Historia de Roma

Las tumbas: generalidades

 

Antes de nada hay que diferenciar las dos partes en las que se divide una tumba, lo que es el depósito, es decir, en donde el cadáver es depositado, y el monumentum funerarium, que es la parte exterior y visible de la tumba que perpetúa el recuerdo del que allí está enterrado, es decir, señaliza la sepultura, independientemente del tamaño de ésta, que puede ir desde pequeñas cupae a grandes mausoleos. La mayor parte de la población romana sería enterrados en tumbas sin identificar, o con perecederos monumentos, que pasado los años acabarían por desaparecer y con ellos la memoria del individuo.
La tumba se concebía como una memoria eterna, puesto que un individuo pervivía siempre que su nomen fuera recordado y se le rindiera culto. Una vez que el individuo era olvidado, la individualidad del fallecido de la que había gozado en vida desaparecía, pasando a componer parte de una masa indefinida conocida como los Manes, los cuales podían ser perniciosos para el hombre, de ahí que en las inscripciones de las tumbas se dedicaran también a ellos con la expresión de Dis Manibus, como una forma de rendirles culto.
En una breve cronología de la evolución de la tumba, los primeros indicios que se tienen son del siglo VI, en la que se caracterizan las tumbas  de cámara, pero no se tienen datos anteriores. En el siglo IV a.C  las tumbas se caracterizan  por tener cámaras con largos corredores, en donde podemos destacar las tumbas de Preneste, en donde existen inhumaciones e incineraciones en urnas y sarcófagos de una pieza y de lastras bajo túmulo. Hasta este momento las tumbas eran colectivas, pero con la influencia del helenismo y de la individualización del individuo, las tumbas se volverán también individuales, en la que muchas veces el individuo aparecerá heroizado. A partir de ese momento aparecerán diversos tipos de tumbas monumentales.
Es interesante preguntarse sobre lo que costaba una tumba. Entran en juego varios factores, el primero el precio del suelo, puesto que había que comprarlo, y valía más cuanto de mayor calidad fuera, por ello no solían enterrarse en suelos de gran calidad agraria. También la mayor o la menor proximidad a la muralla abarataba el suelo conforme mas lejos estuviera de ésta, y de igual modo la cercanía a la vía. De esta forma, las grandes tumbas monumentales de la élite se sitúan siempre cercanas a la ciudad y paralelas a las vías.
Otro factor es el tamaño de la tumba, que se conoce porque en muchas ocasiones en el propio monumentum se decía la dimensión rectangular de la tumba  mediante la expresión: in fronte pedesin agro pedes…, lo que es lo mismo la longitud paralela a la vía y la anchura. Se ha podido apreciar con los datos que se tienen que las tumbas cambian su tamaño en relación a las distintas provincias del Imperio, una vez mas relacionado con la calidad del suelo. Por ello en Italia es donde se encuentras las tumbas más pequeñas, puesto que había poca tierra y mucha población, por lo que el precio de la tierra era elevado. En cambio en Hispania las dimensiones de la tumba son mayores, y aunque no sea generalizable, es concretamente en Castro del Rio, en Córdoba, donde se ha localizado un cipo con las medidas de la tumba más extensa que se conoce (ABASCAL, J.M, (1991) p. 224).
 
Pero además de comprar la tierra, otro gasto es el del monumento, que puede disparar el precio dependiendo de cada individuo y de lo que se podía permitir. La mayor parte de los individuos se conformaría con un pequeña estela, mayor o menor, peor o mejor trabajada, y muchas de estas estelas ni siquiera serían de piedra, sino de madera y pintadas lo que ha hecho que no hayan llegado hasta nuestros días. Muchas veces, el precio sería mucho mas rebajado al existir una estandarización, e incluso en monumentos de mayor tamaño.
Las fuentes dan datos sobre el coste de tumbas, pero casi siempre a modo anecdótico por su gran coste que llegaban a superar el millón de sestercios. Algunos datos epigráficos que se tienen, por ejemplo, tomados de la necrópolis de Lambaesis, en África, nos informa de que un soldado raso gastaba entre 9.000 y 1.000 HS en su tumba, en cambio en Italia el coste medio era de 10.000 HS.  Si bien, la mayoría de los individuos no podrían costearse tumbas de este precio, y el hecho de que Nerva fijara 250 sestercios por persona para los entierros de beneficencia nos puede indicar orientatívamente el precio de una tumba. Si bien, hay que sumar también el resto del sepelio, cuyos precios se desconocen  por completo (ABASCAL, J.M, (1991) pp 228-230).
Por otra parte existía en la mentalidad romana la necesidad de tener un entierro digno y una tumba que los recordara, de hay que en los propios testamentos se dejara escrito la cantidad de dinero que se destinaba para el entierro, en muchos casos dando indicaciones precisas sobre como debía ser la tumba, prohibiendo en muchas ocasiones que la tumba fuera utilizada por sus herederos: H(oc) M(onumentum) H(eredes) N(on) S(equitur), mientras que otras veces la tumba la concebía incluso para sus libertos: ...et libertis libertabusque posterisque eorum, aunque esto estaba prohibido tal y como nos dice el Digesto de Justiniano. Otras veces, el propio

Tumba de un sutor en Prima Porta (Roma)

individuo compraba su tumba en vida, en done se ponía: vivo fecit (la puso vivo), como es el el caso de un sutor (zapatero) en Prima Porta como se puede ver en esta imagen, que además incluso incluía publicidad de su negocio en la inscripción. Y otra mucha más gente pagaba una cantidad de dinero a un colegio funeraticio, collegium funeraticium, para que le garantizaran el entierro tras su muerte, conformándose con tumbas sencillas, o intentando que algún conocido o antiguos amos les permitieran enterrarse en sus tumbas. Aquellos individuos que quedaban sin sepultura, tales como pobres, umbrae, vagantes y larvae quedaban vagando eternamente entre los vivos buscando nuevas presas, por ello los días 9, 11 y 13 de febrero se celebraban los Lemuria, que sin tener un carácter público, pese a que se cerraban templos y no se celebraban matrimonios, consistían en una serie de ritos domésticos, realizados por el pater familias, destinados a alejar a estos malos espíritus (OVIDIO, Fasti V, 419-493).

Quizás la tumba era una de las cosas que seguían perteneciendo en propiedad al difunto más allá de la vida, puesto que se prohibía la venta de ésta por sus herederos, y si en alguna finca existían tumbas, tampoco podrían enajenarse, existiendo multas para quien no lo cumpliera. La mentalidad romana ponía el derecho sepulcral sobre el derecho civil, y por lo tanto toda tumba era sacra y por lo tanto inviolable y eterna, y la voluntad del difunto en lex sacra que se sitúa por encima de la ley de los vivos (REMESAL RODRÍGUEZ, en VAQUERIZO (2002) p.370). Si bien, tan solo era sacro el lugar donde reposaban los restos: Sepulcrum est ubi corpus ossave hominis condita sunt(D. 11.7.2.5 -6), mientras que el resto de la tumba, el monumentum es tan solo la parte que recuerda al difunto.
Pese a que estaba prohibido vender las tumbas, o realizar enterramientos posteriores, puesto que se entendía  como violatio sepulchris, la realidad es que el tiempo hacía que hubiera una superposición de enterramientos, como se ha documentado en las necrópolis  cordubenses (VAQUERIZO, (2001) pp 150-151). En especial esta reutilización del terreno de las necrópolis se localiza en las áreas más cercanas a la ciudad, puesto que habría mayor demanda. El tiempo haría que las señalizaciones de las tumbas fueran desapareciendo, y que los difuntos allí enterrados, ya olvidados, no tuvieran nadie  que velara por la inviolabilidad de la tumba. En especial, en época tardía, fue usual el reaprovechamiento tanto de terreno, como incluso de materiales para nuevas inhumaciones.
Muchas tumbas estaban limitadas por una valla, y las que contaban con un amplio terreno a su alrededor estaban ajardinadas, e incluso la de las familias más pudientes contaban con un amplio terreno con diversos edificios para la realización de los ritos , tales como el cenaculum, comedores destinados a los banquetes funerios, puesto que el mismo día del entierro se llevaba a cabo un primer banquete, llamado silicernium, que se repetía nueve días después del enterramiento, ahora con el nombre de cena novendialis, una vez pasado el periodo de luto más riguroso. Se realizaba además junto a la tumba del fallecido una ofrenda de alimentos y bebidas. Prueba de estos banquetes son los hallazgos, en las tumbas , de restos de animales, tales como cerdos, carneros, cabritos, corderos, etc, en ocasiones reducidos a la mitad como símbolo del consumo compartido con los difuntos. Y de igual modo se les  ofrendaba diversos líquidos como agua, leche, vino, aceite y miel; o frutos y semillas.

Plano en marmol de un jardin funerario (según Toynbee)
Era también usual  conmemorar en la tumba el día del nacimiento y el del fallecimiento del difunto, y en muchas ocasiones, si el difunto así lo había dejado en su testamento, se celebraban juegos gladiatorios, atléticos, escénicos, etc. También eran utilizados en los dies parentales, comprendidos entre el 13 y el 21 de febrero en la que se conmemoraba oficialmente a los difuntos, en los que la familia realizaban ceremonias privadas, excepto el último, el día de los ferialia, que se destinaba a ceremonias públicas. Y usual era que en los Rosalia, celebrados en mayo y junio, se cubrieran las tumbas con  rosas. También era usual que en este hortus, o jardín funerario, existieran otras estructuras como cisternae, piscinae, canales, putei, lacus, etc.
En cuanto a los ajuares , hacía el siglo VI a.C, y a diferencia de las tumbas etrusca, las romanas se caracterizan por ajuares escasos, caracterizado por la austeridad, debido especialmente a la legislación de Servio Tulio,  y que recogerá también las XII tablas que prohibía el lujo funerario.
En las cremaciones, este ajuar incluía siempre uno o varios ungüentarios de vidrio o de cerámica, así como alguna lucerna y varias piezas de vajilla cerámica, conforme a la moda imperante en el momento lo que permite la datación de las tumbas en muchos casos. Es frecuente también encontrar monedas, y en ocasiones un espejo de bronce, así como figurillas de terracota que representan a divinidades, damas o personajes diversos casi siempre de difícil interpretación, al estar en muchas ocasiones relacionado con las religiones indígenas. De hecho, en las provincias occidentales se puede apreciar como en época tardorepublicana y augustea, los ajuares tienden a ser de tradición indígena, con producciones cerámicas locales, incorporándose durante el siglo I d.C la Terra Sigillata Gálica e Hispánica, aunque a partir de época flavia el número de cerámica en los ajuares es más reducido, y se incorpora también el uso de urnas de vidrio acompañadas por sus correspondientes fundas de plomo. Durante el siglo II d.C  continua la tendencia en la reducción de los elementos del ajuar.
Con el predominio de la inhumación a partir del siglo III sigue manteniéndose la tendencia a depositar ungüentarios, y objetos de adorno personal, y algunas piezas de vajilla.
El cuanto al ajuar cerámico, éste debe entenderse dentro del banquete funerario, puesto que normalmente ésta compuesto por un plato, un vaso y una copa, en los cuales se depositaba comida y líquidos, como ya se ha explicado anteriormente.

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