La pérdida del reino visigodo: la conquista islámica de Hispania
La conquista islámica de la Península Ibérica es el único hecho de la historia del Al-Ándalus que suele ser conocido por la cultura popular. De los otros ocho siglos de la cultura andalusí, pocos serían los que podrían mencionar algún hecho destacable. Esta situación tan solo es la consecuencia del poco interés que, hasta hace unas décadas, la historiografía prestó al Al-Ándalus. Como consecuencia, tampoco en los contenidos de la educación básica tenía cabida. De esta manera, la conquista islámica de la península tenía interés en tanto que era necesaria para poder explicar la entonces llamada “Reconquista”. En cualquier caso, este acontecimiento que vamos a comentar suele seguir encontrándose bajo una capa de leyenda popular y de prejuicios actuales.
Como es sabido, desde la caída del Imperio romano de Occidente en el 476 d.C. –de facto, antes-, existía sobre el actual territorio peninsular –Hispania- el reino visigodo con capital en Toledo. Sin entrar en más detalles acerca de su formación y evolución, este reino, siempre con un carácter ciertamente endeble, desapareció en el año 711 a manos de los ejércitos islámicos que cruzaron el estrecho de Gibraltar. Así, para la historiografía decimonónica, “España” –que en un craso error, que se suele seguir cometiendo, era identificado con el reino visigodo o Hispania- desaparecía para volver a resurgir tras la larga etapa de la Reconquista, concretamente en el reinado de los Reyes Católicos. Idea similar que aprendieron todos los escolares españoles durante la época franquista gracias a la Enciclopedia Álvarez.
Pero ¿cuáles fueron las causas por las cuales cayó el reino visigodo? Si prescindimos de la teoría del iudicum Dei, es decir, la que considera la “pérdida de España” como castigo de Dios, dos han sido las teorías que las han explicado. Por un lado, la ruina de “España” –correctamente del Reino visigodo”- en el que existía una crisis a todos los niveles y, por tanto, la invasión arabo-musulmana era una casualidad que coincidía con esta coyuntura en el interior del reino. Por otro lado, los cronistas árabes presentaban la conquista como consecuencia de una superioridad militar dentro de un marco de expansión general del Islam. De hecho, en esa sabiduría popular que comentábamos, se suele presentar la presencia islámica en la península únicamente en términos conquista y guerra.
La moderna historiografía, sin embargo, ahondando en la cuestión, ha tenido que reelaborar la explicación de cómo y por qué se produjo la conquista en tanto que ninguna de las teorías que acabamos de comentar parece explicarla de una forma concienzuda. De hecho, algún historiador ha llegado incluso a negar que se produjera una conquista, alegando una conversión espontanea de los visigodos al Islam. Aunque tal teoría no es aceptada por la mayoría de los historiadores y que tampoco se sustenta sobre ninguna fuente. En realidad, una correcta explicación únicamente puede venir si observamos el acontecimiento desde una dimensión que aglutine a las dos teorías expuestas.
Así, en primer lugar, podemos observar lo que acontecía en el interior del reino visigodo en los años anteriores a la conquista islámica. La situación del mismo no era, ni mucho menos, próspera. Este se encontraba en un proceso de descomposición manifiesta o, mejor dicho, de protofeudalización. Es decir, que los sucesivos monarcas, siempre con carácter electivo, eran incapaces de ejercer el gobierno sobre todo el territorio. De esta manera, las estructuras políticas del reino eran cada vez más débiles. Desde el III Concilio de Toledo en el 589, se estaba produciendo un debate entre la postura de una monarquía electiva, de acuerdo al origen germano, y la tendencia romana de un sistema hereditario. Esta situación había llevado a una constante disputa que solo había provocado la ya mencionada protofedualización. Es decir, que la nobleza gobernaba sus territorios de una manera cada vez más independiente respecto al poder real. En el IV Concilio de Toledo del 633 se impone la tendencia electiva de la monarquía, pero con monarcas que únicamente se sostienen gracias al poder de nobles y obispos. En esta situación, muchos de los monarcas visigodos intentan el control de estos, creándose a su alrededor una nueva nobleza que, en cualquier caso, rivalizará con la antigua. Circunstancia que llevó al enfrentamiento de este estamento.
Tampoco felices eran las circunstancias económicas. Aunque con pocos datos para interpretar, parece que las malas cosechas, como consecuencia de las plagas, así como las epidemias, mermaron considerablemente a la población del reino. Situación que los más pudientes, es decir, la nobleza, aprovechó para el acaparamiento de tierras, lo que afecto drásticamente a los ingresos del Estado. Todo esto sin contar las consecuencias sociales: un empobrecimiento generalizado de la población.
Dejando aparte este reino, el otro lado del estrecho de Gibraltar se encontraba dominado por el Islam. Desde su surgimiento en el primer cuarto del siglo VII, el Imperio islámico se había extendido por el Próximo Oriente y el norte de África. Es más, con la llegada al trono de la dinastía Omeya y el establecimiento de la capital califal en Damasco, se había iniciado la estructuración política de un aparato estatal eficaz, además de estructurar una política que reanudaba la conquista territorial que se habían frenado durante un tiempo. De esta manera, en el norte de África, el avance del Islam había encontrado en el Magreb la resistencia de las tribus bereberes. Pero estas, a finales del siglo VII, se convirtieron finalmente al Islam y se integraron dentro de la estructura política y militar establecida por el califato. De esta manera, en Occidente lo único que separaba al Islam de la Cristiandad eran los pocos quilómetros del estrecho de Gibraltar.
El inicio de la conquista de la península es muy oscuro en tanto que no disponemos prácticamente de fuentes e, incluso, las existentes han sido tachadas en alguna ocasión como meras leyendas –aunque hacer tal cosa implica, por tanto, negar que podamos reconstruir este periodo-. En cualquier caso, la reconstrucción de la conquista que se ha realizado puede ser, más o menos, la que se expone en los siguientes párrafos.
Un oficial bereber, Tarif fue el encargado de una primera campaña exploratoria en el 710. Al frente de una pequeña mesnada -400 hombres y 100 jinetes-, cruzó el estrecho hasta llegar a Tarifa –topónimo que procede del nombre de este jefe militar-. Allí, este consiguió un importante botín –en el que se encontraba un importante contingente de mujeres-, sin que existiera apenas resistencia. Se abría la posibilidad de ampliar una campaña al interior de la península.
En esta pequeña campaña y en la que al año siguiente iniciará la conquista peninsular, parece que tuvo que tener apoyo del gobernador de Ceuta, que antes lo era también de Tánger –e incluso algunas fuentes lo hacen también gobernador de Algeciras, lo que implicaría que tenía algún tipo de control sobre la totalidad del estrecho-, pero que al someterse voluntariamente a los musulmanes –acuerdo al que llegó en el 982 con Uqba ben Nafi- le dejaron mantener su gobierno en la primera de las plazas. Este personaje –que, por tanto, era godo y cristiano- responde al nombre, según fuentes árabes, de Yulyan, pero que en la historiografía cristiana no es otro que el conde Don Julián –el traidor del romancero, que abrió las puertas del reino-. Este aportó ante todo navíos que permitieron cruzar el estrecho. En cualquier caso, el personaje, bastante misterioso para nosotros, parece que en cierta manera mantenía algún tipo de estatuto que le hacía en buena parte independiente. Sea como fuere, según la fuente que nos da al-Haza’ini, la expedición llevada a cabo por Tarif contó con cuatro barcos de este. De hecho, este habría llevado ya una primera incursión con unos 250 hombres al otro lado del estrecho –posiblemente porque Musa, gobernador de Kairuán, requería saber si este había roto sus lazos de lealtad con sus correligionarios hispanos- a finales del 709. Algunas fuentes informan que acompañó, nuevamente, a un tal bereber Abu Zur’a, tras la expedición de Tarif, en una incursión de pillaje a Tarifa-Algeciras.
En cualquier caso, la campaña de ocupación del territorio hispano comenzó en abril del 711. Fue llevada a cabo por otro bereber, en este caso Tariq b. Ziyad, a la sazón gobernador de Tánger, que cruzó con un ejército de 7.000 bereberes el estrecho –al que se sumarían más tarde otros 5.000-. El traslado, que se realizó a lo largo de mes y medio –solo se contaba con cuatro barcos-, comenzó en Ceuta y desembarcaron en Gibraltar –Gabal Tariq o Montaña de Tariq-. Sorprende que a lo largo de este tiempo no fuera advertido por los visigodos que se estaba produciendo un desembarco de tropas. Quizás pueda explicarse si consideramos que el tal Julian gobernaba Algeciras y que, además, la constante idas y venidas de las embarcaciones aparentaban los habituales viajes que realizarían estos barcos en su actividad comercial a un lado y otro del estrecho. Pero a todo ello podemos sumar un tercer factor, el traslado de las tropas se hizo con apoyo desde el interior del reino.
Respecto a esto último, la decisión del inicio de esta campaña de Tariq puede que estuviera influenciada por la propia situación en la que se encontraba el reino visigodo. Este debía estar al corriente de que el reino se encontraba, de facto, en una guerra civil. En efecto, tras la elección del rey Rodrigo en el 710, se opusieron a este los hijos del penúltimo monarca, Witiza. Estos últimos podrían haber llegado a algún pacto con los propios musulmanes para que les prestaran apoyo militar para destronar a Rodrigo.
Esta situación ha suscitado la teoría de que la conquista se hizo, por tanto, por el mero azar. Es decir, que los musulmanes únicamente intentaban apoyar a uno de los bandos pero, una vez conocida la debilidad del reino, se apresuraron a la conquista. Pero lo más lógico es que pensemos que, independientemente de las circunstancias concretas –y que aprovecharon-, la conquista de la Península se inscribe en la segunda fase de conquista que el califato de Damasco estaba llevando a cabo y, por tanto, de una manera u otra, la Península Ibérica habría sido invadida de igual modo. Es más, las monedas acuñadas en Tánger en esta época hacen referencia a la yihad (guerra santa). Lo que sí que parece evidente, por otra parte, es que la decisión de la conquista parece más bien recaer en Tariq, quien la tomó por su cuenta y riesgo. En otras palabras, que el gobernador Musa –que más tarde se hace cargo de la conquista-, de quien Tariq era subalterno, desconoció en todo momento las intenciones de este último hasta que los hechos estuvieron consumados.
Sea como fuere, en junio del 711 el ejército bereber de Tariq, que acabaría por contar con unos 12.000 soldados, controlaba el estrecho y, por tanto, se había establecido un fuerte puente para poder seguir enviando efectivos desde el norte de África. Desde el peñón de Gibraltar, en cuya cumbre se habían atrincherado los bereberes durante el tiempo que duró el traslado de las tropas, se comenzó a tomar los territorios aledaños.
Al conocerse que un ejército se hallaba al sur de la península, el rey Rodrigo, que se encontraba en aquel momento combatiendo a los vascones en el norte –concretamente sitiando Pamplona-, abandonó este frente para dirigirse al encuentro del ejército bereber. Evidentemente, tuvo que recorrer nada menos que mil quilómetros y el cansancio de tan largo viaje hizo mella en la posterior batalla.
El enfrentamiento, en julio del 711, se produjo cerca de Algeciras, en la provincia de Medina Sidonia –en ello coinciden todas las fuentes árabes-, aunque el lugar exacto difiere. El lugar de la batalla, en cualquier caso, que se ha popularizado es el río Guadalete (Wadi Lakko), que tampoco podemos identificar su ubicación, aunque podría ser el río Barbate. No obstante, también se ha propuesto que tuvo lugar en la laguna de la Janda. En cualquier caso, el ejército real es totalmente vencido –Tariq pierde en ella la cuarta parte de su ejército-, en parte al desertar de este los ya mencionados hijos de Witiza o los opositores al rey, es decir, parte de la nobleza que sumaba entre un tercio y mitad del ejercito reunido por el monarca –Rodrigo había intentado concentrar previamente a toda la aristocracia visigoda-. De esta manera, derrotado el monarca –y lo más probablemente que muerto en la propia batalla-, se hundía la única institución estatal que mantenía el reino unido. En realidad, a diferencia de como decía el romance sexto de El reino perdido, no se perdió todo junto y en un día, puesto que la que se presentaba como una mera refriega en Écija con los restos del ejército visigodo fue en realidad una dura batalla en donde, ahora sí, participó la parte del ejército que había huido del lado de Rodrigo en la primera. De esta manera, esta fue la batalla decisiva tras la cual Tariq no volvería a encontrar una resistencia de tal calibre.
Tras ella, Tariq realizó un recorrido que muestra que contaba con importante información sobre los centros políticos hispanos y, sobre todo, las vías que debía tomar. Este se dirigió a dos importantes centros urbanos. El primero de ellos Córdoba –futura capital del Al-Ándalus-, que cae en octubre del 711 con un mero destacamento de 700 hombres comandado por Mugit ante los 400 caballeros que resistían en la ciudad encabezados por el praefectum urbis. El resto del ejército bereber se dirigió directamente hacia la capital visigoda, Toledo, que fue conquistada con igual facilidad y que desestructuraba la ya pobre y ahora descabezada administración visigoda. Tariq desde allí se dedicó a someter el norte peninsular, aunque desconocemos con exactitud su itinerario.
Al año siguiente, en el verano del 712, el árabe Musa b. Nusayr, al que ya hemos mencionado y que desconocía de los planes de Tariq, desembarcó en la península con un ejército mucho más potente, unos 18.000 árabes, lo que demuestra que estaba decidido a hacerse cargo de la conquista y, sobre todo, a participar del suculento botín. Este emprendió también el camino hacia Toledo, aunque, tras informarse, lo hizo por una ruta diferente a la de su subalterno. Así se dirigió hacia Sevilla, la única ciudad, de hecho, que puso una resistencia digna de tal nombre, posiblemente al ser esta la metrópolis religiosa. El sitio duró casi un año, entre los últimos meses del 712 y los seis primeros del siguiente. No obstante, mientras esta ciudad era sitiada, también Mérida resistió durante algunos meses.
Tras ello, se dirigió a Toledo en donde se reunió con Tariq, al cual reprochó haberse aventurado en solitario y sin permiso. Como ya hemos dicho, la conquista no parece que fuera previamente planificada y, ni mucho menos, que contara con el consentimiento de este. A partir de ese momento, y durante los tres siglos siguientes, fue el elemento árabe el que se hizo cargo del poder en el Al-Ándalus.
A partir de entonces, al mando de Musa, las tropas arabo-bereberes se dirigieron a la frontera superior, aunque los datos son más oscuros en esta ocasión. Parece que tuvo que dirigirse a Zaragoza, la cual conquistó. A esta debemos sumar los principales centros del cuadrante noreste de la península: Huesca, Tarragona, Pamplona, Lérida, entre otras. En cualquier caso, definir aquí alguno de los itinerarios que se han dado no tendría mayor interés.
Debemos señalar que usar el término conquista puede llevarnos a engaño, puesto que parece implicar enfrentamiento bélico. Como hemos visto, más allá de dos batallas con el ejército visigodo, así como la resistencia de alguna de las ciudades, la rapidez con la que se mueven las tropas arabo-bereberes por el territorio únicamente se explica por la inexistencia de resistencia por parte de la población autóctona. De hecho, una población que en su mayoría, como dijimos al principio, se había empobrecido. A ello podemos sumar las deterioradas condiciones de la población judía –bastante numerosa- por la política de los visigodos. Así, no existía aliciente alguno para poner resistencia a los conquistadores, especialmente cuando estos, como ya venía siendo habitual a lo largo de toda la expansión islámica, ofrecían capitulaciones benignas. De hecho, las ventajas de estas eran especialmente beneficiosa para la propia élite visigoda que negoció los pactos, con el fin de mantener propiedades y poder. De los pactos o capitulaciones que conservamos clausulas se encuentra Écija, Sevilla, Alaqant, Mérida, Orihuela, Valle del Cinca y término de Lérida, Pamplona, Gilliqiya, Huesca, Lisboa.
De esta manera, se mantenía, como principal elemento, la religión cristiana a cambio del consabido impuesto –cantidad que debía ser menor que la que pagaban a las autoridades visigodas-. La población pasaba así a ser muladíes, es decir, cristianos que vivían en territorio bajo dominio del Islam.
En resumen, podemos decir que la conquista islámica de la península no puso fin a las estructuras políticas visigodas en tanto que este Estado estaba en descomposición y, por otra parte, culturalmente no fue un cambio brusco en tanto que buena parte de la población del Al-Ándalus siguió siendo en las décadas posteriores a la conquista cristianos que mantuvieron sus costumbres.
BIBLIOGRAFÍA
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