La momificación y el más allá egipcio
Como ritual de paso, la muerte era uno de los momentos más críticos, puesto que se creía que todo fallecido deseaba volver a la vida. Así, en Egipto, como en cualquier civilización del mundo antiguo, había que realizar un exhaustivo ritual para que el difunto pudiera marcharse. De lo contrario, su espectro quedaría vagando toda la eternidad entre los vivos, algo que era peligroso para estos últimos.
Aunque suele creerse que fueron los egipcios la civilización más obsesionada con el mundo de los muertos –principalmente porque el 80% de lo que nosotros conocemos son datos dentro de este campo-, todas las culturas de la Antigüedad –y más allá de ella- fueron escrupulosas en el ritual que se aplicaba a cada uno de los difuntos. En el caso de la civilización egipcia, la momificación del cadáver no era un mero capricho, sino que tiene que ver con las creencias religiosas de estos. Según éstos, todo individuo poseía dos “almas”: el ka y el ba. Este último era representado como un ave con cabeza humana, que quedaba sobrevolando el cuerpo del difunto. Pero, para que ello ocurriera, el ba debía reconocer al difunto, de ahí la momificación.
Mientras tanto, el ka debía descender al mundo de los muertos, lugar donde debía atravesar diversos obstáculos. Para ello era esencial que el difunto se hubiera memorizado en vida toda una serie de formulas que debería recitar llegado el momento. Estas formulas componen lo que se llama Libro de los muertos, aunque como tal jamás existió en Egipto, sino que el nombre fue puesto por el primero recopilador y editor de las formulas en el siglo XIX.
Sea como fuere, el ka, que iba acompañado por el dios Anubis –protector de los muertos-, debía caminar hacia el occidente, lugar por donde muere el Sol –encarnado por Ra, que todas las noches debía realizar un recorrido por el peligroso inframundo para retornar a la vida todas las mañanas-. Una vez en los infiernos, el ka debía atravesar las siete puertas, ante las cuales debía recitar las formulas aprendidas. Luego debía navegar por la serpiente Apofis, al tiempo que era acechado por diversos tipos de monstruos.
Finalmente atravesaba los pilones, que permitían llegar al gran salón de Osiris donde se producía un juicio: el Juicio de Osiris. Allí, Osiris –que aunque se suele decir que es el dios de los muertos, más bien es un dios de la resurrección, ya que se considera que el más allá era como iniciar una nueva vida- presidía dicho juicio. Le acompañaban 42 dioses, que realizaban una serie de preguntas sobre la vida del difunto con el fin de conocer si este se había comportado dignamente. En realidad, el ka las contestaba tan solo recitando toda una serie de formulas mediante las cuales alegaba que no había cometido ningún “pecado”. No obstante, el corazón era pesado en una balanza para comprobar que era puro y que el difunto no estaba mintiendo, de ahí que en el ritual de momificación se pusiera en el corazón un escarabeo para evitar que el corazón traicionara al ka. Si todo salía bien, éste podía pasar al más allá, en donde más tarde se reuniría con el ba.
En el caso de que el corazón le traicionara, una especie de perro llamado Ammyt, que se caracteriza por tener cabeza de cocodrilo y cuerpo de león e hipopótamo, comía al ka. Esto implicaba la segunda muerte del difunto, que ya no podría resucitar nunca más, puesto que dejaba de existir.
2. Tras visualizar el vídeo, se puede explicar cómo el difunto debía pasar a la otra vida, que se puede explicar mediante el fragmento de cómic que abajo se adjunta, así como alguna de las imágenes existentes sobre el Juicio de Osiris. Esto permitirá entender la importancia que tenía la momificación.