La civilización grecolatina
Ardua tarea es la de resumir el mundo clásico en unos pocos párrafos, incluso cuando solo aludamos a los principales hechos históricos: una fría cronología de la historia de la antigua Grecia y Roma. Trabajo necesario, por otro lado, ya que Grecia y Roma son las dos culturas de la Antigüedad de la que más datos poseemos; es más, somos sus descendientes y jamás cayeron en el olvido como demuestra que una y otra vez las miradas europeas volvieron hacia este pasado: el Renacimiento, el humanismo y el clasicismo son solo algunos ejemplos. Sin embargo, ni Grecia ni Roma son semejantes, ya no solo en el devenir histórico, sino en los rasgos culturales. Esto sin contar con que ninguna fue impermeable al cambio y a la influencia de otras culturas que existían en ese crisol de civilizaciones que era el Mediterráneo de la Antigüedad.
1. LA GRECIA ANTIGUA
Grecia es una región relativamente pobre en recursos que va desde la Península Balcánica a las costas de Asia Menor; ambos territorios están unidos por un conjunto de islas, las Cícladas, cuyo mar, el Egeo, lo cierra la isla de Creta. Un relieve compartimentado, difíciles comunicaciones solo salvadas por el mar, y la trilogía mediterránea como protagonista completan esta somera descripción geográfica. No obstante, el territorio griego, la Hélade, va más allá: todo el espacio en donde vivieron los antiguos griegos.
1. 1. El mundo minóico y micénico
En esta tierra nuclear de la península helénica, dos obras de la literatura, la Iliada y la Odisea, a las que podemos sumar la Teogonía y Los trabajos y los días de Hesiodo, algo posteriores, daban inicio tradicionalmente a la historia de los antiguos griegos en el siglo octavo antes de la era. Sin embargo, a principios del siglo XX, los descubrimientos de Troya y la cultura micénica por Schliemann, así como de la cultura minoica en Creta por parte de Evans hicieron retroceder los estudios sobre Grecia al tercer milenio. La cultura palacial de Creta floreció entre el 2500 y el 1400 a. C.; algunos de los mitos, como el del Minotauro, parecen tener su génesis allí. La cultura micénica, en el continente, tuvo su época de esplendor entre el 1600 y el 1200 ocupando también la antes mencionada isla. Mientras los minoicos hablaban una lengua autóctona, estos últimos hablaban una lengua indoeuropea y, por tanto, un arcaico griego. Se trataba, en general, de sociedades principescas —como bien demuestra los micénicos Tesoro de Atreo y la máscara de Agamenón— con un monarca al que se refiere las fuentes, en el caso micénico, como wanax, quien está rodeado de una importante aristocracia basada en talasocracia. Todavía podríamos sumar la civilización cicládica, que se desarrolló entre el 3000 y el 1500, caracterizada por sus estilizadas y abstractas figuras humanas y de la que se posee un exiguo conocimiento.
La crisis del 1200, causada por la llegada de los todavía enigmáticos pueblos del mar, hizo caer las estructuras estatales. Desde el norte, los dorios entraron en la península helénica y las poblaciones que vivían allí iniciaron una huida hacia el este, como demuestran la distribución en época clásica de los diferentes dialectos griegos: jónico-ático en el Ática, el Egeo y las colonias jónicas; el dorio en el Peloponeso; el eólico en Tesalia, Beocia y las Cícladas septentrionales; el arcadio chipriota, último reducto del griego micénico, en Chipre; finalmente, el griego noroccidental.
Grecia iniciaba los llamados Siglos Oscuros, apelativo relacionado con la falta de información, en donde la escritura desapareció, el lineal A y el lineal B. Pese a todo, este periodo es de transcendental interés: en ese tiempo se produjo la génesis de la cultura griega.
1. 2. La Grecia arcaica
Al iniciarse el siglo VIII a. C. las polis ya están conformadas: pequeñas ciudades-Estados de poca extensión territorial; tan solo Atenas, con dominio sobre el Ática, y Esparta, que controló el Peloponeso, son la excepción. Por tanto, Grecia no era una unidad política, aunque compartían rasgos panhelénicos: una cultura y una lengua común, que como hemos visto mostraba claras diferencias regionales, una religiosidad basada en un panteón de dioses similares y que encontraba el nexo de unión en el Oráculo de Delfos y los Juegos Olímpicos.
Una sociedad basada en la esclavitud que diferenciaba entre los hombres libres a quienes habían nacido en la polis, el ciudadano o politai, y los que eran extranjeros (meteco en terminología ática). División que también encontramos en Roma. Los ciudadanos, que conformaban el demos, no era un grupo homogéneo ni a nivel económico ni social y político. La tierra era la principal riqueza y trabajar para uno mismo se consideraba fundamental en la sociedad griega, componiendo cada familia un oikos, que no solo lo formaba la casa y la propiedad, sino también todos los individuos que, como los esclavos, formaban parte de este. Un amplio grupo de ciudadanos eran pequeños propietarios, base del ejército desde el siglo VII, en el que cada uno de ellos debe defender la ciudad integrándose en las falanges como hoplitas. La lanza de acometida y un enorme escudo redondo eran las señas de identidad de estos, lo que daba a todos igualdad en el combate. Aquellos que no poseían tierras y, en gran medida, incapaces de pagar el dicho armamento, conformaban el grupo de los thetes, dedicados a los oficios artesanales. Tan solo en Esparta el conjunto de los ciudadanos muestran igualdad social, son los homoioi, una élite guerrera que sometió a otras ciudades convirtiendo a sus habitantes en periecos y a otros muchos casos en hilotas.
La aristocracia —aristoi—, definidos como grandes propietarios, es la que dirige la política de las polis y, por tanto, lo que existía era un régimen oligárquico. En cualquier caso, la polis posee tres instituciones claves: consejo o Boulé (siguiendo la terminología ática), formado por estos aristócratas. Las magistraturas o arcontado (en origen monarquía), igualmente monopolizado por estos últimos, y la asamblea o Ecclesía en donde participa el demos.
Ya desde el siglo octavo encontramos problemas sociales y políticos en el conjunto de estas polis. Por una parte, la amplia presión demográfica y la división de las tierras entre los descendientes de los propietarios más pequeños acabó con terruños demasiados exiguos como para mantener a una familia. Muchos optaron por vender sus tierras a la oligarquía, que incrementó su patrimonio. Otro problema en el seno de las polis era político: la pretensión de estos pequeños propietarios, que como hoplitas defienden la ciudad, de participar en las decisiones de la polis frente a una oligarquía que monopoliza el poder. Ambas cuestiones constituían una stasis o guerra civil encubierta en el seno de la ciudad.
Respecto al primer problema, se intentó solucionar por medio de la colonización, que se dio entre los siglos VIII y VI a. C. El fin era sacar población de las polis y fundar nuevas en donde los ciudadanos sin tierras pudieran poseerlas. Pese a que mantenían lazos de tipo religioso con las metrópolis, las colonias (apoilia) eran totalmente independientes. Los lugares principales de colonización fueron Sicilia y sur de Italia, la llamada Magna Grecia, en donde destacó Siracusa; los estrechos e islas del norte del Egeo y el Mar Negro; en África fue más raro, aunque debemos mencionar Cirene; en el Mediterráneo más occidental, la Península Ibérica y sur de Francia, su presencia es tardía y, más allá de Marsella, parece más bien una presencia comercial, como Emporion.
En cuanto a la cuestión política y social, se intentó buscar la solución mediante el nombramiento de legisladores con la misión de establecer la isonomía, es decir, la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. Estos legisladores llevaron a cabo la creación o recopilación de leyes por escrito, pero también la regulación del sistema político: sobre la trilogía institucional modificaron las competencias de estos órganos, la elección de sus componentes, así como el tiempo en el cargo. Destacan, entre estos, los legisladores atenienses Solón y Clístenes, cuyas medidas desembocaron en el surgimiento de la democracia en Atenas: la asamblea se convirtió en la institución principal, mientras que las magistraturas y el consejo se abrieron a un mayor número de grupos sociales de ciudadanos. Pero junto a los legisladores y las reformas constitucionales, afloraron tiranías, las cuales eran regímenes sin legitimidad institucional, basadas en la fuerza y en el consenso de una mayoría de la población o de una minoría activa. En principio, estos actuaron como legisladores y tomaron medidas sociales, pero una vez cubiertas estas necesidades su existencia ya no tenía motivo y, por ello, a diferencia de los legisladores, se aferraron al poder con medidas que perjudicaban al conjunto de ciudadanos; no es de extrañar que los tiranos acabaran sus días de una forma violenta. Ninguna tiranía se mantuvo más allá de una segunda generación.
1. 3. La Grecia clásica
En el siglo quinto comienza la época clásica. Es la centuria de Fidias, Sófocles y Pericles, personajes que destacaron en ámbitos artísticos, literarios y políticos respectivamente. Sin embargo, también comenzaba con las Guerras Médicas en las que se enfrentaron los griegos y los persas. La sublevación de las ciudades jonias contra el yugo persa acabó con Atenas prestando ayuda a la ciudad de Mileto. Como consecuencia, el monarca persa, Darío, declaró la guerra a Atenas en el 492, ciudad que en el 490 venció a tales tropas en Maratón. No olvidado por los persas, Jerjes lanzó en el 480 una nueva campaña. Diversas ciudades griegas, entre ellas Atenas y Esparta, se aliaron bajo la comandancia de esta última ciudad. Mientras los espartanos intentaron frenar a los ejércitos persas en las Termópilas, los atenienses evacuaron su ciudad. Estos ponían sus esperanzas de victoria en la enorme flora de trirremes construida en los años anteriores por iniciativa del estratego Temístocles. En Salamina, la flota ateniense se impuso a la persa en ese mimo año. Al siguiente, los griegos se impusieron por tierra también en Platea. La Paz de Calias en el 478 puso fin a la guerra.
La alianza con Esparta se rompió tras la guerra. Atenas inició un periodo de predominio en el Egeo, pues liberó a las ciudades de las costas de tal mar del yugo persa, impusieron la democracia en las mismas y formaron una alianza con estas, la Liga de Delos, con el fin de estar preparados ante una posible futura guerra con los persas. Sin embargo, Atenas se comportó con tales ciudades como un auténtico tirano; el tesoro de la liga, originalmente en la isla de Delos, fue trasladado a Atenas, que se gastó en el embellecimiento de esta bajo la iniciativa de Pericles, elegido estratego entre el 442 y el 429 a. C. Esparta, por su parte, formó la Liga del Peloponeso.
Atenas y Esparta con sus correspondientes aliados iniciaron en el 431 a. C. las hostilidades, poniendo fin al periodo de la Pentecontecia. La guerra, llamada del Peloponeso, pese a que tuvo múltiples escenarios, entre ellas la Magna Grecia, acabó en el 404 con la derrota de Atenas. La guerra arruinó al campesinado ateniense que se trasladó como artesanos a la ciudad, al tiempo que incrementó las posesiones espartanas.
En cualquier caso, el siglo cuarto se presentó como otro siglo de transformaciones en donde las guerras entre las ciudades se hacen incesantes, en concreto entre Esparta, Atenas y Tebas por la hegemonía. En general, parece que las polis llevaron a cabo la reestructuración de sus instituciones, el ejército, las finanzas, administración, etc., para adaptarse a la nueva coyuntura de la centuria.
1.4. Alejandro Magno
En este mismo siglo, en el norte de la península, en donde habitaban gentes poco civilizadas según los griegos del sur, se consolidó el reino de Macedonia bajo el reinado de Filipo II. Este consiguió, de facto, controlar las polis griegas al crearse la Liga de Corinto bajo la jefatura del propio Filipo tras su victoria en Queronea en el 338 a. C.
Fue Alejandro Magno, quien ascendió al trono en el 336, el que llevó a cabo la conquista, gracias a la temida falange macedonia, de Anatolia, Mesopotamia, Egipto y Persia, entre otros territorios. En estas zonas fundó numerosas ciudades que se convirtieron en importantes focos de difusión de la cultura helénica.
Su muerte en el 325 provocó la división de su enorme imperio y la creación de nuevos Estados gobernados por sus generales, los llamados diadocos, no sin numerosos conflictos entre ellos. Los nuevos estados con dinastías bien asentadas fueron el Imperio Seleucida, Pérgamo, Macedonia y Egipto, este último bajo la dinastía de los Ptolomeos. Menos de dos siglos después, la Hélade se convirtió en dominio del Imperio romano.
2. LA ANTIGUA ROMA
La península itálica está rodeada por el Adriático y el Tirreno, al norte la cierran los Alpes. Este territorio tan delimitado es abrupto y sus comunicaciones difíciles en tanto que es atravesada de norte al sur por los Apeninos. Las llanuras, y por tanto donde se puede dar una fértil agricultura, se abren precisamente en las tierras costeras.
2.1. La Roma arcaica
A comienzos del siglo octavo, en la Edad del Hierro, esta península era habitada por toda una serie de pueblos de origen indoeuropeo, al igual que los griegos, pero mucho menos evolucionados al encontrarse más alejados de los centros culturales del Próximo Oriente. Tan solo la misteriosa cultura etrusca, cuya lengua no encuentra tronco común con otras, es la excepción. En cualquier caso, en ese crisol de pueblos, debemos destacar a los latinos, en la zona del Lacio. Entre los diversos asentamientos de tal región, se encontraba Roma, a orillas del Tíber y lugar de paso entre Etruria y Campania, que se vio afectada por dos corrientes culturales: la griega del sur de la península y la etrusca al norte.
Roma se fundó, según la tradición, en el 753 a. C. De acuerdo a las tradiciones más elaboradas, como la de Livio y Virgilio, había sido fundada por Rómulo; este, junto con su gemelo Remo, descendía, nada menos, que de Eneas, único héroe troyano sobreviviente, quien había llegado hasta la región del Lacio. Sea como fuere, con ninguna documentación escrita, a excepción de lo que las fuentes del siglo I a. C. nos trasmiten, las cuales se enraízan en los propios mitos, la historia romana entre los siglos VIII y III se está escribiendo a partir de las fuentes arqueológicas. Los historiadores se debaten entre una fundación ex novo o, por el contrario, y parece al argumento más sólido, la unión de los distintos poblados de las colinas, cuya unidad se observa en la construcción del foro entre el Palatino y Capitolino.
La organización política más temprana fue una monarquía electiva, que la leyenda transformó en la existencia de siete reyes: los cuatro primeros de origen latino o sabino, al quedar este pueblo fusionado con los romanos (Rómulo, Numa Pompilio, Tulio Hostilio, Anco Marcio), y tres de origen etrusco (Tarquinio Prisco, Servio Tulio y Tarquinio el Soberbio). Socialmente, los primitivos romanos se dividían en gens y estas, a su vez, en familias. Las principales de estas conformaban el patriciado. Los paterfamilias de estas, unos cien, constituían la institución del Senado, órgano asesor del monarca y que designaba al nuevo rey tras su muerte. Aparte de esto, los ciudadanos estaban divididos en tres tribus y estas, en su interior, formadas por diez curias que componían los comitia curiata, asamblea que se mantuvo en época clásica para actos religiosos y simbólicos.
En el siglo VII empezó una fase etrusquizante, que se mantuvo en el recuerdo con el origen etrusco de los tres últimos monarcas antes vistos. La historiografía actual, en cualquier caso, descarta ningún tipo de dominio por parte de las ciudades etruscas. En tal fase, además del desarrollo cultural, parece que mejoró la economía y y se consolidó el Estado. Esto último se denota en el mayor papel del rey frente al Senado y la organización gentilicia. Se establece además la táctica hoplita como en Grecia, constituyéndose para ello la división centuriada y los comitia centuriata, para lo que era necesario crear un esquema social nuevo entre los ciudadanos: los proletarios o infra classem, que carecían de recursos para costearse el armamento, y los adsidui que podían asumir el coste e integrarse, por tanto, en las legiones. Los más adinerados servían en caballería, la supra classem, el resto en infantería, la classis. Por su puesto, los peregrini o extranjeros solo podían servir como tropas auxiliares en sus respectivas ciudades y carecían de los derechos de los ciudadanos.
Hacia el 509 a. C., Tarquinio el Soberbio es destronado, nos cuenta la leyenda. En cualquier caso, desaparece la monarquía en Roma en el mismo momento en el que los tiranos griegos están cayendo. En ese momento, la oligarquía, es decir, los patricios, asumen el control de Roma: el Senado toma la auctoritas. Las asambleas de ciudadanos cobran mayor peso político para aprobar leyes. De igual manera, se fue configurando el cursus honorum: cuestores, ediles, tribunos de la plebe, pretores, cónsules y censores, tal y como quedó finalmente recogido en la lex Villia Annalis del 180 a. C. Unas magistraturas basadas en la colegialidad, gratuidad, electividad y anualidad.
Sea como fuere, los siglos del V a III a. C. están presididos por dos hechos. Por un lado, la lucha patricio-plebeya. Por otra parte, la conquista del Lacio primero y, posteriormente, los pueblos de Italia.
Respecto a la primera, ante el control político del patriciado, los plebeyos más pudientes y que se estaban enriqueciendo con el comercio pretendieron entrar en la vida política y por ello hicieron suyas las reivindicaciones del pueblo, que en aquel momento se estaba empobreciendo por las deudas y caían en la esclavitud. En el 494 a. C. tuvo lugar la primera secessio: la plebe abandonó la ciudad. El patriciado cedió y permitió la creación del tribunado de la plebe, con la capacidad de veto al resto de magistraturas y el ius auxilii; también se instituyó el concilium plebis como asamblea únicamente plebeya. Se trataba en toda regla de un Estado dentro del Estado. En los años siguientes, las normas fueron redactadas en doce tablas por dos comisiones de diez miembros, los decenviros, consecutivas. Se permitieron los matrimonios mixtos, y en el 367 a. C. las leyes Liciniae Sextiae permitieron la entrada de plebeyos en el consulado y, por tanto, en el Senado y el resto de magistraturas. La lex Hortensia, en el 287 a. C. convirtió al concilium plebis en la comitia tributa con capacidad para aprobar la legislación y se integró a los tribunos de la plebe el cursus honorum. Se creaba así una nueva nobilitas en donde el patriciado quedó como un mero título nobiliario.
En cuanto a la conquista, esta se realizó tanto por medio militar como por una hábil diplomacia que llevaba a pactos o foedera con las ciudades itálicas e incluso la entrega del ius latii, que suplió a una administración directa por parte de Roma. Sería complejo resumir en este espacio el proceso de conquista, que implicó primero el control del Lacio y de la antigua Liga Latina a la que pertenecía Roma. Tras el Lacio, sucumbieron ante las águilas romanas los pueblos de la Italia central, como ecuos, volscos, etruscos y sabinos. Más esfuerzo costó someter a los samnitas. Más tarde la conquista se dirigió hacia las ciudades griegas del sur, lo que provocó la ayuda a estas del reino de Épiro gobernado por Pirro: las Guerras Pírricas (280-275 a. C.). En ese conjunto de victorias, también hubo espacio para las derrotas: en el 390 a. C. los galos penetraron en la propia ciudad de las siete colinas.
2.2. La Roma clásica
En el siglo III antes de la era, las instituciones romanas estaban ya configuradas: empezaba la etapa clásica que se extiende durante el Alto Imperio. Este siglo, en cualquier caso, está presidido por tres guerras que convirtieron a Roma en una potencia en el Mediterráneo: las Guerras Púnicas, en las que se enfrentó Roma y Cartago.
La primera fue del 264 al 241; comenzó por el apoyo de Roma a Mesina, pero en el trasfondo estaba el control del comercio del Mediterráneo occidental. Acabó con la derrota de Cartago, que tuvo que pagar una fuerte suma pecuniaria a Roma. Esta, además, consiguió sus primeros territorios fuera de Italia: Sicilia, Córcega y Cerdeña configuradas como las dos primeras provincias a cargo de un pretor. La segunda fue entre el 218 y el 201; comenzó con la toma cartaginesa de Sagunto, pero en realidad Roma trababa de frenar la expansión de Cartago en la Península Ibérica y su fortalecimiento. Aníbal consiguió llegar a la península itálica y, por tanto, convertirla en escenario de la guerra, al mismo tiempo que los romanos hicieron lo propio en Hispania. La derrota de Cartago nuevamente permitió la creación de las provincias Ulterior y Citerior en Hispania y el inicio de la conquista de toda esta, aunque sus pueblos resistieron sobre todo en las guerras lusitanas (155- 139 a. C) y las celtíberas (181 – 133 a. C.). Ademas, Roma prosiguió con la conquista de Grecia: desde el Ilírico tomaron Macedonia, cuyo rey, Filipo V, había dado apoyo a Cartago. La derrota de Corinto en el 146 permitió el control de toda Grecia. En ese mismo año terminaba la Tercera Guerra Púnica, iniciada tres años antes, con la destrucción total de Cartago.
2.3. La Tardorepública
En el año 133 a. C. tuvo lugar el tribunado de Tiberio Graco, lo que se asume como el inicio de la Tardorepública, calificada muchas veces como un periodo de crisis. Por un lado, se produce una lucha política entre optimates y populares, así como la entrada en la nobilitas de un amplio número de homines novi. Roma tuvo que hacer frente a la Guerra de los Socii (91 –88 a. C.) ante unas ciudades italianas bien romanizadas que querían ostentar la ciudadanía romana. De igual manera, Roma sofocó las revueltas de esclavos en Sicilia (135 a. C. – 132 a. C.) y la famosa rebelión de Espartaco en el 70 a. C. El amplio imperio que estaba creando Roma –que incluía Asia y Pérgamo, entre otros– provocó el empobrecimiento del campesinado que no pudo atender sus tierras ante las largas campañas militares, algo que resolvió Mario mediante la leva de legionarios entre el proletariado y la financiación del armamento por el Estado. Por otro lado, el sistema político creado para una ciudad no pudo gobernar un imperio, lo que acabó en la prorrogatio de pretores y cónsules en diversas provincias o la alteración del cursus honorum en casos excepcionales, algo que favoreció que personajes como Mario, Sila, Pompeyo o César (conocidos como los imperatores) consiguieran una gran fidelidad entre sus tropas, a las cuales siempre prometieron tierras. Todo esto desembocó en las guerras civiles: primero la que llevó a Sila al poder (88-78 a. C.); luego el primer triunvirato de Craso, Pompeyo y César (59-49 a.C), que acabó con una nueva guerra entre estos dos últimos entre el 49 y el 45 a. C. y el ascenso al poder de César, quien fue asesinado en el 44 a. C. Se formó entonces un Segundo Triunvirato (43-36 a. C.) entre Lépido, Marco Antonio y Augusto. Una nueva guerra civil entre estos dos postreros personajes finalizó en el año 31 en la batalla de Actium con la victoria de Augusto, que ponía fin a la etapa republicana.
2.4. El Alto Imperio
La victoria ponía en manos de Augusto un amplio poder: se iniciaba el Principado. Augusto como hábil político pretendió hacer ver que restablecía la antigua ordenación republicana siendo él tan solo el primer hombre de Roma, princeps. La realidad es que pese a que se mantuvieron las antiguas magistraturas, estas quedaron en la práctica vaciadas de poder; el Senado tan solo aprobaba las normas presentadas por el príncipe y administraba un puñado de provincias que no poseían destacamentos militares; las asambleas ciudadanas desaparecieron. En su lugar, Augusto y sus sucesores crearon un amplio número de cargos, curadores y prefectos, que nombraban ellos mismos. De igual manera, Augusto institucionalizó una nueva organización social, ya latente en la Tardorepública, basada en el ordo senatorial y el ordo ecuestre. Los márgenes del imperio, por otro lado, se ampliaron: Egipto y Judea, la total conquista de Hispania, así como tierras en el Rin y Danubio.
La muerte de Augusto en el 14 d.C. dejó patente el problema de la sucesión que se mantendría en los siglos siguientes: nunca hubo una norma que la regulara, lo que provocó que fuera el ejército el engranaje que permitió en gran medida el ascenso al trono de los nuevos emperadores.
Sea como fuere, durante el Alto Imperio se sucedieron varias dinastías. La primera fue la Julio-Claudia: Tiberio (14-37 d.C.), Calígula (34-41 d.C.), Claudio (41-54 d.C.) y Nerón (54-68). En el 68 tuvo lugar el año de los cuatro emperadores: se enfrentaron Galba, Vitelio, Otón y Vespasiano (69-79). Este último salió victorioso e inauguraba la dinastía Flavia, continuada por Tito (79-81) y Domiciano (81-96). Destaca de esta dinastía la lex de Imperio Vespasiani que recogía los poderes del príncipe. El gobierno tiránico de Domiciano hizo que el propio Senado actuara contra este, lo que daba comienzo a la dinastía Antonina con el senador Nerva en el 96 d.C. Le sucedieron Trajano (98-117), Adriano (117-138), Antonio Pío (138-161), Marco Aurelio (161-180) y Cómodo (180-192). Se caracterizó este periodo por la adopción por parte del emperador de su sucesor. El asesinato de Cómodo y una posterior guerra civil en el 193 elevó al trono a los Severos. Esta nueva dinastía la iniciaba Septimio Severo (193-211), a quien sucedió Caracalla (211-217), recordado por entregar la ciudadanía romana a todos los habitantes del imperio. Le siguieron Heliogabalo (218-222) y Severo Alejandro (222-235). A lo largo de estos dos siglos, las conquistas se multiplicaron: Britania, Dacia, Armenia, Asiria, Mesopotamia, entre otros.
2.5. El Bajo Imperio
La muerte de Severo Alejandro en el 235 abrió la llamada crisis del siglo III en donde se sucedieron constantes guerras civiles y emperadores. Esta situación acabó momentáneamente con la llegada al trono de Diocleciano (284-305) quien montó la Tetrarquía como sistema de sucesión que no llegó a cuajar, puesto que exceptuando a su creador, el resto de augustos y césares pretendieron mantenerse en el poder, lo que acabó en una nueva guerra civil, cuyo vencedor fue Constantino (306-312). Para aquel entonces el cristianismo se había extendido y el nuevo emperador permitió tal religión de acuerdo al Edicto de Milán. Este asumió tal religión y presidió el Concilio de Nicea. No obstante, no renunció al Pontificado Máximo de la religión cívica tradicional. Fue Teodosio quien prohibió esta última religión por medio del Edicto de Tesalónica (379-395). Tan solo Juliano el Apóstata (361-363) quiso resucitar a los antiguos dioses.
En el Bajo Imperio o Dominado, el Imperio romano presentaba características muy distintas a las del Alto Imperio. El comercio empezó a resentirse y las ciudades perdieron población en favor de las zonas rurales. El emperador había asumido un mayor poder del que tuvieron Augusto y sus sucesores. Se abandonaron algunas de las conquistas, como Britania, y se empezó a defender las fronteras, para lo que fue necesario aumentar los impuestos e incluso la creación de una nueva moneda: el solidus. Hacia el siglo IV la presión de los pueblos germánicos en el Rin y el Danubio se incrementó y Teodosio dividió entre sus hijos el Imperio en dos: Occidente para Honorio y Oriente para Acadio. El primero acabó cayendo en el 476 con la destitución de Rómulo Augusto después de que hubieran entrado diversos pueblos germánicos (suevos, vándalos, alanos, visigodos, anglos, sajones, etc.) y se apoderaran del control territorial; incluso los visigodos habían saqueado Roma en el 410. El Imperio de Oriente se mantuvo a lo largo de la Edad Media: el conocido como Imperio bizantino.
3. LA CULTURA
Grecia y Roma dejaron un importante legado cultural que nunca llegó a desaparecer o fue reencontrado con posterioridad. En el arte, triunfaron los tres órdenes clásicos de origen griego, asimilados por Roma con algunas diferencias. De igual manera, toda una serie de tipologías de edificios: templos, teatros, anfiteatros, circos, termas, acueductos, basílicas, puentes, etc. En cualquier caso, fue Roma la que demostró un amplio dominio de la arquitectura. Por otro lado, la filosofía griega, en la que destacan Platón y Aristóteles, inspiró en gran medida no solo a los filósofos romanos, sino a medievales y humanistas. En la literatura, el mundo clásico creó una serie de géneros que se han perpetuado: comedia (como las de Plauto), tragedia (como las Sófocles), poesía lírica y épica, fábula y oratoria, género este último donde destacó Cicerón. También el mundo clásico creó la historia, cuyos principales representantes son Heródoto, Tucídides, Polibio o Tito Livio. Por su parte, la religión cívica, basada en el politeísmo, dio un amplio número de elementos al propio cristianismo; los mitos, por su parte, han servido como inspiración artística hasta el día de hoy. Sin embargo, el cultus deorum es muy distinto entre Grecia y Roma, pese a la similitud aparente, en gran medida porque Roma uso continuamente la interpretatio: asimilar los dioses griegos a los suyos y la asunción de la mitología griega. Más allá de esto, mientras que los griegos nunca poseyeron una jerarquía sacerdotal, los romanos poseyeron una serie de colegios sacerdotales, como el de pontífices, encabezado por el pontifex maximus, que en muchos casos fueron ocupados vitaliceamente por quienes ostentaban las magistraturas políticas. Gracias a las conquistas romanas, el proceso de romanización —nunca impuesto— provocó que el Mediterráneo adquiriera, dentro de las diferencias locales, una cierta homogeneización.
En conclusión, como hemos visto, el mundo clásico se prolongó por un amplio espacio de tiempo, casi doce siglos, con multitud de hechos políticos, cambios sociales y económicos, pero ante todo durante ese tiempo se desarrolló una importante cultura que es la base de la cultura occidental.