¿Per ché tal sorpresa? La Flaca 16-7-1869
Viñeta publicada el 17 de julio de 1869 en La Flaca n.º 13
El presidente de las Cortes constituyentes, Nicolás María Rivero, inició la sesión del 26 de abril de 1869 para debatir las enmiendas presentadas al proyecto de Constitución relacionadas con los artículos relativos a la religión. La primera de las enmiendas en discutirse era la presentada por un grupo de diputados republicanos. A diferencia de las otras que aquel día serían objeto de debate, esta iba más allá de establecer la relación del Estado con la Iglesia. Su defensor era el diputado catalán y convencido republicano Francisco Suñer y Capdevila. El presidente le dio el turno de palabra, pero lo que no sabían en aquel momento los diputados allí presentes era el revuelo que las palabras de Suñer desde la tribuna de oradores iban a causar no solo ese día, sino también en los siguientes. La revista La Flaca, tres meses después de aquella sesión, representaba a Suñer como un auténtico demonio gigante, que se preguntaba en italiano «¿Por qué tal sorpresa?», mientras que a sus pies huye despavoridos el clero. Murciélagos sostienen sendos periódicos en donde puede leerse «los hermanos de Jesús».
La ponencia encargada de la redacción de la constitución había establecido dos artículos sobre la religión, que posteriormente se incluyeron sin modificación en la carta magna definitiva, que rezaban así:
«Art.20. La Nación se obliga a mantener el culto y los ministros de la religión católica.
Art. 21. El ejercicio público o privado de cualquier otro culto queda garantizado a todos los extranjeros residentes en España, sin más limitaciones que las reglas universales de la moral y del derecho.
Si algunos españoles profesaren otra religión que la católica,es aplicable a los mismos todo lo dispuesto en el párrafo anterior.»
El primer artículo indicaba que la Iglesia católica seguiría sostenida con el presupuesto público. El artículo 21, sin embargo, era un tanto enrevesado, pues, si bien establecía la libertad de culto, diferenciaba a extranjeros de nacionales en la concesión de este derecho; básicamente daba a entender que entre estos últimos apenas había creyentes que no fueran de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Como ya había dicho Figueras días antes y repetía Suñer en esa sesión, el artículo parecía menospreciar a aquellos españoles que tuvieran otra religión como queriendo decir «si hay en España algún perdido que profesare otra religión«. Posada Herrera, miembro de la comisión que había redactado el proyecto constitucional, había hecho un signo afirmativo ante aquellas palabras de Figueras, denunciaba el diputado Suñer, y le solicitaba a Posada Herrera que lo aclarara.
En cualquier caso, la enmienda defendida por su Suñer proponía una nueva redacción:
“Art 20. Todo español y todo extranjero residente en territorio español están en el derecho y en la libertad de profesar cualquiera religión, o de no profesar ninguna.”
Esta propuesta eliminaba el artículo relativo a la financiación de la Iglesia. Los republicanos apostaban por la total separación de Iglesia y Estado. De hecho, Suñer ya había traído al Congreso a lo largo de ese año varias exposiciones de ayuntamientos catalanes, como Figueres, Agullana, Rosas o Cadaqués, en ese sentido. En tales manifiestos se pedía la total separación de Iglesia y Estado, la libertad de cultos y el matrimonio civil.
En cualquier caso, el artículo relativo a la libertad de culto estaba redactado de una forma más clara y no hacía diferencias entre extranjeros y oriundos. No obstante, Suñer tuvo más interés en defender la coletilla final de la propuesta: “o de no profesar ninguna”. Como el demonio de la tradición germana Mefistófeles, pretendía que la población española perdiera la fe.
Decía Suñer desde la tribuna que la fe, el cielo y dios era una idea caduca que debía ser sustituida por otra nueva basada en la ciencia, la tierra y el hombre. En el breve libro que aquel mismo año publicó, titulado sencillamente Dios, concluía que «el hombre es la ciencia, Dios es la ignorancia; el hombre es la verdad, Dios es el error». Suñer, desde luego, era un hombre de ciencia; pertenecía a una larga saga de médicos. Estaba muy comprometido con su profesión y, además de haber declarado la guerra a dios y a los reyes, como se puede leer en el humo que arroja la copa que en la caricatura sujeta, también lo había hecho a la tuberculosis, popularmente conocida como tisis.
Para demostrar lo erróneo de las religiones, el diputado hizo un recorrido por diversas creencias, alegando como estas habían ido cambiando: desde las religiones primitivas hasta el islam y el budismo. Los diputados no parecían prestar atención a aquella lección de historia de las religiones hasta que llegó al catolicismo, pues entonces Suñer se empeñó en demostrar, con los evangelios en la mano, que Jesús era el hijo primogénito de María. De otra manera, venía a indicar que la Virgen había tenido otros hijos y en consecuencia Jesús tenía hermanos. Por tanto, la Virgen María no podía tener tal condición. A los ojos de los católicos, aquello era la más insolente blasfemia; una herejía digna de la hoguera si no hubiera sido porque hacía menos de un siglo que la Inquisición había desaparecido y la libertad de expresión y ahora la libertad de culto prevalecía.
Inmediatamente desde la presidencia se le interrumpió al considerarse que no estaba tratando la cuestión, pero Suñer alegó que ese repaso a la historia de las religiones era necesario. Otros diputados pidieron la palabra ante la sacrílega ofensa no solo a la religión, sino a los españoles, que por supuesto no se entendía que no pudieran ser católicos. Suñer no continuó, pues, al no permitíserle que siguiera por aquellos derroteros, decidió abandonar la palabra y el hemiciclo, algo que hicieron otros republicanos.
El señor Mata, otro de los miembro de la comisión redactora de la Constitución, consideraba que la redacción original de los artículos era correcta en tanto que en España todos eran católicos. Consideraba además que no era menester mencionar el ateísmo ya que todos los españoles tenían religión y era una minoría, como Suñer, los que no profesaban ninguna. El persistente Suñer, el 8 de mayo de ese año, no dudó en llevar al Congreso un documento en el que unos 380 ciudadanos de Reus habían abjurado de los errores del catolicismo. En otra sesión, la del 22 de mayo, presentaba otro manifiesto en donde vecinos de Barcelona agradecían la libertad de culto y de paso que se «separaban del catolicismo». Aunque pocos, Suñer tuvo sus seguidores e incluso el poeta catalán Joaquim Maria Bartrina i d’Aixemús escribió ¡Guerra a Dios!: folleto en apoyo del de Suñer y Capdevila.
La salida de Suñer del hemiciclo no acabó con la polémica. En la sesión del cuatro de Mayo, que continuaba con el debate de esos mismos artículos, de nuevo Suñer volvió a tener la palabra y no cejó en su idea de demostrar lo errado que estaban los católicos, aludiendo que no estaba haciendo una ofensa contra el catolicismo, sino contra cualquier religión, pues en todas se podían encontrar elementos de difícil credibilidad como eran los milagros de Jesús. Antes incluso de que tales palabras llegaran a oídos de los asistentes en el salón de plenos, diputados e invitados volvieron a alzar la voz. Impávido, Suñer, a quien se le había impedido tratar la cuestión de los hermanos de Jesús, en esta ocasión se limitó a citar los versículos en donde se podía encontrar tal información, aunque añadió que Jesús había sido hijo y hermano poco cariñoso. El vicepresidente de la cámara, Martos, advirtió inmediatamente a Suñer de la ofensa que provocaban sus palabras. Suñer, consciente de ello, continuó alegando que los apóstoles elegidos por Jesús eran todos ignorantes y acusaba también a este de su falta de contribución a la igualdad y a la libertad; conceptos ajenos a cualquier religión. Acabado el discurso, el ministro de Marina, el Almirante Topete, tomó la palabra para criticar las palabras de Suñer, algo que hacía en nombre de los 17 millones de españoles que, por supuesto, eran católicos.
En la siguiente sesión, la del 5 de mayo, varios diputados presentaron una proposición: «Pedimos a las Cortes se sirvan declarar que han oído con profundo sentimiento las manifestaciones anticatólicas hechas durante la discusión de los artículos 20 y 21 del proyecto de Constitución». Vinader, defensor de tal propuesta, alegaba que «las madres, afligidas y alarmadas, han estrechado contra su seno a los hijos, llorando por su provenir en vista de las palabras dichas en este lugar» y ante la cámara animaba a escoger bando: «o católicos con la Nación, o enemigos del catolicismo contra ella». Una vez más parecía que no había opción: el español solo podía ser católico. Por su parte, Topete, que se sentía aludido, pues había expuesto su malestar ante las palabras de Suñer el día anterior, no acepta la censura contra el diputado, pues afirmó que él había defendido a los católicos frente a los ataques de Suñer, pero alegaba que no podía censurarse la opinión de este.
Francisco Suñer y Capdevila, pese a las continuas críticas que recibió, mantuvo sus ideales toda su vida y en su lápida puede leerse “Luchó contra Dios, contra los reyes, y contra la tuberculosis»