Roberto il Diávolo. La Flaca 16-5-1869
Viñeta publicada el 16 de mayo de 1869 en La Flaca nº 6
En 1866, en la localidad belga de Ostende, algunos miembros del Partido Progresista y del Partido Democrático se reunieron. Allí llegaron a un pacto que ha pasado a la historia con el nombre del mencionado municipio. Lo que acordaron era expulsar a los Borbones del trono. La forma del Estado, tal y como manifestaba el acuerdo, se decidiría cuando aquel hecho estuviera consumado. Entonces se realizaría o un referéndum para elegir el sistema de gobierno o bien el resultado de las elecciones a Cortes constituyentes valdría como tal. En ambos casos, el sufragio sería universal masculino, lo que suponía una novedad frente al habitual sufragio censitario del reinado isabelino.
La motivación de aquel pacto radicaba en que Isabel II había mostrado siempre su inclinación hacia el Partido Moderado. Los progresistas, en las pocas veces que ocuparon el Gobierno, lo habían hecho precedido de un pronunciamiento. No solo eso, sino que, para cuando los mencionados partidos firmaron el pacto, la deriva autoritaria del Partido Moderado y de la Unión Liberal que se estaban turnando en el Gobierno era manifiesta: Narváez y O’Donnell gobernaban con mano dura y represaliaban cualquier oposición. En nada ayudaba en el prestigio de la reina la crisis económica de los últimos años del reinado: malas cosechas, paralización de la construcción del ferrocarril y el hundimiento de la industria textil catalana ante la falta de materia prima.
En 1868, los partidos firmantes, a los que se había unido sorprendentemente la Unión Liberal, llevaron a cabo la Revolución de La Gloriosa. Isabel II se exilió y progresistas y unionistas formaron un Gobierno Provisional. Los demócratas quedaron fuera, pues una cosa era expulsar a la reina y otra dejar a la oligarquía económica sin el control del poder. Los dos primeros partidos eran eminentemente monárquicos, mientras que entre los miembros del partido demócrata, en realidad ya escindido, una mayoría era republicana, ya fuera de tendencia federal (la gran mayoría) o centristas.
Una vez más, como era ya costumbre, el Gobierno que convocó las elecciones en 1969 las ganó: progresistas y unionistas acapararon la mayoría del Congreso. Así, pese al resultado de los republicanos federales, que consiguieron más de ochenta escaños, era de entender que la futura constitución, finalmente aprobada en ese mismo año, tendría como forma de Estado la monarquía.
La Flaca, de corte republicano, deja ver en esta viñeta que la República no era una mera forma de Estado, sino que en este concepto iba anexo el de progreso. En la imagen podemos ver en el centro a una mujer ataviada con los escudos de Castilla y de León: representa a España. Dos personajes más la intentan llevar en una u otra dirección. Por la derecha, un personaje vestido con una vieja armadura medieval y tocado con corona obliga a España a caminar en dirección a la monarquía; básicamente es un secuestro. Tras este personaje, el paisaje es desolador: muerte por todos los sitios y, por tanto, la carencia de dos grandes derechos del liberalismo, la vida y la libertad. Todo ello bendecido por la Iglesia. El grito de España ¡pietá, pietá di me! es esclarecedor: el país está pidiendo que se la libere del yugo tiránico y arcaico de los reyes. No solo eso, sino que asocia a la monarquía con el propio demonio, pues el título de la viñeta, Roberto il diávolo, es el de una ópera que en aquel momento era bastante conocida, compuesta tres décadas antes por Giacomo Meyerbeer, que recogía vagamente la leyenda del duque de Normandía del que se decía era el mismo Satán.
A la izquierda de España, una figura femenina tocada con el gorro frigio representa a la república. Esta, con gesto amable, le muestra a España el camino contrario. Tras ella lo que hay es prosperidad: la fábrica muestra el progreso, mientras que los individuos tocados también con el mismo gorro, que simboliza la libertad, y otros con sombrero de copa representan a ciudadanos de distintas clases, pero con mismos derechos, que viven en armonía entre ellos.
La revista predecía otra obra en su texto: La Republica in Ispania, que se iba a representar en cierto coliseo (el Congreso), a la que se auguraba gran afluencia de público y “habrá palos y hasta tiros”. Así fue, en las Cortes los debates sobre la forma de Estado que debía fijar la Constitución fueron frecuentes y los republicanos no desistieron, ni siquiera aprobada la Carta Magna, en su idea de establecer república.