Historia de Roma

La Primera Guerra Púnica

 

Roma era dueña de Italia. Nadie puede negar que, a comienzos del siglo III a.C., la Urbs era una poderosa potencia del Mediterráneo central, y su expansión comercial parecía ya imparable por él. Sin embargo, debía compartir protagonismo con otra potencia –y que será su antagonista- con un carácter comercial desde sus inicios y cuyas zonas de influencia ya habían chocado con las romanas hacía tiempo: se trataba de Cartago.

Y este choque de intereses se plasmará en la isla de Sicilia, dominada en su parte occidental por los cartagineses, mientras que su parte más oriental se encontraba controlada por las independientes ciudades griegas, en donde Siracusa seguía siendo aún la pólis hegemónica en la zona, y que será una tercera protagonista en este enfrentamiento que se extenderá entre el 264 y el 241 a.C.

Muchas cuestiones son las que se pueden tratar sobre las Guerras Púnicas en general, en especial el motivo real que las ocasionó –aunque el comienzo de cada una tuvo sus características particulares-. Pero una vez más nos encontramos con un bache en el camino, ya que nuestras fuentes son romanas o prorromanas. El dicho de que la historia la escriben los vencedores encuentra aquí todo su significado. Ello hace que debamos realizar una crítica de esas fuentes, y buscar la coherencia del relato, pues tampoco podemos prescindir de ellas si es que queremos analizar el hecho.

El principal autor es el griego Polibio, que acabó por ser más romano que los propios romanos, pese a que él mismo había sido un rehén forzoso de estos. Su fascinación por Roma fue tal que su Historia Universal gira en torno a la potencia mundial, Roma, justificando en todo momento esta posición. Y al tratar sobre las Guerras Púnicas, por mucho que recogiera la metodología usada por Tucídides, es evidente que debía justificar la victoria romana, donde nos presenta a una Roma involucrada en unas guerras que no había buscado.

En todo caso, además de tener en cuenta todo lo dicho anteriormente, los pasajes de Polibio para la Primera Guerra Púnica deben tener otro cuidado, y es que es evidente que éste tuvo que echar manos de otras fuentes, entre las cuales se encuentra el romano Fabio Pictor, de quien tampoco se puede esperar que nos cuente una historia objetiva. Afortunadamente, Polibio puede ser contrastado con otras fuentes, aunque mucho menos minuciosas, como son Diodoro de Sicilia, continuado por algunos fragmentos que conservamos de Livio.

¿Cuál fue la causa de la guerra? Para los romanos el casus belli, la chispa que encendió el conflicto, fue sin duda el asunto de los mamertinos de Messana. ¿Quiénes eran estos? Bajo este nombre se conoce a una banda de mercenarios itálicos, que procedían, como otras tantas, de la Italia central. Este tipo de bandas prestaban sus servicios al mejor postor, en especial a las ciudades griegas de Sicilia, así como a las púnicas más tarde. Suelen aparecer en las fuentes bajo el nombre de campanos, y su gran cantidad en Sicilia provocaron, en un momento dado, la imposibilidad de que las ciudades griegas de la isla pudieran continuar gobernándose. Cuando el tirano de Siracusa, Agatocles, que quería la unificación de la isla bajo su poder, murió en el 289 a.C., sus ejecitos de mercenarios quedaron en la isla, sin nadie a quien servir, dedicándose al saqueo. En el caso de los mamertinos, estos consiguieron establecerse en la ciudad de Messana, la cual tomaron por la fuerza. Desde este emplazamiento se dedicaron a realizar actos de pillaje sobre las ciudades vecinas. Pero las ciudades griegas no solo estaban amenazadas por estos, sino también por los púnicos, que dominando parte de la isla, tenían la intención de apoderarse de toda.

En este contexto, Siracusa dio otro tirano, Hierón, que, consiguiendo crear un ejército depurado de estas tribus itálicas, venció a Messana en el rio Longano. ¿Pero cómo un conflicto puntual entre dos ciudades pudo desencadenar la Guerra Púnica? Según nos dice Polibio, los mamertinos decidieron buscar ayuda exterior ante el inminente asedio siracusano. Recurrir a una tercera ciudad en busca de ayuda no era inusual, y de hecho, Roma llevaba ya algunas centurias acostumbrada a recibir embajadas itálicas que solicitaban esto mismo. Los mamertinos, en este caso, podían optar por dos grandes potencias, Roma y Cartago. Sin embargo, no hubo acuerdo, y se solicitó ayuda a ambas. Pronto, ejércitos púnicos recibieron permiso para entrar en ciudadela de Messana, mientras que otra parte de la ciudad solicitaba ayuda a Roma. El Senado romano no supo cómo reaccionar en un primer momento ante tal petición, pues ellos mismos eran contrarios a este tipo de bandas, pero por otra parte se les brindaba la oportunidad de poner pie en Sicilia e intentar frenar el avance púnico por la isla, que podía poner en peligro los intereses romanos en el Mediterráneo. Finalmente, se decidió llevar el asunto a los comicios, que votaron a favor, ante la posibilidad de conseguir un gran botín, o al menos así parece que lo vendieron ante el pueblo los entonces cónsules. Así, uno de ellos, Apio Claudio, fue a Sicilia, apoderándose de la ciudad, después de que sus habitantes consiguieron que la guarnición cartaginesa la dejaran. Acto seguido, una alianza de siracusanos y púnicos pusieron sitio a Messana, declarándose la guerra entre Roma y Cartago en el 264 a.C.

Los modernos historiadores no creen en absoluto un desarrollo tal de los hechos. Parece poco lógico pensar que Siracusa, después de haber vencido en Longano, no aprovechara de inmediato la oportunidad para tomar la ciudad. Ello se debe quizás a que previamente un ejército púnico había sido ya enviado cuando se produjo la batalla de Longano, pues no estarían dispuestos a que Siracusa volviera a dominar la isla. De ahí que Messana recurriera tan pronto a Cartago, pues era la única potencia que se encontraba con un ejército disponible en las cercanías. No habría habido, por tanto, una división de la ciudad, sino que años más tardes, unos cinco, se solicitó ayuda a Roma, no para hacer frente a Siracusa, sino para expulsar de la ciudad a los cartagineses, al sentirse dominados por estos. O en su caso, los propios romanos movieron los hilos para procurarse un motivo para intervenir en la isla. En todo caso, no debemos creer a Polibio, que intenta justificar una intervención casual, en la que los romanos se encontraron involucrados involuntariamente.

Pero ¿qué intereses tenía Roma en Sicilia? En este caso, Polibio parece que tiene toda la razón, al afirmar que, el dominio púnico de Sicilia, hubiera convertido a ésta en un puente para que estos penetraran en Italia, y pusieran en jaque al poder romano. De ser así, y eso parece a primera vista, Roma no tendría mayor interés en la isla que la de una defensa, y no la de expandir su dominio. Pero algunos historiadores, al observar los intereses púnicos, evidencian que básicamente estos tienen un interés comercial. Tampoco se puede decir que tuvieran un imperio en sí, pues solo mantenían puntos de intercambio y de influencia, más que colonias para dominar el territorio. Y en todo caso, las guerras que tuvo Cartago con anterioridad, en especial contra las ciudades griegas de Sicilia, se debieron también más a una defensa que a un intento de expansión. En cambio, Roma que tenía también gran interés comercial, busca estos objetivos de otra forma, que se basan en la dominación territorial, como demuestra las actuaciones de Apio Claudio Ceco a finales del siglo IV, y el dominio de toda la bota itálica después de que Pirro fuera derrotado, pasando el sur de Italia a estar bajo el poder romano. En todo caso, al analizar las actuaciones romanas, éstas parecen que están encaminadas más a la ofensiva que a la protección.

En todo caso, no se puede considerar que Roma tuviera planeado el dominio de la isla –como si desde un principio tuvieran un plan de ruta para la conquista de un imperio-, pero sí que aprovecharon las ocasiones que se les ponían en bandeja. Así, Roma no parece que tuviera intención de declarar la guerra a Cartago, sino que en esta ocasión solo querían establecer un punto de conexión en la isla, dominando Messana, desde donde extender por la isla los intereses económicos de una parte de la nobilitas romana, que se había enriquecido gracias al comercio.

En cuanto a que el Senado tuviera reparos morales en ayudar a una ciudad de piratas, quizás debamos realizar una doble lectura. En primero lugar, debemos recordar que Polibio nos está dando una versión que recoge de Fabio Pictor, y éste era enemigo de los Claudios, siendo Apio Claudio quien ostentaba el consulado en aquel momento. Una forma de desprestigiar al cónsul era presentárnoslo como un individuo, que pese a que el Senado no estaba de acuerdo en ayudar a Messana, había convencido al pueblo, mediante la elocuencia, de lo contrario. Así se considera como una falta a la auctoritas del Senado. Pero quizás para Polibio, que intenta dar al mundo griego una visión de los romanos cercana a la cultura griega, el que la guerra fuera decidida por una asamblea denotaba mayor acercamiento a una democracia que a una oligarquía.

Quizás debamos pensar que si el Senado se mostró dubitativo fue por la existencia de un tratado con Cartago, firmado en el 306, sobre el que se ha discutido mucho su existencia. Nos lo mencionan Livio, Dión Casio, Servio y Filino de Agrigento, negándolo solo Polibio. Pero este último, en el fondo, nos menciona los términos del tratado al comentar los motivos de la guerra. Según este tratado, Roma y Cartago habrían limitado sus esferas de influencia, dicho de otra manera, Roma se mantendría lejos de Sicilia y los cartagineses de Italia. El tratado ante todo parece que beneficiaba a Cartago, que se garantizaba mantener lejos a los romanos, a los cuales veían como un peligro que aumentaba cada día. Sea como sea, lo que es evidente es que el Senado dudo por la existencia de éste, pero no romperlo significaba mantener unas clausulas que frenaban los intereses romanos. Al final, se debió pensar que mantener un tratado firmado hacía cuarenta años no podía ya mantenerse, pues no representaba los intereses del momento presente.

Una vez que Roma confirmó el apoyo a Messana en el 264, estos expulsaron a los cartagineses, al tiempo que el tribuno militar C. Claudio, pariente de Apio Claudio, al frente de un pequeño contingente, entraba en la ciudad. Cartago vio con precaución los acontecimientos, decidiendo enviar un ejército, mucho más amplio, a la isla, al mando de Hannón, hijo de Aníbal. Éste consiguió entrar en el teatro de Messana, al tiempo que convencía al tirano siracusano, Hierón, para que se uniera a él. Ambos dieron un ultimátum a Roma, que más allá de sentirse medrada, enviaron al propio cónsul Apio Claudio con dos legiones a Messana. Según las fuentes, se dice que este envió sendas embajadas a ambos contingentes, intentando que levantaran el sitio, en especial a los siracusanos. Fracasado el intento, hubo un enfrentamiento tras declararse oficialmente la guerra por parte romana. Roma consiguió su primera victoria frente a Cartago, que tuvo que retirarse. Aunque en el fondo solo debió ser una escaramuza, pues Apio Claudio no consiguió celebrar triunfo alguno a su vuelta a Roma.

Pero la campaña no acabó ni mucho menos ahí, y la guerra se prolongó durante los siguientes veinte años. Al año siguiente, en el 263, fueron enviados los dos cónsules a Sicilia, Manio Valerio y Manio Otacilio, que tuvieron como principal labor dividir a los dos aliados. Valerio se encargó de ir aproximándose a Siracusa, al tiempo que se apoderaba de cuantas ciudades y pueblos hubiera en su camino, hasta que el tirano Hierón, atemorizado, acabó por firmar la paz con los romanos, a cambio de convertirse en su aliado, y mantenerse en el trono. Probablemente los romanos no hubieran podido poner sitio a Siracusa, pues su importante puerto impedía aislar a ésta, pero Hierón no quería perder su influencia sobre lo que quedaba de la confederación siracusana.

Roma, en un abrir y cerrar de ojos, se había convertido en la principal potencia de la isla, mientras los cartagineses se mantenían a la espera de los acontecimientos. Solo cuando Siracusa se alió con Roma, Cartago comenzó a movilizar su ejército, así como a reunir otro de mercenarios.

Al año siguiente, Roma, que volvió a enviar cuatro legiones con sus dos cónsules, demostró de nuevo su capacidad militar. Tras ser apoyados por Segesta, sitiaron Agrigento, que era utilizada como cuartel por los cartagineses. Mientras tanto, Hannón desembarcaba en la isla, pero sin atreverse a atacar a los romanos directamente, hasta que la situación forzó la batalla, que acabó con la huida del comandante cartaginés, aunque con sus fuerzas prácticamente intactas. Ello permitió la toma, tras cinco meses de asedio, de Agrigento, que fue saqueada. Este comportamiento, sin embargo, no resulto beneficioso para los romanos, pues al fin y al cabo era una ciudad griega y no cartaginesa, que hizo que el mundo griego de la isla viera a los «libertadores» como todo lo contrario. Roma no lo tuvo fácil en el año 261, ante la desconfianza de las ciudades, al tiempo que los cartagineses decidían usar su principal arma, la armada.

Así, el almirante Aníbal y su flota, en repetidas ocasiones, infligieron daños a lo largo de las costas itálicas. Roma necesitaba por tanto una flota propia, que se pudiera equiparar a la cartaginesa. De esta manera, se comenzó la construcción de ésta. Desde luego, no podemos creer que los romanos partieran de cero, pues sabemos que en las décadas anteriores al inicio de la guerra se habían fundado colonias marítimas, así como la creación de magistraturas relacionadas con la flota, que implican la existencia de ésta, por pequeña que fuera. Más bien debemos pensar que los romanos tuvieron que aprender a luchar en el mar, y a adaptar su estrategia de lucha sobre las naves. Es por ello que inventaron los corvi, largos puentes móviles que caían sobre los barcos enemigos, y que permitían el abordaje romano, como si de una lucha terrestre se tratara. En el 260 el cónsul C. Duilio obtuvo en Mylae la primera victoria naval romana.

En cualquier caso, las victorias de unos u otros no daban la guerra por decidida, convirtiéndose en un enfrentamiento de desgaste. Los cuatros años siguientes solo tenemos decenas de batallas, en donde muchos ilustres romanos obtuvieron renombre, apareciendo el primero de los afamados escipiones, L. Cornelio Espición, cuya saga estará involucrada en las tres guerras púnicas. En estos años, la guerra se extendió a lo largo de Córcega, Cerdeña y el Tirreno.

Roma debió observar que esta estrategia solo dinamitaba los recursos del Estado, que acabarían por agotarse sin conseguir una victoria total. Se decidió cambiar la estrategia, y dar un golpe definitivo en el propio territorio africano. En el 256, un imponente convoy romano se dirigió a África, tras un esfuerzo material y humano sin precedente en la historia romana. Sin embargo, los romanos no consiguieron mantener en secreto sus planes, que en esencia era lo efectivo del golpe. Los cartagineses pronto se enteraron de estos, y Amílcar y Hannón sorprendieron a la flota romana en las costas meridionales de Sicilia. Pese a ello, los romanos consiguieron una nueva victoria, y pusieron en huido a los cartagineses que precipitadamente volvieron a Cartago para proteger la ciudad. Así, en Clyea, desembarcaron los romanos, tomando esta ciudad que usaron como plaza fuerte. Aunque en ella solo quedaron unos 15.000 hombres y uno de los cónsules, pues el Senado ordenó que todo el contingente tenían que regresar a Italia. ¿Pero por qué esta decisión? Hay que tener en cuenta que la navegación del Mediterráneo no es fácil, y solo en unos determinados meses del año se puede practicar. Roma no se podía permitir el lujo de tener 100.000 hombres aislados en África durante largo tiempo, con un problema de suministros. Además, Italia debía ser defendida.

Sin embargo, el contingente romano volvió al año siguiente. Para aquel entonces, Atilo Régulo, el cónsul que había quedado en África, ya había obtenido algunos éxitos allí, pese a la limitación de sus recursos. Logró abrirse camino hasta las propias murallas de Cartago, después de derrotar a las tropas cartaginesas en Adys –fortaleza que asediaban en ese momento los romanos-, ayudados además por las tribus indígenas de lugar, que eran hostiles a los cartagineses .

Regulo negoció la paz con Cartago, pero el cónsul no estuvo a la altura de las circunstancias. Creyendo que Cartago era una ciudad como otra cualquiera, quería imponer una paz sin condiciones, como se había impuesto a todas las ciudades itálicas. Evidentemente, Cartago no aceptó tales peticiones. Mucho menos cuando la ciudad púnica tenía aún suficientes fuerzas como para mantener la guerra durante años. Surgió entonces, en dicha ciudad, un espartano, de nombre Jantipo, que comandaba un ejército griego de mercenarios, y a quien Polibio atribuye la reorganización de los recursos cartagineses. El espartano creo una nueva estrategia que permitió que en Bagradas, el cónsul fuera derrotado y hecho prisionero, y sus legiones prácticamente aniquiladas. La derrota, por el contrario, no evitó que Emilio Paulo y Servio Fulvio acudieran como estaba previsto con nuevas legiones, y que derrotaran una vez más a la armada púnica, en el cabo Bon. Pero una vez más, la fortuna no estuvo de parte romana, y una tormenta, frente a la ciudad de Camarina, destruyó gran parte de los efectivos, que fue considerada por Polibio como la mayor catástrofe naval de la historia.

Pese a las derrotas cartagineses, y la pérdida de la flota romana, la guerra podía seguir. Para la campaña del 254, Roma ya tenía una nueva escuadra, aunque el enfrentamiento se reanudo esta vez en Sicilia. Mientras que Cartago realizó pequeñas maniobras militares, cuyo máximo beneficio fue la recuperación de Agrigento, los romanos tomaron el nuevo cuartel general púnico en Sicilia, Panormo, tratando en este caso con benevolencia a sus habitantes, lo que hizo que otras ciudades como Tyundaris, Solunto y Petra se pasaran al bando romano. Pese a todo, Cartago mantenía varias ciudades bien fortificadas en la isla, y los romanos de nuevo decidieron actuar en África, aunque esta vez solo en la costa, como años antes habían hecho los propios cartagineses en Italia. La empresa no fue muy productiva, y de nuevo los dioses parece que no estuvieron por la labor de poner fácil las cosas a Roma, ya que una nueva tempestad, ahora en el cabo Palinuro, volvió a diezmar la flota romana.

De nuevo las operaciones se reactivaron al año siguiente sobre Sicilia, aunque era evidente que, entre el 252 y el 251, Roma y Cartago estaban lo suficientemente fatigadas como para no actuar directamente, más allá de maniobras militares de poco calado. En el 250, los cartagineses intentaron la recuperación de Panormo, sin embargo, ello solo sirvió para perder todos sus elefantes de guerra que fueron enviados a Roma para ser mostrados al pueblo, y que Asdrúbal fuera condenado por los suyos por la dicha derrota. Una vez más, la victoria romana no sirvió tampoco para imponerse, pues poco después los romanos sufrieron otra derrota al intentar la toma del puerto de Lilibeo, y más tarde el de Drápno en el 249. Primero el cónsul Claudio Pulcher perdió parte de la flota, y, para rematar, el otro cónsul, Juno Pulo, perdió el resto de la flota.

¿Cómo estaban los ánimos en ambas ciudades a estas alturas? Roma estaba tocando fondo –se habían perdido cuatro flotas-, sin embargo, retirarse no podía ser una opción, pese a ver sido los romanos quienes habían llegado a una isla que no les pertenecía. Por otra parte, desconocemos realmente lo que ocurría políticamente en el interior de Cartago. Las fuentes romanas nos informan de que existían dos partidos, uno proclive al auge mercantil –es decir, el mantenimiento de su dominio en el Mediterráneo-, mientras que otros preferirían un imperio africano, ensanchando sus fronteras en Numidia. Partidario de esto último era Hannón el Grande, que se convirtió en el líder cartaginés. Pese a ello, parece extraño que, si la tendencia cartaginesa era esta última, Amílcar Barca –que era del otro bando- fuera nombrado jefe de la guerra contra Roma, y que se intentara mantener Sicilia. Pero quizás los romanos quieran dar una ciudad dividida, frente a una Roma unida.

Sea como sea, parece que Amílcar Barca era el líder del bando mercantil, y es que abandonar Sicilia a su suerte tampoco podía ser una elección, por mucho que una oligarquía terrateniente quisiera un imperio africano. Y tampoco se evidencia que Amílcar Barca actuara en contra de las instancian centrales de Cartago, que apoyaron todas sus iniciativas.

Amílcar volvió a usar una estrategia que ambos bandos ya habían experimentado, desgastar al enemigo desde la costa, y así las costas italianas comenzaron a ser atacadas a partir del 247, con la intención, no solo de desgatar materialmente al enemigo, sino de que las ciudades itálicas aliadas de Roma presionaran a esta para abandonar la guerra. Pero lejos de ellos, Roma fundó nuevas colonias en la costa, que dificultaron a los cartagineses esta estrategia. El caso era que Cartago tenía ahora la iniciativa, pero parece que no se aprovecho bien. Dieron por natural esta situación, lo que a la larga benefició a la propia Roma, que consiguió, mediante el endeudamiento del Estado -y la confianza en la victoria por parte los particulares que prestaron el dinero-, la construcción de una nueva flota, mientras los cartagineses se sentían cómodos creyendo que estos no podrían crearla.

Así, en el 242 a.C. la nueva flota, al mando del cónsul C. Lutacio Catulo, se echaba al mar, llegando hasta Drépano, la cual paso fácilmente a manos romanas sin que la escuadra cartaginesa apareciera. Cuando Hannón llegó, solo lo hizo para sucumbir frente a Lilibeo. Mientras, Amílcar Barca quedaba aislado en Sicilia. Cartago solo pudo dar a éste plenos poderes para iniciar un tratado de paz.

Amílcar y Lutacio acordaron que Cartago abandonaría Sicilia, devolverían los prisioneros romanos, y pagarían 2.200 talentos –que al final aumento hasta 3.200-. La paz llegó finalmente, o al menos en apariencia.

¿Por qué Roma consiguió la victoria final? La discusión está aún en el aire. No parece que existan datos suficientes para buscar un elemento clave, más allá de que la fortuna se puso en un momento dado de parte de los romanos. Cartago y Roma partieron con una capacidad militar probablemente similar, y ninguna actuación parece que fue decisiva. El camino militar que recorría uno se deshacía tiempo después a favor del otro. Y quizás, la única causa por la que Cartago no pudo continuar la guerra, o incluso salir victoriosa, fue porque, como nos dicen las fuentes, una parte de la nobleza cartaginesa se inclinó por crear un imperio africano, sin prestar todo los recursos posibles a la guerra, al mismo tiempo que Cartago se relajo ante la aparente inoperancia romana de esos últimos años. La victoria romana quizás se debió solo a las circunstancias en las que se dio la destrucción de la flota cartaginesa. De no haber estado el ejército cartaginés en Sicilia, probablemente no se hubiera llegado a un tratado de paz. Así Cartago prefirió salvar a éste, antes que perderlo todo.

¿Y las consecuencias? Como en toda guerra los recursos materiales y humanos que se perdieron son innumerables, pero como no podía ser de otra forma, el final de la guerra no afecto a ambos contendientes de la misma forma. Cartago perdió, y tuvo que cargar con una autentica crisis económica, primero por la pérdida de mercados, y luego porque las deudas de guerra debían ser pagadas. En los años siguientes tuvieron que buscar nuevas formulas para salir adelante, que a la larga llevarían a una segunda guerra.

Roma, sin embargo, victoriosa, obtuvo unos beneficios económicos que ni siquiera imaginaba. El endeudamiento fue pagado, y el enriquecimiento de algunas familias de la elite se dejó notar. Pese a todo, el mal reparto crearía, a la larga, un problema económico distinto. En todo caso, Roma demostró que su confederación de pueblos itálicos era lo suficientemente fuerte como para haber resistido una guerra sin que existiera ninguna salida apresurada de estos pueblos hacia el bando enemigo.

 

BIBLIOGRAFÍA

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