Historia Moderna

Rasgos de la crisis del siglo XVII en la monarquía hispánica y sus consecuencias

Crisis general. Ese es el calificativo que tradicionalmente ha recibido el siglo XVII, en concreto en lo referente a la monarquía hispánica. Sin embargo, los datos demuestran que no existe una decadencia que se inicia con Felipe III (1598-1621) y toca fondo con Carlos II (1665-1700), pues en el reinado de este último se observa la recuperación. Sería más bien apropiado hablar de diferentes crisis coyunturales con sus propias dinámicas: política, económica, demográfica y social.

Sea como fuere, la perdida de la hegemonía política en Europa es innegable. Durante el siglo XVI, con los Austrias Mayores, Carlos I y Felipe II, la monarquía hispánica había guiado la diplomacia europea y estuvo presente en todas las guerras: contra los protestantes en el Sacro Imperio, las guerras de religión de Francia, Inglaterra, los turcos, los Países Bajos, etc., que supusieron un gran gasto monetario. Ante esto, con Felipe III se cerraron las guerras, que se volvieron a abrir con la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), que mostró la debilidad de la monarquía de Felipe IV (1621-1665). La puntilla fue la lucha con Francia durante diez años más y la consiguiente Paz de los Pirineos de 1659; la hegemonía política pasó a Francia. No solo eso, sino que en el camino la monarquía hispánica perdió los territorios portugueses en 1640 y de los Países Bajos en 1648.

En cuanto a la crisis demográfica, la realidad es que al final del siglo había más población que al principio en los reinos peninsulares. Así pues, lo que se produjo fueron altibajos, que además no se dieron por igual en todos los territorios, pues parece que la perdida de población se dio en el centro peninsular (el norte incluso creció y el levante se mantuvo). Los factores que la redujeron fueron varios brotes de peste negra y de otras epidemias (tifus, paludismo, etc.), pero sobre todo la expulsión de los moriscos en el reinado de Felipe III (275.000 personas dejaron la Península), pero también la migración hacia los virreinatos americanos en busca de una vida mejor. A ello hay que sumar la mortalidad por las continuas crisis de hambre.

Estas crisis se debían a las malas cosechas. Más allá del argumento del atraso técnico (utillaje rudimentario y el uso del barbecho), lo que se observa es un clima adverso en este siglo: hubo sequías generalizadas, inviernos crudos, granizadas, plagas de langostas, etc. No obstante, al final de siglo la producción había creció gracias a la puesta en cultivo de más tierra, pues se vendieron tierras de realengo o se cultivaron las tierras comunales.

Respecto al sector industrial, en el que destacaba la industria lanera, estaba paralizado y no era competitivo. No se aprovechó el monopolio del mercado americano para desarrollar el sector manufacturero, pues lo que se hacía era importar mercancías. En nada ayudaba que se vendiera materia prima al exterior, lo que provocaba la carencia de la misma en el interior, como fue el caso de la lana, y las consecuencias que ello tenía para producir.

También en el aspecto económico, las guerras habían provocado la bancarrota de la monarquía y esta sobrevivía mediante créditos, de tal forma que el oro y plata americanos, que disminuyen respecto a la centuria anterior, se destinaba al pago de deuda. La moneda de aleación de cobre y plata (el vellón) quedó desvalorizada, e incluso llegó un momento en que se produjo carencia de moneda; pues la buena se guardaba hasta el punto de que no hubo circulación de oro y plata. Se produjo una inflación de los precios de los productos de primera necesidad.

En cuanto a la sociedad, esta seguía dividida bajo la aparente diferenciación jurídica de los estamentos (Iglesia, nobleza y tercer estado); sin embargo, el dinero crecía en importancia frente a los títulos. Aquellos grupos sociales que se lo podían permitir compraban algún título de nobleza y la monarquía, siempre necesitada de dinero, no dudo en permitir la práctica. No obstante, existía una diferencia entre el viejo y el nuevo noble. De la misma manera, el número de clérigos también aumento, en concreto entre los puestos más bajos de este estamento. Eran en muchos casos sin vocación y mal formados, efecto de la propia crisis de subsistencia, pues muchos abrazaban la carrera clerical para tener algo que llevarse a la boca. Lo que es más llamativo es que la presión fiscal sobre los campesinos por parte de los señores aumentó, lo que dio lugar a revueltas antiseñoriales, aunque inconexas y muy localizadas tanto en el tiempo como en el espacio.

Imaginarnos el XVII como un siglo de decadencia general sería erróneo, como hemos visto, pero resulta que en el aspecto cultural, por mucho que la leyenda negra dijera lo contrario, es el Siglo de Oro de las letras y el arte en general. En este siglo vivieron y escribieron Cervantes, Góngora, Quevedo, Tirso de Molina, Calderón de la Barca o Lope de Vega. También es la época de los grandes pintores: Murillo, Velázquez, Zurbarán, etc.

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