Teorías sobre el origen de la agricultura

Desde los más remotos orígenes del hombre, los grupos humanos se habían caracterizado por una economía basada en la caza y en la recolección Pero, en un momento dado, hacia el 10.000 a.C. –según las evidencias arqueológicas-,  algunos de estos grupos –en concreto los que se encontraban al pie de los montes Zagros y la zona de Palestina- se convirtieron en productores, es decir, se hicieron sedentarios e inician la producción de alimentos (ganadería y agricultura), dando lugar a una nueva etapa, el Neolítico. ¿Por qué justo en ese momento y en aquella zona tan determinada se dio el paso hacia la economía productiva? Esta es la cuestión que varias generaciones de prehistoriadores han intentado resolver, aunque ninguna de las muchas teorías que han dado ha logrado resolverla del todo.

Los prehistoriadores del siglo XIX lo tenían más o menos claro: los hombres descubrieron la agricultura porque la tenían que descubrir de acuerdo a la idea de progreso que en aquel momento imperaba. Evidentemente, esta respuesta no viene a esclarecer nada y, aunque pensáramos que la humanidad estaba destinada a descubrir la economía productora, tampoco explica por qué en aquella zona y en aquel momento.

Uno de los investigadores más importantes de principio del siglo XX, Gordon Childe, fue el primero que dio una teoría elaborada acerca del origen de la agricultura. Conocida como la hipótesis del oasis, este observaba que en la misma época en que surge la agricultura se produce un cambio climático, el paso del Pleistoceno al Holoceno y el final de la última glaciación, que conlleva una desecación del Próximo Oriente. En otras palabras, de un clima húmedo y frio se pasaba a otro seco y caluroso.  De esta manera, la progresiva desertización hizo que las plantas, y por tanto también los animales, se redujeran únicamente a las zonas de ríos y de oasis en donde existía agua suficiente para su crecimiento. Al igual que el resto de los animales, los seres humanos se vieron forzados también a desplazarse a estos lugares y, allí, comenzaron a observar el comportamiento tanto de plantas y animales. Solo era cuestión de tiempo que estos se dieran cuenta de que su supervivencia pasaba por aumentar el número de plantas, en concreto de gramíneas, así como tomar una serie de animales que eran lo suficientemente dóciles como para poder mantenerlos y reproducirlos en un lugar acotado, al mismo tiempo que los protegían de los depredadores.  En otras palabras, un proceso de domesticación.

Esta teoría, que como toda la obra de Gordon Childe inauguraba la prehistoria moderna, fue de gran importancia y solo comenzó a ser criticada en los años cincuenta. Así, R.J. Braidwood formuló la teoría de las zonas nucleares. El problema de la teoría de Gordon Childe era que apenas poseía datos, a diferencia de la investigación de Braidwood. Lo que descubre este es que, en realidad, el momento en el que se inicia la agricultura no corresponde con el momento en que se produce el cambio climático que hemos apuntado antes. Así, este desmonta en buena medida la principal causa de Gordon Childe. En su lugar, Braidwood considera que las especies que eran domesticables se encontraban en una zona restringida que llamó zona nuclear que, en realidad, abarcaba el área del Creciente Fértil. Para este investigador, esta era la zona en que se había iniciado los cambios socioeconómicos después de que los grupos que allí vivían comenzaran a experimentar con las especies que eran potencialmente domesticables. Braidwood, en buena medida, únicamente señalaba dónde y cómo se había iniciado la agricultura, pero no explicaba por qué.

Dos discípulos de Braidwood, K. Flannery y L. Binford, por su parte, sí que intentaron contestar a esta pregunta mediante la teoría de las áreas marginales. Estos, que contaban con un registro arqueológico mucho mayor, ponen de manifiesto que, al final del Pleistoceno, los grupos humanos contaban con un amplio espectro de recursos alimenticios. Así, el Creciente Fértil era una especie de paraíso natural en donde los alimentos estaban al alcance de la mano, por lo que tales grupos no tenían necesidad de inventar la agricultura. De hecho, no la inventaron, porque  estos investigadores observan que es en la periferia de esta zona donde se encuentran los primeros indicios de agricultura.

La explicación, por tanto, es la siguiente: la abundancia de recursos del Creciente Fértil hizo que los grupos humanos aumentaran su tamaño hasta que, en un momento dado, los individuos a alimentar son más que los que el territorio puede soportar. Así, los grupos tienen dos posibilidades: por un lado, establecer un sistema demográfico cerrado, es decir, eliminar población sobrante como ya se había hecho en momentos de carestías. Esta postura implica una persistencia de las comunidades de cazadores-recolectores. Por otra parte, otros grupos habrían optado por un sistema demográfico abierto, esto es, la expulsión de población para que encuentren nuevas áreas con nuevos recursos. Así, estos emigrantes tuvieron que salir de la zona del Creciente Fértil y llegar a zonas marginales en donde los recursos eran inexistentes o escasos. La supervivencia pasaba, por tanto, por intentar establecer en estas zonas plantas y animales de las zonas nucleares, para lo cual tuvieron que idear formas artificiales para su reproducción, es decir, la agricultura y la ganadería.

Wright, por su parte, explicaba el inicio de la agricultura por medio de un nuevo cambio climático. Esta teoría incide en que los cambios en el clima hicieron que las gramíneas emigraran hacia la zona de los Zagros, al mismo tiempo que los seres humanos, ante un clima más cálido, abandonan las cuevas y se establecen al aire libre. Esto hace que estos observen que, en los lugares donde han acumulado desechos –es decir, en sus basureros-, crecían nuevas plantas. Por otro lado, al encontrarse al aire libre, también podían mantener vivos cabritos y corderos como reserva alimenticia, lo que les permitió, más tarde, reproducirlos en cautividad.

En cualquier caso, las hipótesis de la presión demográfica –como la teoría de las zonas marginales que acabamos de ver-, de una u otra manera, ha sido una de las más numerosas frente a las que ponen la causa en el propio medioambiente. Así, en un proceso de causa y efecto, el aumento demográfico por los abundares recursos naturales llevó a la necesidad de aumentar los recursos de forma artificial. Este nuevo aumento de recursos daba lugar a la continuación del aumento demográfico y, por tanto, a buscar nueva tecnología para aumentar los rendimientos, lo que de nuevo permitía que el crecimiento demográfico no se paralizara. Este proceso desemboca, finalmente, en el surgimiento de las civilizaciones hidráulicas junto al Éufrates y Tigris.

Una de las teorías más novedosas basada en la presión demográfica es la de Cohen, a mediados de los setenta. Este pone de manifiesto que el origen de la agricultura no se da únicamente en Próximo Oriente, sino que existen otras zonas primarias en donde se desarrolló de forma paralela y sin ningún tipo de conexión. El caso más evidente es el área de Mesoamérica. La cuestión es que la agricultura surge en todas estas zonas prácticamente a un mismo tiempo, por lo que intentó buscar un factor común a todas ellas: la presión demográfica. Según este investigador, los grupos humanos habían aumentado en número. Dicho de otro modo, que los seres humanos no habían dejado de multiplicarse hasta que, en un momento dado, era imposible que el crecimiento se mantuviera a no ser que se ideara un sistema para producir alimentos de forma artificial.

Frente a las teorías de carácter demográfico y medioambiental, se han sado otras que exponen otros factores como causa. Así, por ejemplo, J. Cauvin considera, según indicios, que lo primero en surgir fue la aldea recolectora al aire libre, que a su vez había llevado a una transformación del sistema ideológico, como se evidencia en las producciones artísticas, así como una innovación de las novedades tecnológicas. De esta manera, la transformación cultural y mental de los grupos al iniciarse el Holoceno llevó simplemente a un cambio socioeconómico.

Como decíamos al principio, ninguna de las teorías parece responder de forma fructífera a la cuestión del origen de la agricultura.  

 

BIBLIOGRAFÍA

BINFORD, L.R. (1968):“Post-Pleistocene Adaptions”, en BINFORD, S. y BINFORD, L. (): New Perspectives in Archaeology, Chicago

CHILDE, V.G. (1954): El origen de la civilización, Fondo de Cultura Económica, México

COHEN, M.N. (1981): La crisis alimentaria en la Prehistoria, Alianza Editorial, Madrid

MOLIST, M. (1992): “El Neolítico”, en CABRERA, V. et al., Prehistoria. Manual de Historia Universal, Historia16, Madrid

Autor: D. Gilmart, publicado el 21 de marzo de 2015

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