (menos Menorca), Cádiz, y las siguientes capitales: Sevilla, Córdoba, Granada, Cáceres y Oviedo. El resto se mantenía fiel a la República. En suma, 29 provincias estaban sublevadas y 21 en lado republicano.

¿Por qué fracaso el golpe o por qué triunfó? El factor principal dependió de la actitud que adoptó el ejército y cuerpos de seguridad en cada lugar. Allí donde se sublevó el ejército, el golpe triunfó. Donde el ejército no se sublevó o solo lo hizo una parte del mismo, fracasó. Por ejemplo, cuerpos como la marina o la aviación fueron en gran parte leales a la República. En localidades como Barcelona y Madrid, la Guardia Civil y la Guardia de Asalto no se sumaron a los sublevados. Precisamente en esta última localidad, el regimiento que se sublevó se acantonó en el Cuartel de la Montaña, que acabó siendo asaltado tanto por las fuerzas de seguridad de la República como por milicianos. En mucha menor medida el fracaso del golpe dependió de la formación de milicias obreras y campesinas. En efecto, PSOE, UGT, CNT, PCE y otras organizaciones llamaron a obreros y campesinos a formar milicias para salvaguardar a la República del fascismo. En un famoso discurso radiofónico, Dolores Ibárruri, más conocida como la Pasionaria, llamaba a los españoles a defender la República al grito de ¡no pasarán!: “¡Obreros! ¡Campesinos! ¡Antifascistas! ¡Españoles patriotas!… Frente a la sublevación militar fascista ¡todos en pie, a defender la República, a defender las libertades populares y las conquistas democráticas del pueblo…!” No obstante, la formación de estas milicias no determinó la desactivación del golpe, pues allí donde el ejército se sublevó, poco podían hacer campesinos y obreros que no contaban con armas en esos primeros y acuciantes momentos.

Discurso de la Pasionaria

Reproducción

Alas rojas

Canción en homenaje a la aviación republicana

Las milicias reclamaron al Gobierno armas el mismo día 17. El día 17 y 18, el presidente del Gobierno, Casares Quiroga, destacó por su inactividad y la negativa a dar armas a los milicianos movilizados. Se entiende, pues consideraba que tal acto llevaría a perder el control del país, como de hecho sucedió. La noche del día 18, Casares Quiroga dimitió. Martínez Barrios pasó toda la madrugada intentando negociar con Mola y resolver la situación antes de que fuera a más; no consiguió nada. Manuel Azaña (que desde abril era el nuevo presidente de la República) otorgó la presidencia del Gobierno a otro republicano, José Giral. Ese mismo día, el 19, el nuevo jefe del Gobierno autorizó la entrega de armas a los milicianos.

Casares Quiroga (izquierda) junto con Manuel Azaña.
Martínez Barrios (izquierda) junto a a Manuel Azaña
José Giral

4. La fuerza de los dos bandos y el apoyo exterior

El golpe de Estado fracasó en el momento en que la mitad del país seguía en manos del legítimo Gobierno de la República. Se transformó en una guerra civil entre dos Estados: el bando golpista o sublevado (que se autodenominaron nacionales y que fue el embrión del franquismo) y el bando republicano (al que los primeros denominaron como “los rojos”).

Los dos bandos, en origen, parecían contar con una similitud de fuerzas. Económicamente, los sublevados contaban más o menos con el 70% de la producción agraria, mientras que en la zona republicana estaba el 80% de la producción industrial (la industria del País Vasco y Cataluña). A esto debemos sumar el oro del Banco de España en manos del Gobierno de la República, que era una de las reservas más importantes de Europa: había 700 toneladas de oro.

Traslado de las reservas de oro
Traslado de las reservas de oro

La reserva de oro del Banco de España se trasladó a Cartagena, ante la posible caída de Madrid en los primeros meses de la guerra. Durante el franquismo, se denominó a este como el “oro Moscú” y se acusó de forma constante al Gobierno de la República de que lo había trasladado allí. En efecto, un 75% de las reservas acabaron en Rusia, pues fue a este país al que se compró material bélico. El otro 25% acabó en Francia en los primeros momentos para el mismo menester. Todos los gastos se anotaron debidamente y la suma da que la República gastó 714 millones de dolares en material.

Cámara del Banco de España en los años treinta
Cámara del Banco de España en los años treinta

¿El bando sublevado no necesito ningún tipo de recurso monetario? Por supuesto que sí; los sublevados ocasionaron el mismo gasto (entre 694 y 716 millones), con la diferencia de que se realizó mediante prestamos concedidos por Alemania e Italia. Una deuda que se tuvo que pagar en los años posteriores a la guerra. No solo eso, sino que ambos países continuaron reclamando los pagos una vez que los gobiernos fascistas ya habían caído tras la Segunda Guerra Mundial.

En cuanto a recursos militares, la República mantenía en principio la mitad del ejército (y en concreto la aviación y la marina), aunque la realidad era que el Gobierno lo había desmovilizado en un intento por frenar el levantamiento desde el mismo día en que se empezaron a sublevar las primeras unidades. No sirvió de nada, la orden solo la acataron los militares leales al Gobierno, lo que supuso que la República se quedó sin ejército. Además, muchos oficiales, partidarios de la sublevación, abandonaron a estas unidades, dejándolas sin una cadena de mando. En realidad, la República solo podía contar con las milicias obreras, donde se integraron militares que habían sido desmovilizados. El problema es que estas milicias comenzaron a actuar por libre.

Los sublevados, por su parte, tenían el ejército de África, bien pertrechado y adiestrado en combate. Se encontraba en este ejército las Tropas Regulares Indígenas. De igual forma, contaban con unidades íntegras en la península. Sumó a toda esta fuerza las unidades de voluntarias del Requeté (carlistas) y Falange.

De igual manera, ambos bandos tuvieron que pedir ayuda exterior, aunque con diferente fortuna. La República solicitó ayuda a Francia (gobernada por un Frente Popular también), pero Reino Unido, que consideraba que intervenir en la guerra española podía ser un motivo para que se iniciara la Segunda Guerra Mundial, defendió un Acuerdo de No Intervención en España, al que se sumó la mayoría de países europeos, incluidos Alemania e Italia, que no lo iban a cumplir. El Gobierno francés fue en realidad quien lo propuso, ante la idea de que si no podían ayudar a España, que al menos nadie interviniera en ninguno de los bandos. En realidad, solo se privó a la República de ayuda.

Tan solo la URSS vendió armamento a la República (aunque de pésima calidad). También fue la Unión Soviética la que organizó el reclutamiento de las brigadas internacionales. Estas fueron la única fuerza de combate que recibió la República, voluntarios de todo el mundo que veían en la guerra civil no un conflicto nacional, sino una lucha entre la democracia y el fascismo. Un brigadista inglés escribía a su hija en los siguientes términos: “Quiero explicarte por qué dejé Inglaterra. Te habrás enterado de la guerra que hay aquí. De todos los países del mundo, gente obrera como yo han venido a España a parar al fascismo. Así, aunque estoy a miles de millas de ti, estoy luchando para protegerte a ti y a todos los niños de Inglaterra, así como a la gente de todo el mundo”.

Por su parte, los golpistas y, en concreto, Franco consiguieron la ayuda de la Alemania nazi y de la Italia fascista, que enviaron material bélico y sus correspondientes técnicos. La Legión Cóndor en el caso alemán y Aviazione Legionaria por parte de los italianos. Estos últimos también aportaron tropas de infantería: Corpo di Truppe Volontarie. La guerra se inclinó del lado sublevado cuando estos consiguieron el apoyo de ambos países, mientras que la República apenas contó con apoyo exterior. El propio Hitler dejó bien claro lo que supuso esa ayuda: “Italia y Alemania hicieron mucho por España en 1936… Sin la ayuda de ambos países no existiría Franco hoy” (Adolf Hitler a Galeazzo Ciano, ministros de Exteriores italiano). De paso, Alemania convirtió España en su campo de pruebas; así lo confesó el Ministro de Aviación del III Reich, Hermann Goering, en los juicios de Nuremberg: “Primero para contrarrestar en este lugar la expansión del comunismo y, en segundo lugar, para someter a prueba mi joven aviación… cazas, bombarderos y cañones antiaéreo, y así tuve la posibilidad de comprobar si el material había sido desarrollado de acuerdo con sus fines”. El bombardeo de Guernica es una de las pruebas más claras.

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