La sabiduría de la Antigüedad: el mecanismo de Anticitera
Hay veces que los ignorantes hombres del presente creen que hemos inventado y construido absolutamente todo en nuestro tiempo, sorprendiéndose cuando descubren que en el pasado, y me estoy refiriendo a la Antigüedad, una gran parte de lo que hoy en día nos parece tan normal, ya estaba ideado.
Y una de esas cosas que solemos usar –de hecho organizamos nuestras vidas en torno a él- es el tiempo. La manera de entender éste ha podido variar, pero la forma de contarlo fue ideada en la Antigüedad –ellos «construyeron el tiempo»-, buscando como base, principalmente, la astronomía. Y todo esto puede ser ejemplificado en un curioso artefacto, bautizado como mecanismo de Anticitera –por el lugar donde apareció-, que muestra el conocimiento que en la Antigüedad se tuvo sobre el movimiento de la Luna, constelaciones y estrellas, eclipses, y otros tantos fenómenos relacionados con la astronomía.
¿Cómo pudieron saber todo esto? – se preguntan algunos- ¡sin ordenadores, imposible! –dicen otros-. Preguntas y afirmaciones que son el resultado de un autentico desconocimiento, no ya del pasado, sino de presente. Nosotros, como hombres de nuestro tiempo, hemos perdido el contacto con todo lo que nos rodea. Si queremos saber la fecha en la que estamos, solo tenemos que mirar un calendario, o incluso mirarlo en nuestros ordenadores. Si queremos saber en qué fase está la Luna, lo miramos en el propio calendario o lo buscamos en Internet. Y si queremos saber la hora, consultamos nuestro reloj. Pero en ningún caso miramos lo que cualquier hombre de la Antigüedad observaría primero: la Luna, el Sol, las estrellas, etc. Para nosotros es algo tan habitual que, ni siquiera, nos preguntamos cuándo, cómo y dónde, todo esto se organizó. No es de extrañar, por esto mismo, que muchos crean que es necesario de complejos cálculos e innovadora tecnología, cuando en realidad meramente deberíamos observar el cielo, como hicieron en el pasado.
Desde tiempos prehistóricos, y al menos desde el surgimiento del Homo Sapiens –capaz de recordar, pensar lógicamente, y plasmar el conocimiento-, el hombre únicamente tuvo que levantar su mirada hacia el cielo, y ver que la Luna tiene distintas fases, y que estas se volvían a repetir con regularidad. Por tanto, el hombre de la Antigüedad –y con ello me refiero también a la Prehistoria- únicamente tuvo que contar los días que transcurrían para que una determinada fase lunar se volviera a repetir –de Luna llena a Luna llena por ejemplo- y deducir lo que un mes lunar dura. Solo tenía que observar el Sol para darse cuenta que este se mueve a lo largo del día, y descubrir que podía ser usado para dividir el día en horas. De la misma manera, equinoccios y solsticios eran percibidos por la longitud de horas de luz y oscuridad, así como el peculiar movimiento del Sol en el cielo en dichos días –desde el punto de vista terrestre-. Y contando el tiempo que transcurría entre equinoccios o solsticios, se puede saber fácilmente la duración del año solar.
Lo que ya es más complejo es determinar los momentos en que se producirían eclipses, o mantener calendarios equilibrados. Para esto último, el hombre de la Antigüedad creó formas de cómputo, o incluso mecanismos. Los egipcios realizaron un calendario que es la base del nuestro, y que fue tomado por Julio Cesar para reformar el calendario romano, hasta entonces lunisolar. Precisamente, este último tipo de calendario fue el habitual en la Antigüedad, con años de 354 o 355 días –no porque no supieran la duración del año solar, sino porque la tradición así lo dictaba-. Mantenerlos equilibrados, de tal forma que siempre coincidieran con la realidad astronómica, requería de una constante alteración de la duración habitual del año. Así, mesopotámicos y griegos -o el propio calendario hebreo- tenían calendarios lunisolares, cuyos años variaban en duración, o se añadían días y meses, a lo largo de un ciclo de 19 años, conocido como ciclo metónico –que aún llevando nombre griego, se conocía desde mucho antes-. Este ciclo es la duración en que la Luna y el Sol vuelven a una misma posición.
No creamos tampoco que fueron egipcios, mesopotámicos y griegos los únicos que fueron capaces de realizar todo esto. Si así lo creemos es porque de estos conservamos documentación escrita que nos dicen lo que sabían. Pero al otro lado de Europa, en Inglaterra, Stonehenge no deja de ser una especie de calculadora que contenía todo este conocimiento, acumulado a lo largo de los siglos –y mucho antes de que los pueblos anteriormente mencionados lo pusieran por escrito-.
Por tanto, el mecanismo de Anticitera, del que voy a hablar a continuación, por mucha sorpresa que nos cause, está dentro de lo normal. La mayor admiración que nos puede causar es el ingenio para idear este mecanismo –un conjunto de ruedas dentadas y engranadas con precisión-, que mostraba toda una serie de datos, como tendremos la oportunidad de ver.
Este mecanismo fue encontrado entre la carga de un barco hundido, seguramente por causa de una tormenta, en el siglo I a.C., en la costa de la pequeña isla de Anticitera, cercana a Creta. El descubrimiento del pecio se realizó en el primero año del siglo XX, cuando unos buscadores turcos de esponjas lo hallaron por casualidad. El cargamento del barco era de gran valor, por lo que el mecanismo del que vamos a tratar paso totalmente desapercibido. Al fin y al cabo era una masa deformada de bronce, que poco o nada hacía sospechar que se tratara de algún tipo de artefacto mecánico. Afortunadamente para nosotros, el mecanismo se partió, quedando al descubierto una serie de engranajes en el interior, así como varias inscripciones en griego que prácticamente eran ilegibles.
¿Qué podía ser ese extraño artefacto? Esa fue la pregunta que se realizaron los estudiosos del momento, pues nada como aquello se conocía, ni era mencionado por las fuentes clásicas. Albert Rehm fue el primero en dar hipótesis, poco después de su descubrimiento. Muy aceptadamente, opinaba que se trataba algún tipo de instrumento relacionado con la Astronomía. Aunque tras ello, básicamente quedó en el olvido, hasta que a mediados del siglo XX, S. J. de Solla Price realizó un nuevo estudio sobre al artefacto, profundizando en las cuestiones técnicas de éste. El investigador dedujo que el mecanismo tenía dos caras, en donde existían unos diales, que mostraban los resultados astronómicos que se solicitaban al mecanismo. Dicho de otra manera, mediante una manivela lateral –la cual lo accionaba- la persona que lo manejaba marcaba una fecha determinada, en uno de los diales, que representaba un calendario de 365 días –el egipcio, único que por aquel entonces usaba tal cómputo-. Tras introducir la fecha, el resto de diales se accionaban proporcionando la información para esa fecha.{phocagallery view=category|categoryid=8|imageid=76|float=right}
¿Y qué información era esa? Pues según este segundo investigador, mostraba la posición del sol sobre la eclíptica, pues ese mismo dial estaba dividido en 360 grados, y dividido en doce partes, correspondiente a los doces signos zodiacales. Estos coinciden con las constelaciones, que aparentemente van girando en torno a la tierra, y que en la Antigüedad se las conocía como las estrellas fijas, frente a las estrellas errantes, que eran los planetas. La teoría la daba de acuerdo a las ruedas dentadas que conformaban la parte principal de lo que se conserva aparato, y, que años después, el mismo autor consiguió un mejor estudio de éstas a partir de radiografías. Y de hecho, el conocer los dientes exactos de cada una de estas ruedas ha sido fundamental para conocer la información que este aparato daba.
Uno de esos engranajes, en su opinión, permitiría conocer el ciclo lunar del calendario babilónico, y también consideraba que podía realizar otra serie de cálculos complejos. Pero años más tarde, fue desmentido, en parte, por Michael Wright, quien buscó la colaboración de un informático, Allan Bromley. Tras obtener radiografías en tres dimensiones, observó que los diales de la parte posterior del mecanismo eran en realidad espirales. Según su investigación, en el dial de la cara principal se especificaba también las fases de la luna, y consideraba que en uno de los diales posteriores, posiblemente, como decía el autor anterior, existiría, no tanto el calendario babilónico lunar, sino el calendario metónico –ciclo sobre el que se basaba el babilónico- que dura 19 años, tal y como he mencionado al principio.
A partir del siglo XXI, un nuevo equipo investigador con nuevas tecnologías, dirigido por Tony Freeth, ha dado muchos más datos sobre el funcionamiento del mecanismo y la información que este era capaz de calcular. La suerte de este nuevo equipo fue que aparecieron nuevas piezas del mecanismo. Si el resto habían manejado solo 20 de las piezas –que componen el núcleo principal-, que se exhiben en el museo de Atenas, el nuevo equipo tuvo más de 80 piezas pertenecientes al mecanismo, que habían sido olvidadas en el depósito del museo.
Todo lo que se conservaba del mecanismo logró ser escaneado con las técnicas más avanzadas –y con un alto coste económico-, lo que permitió mostrar todo tipo de detalles, que anteriormente habían pasado desapercibido, incluidas las inscripciones que los otros investigadores creyeron no poder leer por su desgaste. Ahora se podían observar más de 2000 caracteres, algunos todavía por traducir. Y lo que era mejor, cada pieza podía ser separada, del conjunto, digitalmente por ordenador, reconstruyéndolo en su práctica totalidad.
La ventaja es que se podía realizar una reconstrucción de cada uno de los engranajes, y a partir de estos averiguar los caculos que era capaz de hacer. Un complejo mecanismo difícil de entender para aquellos que no estamos versados en el funcionamiento de estos tipo de engranajes, y por ello no intentaré explicar tampoco todos ellos, en cuanto que de igual modo se escapa a mi comprensión.
Uno de los diales del reverso era una espiral, con cuatro vueltas, que estaba dividida en 223 partes, que son los 223 meses lunares que hay de distancia desde que se produce un eclipse hasta otro igual. Aunque claro está, los eclipses no son siempre observables desde todos los puntos de la tierra, cálculos que en la Antigüedad no fueron capaces de lograr exitosamente –sabían cuándo, pero no la exactitud dónde se producirían-. En este periodo de tiempo se vuelve a producir una alineación de la Tierra, el Sol y la Luna, que es conocido como el ciclo Saros. En este dial, además, existían a lo largo de él dos tipos de letras griegas mayúsculas –sigma y eta-, que significaban Selene y Helios -Luna y Sol en griego-, que informaban del tipo de eclipse. Al menos ya los babilonios conocían que cada tipo de eclipse solo se producía en ciertos meses.{phocagallery view=category|categoryid=8|imageid=74|float=left}
En el dial metónico –que fue confirmado por este equipo investigador-, se dieron cuenta de la existía de otro dial, de menor tamaño, dividido en cuatro partes. En cada cuadrante había inscripciones que identificaban a los juegos de Nemea, a los juegos olímpicos, a los juegos de Delfos, a los de Corinto y a los de Dodona. Todos estos juegos se celebraban cada dos o cuatro años, del tal modo que el mecanismo marcaba también qué juegos se celebrarían en cada fecha. Existía otro dial, paralelo al de los juegos, que hasta el día de hoy se desconoce su uso.
Finalmente, se intentó la confirmación de otra de las teorías que ya se habían puesto sobre la mesa. La posibilidad de que el mecanismo, mediante un sistema de rodamiento epicíclico, diera la posición de los planetas Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. Pero no se ha podido confirmar del todo, puesto que solo existen inscripciones que mencionan dichos planetas, sin que se haya conservado indicios mecánicos.
En resumidas cuentas, ¿qué información daba este mecanismo? En una de las caras existía un gran dial, que mediante distintos punteros, se mostraba la fecha de acuerdo al calendario egipcio, la posición solar, la posición lunar, el zodiaco, y posiblemente distintos punteros mostraban la posición de los cinco planetas conocidos.
En las otras dos caras, existían dos grandes diales, con surco en espiral, por donde un puntero avanzaba. En el superior se indicaba el mes, dentro del ciclo metónico. Y en su interior, un dial de menor tamaño, indicaban los juegos olímpicos y otros eventos deportivos griegos.
En el otro gran dial, abajo del primero, indicaba la existencia de eclipses solares o lunares en la fecha indicada, aunque sin determinar el lugar concreto en que podrían visionarse.
¿Cómo funcionaba? La manivela del lateral permitía señalar una fecha, ya fuera en el calendario egipcio, o en el calendario metónico, accionando el resto del mecanismo para dar el resto de datos. También se podía señalar un evento, como un eclipse, para conocer la fecha en que tendría lugar.
¿Quién construyó el mecanismo?, ¿De dónde procedía? No lo sabemos. El barco hundido provenía de oriente, muy posiblemente de Pérgamo. Pese a todo, aunque supiéramos la procedencia, desconoceríamos si el mecanismo fue construido allí. Al igual que es imposible saber quién lo construyo, pese a que muchos, para dar más atractivo a la pieza, han considerado, sin base alguna, que fue alguno de los grandes matemáticos de la Antigüedad.
¿Era un instrumento único? Es el único que se ha conservado, pero posiblemente existieron otros iguales o parecidos, que acabaron perdiéndose, pues solo unos pocos estaban interesados en dicho conocimiento, y en general todo lo que calcula el mecanismo podía ser hecho manualmente. Que existieron artefactos similares, lo podemos encontrar en las fuentes. Cicerón afirma que Arquímedes, que murió en el asedio romano de Siracusa en el 212 a.C., había construido un extraño artefacto astronómico, del que se apropio Marcelo como botín. Evidentemente, no podemos considerar que esté hablando del mismo mecanismo de Anticitera, pero si de un sistema similar. Y de igual forma, se nos informa de otros tantos mecanismos peculiares a lo largo de los siglos posteriores.
En conclusión, debemos entender que en la Antigüedad fueron mucho más capaces de lo que en la actualidad se cree popularmente. Y en cuanto al mecanismo de Anticitera, en el futuro quizás se averigüen más datos, o incluso que existan más piezas de éste en el lecho marino donde reposa, todavía, el pecio.
BIBLIOGRAFÍA
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