La Segunda Guerra Púnica: sus causas y la invasión de Italia por Aníbal
La Segunda Guerra Púnica fue de gran trascendencia para el curso que, posteriormente, siguió la historia romana. Por su importancia, los historiadores antiguos la convirtieron en la gran hazaña épica de Roma, la cual, aún hoy, es presentada sobre falsos estereotipos como si el destino de Urbs y de la victoria hubiesen sido señalados por los dioses desde muchos antes. Y, con toda seguridad, así lo creyeron ellos, pero nosotros debemos aparcar el épico relato para intentar presentar la guerra tal y como fue, englobándola dentro de sus circunstancias y en el propio desarrollo histórico de Roma.
En sí misma, fue un acontecimiento bélico que se prolongo extraordinariamente en el tiempo –del 218 al 201 a.C. –, por ello la dividiré en dos partes. En esta primera trataré las fuentes –que siempre deben ser tenidas en cuenta–, las causas de la guerra y la primera parte de ésta: la invasión de Italia.
Fuentes
Las fuentes, evidentemente, van a encaminadas a presentarnos a una Roma señalada para conquistar el mundo, el cual se le abre tras la victoria sobre los púnicos. El historiador, sin embargo, debe someter a éstas a una dura crítica para dar una explicación lógica y metódica del acontecimiento. De hecho, no podemos negar que existan pocos datos acerca de la guerra, pero lo que no hicieron los historiadores antiguos fue el análisis de todos ellos o, al menos, en la profundidad en lo que hoy en día se hace. Dicho de otra manera, la historia de la Guerra Púnica está salpicada por cientos de anécdotas que realzan el papel de los principales comandantes de las legiones, revestidos de sendas virtudes. Así, esas historias iban encaminadas a beneficiar a la oligarquía senatorial y sus familias, a cuyos miembros se les presentó como héroes de la historia patria. Sus descendientes utilizarían los hechos de estos antepasados como arma política para ganar elecciones.
Todo ello sin contar con que la historia, una vez más, fue escrita por el vencedor. Es imposible abarcar lo que ocurría en el interior del otro Estado involucrado, Cartago, así como de otros tantos pueblos que estuvieron implicados.
Por otra parte, ni las propias fuentes que tenemos son de primera mano. Aunque cercanos en el tiempo, nuestros dos primeros informantes, Polibio y Tito Livio, no vivieron, desde luego, en los años de la guerra. Estos tomaron sus dados de historiadores contemporáneos a ella, los cuales únicamente recopilaron esos hechos y anécdotas en forma de anales que no se nos han conservado. Otros historiadores de los que podemos echar mano son Apiano y Dión Cassio, aunque sus relatos se nos han conservado de forma fragmentada. Se podría mencionar también a Diodoro de Sicilia, Floro y Justino, aunque sus obras fueron realizadas más tarde que las de Polibio y Tito Livio, por lo que probablemente sus fuentes ya habían pasado por una o más cribas.
Las causas de la guerra
¿Por qué se inició una nueva guerra entre Roma y Cartago? Pregunta que, a día de hoy, todos los historiadores de este periodo se siguen haciendo. Una vez más quedamos al amparo de las fuentes literarias romanas como Polibio, Apiano y Livio que, además de la poca información que dan acerca de la causa, son poco fiables en cuanto que se contradicen.
La cuestión jamás podrá ser contestada con total confianza. Solo podemos realizar interpretaciones sobre la base de lo que los ya mencionados autores nos cuentan. Pero como en cualquier otra guerra, ésta no estalló por nada. Desde luego hubo primero toda una serie de circunstancias, entre el final de la Primera Guerra Púnica hasta el inicio de la segunda, que fueron creando el caldo de cultivo para que se produjera el casus belli.
La Primera Guerra Púnica fue sin duda el inicio de unas malas relaciones entre Cartago y Roma, principalmente por el comercio del Mediterráneo. Su fin dio a Roma el dominio sobre éste, pero una facción en Cartago no estaba dispuesta a cambiar la actividad comercial que les caracterizaba. Así, se buscó su mantenimiento mediante la conquista de las costas de Iberia. Finalmente, Roma acabó por recelar del poder que los púnicos estaban adquiriendo –de ahí que intentaran mantenerlos alejados mediante la firma del tratado del Ebro–. De ninguna manera la causa se puede encontrar en un rencor cartaginés y el ansia de la venganza, pese a que la guerra pudiera ser animada por ésta, pues al fin y al cabo no había pasado más que una generación desde la primera.
Después de que Aníbal tomara las riendas de la campaña en Iberia, éste aumento la influencia púnica hacia el norte de la costa levantina, hasta que topó con la ciudad de Sagunto, en el territorio de los edetanos, junto a la costa. Era una ciudad ibérica con un importante puerto y un rico territorio, lo que había permitido conseguir una amplia prosperidad comercial con las ciudades griegas. En algún momento antes de que Aníbal se convirtiera en el líder de la campaña, Sagunto entró en relaciones diplomáticas con Roma. ¿Qué les llevo a ello? Las fuentes indican que existía algún tipo de problema interior en Sagunto que les hizo solicitar el arbitraje de otra ciudad, eligiendo a Roma para que realizara esta tarea. En cuanto al problema interno, lo desconocemos, pero hay quien afirma, pero solo hipotéticamente, que probablemente la ciudad estaba dividida ante la cuestión de cómo actuar ante el avance púnico. En todo caso, ello es una cuestión menor.
Roma rápidamente arbitró en la causa que fuera, resolviendo el problema, quedando como protectores de la ciudad, según nos dicen las fuentes cuando Aníbal atacó dicha ciudad. Lo que no sabemos es si esto aconteció antes o después de la firma del tratado del Ebro, y si en este se recogía alguna clausula sobre los aliados previos en la Península. Una gran mayoría de los investigadores se inclina por creer que el arbitraje a Sagunto se produjo después, hacia el 223 a.C. En cuanto a la relación entre Sagunto y Roma, no parece que existiera un tratado sino más bien una relación de amicitia, lo que no implicaba ninguna obligación para ninguno de los dos Estados.
La única afirmación, más o menos cierta, es que Roma y Sagunto tenían algún tipo de relación, por mínima que esta fuera. ¿Pero acaso el tratado del Ebro no fijaba este rio como zona de influencia? Las lecturas aquí son muchas. Sagunto queda al sur del Ebro, por lo que en principio Roma rompía con el tratado, a no ser que pensemos que el acuerdo únicamente impidiera una intervención militar al otro lado del rio, cosa que Roma no hizo en ningún momento, y Sagunto seguía siendo una ciudad independiente. Aunque claro está, ello solo sería si es el Ebro el rio que menciona el tratado y no otro que se encuentre más al sur, lo que dejaría vía libre a Roma para entablar cualquier tipo de relaciones.
Lo que sí sabemos es que para aquel entonces los vecinos próximos a Sagunto estaban bajo control o influencia púnica, al tiempo que Cartago presionaba sobre la ciudad ibérica. Aníbal consiguió que uno de sus vecinos, los turboletas, acusaran a Sagunto de entrar en su territorio, por lo que se solicitaba ayuda a Cartago. Ello justificaba la intervención de las tropas de Aníbal en Sagunto. Estos, por su parte, recurrieron a Roma. El Senado romano se presentó cauteloso. Roma no se prestaba así como así a ayudar a nadie sin conocer el alcance real que ello conllevaría. En todo caso, sabían que ello podría despertar un nuevo enfrentamiento con Cartago, pero no hacer nada sería lo mismo que perder una guerra. Así, en el 219, una embajada romana llegó a Cartago nova para exigir personalmente a Aníbal que debía respetar el tratado del Ebro y que no podía actuar contra Sagunto, pues era amiga del pueblo romano. Aníbal, sin embargo, que se encontraba en mejor situación que Asdrúbal cuando recibió la embajada que realizó el tratado del Ebro, solo comunicó a los delegados romanos que él se debía también a sus aliados, los turboletas.
La embajada romana, no dándose por satisfecha, viajo hasta Cartago, en donde se expusieron los mismos términos. El gobierno púnico solo les recordó que el tratado del Ebro no había sido ratificado por el Senado cartaginés, por lo que se consideraba como un acuerdo privado entre Asdrúbal y Roma, y que, por tanto, no debían porque cumplirlo. En cuanto a Sagunto, los cartagineses consideraban que en el tratado de Catulo, aún en vigor, no se mencionaba a ésta como aliada.
Aníbal prontamente se debió dar cuenta que Roma no permitiría de ningún modo la toma de Sagunto, así que, antes de que la ciudad se convirtiera en el lugar de desembarco romano, Aníbal se lanzó al asedio de la ciudad con el respaldo del gobierno cartaginés. Ocho meses fueron necesarios para que Sagunto finalmente cayera en la primavera del 218. Cuando el Senado romano se enteró de ello, una embajada presidida por Marco Fabio Bueto llegó a Cartago para entregar un ultimátum: o se entregara a Aníbal, o se procedería a la declaración automática de la guerra. El gobierno de Cartago intentó ganar tiempo proponiendo un debate acerca del asunto, pero la embajada romana se negó en rotundo. Cartago decidió no entregar a ningún culpable y la guerra quedó formalmente establecida.
Pero, si Roma estaba dispuesta a apoyar a Sagunto, ¿Por qué no intervino lo antes posible en los ocho meses de asedio? Los historiadores han dado tres hipótesis: una de ellas viene a decir que, en ese momento, Roma no poseía efectivos suficientes por sus asuntos militares en el Adriático, concretamente contra Demetrio Pharos. Otra de las teorías lanzadas, basándose en Dión Casio y Zónaras, propone que una parte del Senado, liderada por Fabio Máximo, no estaba en total acuerdo con declarar la guerra a Cartago, así que las discusiones internas acabaron por no decidir a tiempo hasta que Lucio Cornelio Léntulo, que lideraba la otra parte del Senado, logró imponerse. Una tercera explicación podría ser que Roma, deseosa de frenar a los púnicos en Hispania, solo uso a Sagunto como pretexto para provocar la guerra, sin que existiera ningún interés en ayudarla. Roma sabía que el ultimátum que se presentó ante Cartago no sería aceptado y ello conllevaba la guerra.
Hasta aquí la visión más tradicional de la causa del estallido. Como tampoco estamos seguros de la cronología de los acontecimientos comentados, un cambio de fechas en los acontecimientos ha llevado a ciertos historiadores, como Hoffmann, a afirmar que Sagunto no fue realmente la causa del inicio de la guerra. Para este historiador, la causa se encuentra en la violación del tratado del Ebro por parte de Aníbal, quien, en el 218, cruzó el rio con su ejército. Es decir, el cruce del Ebro se produjo antes de declararse la guerra y no después. Esta sería la violación del tratado del Ebro por parte de Aníbal. Entonces ¿cómo explicar que las fuentes hagan mención a Sagunto como el casus belli? En la manera en que ya se ha comentado al menos en dos ocasiones, ¿estamos seguros de que el rio Hiberus es el Ebro? Si éste fuera el Sucra o el Júcar, Sagunto quedaba al norte, en la zona de influencia de Roma. Al cruzar Aníbal uno de estos ríos, llegarían hasta Sagunto, la cual habría pedido ayuda a Roma puesto que sabía que se estaba violando el tratado del «Ebro».
Pero claro está, esta última teoría tampoco encaja del todo con las fuentes. Polibio nos dice que Aníbal supo la declaración de la guerra cuando se encontraba en Cartago nova desde donde partió hacia la invasión de Italia.
Lo único que podemos creer es que la guerra no se abrió por el hecho de Sagunto, sino porque de nuevo dos potencias, mucho más fuertes que antes, volvieron a rozar en sus intereses en el Mediterráneo.
Aníbal invade Italia
Roma había sido la que había declarado la guerra oficialmente, pero fue Aníbal quien emprendió las operaciones militares. Los primeros partían con dos ventajas. Por una parte, entre las dos potencias era la más poderosa y la que tenía la mayor escuadra. Por otro lado, siendo los que habían declarado la guerra, la estrategia romana pudo ser estudiada de antemano. Ésta iba encaminada al uso de la flota para atacar decisivamente puntos estratégicos de los púnicos. Se preveía intervenir en Hispania, de donde Cartago obtenía prácticamente todo lo necesario para su mantenimiento. De la misma manera, se tenía planeado un desembarco en África para que las tribus indígenas, que ya habían luchado contra Cartago en la Guerra de los Mercenarios, lo volvieran a hacer de parte romana, dejando a Cartago sitiada.
Declarada la guerra, la estrategia romana se puso en marcha. El cónsul Publico Cornelio Escipión fue enviado con dos legiones a la ciudad de Marsella, la cual se utilizaría como base para las operaciones militares en la Península Ibérica. ¿Pero desde cuándo Marsella estaba dentro de la órbita romana? Debemos realizar aquí un pequeño inciso para aclarar la duda. Ésta es una de las colonias griegas más conocidas en Mediterráneo occidental, la cual había mantenía una hegemonía sobre el resto de colonias. Desde el siglo IV, tenía buenas relaciones con Roma, y, en el periodo de entreguerras, se llevo a cabo una alianza, convirtiéndolos en socii romanos. De hecho, Marsella debió verse afectada por la propia presencia púnica en la Península, de ahí la alianza con Roma. Incluso no sería desdeñable pensar que fue la propia Marsella la que propuso fijar una frontera en el Ebro para garantizar su propia influencia en el norte de Iberia.
Volviendo a la estrategia romana, el otro cónsul, Tiberio Sempronio Longo, fue enviado a Sicilia junto con otras dos legiones. Este debía situarse en la ciudad de Lilibeo desde la cual atacaría la costa africana. Mientras, un pretor, Manlio, fue enviado con una legión al valle del Po. Roma trataba así de cubrir todas sus fronteras.
Por su parte, los cartagineses idearon su propia estrategia. Aníbal, ya estuviera al norte del Ebro –sea el rio que sea este– ya estuviera en Cartago nova, se puso al frente de una gran ejercito al conocer la declaración de guerra. Se encaminó hacia el norte con la intención de llegar hasta el norte de Italia por tierra, pues no se poseía suficiente flota para realizar un desembarco. Con ello trataba de anular la superioridad romana en el mar, ya que si los romanos tenían que hacer frente a la guerra en su propio territorio, sería imposible que se acosara a Hispania y a África. Al mismo tiempo, Aníbal creía que podría desmoronar al Estado romano si los socii itálicos se le unían para luchar contra Roma.
Se trataba de una iniciativa hípica. Aníbal tenía que atravesar territorio no dominado con un gran ejército en un reducido tiempo para usar el factor sorpresa. No era tarea difícil, pues al norte del Ebro había una multitud de pueblos que hicieron frente a los púnicos, que fueron prontamente sometidos, y puestos bajo la supervisión del púnico Hannón que debía evitar levantamientos en la retaguardia. Del mismo modo, Asdrúbal, hermano de Aníbal, quedó al mando de las tropas en la Península. Mientras tanto, en África, se movilizaba un nuevo ejército para la protección de este territorio. En total Cartago disponía de unos 100.000 soldados.
La supuesta ventaja romana en cuanto al tiempo de preparativos quedó totalmente suprimida por la iniciativa de Aníbal y su rapidez, y por la propia lentitud en la movilización de sus legiones. Antes de que Escipión lograra embarcar a sus soldados hacia Marsella, Aníbal había entrado en contacto con varias tribus galas, boyos e ínsubres principalmente, los cuales se lanzaron contra la legión que había sido enviada para proteger el Po, quedando las colonias de Placentia y Cremona aisladas. Así, Escipión tuvo que enviar a una de sus legiones para proteger la frontera septentrional. El problema quedó resulto prontamente, pero hizo que Escipión perdiera demasiado tiempo. Entre finales de mayo y principios de junio Escipión logró embarcarse hacia Marsella. Cuando el cónsul romano llegó allí, Aníbal ya había atravesado los Pirineos.
Por su parte, Sempronio había llegado a Lilibeo tal y como se había planeado, aunque poco pudo hacer allí. Para aquel entonces se le ordenó que volviera a trasladar a sus legiones a Italia con el fin de dirigirse al norte para hacer frente a Aníbal, que se encontraba cruzando los Alpes. Efectivamente, Escipión, que se encontraba en Marsella, se vio incapaz de frenar la marcha del caudillo púnico. Escipión pensó que desde Marsella podría llegar al Ródano, en donde derrotaría a Aníbal, después de que las distintas tribus bajo la influencia de la diplomacia de Marsella le fueran frenando y desgastando. Pero ello no sucedió así, Aníbal logró llegar al Ródano fácilmente tras una breve resistencia de esas tribus, que quedaron de una forma o de otra anuladas. ¿Pero cómo no pudo toparse con Escipión, quien le esperaba en la desembocadura? El cónsul creyó que Aníbal llegaría hasta Marsella, la cual tomaría, pero se equivocó. Aníbal pretendía llegar rápidamente a Italia sin necesidad de desgastar su ejército, así que prefirió ascender por el Ródano hasta la confluencia con el Isar, por donde cruzó el rio, siguiendo este último para cruzar los Alpes –pese a lo mucho que se ha escrito, poco se sabe del camino que siguió, y las penurias, por muchas que fueran, han sido solo imaginadas por la literatura–. Cuando Escipión se dio cuenta, ya era demasiado tarde. Decidió entonces trasladar parte de sus legiones al valle del Po, en donde tomaría el mando de los ejércitos allí acampados, así como unirse a las fuerzas de Sempronio.
En cualquier caso, Escipión consideró que trasladar todos sus soldados al Po era lo que Aníbal quería. Así que, siguiendo con el plan previsto, dejó a su hermano, Cneo Cornelio Escipión, al mando de las legiones que debía hacer frente a los púnicos en Hispania.
Cuando Escipión llegó al Po, observó la debilidad de una frontera nunca bien asentada, en donde las tribus galas hacia pocos años habían presentado aún levantamientos. Solo dos colonias romanas, las ya mencionadas Cremona y Placentia, podían prestar apoyo al ejército romano, quien no esperó a las legiones de Sempronio antes de iniciar las operaciones. Éste cruzó el Po esperando a los púnicos en la parte occidental del rio, junto al Tesino, afluente del Po. Aníbal, tras cruzar los Alpes -con unos 20.000 infantes, 6.000 jinetes, así como tres docenas de elefantes–, tuvo que dirigirse precisamente hacia donde Escipión aguardaba para recuperarse y avituallarse, haciendo frente a lo largo del camino a la tribu de los taurnios.
Pese a que Escipión aguardaba al púnico, el cónsul cruzó parte de su ejército –la caballería y tropas ligeras- al otro lado del Tesino, sorprendiéndole la caballería púnica que se impuso sobre estas tropas que fueran derrotadas. Escipión, afortunadamente, escapo herido al otro lado del rio para reunir a las legiones que allí había dejado y acampar para esperar el refuerzo de Sempronio. No fue una gran derrota, tan solo una escaramuza, pero puso a Roma en alerta. Abandonado el rio Tesino, se dirigió a una afluente más al sur, el rio Trebia, en donde tenía mayor protección gracias a las colonias que había en las cercanías.
Los problemas no acabaron allí, los galos enseguida se pusieron, como se sospechaba, del lado de Aníbal. Consiguiendo cruzar el Po, tomó la fortaleza y almacén de Castidium, y acampó cerca del campamento de Escipión, que contaba hacia finales de año con las tropas de Sempronio. Los dos cónsules hicieron frente a Aníbal, aunque con mala fortuna. El general púnico eligió mejor su estrategia, forzando el enfrentamiento a su favor, lo que provocó que se perdieran 20.000 legionarios romanos. Solo 10.000 lograron llegar a Placentia y Cremona donde se refugiaron durante el invierno. ¿A qué cónsul se le debe la derrota? Polibio nos dice que fue Sempronio el causante de ésta, pues, estando convaleciente Escipión, el primero se apresuró a hacer frente a Aníbal para que la victoria solo fuera suya. Aunque claro está, es sabido que Polibio se encontraba cercano a círculo de los Escipiones, por lo que la noticia posiblemente sea falsa.
La derrota provocó que se tuviera que defender la Italia central. La misión la tuvieron los dos nuevos cónsules del 217, Cn. Servilio Gémino y Flaminio. A éste último, el pueblo le consideraba un experto estratega que ya había vencido años atrás a los ínsubres. Escipión, mientras tanto, fue enviado a Hispania, junto con su hermano, como procónsul. Para aquel entonces Roma contaba con seis legiones –cuatro en el Po y dos en Hispania–. A ellas se unieron cinco nuevas legiones, de las cuales dos fueron enviadas a Sicilia, una a Cerdeña y dos se quedaron en la propia Roma. Sin descuidar la armada, se reunieron un total de 235 navíos.
Los nuevos cónsules se dirigieron hacia el norte para proteger la Italia central. Flaminio se situó en Lucca para cerrar el paso por el oeste de los Apeninos. Servilio llegó a Ariminium para evitar que Aníbal pasara por el lado este. Y si el púnico se encaminaba por los propios Apeninos, ambos ejércitos romanos podrían reunirse en la Italia central para hacerle frente, y de hecho fue la vía que Aníbal eligió.
Cuando se observó que Aníbal se dirigía a Roma atravesando los Apeninos, los dos cónsules se dirigieron hacia el centro de Italia para encontrarse con los ejércitos cartagineses, pero Aníbal ya había diseñado una buena estrategia para no hacer frente a ambos romanos a un mismo tiempo. De alguna manera, Flaminio creyó que podía hacer frente él solo a Aníbal, que fue atraído hasta el lago Trasimeno, en donde todo su ejército y él mismo perecieron. Aunque claro está, Polibio responsabiliza a Flaminio por ser este un líder popular.
Tras esta derrota, Aníbal podía dirigirse a Roma, la cual distaba a tan solo tres días de marcha, pero prefiero esperar para intentar aislar a la Urbs del territorio itálico, lanzando el anuncio de que venía a libertar a todos los pueblos de Italia del yugo romano. Pero Aníbal se equivocó, los lazos que unían a los socios itálicos con roma eran demasiado fuertes, y no consiguió absolutamente nada en la Italia central, así que se dirigió hacia el Adriático para recuperarse tras los muchos esfuerzos.
La derrota de Trasimeno puso a Roma totalmente en guardia. Aníbal estaba prácticamente al lado de la ciudad, así que pusieron en marcha la maquinaria para la salvación de la patria. Se eligió a un dictador –magistratura que no solía ser usada–, dicho de otra manera, la persona a la que se le daría el poder absoluto durante seis meses para tomar cuantas decisiones fueran necesarias para acabar con Aníbal sin el inconveniente de que sus actuaciones fueran cuestionadas. Así, los comitia centuriata fueron convocados y eligieron a Quinto Fabio Máximo. Este debería haber elegido a su jefe de caballería, el magister equitum, pero fueron los comicios quienes eligieron a Marco Minucio Rufo para ocupar tal cargo. Era algo extraño, puesto que la naturaleza de la Dictadura era que su ocupante designara a sus personas de confianza. Al no ser así, se provocó que dictador y magister equitum no tuvieran unas mismas ideas sobre la manera de actuar.
Sea como fuere, Fabio reclutó dos nuevas legiones para sustituir a las perdidas, las cuales fueron unidas a las dos de Servilio. Con estas cuatros legiones se dirigió, por la vía Latina, hacia Apulia, con el fin de perseguir a Aníbal. Fabio no quería hacer frente a éste, solo desgastarlo. Si los cartagineses tenían que abastecerse en el terreno itálico, al final acabaría por consumir todos los recursos, al tiempo que se verían siempre acosado por las legiones romanas. Pero ello hizo también que la población no viera con buenos ojos esta actuación, pues itálicos y romanos salieron también perjudicados al ver sus campos devastados y sin posibilidad de volverlos a cultivar.
Aníbal, acosado por Fabio, sin recursos y sin posibilidad de atraerse a los itálicos de su lado, decidió abandonar el Adriático y trasladarse, cruzando el Samnio, a Campania. Allí la cosa no fue mucho mejor para el púnico. Grandes ciudades fortificadas evitaban que pudiera penetrar en los almacenes, y con el invierno encima, no había ya campos donde recoger alimentos. Fabio cortó todas las salidas de la región, pero Aníbal, se dice, que ató antorchas a diez mil bueyes durante la noche, haciendo creer a los romanos que el ejército púnico estaba en marcha, así que Minucio, el magister equitum, persiguió a los bueyes, mientras Aníbal pasaba por el paso que éste vigilaba, es decir, por la vía Latina.
La actuación del magister equitum hizo que Fabio cayera en desgracia. El Senado le hizo volver, dejando a Minucio al mando. Éste aprovechó para seguir a Aníbal hasta Goronium, donde había acampado, consiguiendo una pequeña victoria –más bien una escaramuza–. Pese a todo, fue una ráfaga de aire fresco que promovió el optimismo en Roma, pues era la primera victoria desde el inicio de la guerra. Ello también valió a Fabio para que el Senado le volviera a enviar como dictador al frente, aunque también se le concedió a Minucio la dictadura en igualdad de condiciones al primero. Era, en sí, una contradicción ya que, como se comentó, la dictadura trataba de dar el mando a una única persona para que no se produjeran contradicciones como solía ocurrir entre los dos cónsules.
Sea como fuere, ambos dictadores pensaron que había que cambiar la estrategia. Había que entrabar combate con Aníbal. Pero ello solo hizo que la Fortuna se apartara de los romanos, ya que Aníbal, que sabía ahora del deseo por una lucha en campo abierto, logró atraer a Minucio a una trampa. Éste solo consiguió salvar sus legiones gracias a la llegada de Fabio.
Minucio y Fabio dejaron su extraña dictadura, tomando el mando los nuevos dos cónsules elegidos para el 216: Lucio Emilio Paulo y Cayo Terencio Varrón. El pueblo los tenía a ambos como buenos estrategas también. El primero había mostrado sus dotes en la guerra de Iliria. El segundo, aun siendo hombre nuevo, había destacado también sus dotes militares en el pasado. Ambos cónsules se dirigieron hasta Cannae, ciudad en ruinas, para hacer frente, una vez más, al púnico, pretendiendo acabar la guerra en ese mismo lugar y de una vez –pues Aníbal ya llevaba dos años en Italia–. Pero se equivocaron. El caudillo cartaginés, hábilmente, logró envolver las legiones romanas masacrándolas. Solo Terencio Varrón logró escapar con un reducido grupo de caballería. Curiosamente, la tradición haría que Varrón fuera avergonzando por haber huido del combate, pues al fin y al cabo no procedía de linaje ilustre, mientras que Paulo encabezó la lista de los grandes hombres que daban su vida por la patria.
La guerra se iba a alargar inevitablemente y se estaba librando en las cercanías de Roma.