Ritual de declaración de guerra en Roma
Declarar la guerra a un pueblo no era tan sencillo como que el Senado de Roma así lo decidiera, una vez más la religión y los dioses están presente, debiéndose llevar a cabo una ceremonia para que la declaración de guerra fuera efectiva ante los dioses.
Sería conveniente empezar hablando de aquellos que se ocupaban de que la declaración de guerra se hiciera como marcaba la tradición, es decir, de los feciales. Citando a Varrón, éste nos dice: “Los feciales (fetiales), porque se encargaban de la lealtad (fides) pública entre los pueblos, pues, por la mediación de estos, se hacía que se iniciase como justa una guerra y que después ésta se diese por acabada de manera que quedase fijada con un tratado la promesa (fides) de paz. De estos eran enviados, antes que se iniciase, quienes reclamasen las cosas, y por mediación de estos aún ahora se hace un tratado (foedus), cosa que Ennio escribe que se dijo fidus”. (Varrón, DLL, V, 86)
Los feciales formaban un colegio formado por veinte sacerdotes, según la tradición fundado por Numa Pompilio , presididos por el pater patratus, el cual portaba un cetro, simbolizando el poder de Júpiter. El nombre de pater patratus proviene de pater, por ser el jefe del colegio, y patratus, por estar dotado de padre, es decir, que para desempeñar el cargo se debía tener al padre aún vivo. Tampoco podía usar vestido de lino, quizás porque la antigüedad de los feciales se remonta a un tiempo en el que en Roma no era habitual usar este tejido. Los feciales eran elegidos entre las mejores familias, y pese a que no se tiene ningún dato sobre si debían ser patricios, no se tiene noticia de que un plebeyo ocupara este sacerdocio.
Los feciales tenían como misión mediar en los conflictos entre Roma y los diversos pueblos para intentar mediante alguna solución llegar a algún acuerdo y evitar la guerra. Cuando algún pueblo cometía un agravio contra Roma, se enviaba una comisión de cuatro feciales normalmente, presidida por el pater patratus. La información de cómo actuaban estos feciales la da Tito Livio, el cual nos informa del ritual que debían llevar a cabo los feciales en misión de paz ante otro pueblo, los cuales ponían a Júpiter por testigo, antes de entrar en territorio rival: Cuando el legado llega a la frontera del país al que se presenta una reclamación, se cubre la cabeza con el filum y dice “Escucha, Júpiter; escuchad fronteras de… (nombra al pueblo al que pertenecen); que escuche el derecho sagrado. Yo soy el representante oficial del pueblo romano; traigo una misión ajustada al derecho humano y sagrado, que se dé fe a mis palabras”. A continuación expone las reclamaciones. Pone, luego, a Júpiter por testigo: “Si yo reclamo, en contra del derecho humano y sagrado, que esos hombres y esas cosas se me entreguen como propiedad del pueblo romano, no permitas que jamás vuelva yo a mi patria”. Recita esta fórmula cuando cruza la frontera, la repite al primer hombre que encuentra, la repite al entrar en la puerta de la población, la repite cuando está dentro del foro, cambiando algunas palabras de la invocación y del texto del juramento”(Tito Livio, 1,32, 6) . Todo ello lo repetía a la primera persona con la que topase en su camino –después de preguntarle si es del campo o de la ciudad- , de nuevo lo reproducía ante el primero que encontrase a las puertas de la muralla al entrar en la ciudad enemiga y a los magistrados de dicha ciudad. Si la reclamación era atendida regresaba a Roma.
Pero en el caso contrario, si no se atendía la reclamación, los feciales daban a la ciudad enemiga un plazo de 33 días para que se les atendiera, y si finalmente no se lograba llegar a ningún tipo de pacto, se invocaban a todos los dioses de esta manera: “Escucha, Júpiter, y tú, Jano Quirino, y todos los dioses del cielo, y vosotros, dioses de los infiernos, escuchad; yo os pongo por testigos de que tal pueblo (nombra al que sea) es injusto y no satisface lo que es de derecho. Pero sobre esto consultaremos a los ancianos de mi patria, a ver de qué modo vamos a hacer valer nuestro derecho”. Vuelve, entonces, a Roma el emisario a demandar consejo. Sin dilación, el rey consultaba a los senadores más o menos con estas palabras: “Respecto a las cosas, objetos y ofrendas que el pater patratus del pueblo romano de los quirites ha denunciado de palabra al pater patratus de los antiguos latinos y a los antiguos latinos, cosas que no entregaron ni abonaron y que debían entregar o abonar, dime (dice a aquel a quien pide el parecer en primer lugar), ¿cuál es tu parecer?”. Entonces aquél respondía: “Mi parecer es que hay que ir por ello con una guerra justa y pura; tal es mi decisión y mi propuesta”. Después se consultaba a los demás por orden; y cuando la mayoría de los presentes era del mismo parecer, la guerra quedaba acordada”(Tito Livio, 1, 32, 13) . Acto seguido feciales volvían a Roma, donde exponían los hechos ante el Senado, el cual si lo veía necesario declaraba la guerra, y eran también los mismos feciales los que debían llevar a cabo el ceremonial para declarar correctamente la guerra.
Era de gran importancia que la guerra se declarara de acuerdo a este procedimiento, de lo contrario la declaración de guerra se consideraba nula, y tampoco sería una guerra justa, por lo que los dioses podían entrar en ira y perjudicar a Roma en la guerra. Pero si la ceremonia se realizaba correctamente, se iniciaba la segunda parte de la declaración de la guerra, que era el lanzamiento de la jabalina a territorio enemigo. Un fecial se acercaba hasta la frontera enemiga lanzando una jabalina de hierro, ferrata aut sanguinea praeusta, sobre el territorio enemigo, diciendo las siguientes palabras: “dado que los pueblos de los antiguos latinos o individuos antiguos latinos hicieron o cometieron delito contra el pueblo romano de los quirites; dado que el pueblo romano de los quirites decidió que hubiera guerra con los antiguos latinos, o que el senado del pueblo romano de los quirites dio su parecer acuerdo y decisión de que se hiciese la guerra a los antiguos latinos, por ese motivo yo, al igual que el pueblo romano, declaro y hago la guerra a los pueblos de los antiguos latinos y a los ciudadanos antiguos latinos”.
Se puede ver, por las invocaciones que se llevaban a cabo, la antigüedad del ritual, que si bien, tuvo que ser modificado con el tiempo, puesto que el lanzamiento de jabalina a territorio enemigo podía ser llevado a cabo fácilmente en los primeros momentos del nacimiento de Roma, cuando tan solo era una ciudad, pero conforme amplió su territorio era más complicado llevar a cabo el ritual, puesto que la frontera con el enemigo se encontraba cada vez más alejada de Roma, por lo que se decidió, ya en época de la guerra con Tarento, comprar un solar que simbólicamente era el “territorio enemigo”, sobre el que se lanzaba la jabalina. Más adelante, en el templo de Belona, se levantó una columna que marcaba el punto desde donde la jabalina debía ser lanzada .
Si atendemos a la formula con la que se lanzaba la jabalina, se puede comprobar que en ella no aparece mencionada ningún dios, lo que supone que el lanzamiento de la jabalina es en sí mismo un acto mágico. Jabalina que por otra parte era de color rojo, un color que tiene también a su alrededor una simbología, puesto que por una parte es el color de la sangre, por lo que se le atribuye a este color poderes mágicos, de tal forma, que por ejemplo, los jefes de las legiones llevaban el paludamentum rojo, como una forma de protegerse de fuerzas invisibles adversas.
El inicio de la guerra iba precedido también por una invocación a Jano, que preside todo lo que se abre y todo lo que se cierra, por ello en el momento que se declaraba la guerra, las puertas de su templo se abrían permaneciendo de esta manera hasta que la guerra terminara. Esto, según cuenta la tradición fue establecido por el rey Numa, como una forma de que Jano pudiera acudir en ayuda de los romanos si éstos la necesitaban, puesto que había sido el propio Jano quien había ayudado a los romanos, después de que raptadas las sabinas, y tras la traición de Tarpeya, los sabinos entraron en Roma, estando a punto de matar a todos los romanos, pero Jano hizo brotar un torrente de agua hirviendo que hizo que los asaltantes tuvieran que retirarse.
Si bien, el carácter bélico de los romanos, hizo que el templo tan solo se cerrara en cuatro ocasiones a lo largo de su historia, y por breves periodo de tiempo, que no llegan a sumar un año: una primera vez fue con el propio Numa, una segunda vez fue bajo el consulado de Titus Manlius, más tarde, en el 29 a.C con Augusto, y la última vez fue en el 70 d.C con Vespasiano. El propio Augusto dice en sus Res Gestae Divi Augusti: «El templo de Jano Quirino, que nuestros ancestros deseaban permaneciese clausurado cuando en todos los dominios del pueblo romano se hubiera establecido victoriosamente la paz, tanto en tierra cuanto en mar, no había sido cerrado sino en dos ocasiones desde la fundación de la Ciudad hasta mi nacimiento; durante mi Principado, el Senado determinó, en tres ocasiones, que debía cerrarse.»
La firma de los tratados posteriores a la guerra también requiere un ceremonial especial, sobre todo cuando se firmaban fuera de la ciudad. En ese caso, una comisión de al menos dos feciales (el pater patratus y el verbenarius) tenían que acudir como representantes del pueblo romano para corroborar el pacto. Antes de abandonar Roma se presentaban ante el pretor, que les daba orden de recoger las hierbas sagradas del Capitolio. Del templo de Júpiter Feretrio se recogían los vasos sagrados, el cetro del dios y la piedra de sílex. Uno de ellos, el verbenarius, tocaba la cabeza y los cabellos del otro con verbena y de esa manera le confería el poder para que los pactos que firmara tuvieran validez total. Con esa hierba se confeccionarían las coronas que ambos deberían de portar, aunque sólo el pater patratus podía validar el tratado. La firma del pacto debía finalizarse antes de mediodía: se leían las cláusulas establecidas; el pater patratus pronunciaba una fórmula ritual y se realizaba el sacrificio de un cerdo con el cuchillo de sílex. Después de estampar su firma, los feciales regresaban a Roma, donde se grababa el tratado en una lámina de bronce, posteriormente depositada en el Aedes Fidei populi Romani.