Historia de Grecia

La Polis arcaica: el siglo VIII a.C.

Destruido el mundo micénico –ya fuera por unas causas u otras– y tras un largo proceso de cambio –al tiempo que de mantenimiento de la cultura micénica en ciertos aspectos–, conocido como Siglos Oscuros, se va fraguando el mundo griego propiamente dicho. Así, en el siglo VIII a.C., momento en que tradicionalmente se dice que comienza la Época Arcaica de la historia griega, nos encontramos constituidas todas las poleis, Ciudades-Estado, que protagonizaran toda la Grecia clásica.

¿Qué hecho ha permitido limitar a los historiadores la Época Oscura de la Arcaica? Varias obras de la literatura universal, las de Homero y las de Hesíodo, que han sido datadas en este momento –el siglo VIII a.C. –. De nuevo, tras la caída de los palacios micénicos, poseemos fuentes escritas que nos permiten desentrañar la historia griega de una forma más veraz, ayudando, por otra parte, a una mejor interpretación del material arqueológico. Es por ello que, aunque ya hemos hablado anteriormente de las obras homéricas, parece lógico retornar a ellas de una forma más profunda, así como comentar las de Hesíodo. Gracias a ellas podemos ser capaces de explicar la situación de las poleis griegas en el siglo VIII.

 

La cuestión homérica

La Iliada y la Odisea son las obras literarias más conocidas de la Antigüedad. En su momento, constituyeron la base e identidad de la cultura griega, y toda la educación del mundo clásico giró en torno a ellas. Todo griego instruido –al igual que los romanos más adelante– aprendía el relato de dichas obras de memoria. De hecho, la oralidad fue la forma en que estas obras, que comenzaron a gestarse seguramente desde Época Micénica, se trasmitieron a lo largo de los Siglos Oscuros. Hoy en día, estamos seguros que éstas no fueron escritas por Homero. Éste, quizás, no existió o, posiblemente, pudo ser quien primeramente las pusiera por escrito, bajo el resurgimiento de la escritura y el uso del alfabeto en el siglo VIII. Ello conllevó a que el relato quedara congelado para la posterioridad, es decir, que ya no sería modificado con el paso del tiempo.

La Iliada nos cuenta la Guerra de Troya, mientras que la Odisea nos narra el largo viaje de Odiseo o Ulises desde Troya hasta su amada tierra, Ítaca. No fueron los únicos relatos épicos que existieron, sino sólo los únicos que se conservaron. Sabemos, por fragmentos, que existieron otros tantos poemas épicos que narraban los regresos de muchos de los héroes que habían participado en tan larga guerra.

Además de la narración, para historiadores y lingüistas actuales, las obras homéricas suponen mucho más. Partiendo de la idea de que fueron orales durante siglos –como se acaba de decir–, se entiende que en ellas se tienen elementos de diversas épocas. Si bien, los acuerdos sobre qué pertenece a cada una de ellas ha sido tema de amplias discusiones, dando lugar a la denominada «cuestión homérica». Bajo este nombre existen todo un conjunto de preguntas de difícil respuesta: ¿Hasta que punto su contenido representa un hecho real en época micénica?, ¿constituye la continuación de una épica micénica?, ¿se trataban de distintos poemas que fueron agrupados cuando fueron puestos por escrito?, ¿representan una sociedad anterior a la polis?

Que la obra homérica tiene elementos del pasado micénico es algo que más o menos es aceptado por la gran mayoría. Incluso algunos, como Chadwick, creen que la organización que nos muestra Homero difícilmente nos está reflejando la época del siglo VIII, sino que es la época micénica. Otros, sin embargo, como Finley, piensan que existe muy poco de micénico. Éstos alegan que el origen de la conformación no puede provenir en ningún caso de Época Micénica. Otra serie de investigadores creen que está reflejando el mundo de los Siglos Oscuros, pensando que éstos, en realidad, no fueron tan pobres como nos parecen a priori. Por otra parte, otros tantos estudiosos encuentran el reflejo del orden de cosas del siglo VIII. Algunos, incluso, van más allá y piensan que, como comenta De Wees, en realidad la Iliada y la Odisea nos están hablando de la realidad existente en el siglo VII.

En cierta medida, todas las investigaciones encuentran respaldos, aunque muchas se encuentran basadas en particularidades, que intentan dar una ley general para ambos poemas, mientras que otros, observando lo general, intentan aplicarlo a lo particular.

Pese a todo, parece obvio defender que los poemas contienen elementos micénicos. Nos cuentan la Guerra de Troya, por tanto, parece lógico que fuera en ese punto cuando se iniciara la creación oral de estos poemas. De hecho, Page y Durante creen que incluso los nombres de los monarcas que allí se citan son en realidad personajes reales, los cuales vivieron en época micénica, o al menos muchos de ellos. Estaríamos hablando, entonces, de una continuidad de lo micénico.

Hay muchos elementos que aparecen en las obras y que la arqueología ha demostrado que existieron. Armas u objetos que quizás sólo son mencionados para un único personaje. Así se menciona un gran escudo, cascos realizados con colmillos de jabalí, grebas metálicas, espadas tachonadas de plata, corazas de bronce, entre otros, que no eran conocidos ya en los Siglos Oscuros. Todo ello fue perdurando de generación en generación, pese a que todos esos objetos eran ya inexistentes.

En todo caso, pese a todas las teorías lanzadas, mantengamos, quizás, la más canónica. De esta forma, deberíamos creer que, si bien iniciada la tradición oral de ambos poemas en Época Micénica, éstos sufrieron multitud de modificaciones a lo largo de los Siglos Oscuros para ir adecuándose a las formas sociales, económicas y políticas del presente, de tal forma que muchos de los elementos pertenecen al momento en que se pusieron por escrito, es decir, pertenecen a la polis arcaica –lo que nos permite la reconstrucción de ésta en el siglo VIII-.

 

Las poleis

En el siglo VIII, momento en que tradicionalmente arrancaba la historia griega, ya estaban constituidas las poleis griegas y sus instituciones conformadas –estas aparecen en las obras homéricas, aunque no se mencionen por su nombre-, las cuales ya contaban con una serie de problemas internos que ocasionaran la gran colonización griega del Mediterráneo. De hecho, era el siglo VIII, el momento en que tradicionalmente se fijaba para el inicio de la civilización griega como si, anteriormente, nada hubiera existido. El descubrimiento de las culturas minoicas y, en especial, de la micénica, cambiarían esta visión –que pese a todo todavía se mantiene–. Así, el siglo VIII, más bien escogido por ser el momento en que aparecen las obras homéricas y las de Hesíodo, sería algo así como el zenit de una nueva sociedad aristocrática y su correspondiente organización política en ciudades, gestadas a lo largo de los Siglos Oscuros. Todo ello, que ya comenzaba a entrar en crisis precisamente en este siglo, será modificado en los dos siglos siguientes, cuando surgirá una sociedad en donde el peso político recaerá en un grupo mayor de ciudadanos propietarios de tierra, que contribuirán a la defensa de sus ciudades mediante un nuevo ejército de tipo hoplita.

De cualquier forma, la pregunta de obligada respuesta es: ¿qué es la polis? Su traducción meramente por ciudad sería errónea. La polis griega supone mucho más que un hábitat urbano –Asty- y organizado físicamente en un territorio. La polis hace referencia ante todo a la comunidad, a los ciudadanos que la componen, independientemente de que éstos vivan en zonas rurales –chora-, pues esta última zona se considera, igualmente, como parte de la polis. Unos ciudadanos que, además, están organizados mediante instituciones en donde estos tienen derechos y obligaciones.

Cuando tratamos los Siglos Oscuros vimos como a lo largo de éstos se habían ido conformando estas poleis, normalmente mediante sinecismos de distintos hábitats y grupos. Aunque, haciendo referencia a que la comunidad es más importante que el propio centro urbano, tenemos el caso de Esparta en la que, si bien se produjo una unión de diversos grupos, nunca se creó un centro urbano unido, sino que éste será, a lo largo de toda la historia espartana, un hábitat disperso que ni siquiera se dotará de una muralla –aunque esto último fue, más bien, por el propio carácter espartano y sus circunstancias–.

Las poleis, además, son Estados; mejor dicho, Ciudades-Estado, puesto que cada una es independiente del resto. Grecia nunca, jamás, fue una unidad en la Antigüedad, más allá de un sentimiento común –por religión y costumbres– de pertenencia a un mismo pueblo que, además, era la civilización frente a otros pueblos –los que no hablaban el griego– que consideraban barbaros. El término Grecia, por otra parte, ni siquiera era conocido por ellos mismos, puesto que fue la forma en que los romanos nombraron al territorio de la Hélade. Término, este último, que fue el que sí usaron los griegos para nombrar al territorio en donde habitaban los griegos.

En cuanto a los Estados, el más grande es Atenas. Ocupaba la totalidad del Ática, la cual cuenta con unos 2.550 km cuadrados. En todo caso, después del siglo VIII a.C., fue superada por Esparta, la cual, además de dominar la totalidad de Laconia, conquistó Mesenia, en el Peloponeso. En total unos 8.400 km. Con un tamaño mucho más inferior, nos encontramos a Argos, que contaba con 1.400, y a Corinto con 880. Estas dos últimos, pese a todo, superan a la media, puesto que el resto de las poleis ocupaban poco más territorio que las proximidades de la propia ciudad. En la Fócida, por ejemplo, que cuenta con una extensión de 1.650 Km cuadrados, había nada menos que veintidós poleis. En la isla de Creta, con 8.500 km, había un centenar. Había tres en la isla de Rodas y seis en Lesbos. Las islas mas pequeñas componían cada una, por lo general, un Estado-Ciudad. De la misma forma, en la costa jonia, las ciudades no alcanzaban más territorio que la estrecha flanja costera.

En resumidas cuentas, podemos decir que Esparta y Atenas son la excepción dentro de un conjunto de poleis de reducido tamaño.

En cuanto al peso de estas ciudades en este siglo que estamos tratando, Atenas ya se encuentra en una situación de superioridad o, al menos, influencia, aunque con un breve periodo de decadencia del que saldrá. Corinto es en este momento una de las ciudades más importantes, bajo el clan aristocrático de los Baquíadas. De la misma manera lo es Argos, una ciudad militar y fuerte que tuvo desde pronto ideas expansionistas. Delfos, por su parte, aparece ya como el santuario más influyente, cuyo oráculo es consultado por todas las ciudades griegas. Otras ciudades destacables son Tebas, dentro del conjunto de ciudades de Beocia; Acaya, en Arcadia –dentro del Peloponeso-; así como Elis y Pisa –ambas enfrentadas-, en la Elide. No debemos olvidar las activas ciudades jonias, de la cual destaca ya Mileto, cuyos navegantes se movían por el Egeo y el Mar Negro, al igual que el floreciente comercio de la isla de Eubea, donde se debe destacar las ciudades de Calcis y Eretría.

Por su parte, Esparta está perfilando, en el octavo siglo, la manera de ser de sus ciudadanos, aunque parece que presenta ahora una mentalidad más abierta si lo comparamos con los tiempos venideros. No obstante, es una polis que se sale de lo normal. Ya vimos como en los Siglos Oscuros se había conformado esta bajo la unión de cuatro agrupaciones –eunommía-. Éstos, de origen dorio, siempre mantuvieron esta filiación, pues era una forma de identidad frente al resto de griegos. Esparta, prontamente, controló la región de Laconia reduciendo al resto de dorios, que vivían en la periferia, a la condición de periecos –hombres libres, organizados en ciudades autónomas, pero bajo la dirección política de Esparta–. Además, a mediados del siglo VIII, sometieron, en una primera guerra, a la región de Mesenia –lo que hace también que dicho control no les llevara a la construcción de murallas–, la cual fue repartida entre los ciudadanos espartanos, unas treinta hectáreas para cada uno de ellos, aunque no es una cifra exacta. Así era como amanecía una Esparta en el siglo VIII.

Mientras tanto, en las regiones Lócride, Etolia, Tesalia –ello sin contar regiones más marginales como Macedonia y Epiro–, se considera que todavía no se habían conformado las poleis como tal, definiendo a sus habitantes como preciudadanos bajo la soberanía de monarquías. Siguieron manteniendo una organización tribal –ethné-. Más adelante, en alguna de estas zonas, surgirán una especie de Estados federales –koinón-, es decir, sin que se produjera una unificación en ciudades, sí que se produjo una cierta unificación política.

 

Las instituciones políticas

¿Cómo se organizaban estas poleis en el siglo octavo? Básicamente podemos encontrar ya los tres pilares institucionales que serán característicos en los siglos siguientes: la Asamblea, el Consejo y las magistraturas. Éstas se fueron conformando, como no, a lo largo de los Siglos Oscuros, puesto que ya en las obras homéricas aparecen las funciones de estos organismos, pese a que no son mencionados por su nombre. Estas instituciones se irán reformando a lo largo de los siglos siguientes, permitiéndose, en muchas ciudades –como Atenas-, que cada vez un mayor número de ciudadanos puedan participar en ellas. De la misma forma, en mayor o menor grado, las competencias de cada una de éstas se modificaron del mismo modo.

Empezando por la primera, la Asamblea es, en principio, el órgano más multitudinario en cuanto que acoge a los ciudadanos libres. En Atenas, ya en época clásica, en este organismo pudieron participar finalmente todo el cuerpo de ciudadanos, pero es cierto que en el siglo VIII sólo podrían participan los ciudadanos propietarios que tuvieran cierto nivel económico. En cuanto a sus funciones, éstas debían ser mucho más limitadas que en los siglos posteriores, aunque por lo general el papel principal era el de aprobar o rechazar alianzas con otras ciudades, y declarar la guerra o la paz. Posiblemente se encargaba de la elección de magistrados, de decisiones religiosas, construcción de obras públicas y fundación de colonias.

Para esta época, la Bulé o Boulé, el Consejo, debía ser mucho más importante, en cuanto que estaba compuesto por los aristócratas. Posiblemente en ella tenían cabida los jefes, basileis, de las principales familias. Tampoco podemos estar seguros si el mero hecho de ser aristócrata daba lugar a la pertenencia a éste o, por el contrario, había algún tipo de renovación mediante elección entre los propios aristócratas. Independientemente de ello, con toda seguridad existía un mínimo de edad para ingresar en el Consejo, al igual que sabemos que sucedía en los siglos posteriores. Por otra parte, las funciones de este organismo se basaban en ejercer una predeliberación –como ocurría más tarde– de muchos de los asuntos que eran presentados posteriormente a la asamblea. Debemos entender también, que debería tener otra serie de funciones que lo convertían en el órgano por excelencia de gobierno, de tal forma que muchas cuestiones eran decididas directamente aquí y no en la Asamblea.

El consejo debía ejercer, también, un importante papel judicial. De hecho, esta función aparece en los textos de Herodoto siempre en el Basileus –en todo caso, los aristócratas ejercían esta función por pertenecer al Consejo–. Así, éstos salvaguardaban unas normas que venían dadas por la tradición, en un momento en el que las leyes no están escritas, como se hará en el siglo siguiente. En tanto que se trataba de la justicia de Zeus , una de las pruebas comunes para resolver disputas era el juramento. Más normal era el arbitraje, en donde los miembros del Consejo actuaban como mediadores para alcanzar un consenso entre ambas partes, aunque cuando se trataba de homicidios el problema del consenso era mucho más complejo, pues sin sanciones públicas, se solía acabar en una constante rivalidad entre las partes afectadas.

En todo caso, podemos observar que estas instituciones ya aparecen en la obra homérica. En ésta se nos presenta la importancia del buen manejo de la palabra, por parte de aristócrata, para persuadir al pueblo y a sus iguales. Así, por ejemplo, Odiseo se nos dice que «es el mejor para brindar un buen consejo y valiente en la guerra» (Iliada, 2.273). Aquiles, sin embargo: «soy, en la guerra, el mejor de los aqueos de corazas broncíneas, aunque otros me superan en la Asamblea» (Iliada, 18.105). En la Iliada se nos muestra en algunas ocasiones el desarrollo del Consejo. Sus miembros permanecían sentados, a excepción del que habla, en donde se expone propuestas, como por ejemplo en el caso en que Agamenón, tras tener un sueño, expone que se debía abandonar Troya. Tras sus palabras, el Consejo se dirige a la Asamblea –la reunión de todos los aqueos–, que había sido previamente convocada. Allí, Agamenón, que toma su skêptron –el bastón simbólico del mando–, se dirige a la Asamblea. Estos quedan totalmente convencidos, pero Odiseo toma la palabra –tras coger el bastón–, y les persuade de lo contrario. En ese momento, un hombre del pueblo se atreve a hablar, y es reprendido por Odiseo, puesto que solo los aristócratas tenían derecho a hablar.

Finalmente, nos encontramos las magistraturas. La desaparición de los monarcas a lo largo de los siglos Oscuros, y la formación de una aristocracia que toma el poder, debió llevar pareja la creación, además de las ya mencionadas instituciones, la elección de magistrados que oficialmente llevaban a cabo muchas de las funciones que anteriormente había tenido el rey, así como servir de instrumento para que las decisiones de la Asamblea y la Boulé se llevaran a cabo. Cada ciudad poseerá estas figuras –que varían de unas a otras–, que se van haciendo cada vez más complejas.

Todo ello se debe tomar como aproximaciones. Carecemos de los datos suficientes para afirmar como las diversas hipótesis vertidas son del todo verdaderas. Además, debemos tener en cuenta que lo que estamos llamando Grecia es un conjunto de cientos de ciudades independientes, cuya organización, aunque parecida, no es igual en ninguna de ella –ni en el siglo VIII, ni más tarde–.

 

La aristocracia

Como se viene diciendo desde el principio, en este siglo que tratamos, las ciudades griegas están dominadas por la aristocracia –los áristoi- bajo la denominación homérica de basileis. Su significado en griego es rey, pero éste debe ser dejado a un lago para no distorsionar su verdadero concepto en Homero, que sería, usando la terminología latina, el de pater familias. De hecho, en la Iliada, incluso Agamenón no se le presenta como el único basileus, sino el más importante entre otros iguales. Esta aristocracia es, más o menos, como una nobleza de estirpe con un estilo diferente de actuar respecto al resto de la comunidad. Estos pertenecen a un génos o familia entendida en un carácter amplio –serían las antiguas agrupaciones de población, tras las caída de los palacios micénicos, que acabaron por unirse dando lugar a comunidades más amplias que conformaron las poleis–, los cuales cuentan con un oikos –la casa y su patrimonio–. Este oikos es dominado por un jefe, el basileus, en donde vive con mujer e hijos aunque estos estén casados, así como miembros inmediatos a la familia. En ella se encuentran también los esclavos.

Dichas familias se mantuvieron dirigiendo las nuevas comunidades, las poleis, de forma conjunta, conformándose en un grupo social por encima del demos. Estos dominan las principales instituciones de la ciudad como hemos visto. No obstante, en algunas sigue existiendo incluso la monarquía, aunque siempre gobernando –básicamente con poderes muy limitados– junto a estos aristócratas.

Se acaba de decir que el basileus, ante todo, posee su oikos, en donde se encuentra su patrimonio, que se traduce primordialmente en una amplia extensión de tierra – kleros– que normalmente ha sido heredara. Esta tierra es importante, puesto que es la forma con la que mantiene su fortuna y estatus, la cual es trabajada por esclavos y por mano de obra contratada. La posesión de estas tierras no implica que la sociedad quedara atada o dependiente a los aristócratas, como si sucedía en la Edad Media. La población, a excepción de los esclavos, es libre y no están sometidos por medio de la tierra. El poder que ejercen los aristócratas lo hacen por medio de las instituciones.

En cuanto a la casa del basileus, ésta no poseía grandes atributos. Se caracterizaba por un patio central, en torno al cual se encuentra el establo, las habitaciones privadas, la galería para huéspedes, un lugar para guardar la riqueza y armas –lo que llamaríamos cámara del tesoro–, y, finalmente, una gran sala o mégaron. Esta última estancia o cuarto era de gran importancia puesto que era donde el basileus ejercía su poder central dentro del oikos. Era de grandes dimensiones, con asientos junto a las paredes y una chimenea en el centro.

Estas casas estaban, por norma general, apartadas del núcleo de la ciudad, puesto que estaban ubicadas en las propiedades territoriales. Si bien, algunos aristócratas prefirieron asentar sus casas dentro de la propia ciudad.

Cuando un basileus moría, su patrimonio se repartía entre los hijos a partes iguales, e incluso los hijos bastardos parece que podrían tener cierta consideración ya que, en un pasaje de la Odisea (XIV, 202 y ss.), se dice que Odiseo era bastardo, pero que su padre le consideró hijo legítimo, pese a que de éste recibió poco más que una casa.

Esta aristocracia, por otra parte, esta unida, incluso más allá de sus propias comunidades, por lazos de hospitalidad, que eran además propiciados mediante matrimonios. Dicha hospitalidad se daba, en especial, mediante el regalo, que se otorgaba ante todo cuando un noble llegaba al oikos de otro. Éste último debía acogerle, agasajarle y ofrecerle regalos para que continuara su viaje –puesto que lo normal era viajar sin nada–. Esta misma hospitalidad debía ser igualmente ofrecida cuando el anfitrión se convertía en otra ocasión en viajero.

 

Hesíodo y el resto de la sociedad

Si Homero se centra básicamente en la aristocracia, Hesíodo lo hace en el resto de la población, en especial en los pequeños propietarios –que serán los que en los siguientes siglos tendrán el protagonismo principal–, reprochando a los basileis esa situación de superioridad y su forma de vida. Este escribió varias obras, entre las que destacan la Teogonía, en donde se nos da el origen de los dioses y de los hombres. De la misma manera, se conservan Los trabajos de los días, en donde Hesíodo da toda una serie de consejos para el mantenimiento de los campos y de la economía familiar, básicamente autárquica. De Hesíodo no poseemos muchos datos, más allá de algunos que se desprenden de sus propias obras. Éste, tras la ruina de su padre, se había asentado en Beocia, en donde entró en litigio con su hermano, Perses, por la herencia de esas tierras. El litigio fue ganado por éste último, sin embargo, acabó arruinándose. Es por ello que el poema de Los Trabajos y los días, Hesíodo da toda una serie de recomendaciones para sacar rendimiento a las propiedades. A lo largo de este poeta podemos observar la sociedad de Beocia, la cual podemos extrapolar más allá de ésta.

En cualquier caso, Hesíodo nos muestra un amplio grupo social de pequeños propietarios que se autoabastecen, y que serán en el futuro aquellos que, en la reforma militar hoplita, portarán su fuerza y sus armas para mantener la independencia de sus ciudades y sus propiedades, y con ello un mayor peso en la toma de decisiones de la polis, anteriormente en monopolio de la aristocracia.

Debemos advertir, de nuevo, que se trata de una sociedad en donde existe un amplio grupo de hombres libres, el cual cubre desde la aristocracia hasta el jornalero, independientemente de las desigualdades económicas de ellos. Frente a todos estos están los ciudadanos no libres, los esclavos, que se encuentran dentro de los oikos de la aristocracia y en su caso del de los pequeños propietarios. De igual forma, existe otro grupo, el de los extranjeros, personas procedentes de otros lugares de Grecia o del resto del mundo conocido, que se asentaban en la ciudad para residir allí, pero que no poseían los derechos que sí tenían los ciudadanos.

En cualquiera de los casos, dentro del conjunto de hombres libres, la peor condición social era la de jornalero, es decir, aquella persona que, sin posesión de recursos propios, se ve obligada a la venta de su fuerza de trabajo. Ello se observa cuando Aquiles le dice a Odiseo en el Hades: «preferiría estar en la tierra como jornalero de un hombre sin apenas recursos para vivir, antes que reinar sobre todos los cuerpos de los muertos» (Odisea, XI, 488 y ss.). El jornalero, por tanto, estaba básicamente a la misma altura que un mendigo. El trabajo asalariado era el peor de los infortunios para un hombre, lo que conllevó, más adelante, a un aumento de la esclavitud, pues era difícil que los ciudadanos se prestaran para trabajar tierras ajenas.

Debemos, en todo caso, hacer una diferencia con la población espartana. Sabemos que dentro de ella existía un grupo que podemos identificar como la aristocracia, pero ya en el siglo VIII se comenzó a gestar una sociedad espartana en donde todos sus miembros tenían, más o menos, una posición de igualdad. Todos ellos, tras la conquista de Mesenia, recibieron amplias parcelas de terreno –klêroi–, las cuales eran cultivadas por hilotas. Éstos debieron ser, en principio, la población predoria que existía en Laconia –aunque quizás ya sometidos a este estatuto por la población aquea, antes de la llegada de los dorios– y más tarde la población de Mesenia, los cuales eran básicamente esclavos. En cualquier caso, estas posesiones permitieron al cuerpo de espartanos dedicarse exclusivamente a la guerra o al entrenamiento para ella. Debemos recordar, por otra parte, que existían los periecos –hombres libres que vivían en la periferia de Laconia, pero políticamente sometidos a los designios de Esparta–, los cuales luchaban junto a los espartanos, siendo designados como lacedemonios.

En cierta medida, el siglo VIII a.C. parece el punto de inflexión entre el culmen de la sociedad aristocrática, que dominaba las poleis conformadas a lo largo de los Siglos Oscuros, y el comienzo de una remodelación de las instituciones y de la propia sociedad, que se dará a lo largo de la Grecia Arcaica, en donde veremos una mayor institucionalización política, o al menos una mejor definición de los organismos por los que se organiza la polis, en donde tendrá que ver mucho el establecimiento de la ley escrita, así como un nuevo modelo de organización militar que dejara fuera del primer plano a la aristocracia, para dárselo a la falange hoplita compuesta por los pequeños y medianos propietarios de tierra. Pese a todo, los modelos políticos que se escogerá en cada polis serán distintos, yendo desde la democracia a la oligarquía, así como la tiranía en ciertos momentos.

En cualquier caso, las poleis, con serias dificultades poblacionales ya en este siglo que hemos visto, deberán comenzar un proceso colonizador por el Mediterráneo.

 

BIBLIOGRAFÍA

ADRADOS, F.R. et al. (1984): Introducción a Homero, Punto Omega, Barcelona

FINLEY, M.I. (1984): El mundo de Odiseo, F.C.E.

FINLEY, M.I. (1974): Grecia primitiva: La edad del Bronce y la era arcaica, Eudeba, Buenos Aires

GARCÍA SANCHEZ, M. (2005): «Los orígenes de Grecia: la sociedad arcaica y el nacimiento de la «polis»», en FERNÁNDEZ NIETO, F. (coord..), Historia antigua de Grecia y Roma, pp. 61-84

GSCHNITZER, F. (1987): Historia social de Grecia. Desde el periodo Micénico hasta la época clásica, Akal, Madrid

KIRK, G.S. (1985): Los poemas de Homero, Paidós, Barcelona

JEFFERY, L.H. (1976): Archaïc Greece. The City-States c. 700-500 B.C. Lóndres

MILLÁN MENDEZ DE FRABOSCHI, A. (1975-1976): «Aspectos económicos en la organización político-social de Grecia (El Atica. Siglo VIII a. C.)», Anales de Historia antigua y medieval nº 18.19, pp. 7-24

MURRAY, O. (1981): Grecia Arcaica, Taurus, Madrid

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información. ACEPTAR

Aviso de cookies

This site is protected by wp-copyrightpro.com