La sociedad altoimperial: los ordines
La sociedad romana del Alto Imperio –quizás de cualquier época histórica- estaba dividida en dos amplios grupos: los que poseían el poder y las riquezas, y quienes carecían de todo esto. En absoluto es una novedad. Pero el interés yace en la singularidad que presenta «la alta sociedad», la cual, además, quedaba dividida en los llamados ordines: ordo senatorius y ordo equester, al que podemos sumar un tercero en el caso de los municipios, el ordo decuriorum. La riqueza, e incluso el poder, no eran, en muchos casos, sinónimo de prestigio social.
En general, no podemos decir que el ascenso del divino Augusto a la cabeza del Imperio supusiera un cambio social, al menos en la estructura, respecto a la República Tardía. Pero si algo destacó del gobierno de Augusto fue el de poner orden en los muy diversos aspectos que habían ocasionado cuantiosos problemas en las décadas anteriores. Así, en lo que a esta alta sociedad se refiere, los ya nombrados ordines experimentaron una regulación, la cual establecía quién debía estar fuera o dentro de ellos.
Cabe destacar, por tanto, que los ordines no fueron una creación nueva por parte del Príncipe, ni mucho menos. Hagamos memoria acerca de cómo estos se conformaron. La tradición atribuía la división social por clases y centurias a la época de la monarquía. Independientemente de cuando date, la realidad es que en la cúspide de esta sociedad se encontraban las centurias de los caballeros o equites. Dicho de otra manera, aquellos que debían servir en la caballería del ejército romano, puesto que poseían la suficiente riqueza como para mantener el caballo que les daba tal nombre. No hace falta mencionar que todas las grandes familias romanas de la nobilitas, aquellas cuyos miembros controlaban las magistraturas y el noble Senado, se encontraban censados en estas.
El grupo de caballeros, con el tiempo, fue aumentado. El patrimonio mínimo que se exigía para entrar en estas centurias, cuatrocientos mil sestercios, se mantuvo sin cambio alguno. Así, por muy poco desdeñable que fuera esta cantidad, facilitó que muchos romanos consiguieran alcanzarla. No se debe olvidar, de ningún modo, que las conquistas permitieron fructíferos negocios mercantiles para crear tales fortunas. Sin embargo, estos «nuevos ricos» amenazaban con desbaratar el control del Estado por parte de las grandes familias senatoriales. De tal modo que, al dar la casualidad que estas nuevas fortunas se basaban en los negocios, mientras que las de la nobilitas tradicional estaban sustentadas en la propiedad de la tierra, prontamente este último grupo decretó que aquellos que se dedicaran a la primera actividad quedaban impedidos para ejercer magistratura alguna. ¿Qué honor podía haber en individuos que se enriquecían mediante estos negocios? Se trataba de un veto en toda regla para iniciar una carrera política.
De esta manera, un amplio grupo de la sociedad romana enriquecida quedó aislada del poder. Estos se fueron conformando como un grupo distinto al de los senadores. La sanción jurídica a esto vino en el año 129 a.C., mediante la lex reddendorum equorum. Esta ley obligó a todos los senadores a abandonar las centurias de los caballeros –el propio nombre de la ley expresa que debía devolverse el caballo al Estado-. De esta forma, los caballeros quedaban directamente identificados con individuos con abultada fortuna, pero sin posibilidad de ejercer el poder. El conjunto de ellos conformaba el ordo equester frente al ordo senatorius. Visualmente esto mismo se ratificó mediante la lex Roscia del 67 a.C. que otorgaba a los caballeros a llevar anillo de oro –como los senadores- y banda estrecha de púrpura –angustus clavus- en el vestido –frente a la ancha de los senadores-. Se les permitía además ocupar, en las celebraciones públicas, ciertos lugares de honor.
Más allá de esto, no existía ninguna otra regulación. Cualquier caballero, como fue el caso de los homines novi, podía en cualquier momento abandonar esta posición para convertirse en senador. Para ello únicamente se debía demostrar un patrimonio basado en la propiedad de la tierra, así como ocupar alguna de las magistraturas que daban acceso al Senado, la cual fue la cuestura desde Sila.
Esta división se mantuvo en tiempos del Alto Imperio. No hubo un cambio trascendental pese a que ambos ordines fueron integrados dentro de la administración ideada por Augusto. Se trataba de dar salida al amplio conflicto que ambos grupos habían tenido a lo largo de más de un siglo respecto al ejercicio del poder.
No podemos considerar que los dos estamentos se convirtieran en dos castas, es decir, que fuera el nacimiento lo que determinara a cual pertenecer, aunque es cierto que este hecho influía bastante, al menos para el senatorial. Riqueza, prestigio social, desempeño de cargos y méritos –que más bien forman parte de un todo- eran factores para entrar, mantenerse o, en su caso, salir de ambos ordines. Lo que se quiere hacer comprender, por tanto, es que ni eran dos estamentos cerrados, pero tampoco abiertos a cualquiera por la mera posesión de riqueza, especialmente en el caso del senatorial.
El orden senatorial
El orden senatorial, también conocido como amplissimus ordo o clarissimus ordo, cerró sus puertas, una vez regulado por Augusto, más de lo que lo había hecho en tiempos de la República.
Desde que Sila aumentara el número de senadores de trescientos a seiscientos a base de caballeros y, más tarde, Cesar añadiera nada menos que cuatrocientos más –un total de mil senadores-, muchos, en este caso, provenientes de las provincias, el ordo senatorius había quedado totalmente alterado en su composición. Augusto no hizo otra cosa que poner orden en este. Redujo el número de senadores a seiscientos, por lo que la limpieza tanto en la Cámara como en el ordo fue drástica, y además lo reguló.
Debemos hacer, antes de continuar, una advertencia o aclaración. El ordo senatorius no equivale al Senado. Evidentemente, todos los senadores pertenecen al primero, pero no todos los individuos del primero pertenecen al Senado. Esto último, en general, es extraño que se produzca, pero podía haber ciertas personas que decidieran no implicarse en la política, de tal modo que, aunque eran hijos de senadores y, por tanto, según la ley, heredaban la categoría social, no entraban a formar parte del Senado hasta que no ocuparan, al menos, la cuestura. De hecho, cuando alguien se sentaba en el Senado por primera vez se garantizaba que su familia, en tres generaciones, pertenecería a este orden independientemente de que se sus herederos no siguieran una carrera política –incluso si se perdía la fortuna mínima exigida-. Además, también las mujeres, que no podían ocupar ni asiento en el Senado ni ejercer cargo alguno, ostentaban los mismos títulos que los hombres: clarissima o amplissima femina. Se incluye en esta categoría a jóvenes, niños y niñas.
Sea como fuere, el orden senatorial, en el conjunto de la sociedad, era muy reducido. El número de hombres dentro de este apenas superaría al número de senadores, es decir, unos 600 –que componían unas 400 familias-. Y debemos de suponer que difícilmente aumentó su número. En primer lugar, porque básicamente había que nacer dentro del ordo senatorius, por lo que la reposición biológica a lo mucho únicamente mantendría, con suerte, el número de miembros, algo que sabemos que no solía ocurrir como demuestra el amplio número de familias que quedaban sin descendencia. En segundo lugar, el patrimonio exigido tampoco estaba al alcance de cualquiera. Se debía de poseer una cantidad mínima de un millón de sestercios. Un aumento considerable respecto a lo que se solicitaba anteriormente, pero una auténtica minucia si se observan las fortunas de las familias senatoriales –de hecho, también muchos caballeros poseían cuantías que superaban este mínimo-. La mayor parte de estas fortunas se basaban en tierras, especialmente en Italia. Por poner algunos ejemplos, Plinio el Joven, uno de los miembros de este grupo más pobre, poseía una riqueza de veinte millones de sestercios. La mayor fortuna que conocemos es la de Cneo Cornelio Léntulo con nada menos que cuatrocientos millones de sestercios. Se debe decir que Narciso, el liberto que fue secretario general de Claudio, tuvo una fortuna igual, aunque claro está, los que tenían esta condición quedaban excluidos de esta categoría social.
Este último ejemplo, el de Narciso, nos lleva a una tercera norma para entrar dentro del ordo: no se podía ser liberto, ni descendiente de liberto, independientemente de que se alcanzara una fortuna de tal calibre.
El meritum –junto con el potencial económico- era en última instancia el elemento con el que una persona podía llegar a entrar en este reducido grupo sin poseer ascendencia previamente dentro. No fueron pocos, en todo caso, los que entraron, pues como se ha apuntado, las familias senatoriales tuvieron auténticos problemas para mantener los linajes vivos –en tiempo de los Antoninos, solo uno de cada dos senadores con rango consular poseía al menos un hijo que le heredara-. El porcentaje de las antiguas familias de la República que remontaban sus linajes a Eneas o a la propia fundación de la ciudad era mínimo. Al final de la República eran tan solo cincuenta familias. En el siglo II d.C. estos linajes prácticamente habían desaparecido.
La sangre nueva siempre fluyó, por tanto, hacia el orden senatorial. Ya con Augusto varios fueron los que alcanzaron este estamento, como su leal amigo Marco Vipsanio Agripa. Vespasino, que llegó a ser el emperador de una nueva dinastía, fue también en su momento un homo novus. Además, si en principio la gran mayoría provenían de Italia, en las décadas siguientes a la instauración del principado, el número de homines novi de las provincias aumentó de forma progresiva, especialmente de las más romanizadas.
Fue normal que muchos personajes alcanzaran esta escala social mediante servicios al Estado, es decir, al emperador. Normamente eran caballeros que habían desempeñado cargos imperiales –tanto en la propia administración como en mandos militares-. Cabe decir que, junto a esto, se requería de una amplia red de amistades, especialmente dentro del propio orden senatorial, para desarrollar una carrera que desembocara en tan alta dignidad. Incluso los propios miembros del orden necesitaban de influencias, amistades y, una vez más, méritos para ocupar, del mismo modo, la más alta escala dentro del grupo senatorial, la cual veremos más tarde.
A veces, algunos caballeros se vieron recompensando por medio de sus hijos, a los cuales se les permitía vestir la túnica con la franja ancha púrpura –símbolo de tan alta categoría-, para que pudieran iniciar el cursus honorum típico del orden senatorial.
Demuestra bien la necesidad de prestar un buen servicio al emperador, e incluso gozar de su amistad, el hecho de que en ocasiones fue el propio príncipe el que ayudó económicamente a ciertos personajes para poder integrarlos dentro del orden senatorial. Algunas veces, los emperadores sostuvieron financieramente a familias senatoriales que se habían arruinado. En este último caso, no es que la pérdida económica produjera una expulsión automática del estamento –como se ha comentado, al menos las tres generaciones siguientes de todo senador se mantenían dentro de este-, pero la ostentación básicamente era un elemento fundamental de prestigio dentro de él.
El orden de los senadores era un estamento bastante cerrado como se puede observar. Lujo y riqueza los definía. La exclusividad era su lema, y para ello se requería solidaridad entre sus miembros. Las familias senatoriales, como ya antaño, no dudaron en apoyarse entre sí mediante matrimonios, adopciones y relaciones de amistad. Tal era el parentesco que unía a estas familias que muchos no dudaron en incorporar a sus nombres los de diversos parientes. Hubo extremos tan llamativos como el que Quinto Pompeyo Senecio, el cual poseía treinta y ocho nombres.
Los hijos de estas familias, claro está, eran educados para seguir la estela de sus padres. Maestros privados, normalmente griegos, educaban a estos para que en el futuro desempeñaran los altos cargos de la administración y del ejército. En esta educación no faltaba desde luego el aprendizaje de una ideología que justificaba la posición privilegiada de los senadores como salvaguardas del Estado romano. Y no podemos decir que los homines novi, cuya educación había sido distinta, no adquirieran los ideales del orden senatorial. Todo lo contrario, estos fueron en su mayoría los principales defensores de este.
Pese a que este estamento era bastante homogéneo en su composición, existían distinciones entre sus miembros, de acuerdo al recorrido que lograran realizar sus miembros en la política como vamos a ver a continuación. No obstante, el antiguo título de patricio todavía otorgaba prestigio, al menos para las pocas familias que todavían lo ostentaban.
Los miembros que nacían dentro del ordo senatorius –o que eran incluidos en este a una edad temprana- debían comenzar sus carreras políticas de acuerdo al cursus honorum –el de las tradiciones magistraturas de la República-, pese a que este se encontraba básicamente vaciado de poder, pero llevarlo a cabo otorgaba distinción y jerarquía a los propios individuos del estamento senatorial. Entre los dieciocho y los veinte años se ocupaba alguno de los cargos del vigintivirato, compuesto como su nombre indica de veinte puestos. Por tanto, veinte miembros nuevos cada año estaban en disposición de ocupar los veinte puestos de la cuestura –de nuevo prácticamente sin competencias-, a los veinticinco años, y con esto sentarse en el Senado. Previamente debían servir como tribunos militares en el ejército, aunque es cierto que muchos únicamente lo fueron de forma nominal, sin ejercerlo en la realidad.
Posteriormente se ocupaba el tribunado de la plebe o la edilidad a los veintisiete. Era a partir de los treinta años cuando la carrera política comenzaba en realidad, puesto que los rangos de pretor y cónsul daban acceso a ocupar puestos altos de la administración del príncipe, los cuales poseían un poder real. Tras ocupar la pretura, el senador se convertía, así, en senador con rango pretorial y podía acceder, si sus méritos eran notorios, a ejercer el mando en una religión como legatus legionis o el de alguna provincia imperial –aquellas que a lo mucho tenían una única legión- como legatus Augusti pro praetore. También alguna prefectura de relevancia.
Era más complicado obtener el consulado –de hecho, sin el apoyo del emperador, un senador no pasaba de ser un mero individuo privilegiado-, puesto que únicamente dos cónsules, a partir de los treinta y tres años, podían ser designados cada año, aunque lo más habitual es que hubiera varias parejas de cónsules – consules suffecti-. Socialmente se alcanzaba la cúspide. Tras ello quedaban abiertos los más altos puestos del príncipe como la curatela de la ciudad de Roma, las provincias imperiales más ricas y con más de una legión estacionada, o las senatoriales con rango consular como África y Asia. El más alto puesto era sin duda alguna el de praefectus urbi.
Cabe decir que cuando los nuevos miembros del ordo eran designados por el emperador, la mayoría entraban directamente al Senado con el rango de pretor.
Veamos la carrera real de un senador que realizó un cursus honorum típico para su rango, y que fue plasmada epigráficamente –algo común-: «A Lucio Julio Marino Cecilio Simple, hijo de Lucio, de la tribu Fabia, cuadrunviro para el cuidado de las vías, tribuno militar de la Legión IV Escítica, cuestor propretor de la provincia de Macedonia, edil de la plebe, pretor, legado propretor de la provincia de Chipre, legado propretor de la provincia de Ponto y Bitinia durante el proconsulado de su padre en la misma, curador de la vía Tiburtina, hermano arval, legado de Augusto en la Legión XI Claudia Pía Fiel, legado del emperador Trajano Augusto Germánico en la provincia de Licia y Panfilia, procónsul de la provincia de Acaya y cónsul».
El orden ecuestre
El ordo equester estaba integrado, en principio, por ricos negociantes, comerciantes, banqueros, etc., que anteriormente habían sido excluidos de la vida política precisamente por estas actividades. Augusto los integró al régimen pero de una forma subordinada al estamento senatorial, sin que este último, como ya hemos visto, estuviera cerrado del todo.
Lo primero que se realizó, del mismo modo que en el anterior orden, fue regularlo. Durante la República había sido el censor el responsable de introducir en las centurias ecuestres a los nuevos caballeros que alcanzaran la suma de cuatrocientos mil sestercios –la cual se mantiene en época imperial-, pero desde el año 70 a.C. no había habido censores, por lo que el número de personas que ostentaron los insignias de los caballeros sin derecho se amplió. De nuevo hubo que realizar una criba considerable.
El número de caballeros fue, en cualquier caso, mucho mayor que el de senadores. No conocemos las cifras con seguridad, pero sabemos que en alguna ocasión se reunieron cinco mil caballeros para tomar parte en el tradicional desfile de caballeros –transvectio equitum-. Debemos suponer que estos solo era una mera representación de la totalidad. Además, los mayores de treinta y cinco años estaban totalmente eximidos de montar. Alföldy calculó que habría unos veinte mil caballeros en tiempos de Augusto, cifra que aumentó en los siguientes principados.
En cuanto a la transvectio equitum, también desfilaban en ella los hijos de los senadores que eran nombrados honoríficamente por el senador como serviri equitum Romanorum de los seis escuadrones en que se dividían los caballeros. Los herederos del príncipe, en su juventud, iban al frente bajo el título de principes iuventutis.
Los caballeros eran conscientes de que su posición era privilegiada y que podían ostentar un amplio poder que, en el mejor de los casos, podía llevarles a abandonar este orden para pasar al senatorial. No es de extrañar que, en tanto que los méritos eran de gran importancia para ello, guardaran celosamente, como demuestran las inscripciones, todos y cada uno de los cargos que habían ocupado –imitando, por tanto, a los senadores-.
Sin embargo, era un grupo más heterogéneo que el de los senadores. En primer lugar, el nivel económico entre unos y otros era considerable. Mientras que unos a duras penas podían mantener el patrimonio mínimo, otros poseían fortunas similares a las del primer estamento.
En segundo lugar, los había que únicamente habían desarrollado algún tribunado militar de forma nominal o la función de iudex en Roma, mientras que otros habían ocupado diferentes cargos del príncipe, algunos de gran relevancia –las procúratelas, por ejemplo, daban derecho a percibir una amplia remuneración-. Por otra parte, estaban los que nunca se interesaron por la carrera política. El estrato más alto de los caballeros, por tanto, estaba compuesto por aquellos que entraron al servicio del Estado. Este era reducido, puesto que las plazas, al fin y al cabo, eran muy limitadas, especialmente para ejercer procúratelas –solo existían veintitrés con Augusto, pese a que aumentaron progresivamente hasta que en tiempos de Filipo eran ciento ochenta y dos-. Estos últimos apenas se distinguían de los senadores en la realidad. Con Marco Aurelio se instauró una jerarquía de títulos dependiendo la categoría de los cargos: los procuradores eran egregii, los jefes de los negociados centrales y prefectos eran perfectissimi, y los prefectos del pretorio, eminentissimi. Además, todos los caballeros se podían designar como illustres, insignes, splendidi y primores. Sus familiares, en cambio, no podían utilizarlos.
Finalmente, dependía también de la procedencia del caballero. Los hijos de libertos –o los propios libertos- sí que eran admitidos en este ordo, pero seguía siendo una «mancha» en el expediente, aunque es cierto que muy pocos adquirieron esta categoría, al menos sin contar con el beneplácito del emperador. Otros tantos procedían de la más baja sociedad romana, especialmente aquellos que ascendían en el ejército hasta llegar a primus pilus, cargo que tenía una considerable dotación económica, por lo que al acabar el servicio militar se estaba en disposición de entrar en el ordo equester. Podemos mencionar también aquí que muchos provenían de las provincias, lo cual era visto a veces con recelo, pese a que una amplia mayoría de caballeros acabó por ser de estas, frente al ordo senatorius cuya composición era ante todo de itálicos.
Una amplia mayoría procedía de familias pudientes, pese a que el rango de caballero no se conseguía por el mero nacimiento. El individuo debía ser elevado a dicho rango por su propia persona –ya hemos visto que ni siquiera los títulos podían ser usado por los familiares-. En todo caso, lo más frecuente fue que el hijo de un caballero también ingresara en este ordo, a no ser que las circunstancias económicas hubieran cambiado considerablemente para no poder ser admitido. No fueron pocos los que no consiguieron el rango que sí habían ostentado sus padres.
En cuanto a la carrera política que podían desarrollar los caballeros, la cual dependía como hemos visto de mérito e influencias, solía comenzar con el desempeño de puestos de oficiales reservados para estos. En orden de importancia es el que sigue: praefectus cohortis, tribunos legionis, tribunus cohortis y praefectus alae. Tras el paso por el ejército se podía desempeñar alguna procúratela o, incluso, ser gobernador de alguna pequeña provincia ocupada tradicionalmente por caballeros. A partir de los Flavios se continuaba la carrera en las oficinas de la corte que anteriormente eran ocupadas por libertos. Posteriormente, aguardaban los codiciados praefectus vigilum, praefectus annonae, prafectus Aegypti y, finalmente, praefectus praetorio.
Observemos, como antes, la carrera de un caballero real que comenzó en el ejército y que adquirió su rango gracias a este: «A Tiberio Claudio Secundino Lucio Estacio Macedo, hijo de Tiberio, de la tribu Palatina, primipilo de la Legión IV Flavia Félix, tribuno de la I Cohorte de vígiles, tribuno de la XI Cohorte urbana, tribuno de la IX Cohorte pretoria, primipilo de nuevo (legión), prefecto (de campamento) de la Legión II Trajana Fuerte, procurador del 5 por ciento de las herencias, procurador de la provincia Lugdunense y de la de Aquitania, jefe de la caja imperial, prefecto de abastecimientos. Lucio Saufeyo Juliano, a su amigo óptimo».
Cabe decir que muchos de los caballeros no pasaban de ocupar alguna de las magistraturas en sus correspondientes municipios, en donde también formaban parte del ordo decurionum. Este último estaba compuesto por individuos, más o menos acaudalados –al menos respecto al resto de la población local-, que intentaban, mediante el desempeño de alguna de las magistraturas locales, el ascenso al cuerpo de caballeros. En cualquier caso, hablar del ordo decurionum de forma generalista sería difícil, puesto que los miembros de la aristocracia local poco tenía que ver con los de los municipios que contaban con un número de habitantes mucho mayor.
En general, la entrada en los ordines fue usada por el emperador como elemento de recompensa. Más allá de la normativa, la palabra del emperador fue, en último término, fundamental para que un individuo entrara a formar parte de alguno de estos, en concreto del senatorial. En este último, el proceso por el cual alguien entraba a formar parte del ordo, que recibía el nombre de adlecti, únicamente dependía del emperador. Del mismo modo, muchos cargos a veces fueron ocupados tanto por equites como por senadores, pues una vez más todo dependía del princeps.
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