Prehistoria

La obtención de alimento en el Paleolítico

La alimentación es la primera necesidad de cualquier animal para sobrevivir y, por tanto, la primera tarea de la humanidad fue la de aprovisionarse de alimentos mediante diversas estrategias. A lo largo del Paleolítico –hasta hace unos 10.000 años, momento en el que las sociedades se volverán productoras-, la humanidad tuvo que sobrevivir recogiendo o cazando todo aquello que el medio le proporcionaba.

 

Territorio y movilidad

Casi como axioma, un territorio únicamente puede acoger a tantas personas como recursos pueda proporcionar para mantener a estas. Por tanto, el tamaño de los grupos humanos paleolíticos depende de este factor.  Por ello, conocer los recursos del territorio en el pasado ha cobrado gran importancia para los prehistoriadores tal y como demuestra los abundantes estudios orientados a la reconstrucción de paisajes.

Por otro lado, también se debe tener en cuenta que sobre el territorio viven lo que podemos llamar “antirrecursos”, es decir, todos aquellos animales depredadores que son competencia para el propio hombre, puesto que se alimenta de los mismos recursos que este. Es más, incluso el propio ser humano se convierte en un alimento para estos. Entre estos depredadores podemos mencionar al oso, en concreto al extinguido ursus spelaeus, así como el lobo, el zorro, la hiena las cavernas –mayor que la actual-, gato montés, lince, león de las cavernas, entre otros.

Por otro lado, a la hora de estudiar las estrategias de abastecimiento de tales grupos, no puede olvidarse que estos poseían una gran movilidad. De esta manera, los prehistoriadores suelen hablar de cuatro tipos de territorios. En primer lugar, el área de captación o territorio de explotación de un yacimiento, es decir, el territorio inmediato sobre el que el grupo humano se asienta en un momento concreto. En segundo lugar, el territorio estacional, aquel por donde se mueve el grupo en las distintas estaciones del año. El territorio anual, el cual abarca el espacio por donde se mueve el grupo a lo largo de todo el año. Finalmente, el territorio vital, que abarca las áreas de relación entre grupos humanos.

 

Nutrición y elaboración de alimentos

¿Cómo saben los prehistoriadores de qué se alimentaban los humanos del Paleolítico? Como es sabido, nuestra principal fuente de información para esta época son las evidencias arqueológicas. De esta manera, junto a los lugares de hábitat de los grupos, suelen aparecer basureros, es decir, lugares en donde se arrojaban las sobras de los alimentos. En estos aparecen huesos de animales con huellas de que habían sido despiezados mediante utensilios. A tenor de las evidencias, los primeros prehistoriadores concluyeron que el hombre se alimentaba fundamentalmente de carne, tal y como popularmente se cree todavía. El problema, en cualquier caso, es que los restos vegetales que nuestros antepasados hubieran depositado en estos basureros apenas han dejado rastro al descomponerse como toda materia orgánica. Lo mismo sucede con los restos de pescado y pequeños animales. En otras palabras, las evidencias arqueológicas son parciales.

Para completar la información se debe recurrir a otras fuentes de información. Entre otras, se puede realizar el estudio de la cultura material y, en concreto, el análisis de las huellas de huso de los instrumentos, aunque los datos que proporciona esta técnica también deben ser tomados con sumo cuidado. También la vía etnológica, es decir, intentar deducir el comportamiento de los grupos paleolíticos –en este caso su alimentación- a partir del estudio de grupos primitivos actuales. Esta metodología, de igual modo, debe ser usada con cautela y solo es válida tomando los datos generales.

La más fiable fuente para conocer el asunto que tratamos es, con probabilidad, el estudio de los propios restos humanos. Los avances científicos permiten hoy en día conocer el porcentaje de ciertas sustancias en los restos óseos y, por tanto, deducir el tipo de alimentación del individuo.

Sea como fuere, desechado el mito del hombre de la caverna como consumidor únicamente de carne, hoy en día se ha podido confirmar que los humanos del Paleolítico, como seres omnívoros, se alimentaron, ante todo, de productos vegetales. Esto se debe, en primer lugar, a que es más accesible la obtención de este tipo de productos que la carne, la cual únicamente se podía obtener mediante la caza. En segundo lugar, porque la carne procedente de animales salvajes, si bien dispone de más proteínas, tiene un menor porcentaje de grasas que la de animales domésticos, lo que implica que contiene menos calorías y, por tanto, se requiere una ingesta mayor de la misma. En cualquier caso, la dieta de tales grupos era mucho más variada que la de los posteriores grupos productores, que verán reducida su alimentación a unos pocos productos.

A la capacidad de los humanos para digerir una gran variedad de productos, debemos sumar el uso del fuego por parte del hombre para hacer digestibles aquellos alimentos vegetales que son tóxicos, indigestos o indigeribles en su forma natural. No solo vegetales, sino que incluso la cocción o asado de la propia carne permitió que esta fuera mejor procesada por el estómago humano. Gracias al fuego, un animal podía ser aprovechado al máximo, incluido sus órganos internos, así como sus huesos. De estos últimos se extraía la médula y, una vez cocidos, incluso se podían masticar.

Es evidente que desconocemos la cultura culinaria de nuestros antepasados paleolíticos, pero existen evidencias de algunas técnicas de preparación de los alimentos.  Así, por ejemplo, sobre los hogares se ponían placas de piedra plana y delgada que actuaban como parrillas. También utilizaban fosas culinarias, es decir, hoyos en donde se depositaban brasas sin llama junto a la carne animal y, posteriormente, recubierto con tierra para que se cociera sin oxígeno –misma técnica que milenios después se utilizará para la cocción de cerámicas-. Más problemas tenía la posibilidad de hervir en tanto que los recipientes para depositar el agua debían ser de madera o cráneos de animales, que no podían ponerse directamente al fuego. La única forma de poder hervir agua era mediante la introducción en tal líquido de piedras que previamente habían sido calentadas en el fuego.

 

Modelos de grupos según sus estrategias generales de obtención de alimentos

A nivel general existen tres modelos de estrategias distintas de acceso a los recursos, que corresponden a tres modelos de sociedades diferentes según la teoría Binford. Estas son: recolectores, caza recolectores genéricos y caza recolectores específicos.

Los recolectores o más específicamente forrajeadores son aquellos que viven o vivían exclusivamente de la recolección tanto de vegetales como de pequeños insectos o larvas. Por tanto, estos grupos basaban su supervivencia en una recolección diaria. Claramente, esto solo puede suceder en un entorno en el que existen los suficientes recursos como para poder prescindir de la caza. Así, estas sociedades esquilmaban el territorio circundante y se trasladaban a otro lugar para continuar con esta actividad. Esto no quiere decir, en concreto para los grupos que podemos denominar bajo el término específico de recolectores, que no se alimentaran de carne si se presentara la oportunidad. De hecho, no se puede descartar que incluso en algunos momentos puntuales la carroña fuera una opción.

Sea como fuere, los grupos recolectores debían ser sociedades sin ningún tipo de jerarquía social dentro de los mismos. Todos sus miembros se debían dedicar a una única actividad, la recolección.

Los caza recolectores genéricos seguían practicando la recolección, que solía constituir un 75% de la alimentación de los grupos humanos, lo que indica que esta fue siempre la principal estrategia de obtención de alimentos. Pese a todo, la caza, en estos grupos, es una actividad normal, pero al ser más compleja –se requiere fabricar armas, rastrear, seguir huellas, matar al animal, etc.- se crea una cierta jerarquía en tanto que unos miembros del grupos –que debemos suponer fueron hombres- se tuvieron que especializar en la caza, así como transmitir a la siguiente generación tales técnicas. Otro grupo, las mujeres suponemos, siguió dedicándose a la recolección.

Por otro lado, la caza, pese a no suponer la principal fuente de alimentos,  dirige el comportamiento del grupo. Estos deben desplazarse a los lugares donde se encuentran los animales, lo que implica cierta previsión, especialmente porque deben adaptarse a cazar distintas especies según la época del año.

En un momento determinado algunas sociedades parecen que se dedicaron en exclusiva a la caza de una o unas pocas especies. Se conoce a estos grupos como caza recolectores específicos.  Especializarse en una especie, por otro lado, cambia la ideología del grupo, pues tal animal que se caza se convierte en una especie de divinidad con el cual los miembros del grupo se identifican.  Estas sociedades, por otro lado, solían tener un sentido de almacenaje  más estricto ya que cazan un gran número de piezas, a veces grandes animales. Esto también implica que tales grupos, dentro del nomadismo característico, tienden a moverse en un territorio más reducido y a habitar en un mismo lugar durante periodos de tiempo mayor.

 

La recolección

Como ya hemos dicho, la recolección fue la principal estrategia para el abastecimiento de alimentos. No se trataba de recoger del entorno de cualquier cosa, sino que los grupos conocían lo que recogían, puesto que, como hemos dicho ya, ciertas plantas u hongos son tóxicas o indigeribles –podemos destacar las setas como ejemplo-. De esta manera, los grupos paleolíticos debían tener un gran conocimiento sobre los productos que les ofertaba el medio.

Entre los principales alimentos que se recolectaban estaban los frutos secos, distintas variedades de algas, frutas en las estaciones en que estás llegaban a su madurez, así como una infinidad de plantas. No solo productos vegetales eran recolectados, sino también otros como los huevos de las distintas aves, así como gusanos, reptiles y larvas, que si en la sociedad occidental han quedado marginados, son de gran importancia en otras sociedades actuales. De hecho, en la gastronomía española, los caracoles son un suculento manjar, mucho más si uno mismo los ha recolectado pacientemente tras un día de lluvia.

 

 

La caza

Las especies animales son distintas según el medio. Así, en los medios fríos y periglaciares abundaba el mamut, rinoceronte lanudo y el reno. En zonas más cálidas, el antílope saiga, toro salvaje, bisonte estepario, cérvidos, corzo, gamo, cabras, rebeco, jabalí. Todos estos animales mencionados son, por lo general, los principales animales que unos u otros grupos paleolíticos cazaron. También el caballo fue un animal para la alimentación antes de convertirse en un medio para el desplazamiento. Sin olvidar la llamada caza menor, entre los que se encontraba, como hoy en día, el conejo, la liebre, ardilla, etc. Por lo general, los animales competidores no son buscados para su caza en tanto que son una presa demasiado peligrosa, pero esto no implica que si se daba la ocasión no fueran consumidos.

Cazar uno u otro animal conlleva estrategias distintas. No es lo mismo dar caza a un animal de grandes dimensiones que a uno pequeño. Tampoco es igual enfrentarse a animales con carácter gremial –los que se mueven en grupo- que a uno que se mueve en solitario o en reducido número. Por ejemplo, es predecible el movimiento de las grandes manadas como por ejemplo mamuts, elefantes, renos, toros salvajes y bisontes, que son algunas de las especies en la que se especializaron algunos grupos. De esta manera, en estos casos una estrategia que debieron utilizar era la puesta en estampida con el fin de llevarlos a una zona apta para darles cazas. Al conducir a estos a zonas escarpadas, algunos ejemplares podían despeñarse. También se podían usar pozos, fosas o picas para que cayeran en ellas a su paso.

Por su parte, ciervos y jabalís, al moverse por lo general en número reducido, requieren de la más típica estrategia, la persecución, con el fin de intentar herir al animar y cansarlo hasta que este queda a merced del cazador.

En cualquier caso, las estrategias son mucho más numerosas. El hombre paleolítico conocía bien el comportamiento de los animales, así podía acechar a este mediante la aproximación al animal sin que este se percatara de su  presencia. Bebederos y pasos eran los lugares ideales para hallarlos y, mediante técnicas de camuflajes, tales como acercarse a este contra el viento para que el animal no lo olfatee o con pieles con olores de otros animales. También parece que se utilizaron reclamos para atraer a los animales y, sobre todo, debieron utilizar la magia a la hora de salir a cazar con el fin de propiciar la buena suerte del cazador.

La caza también requiere de una serie de útiles creados para este menester. El principal problema, sin duda alguna, es la efectividad del armamento, la cual depende de la distancia entre el animal y el cazador.  Por desgracia para el cazador, la posibilidad de acercarse a la presa lo suficiente como para poder utilizar un arma de mano, como un bifaz, punzón o cuchillo de hueso o sílex, es prácticamente imposible, al menos que el animal se encuentre ya herido. Por ello, se requerían de armas arrojadizas. Así, los cazadores tuvieron que idear jabalinas, picas, azagayas, arpones, así como propulsores que permitían lanzar estas con una mayor fuerza. No nos podemos olvidar, tampoco, que se utilizarían también bolas y hondas. Respecto al arco y la flecha es una invención más moderna, del periodo postpaleolítico –las evidencias lo sitúan en el Epipaleolítico-, aunque todavía no está claro del todo. Sea como fuere, poder cazar a distancia era esencial que garantizaba el éxito.

Pero no nos podemos olvidar de otro tipo de elementos que eran utilizados en esta tarea. Podemos mencionar el fuego, el cual era un recurso utilizado para poder controlar al animal o provocar una estampida. Pero sobre todo no podemos dejar de mencionar las drogas. Ya en este remoto tiempo los hombres conocían que algunas sustancias que se extraían de las plantas causan ciertos efectos que podían ser aprovechados. De esta manera, un arma arrojadiza era letal si su punta se impregnaba con algún veneno que causaba la muerte al animal o, en su caso, con anestésicos. Incluso el propio cazador –como hacen hoy en día algunos deportistas- podía ingerir algún tipo de droga que le permitiera aumentar su fuerza y aguante.

Tampoco debemos omitir que fue en el Paleolítico Superior cuando el hombre descubrió al que sería para siempre su mejor amigo, el perro. Domesticado para convivir con los humanos, el perro ayudó a los cazadores en su tarea como suele ocurrir todavía en las cacerías.

 

La Pesca

La pesca parece que ha pasado desapercibida, puesto que, como dijimos antes, el pescado apenas deja restos. No obstante, la mejora de las técnicas arqueológicas ha permitido encontrar indicios de su consumo. De hecho, algunos pueblos primitivos actuales son grandes pescadores, aunque es cierto que otros, pese a vivir junto a recursos piscícolas, no los utilizan.

En cualquier caso, tomando únicamente las evidencias arqueológicas, los restos de pescado aparecen ya en algunos yacimientos del Paleolítico Inferior, en concreto los de agua dulce –incluso en yacimientos cercanos al mar-. Aparecen todo tipo de pescados, aunque con un predominio de salmónidos. Hacia el Paleolítico Superior existen evidencias del consumo de atunes, los cuales solo pueden pescarse en altura, lo que demuestra la capacidad no solo de pesca sino también de navegación.

La conclusión general a la que se ha llegado es que, hasta el Paleolítico Superior, la pesca era una actividad complementaria y estacional. Será a partir del periodo que acabamos de mencionar cuando el pescado se convierte en una parte habitual de la dieta, al menos para algunos grupos. Se advierte que también surgen en ese momento instrumentos especializados para llevar a cabo tal tarea. Incluso el arte muestra representaciones de distintos tipos de peces.

 

Reservas y almacenaje

Unas sociedades que deben moverse a lo largo del año por el territorio impide el almacenamiento de grandes cantidades de alimentos. Ante una reducción de los recursos alimentarios, los grupos humanos entraban inevitablemente en crisis. En cualquier caso, esto no quiere decir que no existieran ciertas estrategias para guardar alimentos, al menos a corto plazo.

El principal almacenamiento, de carácter endógeno, es el propio cuerpo humano. Esas molestas grasas que los humanos de la actualidad luchan por quitarse no son otra cosa que las antiguas reservas energéticas, que permitían al individuo sobrevivir cuando la comida escaseaba. De esta forma, los humanos del Paleolítico engordaban cuando podían ingerir más alimentos.

Respecto al almacenaje exógeno, la cuestión no es solo buscar un lugar para almacenarlo. Los cazadores usaban hoyos en el suelo para enterrar la carne si no podían transportar la totalidad del animal cazado, pero esta debe ser recogida y consumida poco tiempo después o, inevitablemente, se descompondrá. De hecho, más que almacenaje, se trata de una estrategia para que otros animales no consumieran la carne. El problema, por tanto, es poder mantener la carne durante un mayor tiempo con el fin de poder consumirla en momentos en que no se pudiera cazar.

En las zonas frías, por ejemplo, la carne podía ser conservada mediante congelación. Por lo general, se realizaban fosas de hasta metro y medio de profundidad de tal forma que tales hoyos actuaban como auténticas neveras. Menos eficaz es la congelación al aire libre en tanto que la carne requiere posteriormente ser rehidratada. Podemos mencionar también el caso de un yacimiento de Habsburgo el cual se encuentra junto a un lago. Bajo las aguas de este se encontraron una gran cantidad de renos, que una vez cazados, eran depositados aquí con el fin de mantener su carne para un uso posterior.  

También se conocían ya otras técnicas de conservación en seco, tales como el ahumado, las salazones o el secado al sol. Del mismo modo, conservaciones húmedas como maceraciones, en las que se usaban los propios líquidos del estómago del animal.

 

BIBLIOGRAFÍA

DOMINGUEZ-RODRIGO, M. (1996): En el principio de la Humanidad, Síntesis, Madrid

DELLUC, G.; DELLUC, B.; ROQUES, M. (1995): La nutrition préhistorique, Pilote, Périgueux

MOURE, A.; GONZALEZ MORALES, M. (1995): La expansión de los cazadores. Paleolítico Superior y Mesolítico en el Viejo Mundo, Síntesis, Madrid.

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