Historia Contemporánea

El movimiento obrero

El movimiento obrero surge como consecuencia de una circunstancia concreta, la Revolución industrial, y afecta especialmente al sector menos favorecido de la sociedad, la clase obrera –el proletariado–. Tiene sus orígenes en Gran Bretaña, pues allí fue donde comenzó la industrialización, y se extenderá a lo largo de Europa, conforme el desarrollo industrial vaya avanzando territorialmente, pero con diferencias según cada lugar. Sus inicios fueron clandestinos,  con organizaciones aisladas. Pero el movimiento obrero comenzó a tener cada vez mayor fuerza, con doctrinas como el márxismo y el anarquismo. Éste acabó organizándose de forma supranacional en la Asociación Internacional de Trabajadores, de donde saldrán, además, los partidos socialistas.

LAS CAUSAS DEL MOVIMIENTO OBRERO

¿Por qué fue una consecuencia de la industrialización? Esta trastocó las condiciones de los que hasta entonces habían sido campesinos –o en su caso artesanos–, deteriorando más la vida que estos llevaban, por muy dura que fuera. O, al menos, cambió las relaciones laborales tradicionales. La gran mayoría, migrados a las ciudades –que se convirtieron en el escenario de la división de clases–, se asentaron en nuevos barrios periféricos, muchas veces en torno a las fábricas –y en ocasiones creados por estas mismas– en donde no se contará con una mínima infraestructura urbana. Aparecía, así, una amplia masa de proletarios sin especialización, que tan solo contaba con su fuerza de trabajo. Quedaban, además, desarrapados en la nueva sociedad, puesto que si al principio se identificaron con el campesinado y artesanado, y se apoyaron para conseguir sus reivindicaciones en las clases medias, pronto verán que son algo distinto, que será lo que Marx llame la toma de conciencia de clase.

La Revolución industrial acabó con el antiguo sistema gremial asentado en la tradición –así como la desaparición de muchos oficios artesanales–, pero no vino acompañada de una actuación gubernamental que creara un marco para la nueva situación económica y laboral. De hecho, una de las reivindicaciones será la creación de leyes que regularicen el trabajo, que quedaba en manos de cada uno de los patronos. Los salarios eran fijados por estos a conveniencia, y eran bajados a deseo propio –cuando una de las periódicas crisis del capitalismo hacían reducir los beneficios–, e incluso muchos empresarios no retribuían en forma monetaria, sino en especie, normalmente mediante la cesión de viviendas y de bonos para las cantinas de las propias empresas, con los que el obrero se podía considerar pagado. Los salarios en sí solían ser bajos, y éste era gastado en su práctica totalidad en alimentación, especialmente pan y patatas, siendo este último un alimento que se convirtió en esencial, y que contribuyó a un extraordinario crecimiento de la población en el siglo XIX. Por otra parte, el obrero siempre tenía la incertidumbre de ser despedido en cualquier momento, y en muchas ocasiones las contrataciones se realizaban por días y semanas. Todo ello, sin contar que las horas de trabajo de un obrero podían superar fácilmente las doce diarias, con trabajos sobrehumanos. Del mismo modo, mujeres y niños de corta edad eran contratados con el fin de justificar un salario menor. Quedaban, además, sin ningún tipo de cobertura cuando caían enfermos o sufrían accidentes en sus puestos de trabajo. Aunque tampoco se puede generalizar, y dependiendo de cada uno de los propietarios, la situación de los obreros era diferente.

¿Realmente empero la Revolución industrial el sistema de vida de forma generalizada? La pregunta aún está en debate. Algunos opinan que la industrialización tuvo un carácter benéfico, y lo argumentan en que activó positivamente la población inglesa. Ello parece innegable, pero ¿en qué circunstancias creció esta población? La respuesta es, por parte de otros, que hubo un empobrecimiento generalizado de ésta –mientras unos pocos se habían enriquecido–. El debate de argumentos parece que fue ganado por los más positivistas, aunque pronto nuevos pesimistas insistirán en que, si quizás la clase de los trabajadores no había empeorado respecto al campesinado anterior, el beneficio de la industrialización para la nueva clase obrera fue, sin duda, residual, y que debería de pasar mucho tiempo para que se notara algún tipo de beneficio real.

PRIMEROS MOVIMIENTOS: EL LUDDISMO

Hasta este momento he realizado una breve síntesis de las malas condiciones de vida del proletariado. Pero estudiar el movimiento obrero en su totalidad es demasiado complejo, porque geográficamente Europa no se industrializó al mismo tiempo, ni con la misma intensidad. Si la Revolución industrial había comenzado en Gran Bretaña, parece lógico que fuera allí el primer lugar en que se comenzó el movimiento obrero, que se trasladará al continente al ritmo de la industrialización, pero no del mismo modo. Gran Bretaña es siempre algo distinto respecto a Europa. Allí poseían ya una monarquía parlamentaria desde hacía dos siglos, que en Europa vendrán a partir de las revoluciones de 1830 y 1848, las cuales no afectaron en demasía a las Islas Británicas, en cuanto que allí los adelantos políticos estaban aventajados. Y por otra parte, en cuanto que las reivindicaciones habían comenzado antes, estas fueron conseguidas con antelación, en muchos casos, respecto al resto de Europa. Progresivamente, el gobierno inglés supo siempre ceder a tiempo y evitar revoluciones como las que agitaban al continente.

Comencemos, por tanto, a tratar el nacimiento del movimiento obrero en Gran Bretaña. Las primeras reivindicaciones se pueden encontrar entre 1885 y 1815 –en las ciudades mineras e industriales, principalmente–, coincidiendo con un periodo de escasez y de inflación, que acentuó las malas condiciones de vida. Sin embargo, esas reivindicaciones no tienen un carácter político hasta 1820 –coincidiendo con la primera oleada de revoluciones europeas–, sino tan solo de mejoras laborales. El tipo de protesta se hacía mediante el motín de subsistencia, y que solía ser causado por una subida de los alimentos, lo que ocasionaba hambrunas. ¿Tan solo tenían un carácter económico? Thompson, que ha estudiado este tipo de protestas, lo duda. Opina que en los motines de subsistencia hay una noción de legitimidad, es decir, que los hombres y mujeres creen que están defendiendo costumbres y derechos tradicionales, sintiéndose amparados por esa tradición. Es importante recordar que, en el siglo XVIII, se sigue manteniendo la idea de un Estado paternalista –algo que en este momento estaba ya trasnochado respecto a la realidad–. De acuerdo a esto, se pensaba que lucrarse en exceso con alimentos fundamentales para la subsistencia, como el grano, era algo despreciable. Así, intermediarios, aquellos que almacenaban el grano para venderlo cuando estuviera más caro, o incluso figuraras como el molinero, panaderos o carniceros, eran perseguidos si intentaban lucrarse más allá de lo que se requería para su propio mantenimiento. Thompson pone también de relieve que estas revueltas son una acción popular disciplinada y con unos objetivos claros. Son disciplinadas porque solo se requisa el cereal con precios muy elevados, y se vende a un precio justo, por lo tanto no era un asalto, puesto que el dinero recaudado se entregaba el dueño del cereal.

Había otro tipo de protestas no legítimas, que eran llevadas a cabo por trabajadores agrícolas, que con la desaparición de las pequeñas propiedades a favor de la gran explotación, vivían en unas condiciones físicas penosas. La desesperación y resentimiento canalizó a algunos de estos hacia el pequeño delito, muchas veces en solitario. Se trataba de caza furtiva, robo de productos cultivados, así como de animales. Aunque no faltaron delitos más graves como el incendio de propiedades.

Pero el primer movimiento más amplio fue el conocido como luddismo, que se define, al menos tradicionalmente, como la defensa obrera en contra de las tecnologías, que comenzó a usarse ampliamente hacía 1811 –aunque ya con las primeras innovaciones técnicas, y de forma aislada, se habían producido destrucciones de maquinaria–. El movimiento luddista, como tal, comenzó después de que los trabajadores acudieran a los jueces locales porque los patronos habían rebajado los salarios, los cuales no intervinieron. En ese año, empezaron a aparecer distintos carteles, firmados por un tal Ned Ludd –un supuesto calcetero que fue el primero en romper el bastidor de su telar–, que amenazaban a los propietarios con destruir la maquinaria, produciéndose posteriormente la amenaza. El proceso se concentró entre 1811 y 1816, con una amplia extensión geográfica por Gran Bretaña, hasta el punto que constituyó un problema para el gobierno, que tuvo que estacionar soldados, especialmente en el norte, para defender las fábricas. Fue, además, un proceso selectivo, que en sus primeros años fue muy intenso, con más de 100 telares destruidos, hasta el punto que se decretó la pena capital para aquellos de destruyeran máquinas.

No era algo novedoso el considerar que la nueva maquinaria quitaba trabajo, especialmente a las antiguos artesanos textiles como lo demuestra este texto:

PROTESTA DE LOS TRABAJADORES TEXTILES EN CONTRA DE LAS MÁQUINAS (1786)
A los comerciantes y a los fabricantes de paños, y a todos aquellos que aman a la manufactura textil de este país.

La humilde invocación y súplica de miles de quienes trabajan en las manufacturas textiles.

Está DEMOSTRADO que las máquinas para cardar ha dejado sin trabajo a miles de los que abajo firman suplicantes, lanzándolos a la mayor de las desesperaciones, dejándolos incapaces de mantener a sus familias y privados de la posibilidad de enseñar un oficio a sus hijos; por ello pedimos que se abandone prejuicios y egoísmos, con el fin de que ustedes presten la atención requerida por la gravedad del caso a los siguientes hechos.

El número de máquinas para cardar que se están instalando por doquier a lo largo de 17 millas al suroeste de Leeds, supera todo lo imaginable, pues ¡ya llega a un total de no menos de ciento sesenta! Dado que toda máquina puede hacer en doce horas el trabajo que pueden realizar diez hombres trabajando noche y día (como mínimo), ello significa que una máquina podrá hacer en un día el trabajo para el que se requerirían veinte hombres.

Dado que no queremos afirmar nada que no pueda ser probado, calculamos que si se emplean cuatro hombres para cada máquina durante 12 horas, y sí ésta trabaja día y noche, harán falta 8 hombres para las 24 horas; de esta manera, y en base a un cálculo sencillo, por cada máquina de cardar 12 hombres perderán su trabajo. Dado que se puede suponer que el número de máquinas que hay, conjuntamente, en todos los demás distritos, es similar al de las máquinas que hay en el suroeste, al menos 4.000 hombres se verán obligados a arreglárselas de otro modo para sobrevivir y probablemente terminarán en las listas de pobres, si no se soluciona en breve la situación: calculando que en cada una de las familias ahora sin trabajo un muchacho se podía colocar como aprendiz, ocho mil personas se verán privadas de la oportunidad de procurarse sus medios de subsistencia

Por tanto esperamos que los sentimientos de humanidad inducirán a quienes pueden impedir el uso de estas máquinas a hacer lo posible para frenar esa tendencia que tan negativos efectos tiene sobre sus semejantes.

¿Realmente el luddismo únicamente quería una destrucción para ganar puestos de trabajo? ¿Eran meramente trabajadores ignorantes quienes lo llevaron a cabo como se decía en la época? El texto mencionado argumenta precisamente eso, pero probablemente el luddismo escondía algo más. Es decir, el luddismo usaba como amenaza la destrucción de maquinaria para presionar en sus reivindicaciones¬–. De hecho, Thompson considera que el luddismo tiene un trasfondo mucho más importante, creyendo que supuso un proceso revolucionario clandestino, al mismo tiempo que en Francia se estaba produciendo la Revolución francesa.

Aunque este tipo de actuaciones se apaciguaron, volvieron a surgir, en 1930, en el condado de Kent, bajo el nombre de revueltas Swing, por la firma que esta vez dejaban las cartas en que se amenazaba a los propietarios. Desde allí se extendieron a veinte condados más, donde se asaltaron máquinas trilladoras. No sería el único lugar donde el luddismo surgió como fenómeno. Hechos similares sucedieron en Francia entre 1817 y 1823, así como en Bélgica, Alemania, así como en España –en Alcoy en 1821, y en Barcelona en 1835-.

El luddismo demuestra que existía una importante comunicación entre los obreros, capaz de organizarse para actuar. Pero las primeras agrupaciones, que podemos llamar de tipo sindical, comenzaron en Inglaterra al menos desde 1770 –en ello coinciden Marx y Adams Smith–. En principio se trató, sobre todo, de obreros cualificados que provenían de una tradición gremial. Conforme la industrialización abarcó, el sistema de fábrica facilitó la comunicación entre los trabajadores, que recurrieron en muchas ocasiones a la coacción del patrono y de sus propiedades, lo que hizo que el gobierno inglés prohibiera este tipo de asociaciones en 1799 –no fue el único sitio, el código napoleónico también lo prohibió–, puesto que se temía algún tipo de revolución. La prohibición, quizás, fomentó las actuaciones del luddismo.

A partir de 1820, las reivindicaciones empezarán a tener un tinte político –hasta entonces solo habían sido reivindicaciones laborales–, a la vez que se multiplican las formas de protestas: huelgas, manifestaciones, marchas de parados, ataques a máquinas. Esto hizo ver a la clase política que había que hacer reformas, al menos en Inglaterra, en donde se derogó la ley de 1799, que prohibía las asociaciones de trabajadores. Se reconoció el derecho de asociación, pero para cuestión de salario y la duración del trabajo, es decir, sin reivindicación política. Ello permitirá un amplio movimiento de trabajadores organizados, apareciendo asociaciones como las de Socorros Mutuos en 1824 –lo que permitía a los trabajadores afiliados recibir ayuda cuando caían enfermos–, las Trade Unions –Asociaciones de Oficios– en 1825, que serán una de las bases del posterior sindicalismo. En 1830 se crea la Asociación Nacional para la Protección del Trabajo –que contaba con un semanario «la voz del pueblo–, y cuatro años después se crea la Grand National Consolidated Trade Unión, que sería la primera organización sindical unificada en Gran Bretaña. En 1833, el parlamento aprobaba la primera ley de protección del trabajo, en la cual se impedía el trabajo nocturno y la jornada de ocho horas para menores de trece años.

LOS SOCIALISMOS UTÓPICOS

Pronto empezarán a aparecer texto sobre la miserable vida de los obreros, y se comenzó a llamar la atención sobre la realización de una legislación social que recoja las reivindicaciones de los trabajadores, y que regule las relaciones entre estos y los patronos.

Se desarrollaron diversas corrientes ideológicas, que parten de la idea de justicia del siglo XVIII, las cuales demandaban que se transformaran las instituciones económicas. Serán unas corrientes conocidas como socialismos utópicos, que tenían mucho de moral y poco de realidad. Fueron en muchas ocasiones empresarios, inspirados en la ilustración y en el romanticismo.

Entre estos teóricos se puede mencionar a Robert Owen (1771-1858), que desde su fábrica en New Lanark (Escocia), introdujo reformas para la educación de los niños, subió los salarios, redujo la jornada de trabajo, así como incentivos. No se trataba de tan solo un teórico, sino que, como se puede apreciar, el sistema que proponía fue avalado por su propia fábrica, la cual, además, alcanzó un amplio éxito económico, con el que intentó convencer a otros empresarios, lo cual no consiguió.

Sin embargo, frente a Robert Owen, el resto dieron soluciones meramente teóricas. Fueron en su mayoría franceses, que se inspiraron en la Revolución francesa. Podríamos destacar a Henri de Saint-Simon (1760-1825), uno de los principales teóricos del socialismo utópico. Criticó el sistema capitalista, pero no se plantea la abolición de la propiedad privada, apostando por dejar el gobierno en manos de banqueros y empresarios sabios. Escribió obras como «El sistema industrial» y «El nuevo cristianismo». Respecto al cristianismo, este se interesaría por el movimiento obrero tardíamente, cuando las organizaciones de trabajadores estaban consolidadas. El papa León XIII dictó la encíclica rerum novarum –de las cosas nuevas– en 1891. En ella, entre otros aspectos, se recomendaba la negociación entre obreros y patronos.

Charles Fourier también critica el capitalismo, y se acerca más al cooperativismo, y su idea es formar una red de cooperativas de producción y consumo, a las cuales llama falansterios, que estarían en un marco rural. Proudhon (1809-1865), por su parte, también esperaba una coalición de comunas, y es quizás el principal teórico de este primer socialismo, el cual participó en la vida política francesa. Su principal obra fue «¿Qué es la propiedad?», en la cual contestaba que era un robo, lo que en cierta medida le convierte en una especie de primer anarquista –muchos lo consideran como padre del anarquismo junto a Bakunin y Kropotkin¬–.

También podía citarse a Louis Blanc (1811-1882), que era partidario de que las principales empresas francesas fueran nacionalizadas, y de hecho cuando llegó al poder nacionalizó algunas que tomaron el nombre de Talleres Nacionales, aunque prontamente fue sacado de la política.

Las distintas ideas del socialismo utópico no tuvieron mucho calado por si solas, pero permitieron que muchas de sus afirmaciones fueran penetrando entre los obreros, que eran cada vez más conscientes de la situación en la que vivían, y por tanto la necesidad de organizarse de una forma eficaz para conseguir cambios. Y sobre todo, este primer socialismo inspiró a dos de las principales corrientes del movimiento obrero: el marxismo y el anarquismo.

EL CARTISMO

Mientras, en Gran Bretaña surgía un amplio movimiento que aunaba planteamientos políticos y mejoras laborales. Se empieza a entender que los fines del movimiento no cuajaran sino se alcanzan conquistas políticas –que será lo que posteriormente recoja Marx–¬. Surge, así, el cartismo, llamado de esta forma porque en 1838 una multitud de trabajadores, provenientes de diferentes organizaciones –lo que lo convirtió en un movimiento de masas–, junto con la pequeña burguesía inglesa, envían una carta al parlamento en donde se pedía el sufragio universal, el voto secreto, y que cualquier ciudadano pudiera ser elegido diputados, así como la remuneración de estos –lo mismo que se había pedido en 1830 y posteriormente en 1848 en Europa–. Se recogieron, además, 1,3 millones de firmas que apoyaban a esa carta, que sería rechazada por el parlamento.

Pese al rechazo, el cartismo iría tomando más fuerza, y volvió a repetir el mismo procedimiento en 1842 y en 1848 –década que fue de hambre y empobrecimiento generalizado–, cada vez con un número mayor de firmas recogidas. Y junto a ello se realizaban manifestaciones y huelgas, que no dudaron en ser reprimidas por el gobierno.

Pero, tras la última gran manifestación del cartismo en 1848, éste desapareció después de haber recogido seis millones de firmas. Era un movimiento demasiado heterogéneo como para llegar a acuerdos, y, de hecho, un sector del cartismo, el representado por la pequeña burguesía, siempre rechazó la huelga como procedimiento de presión, mientras que otra gran parte del cartismo observó que el procedimiento de la recogida de firmas tan solo llevaría a que el gobierno y el parlamento rechazaran las propuestas una y otra vez. Pese a ello, quizás el cartismo no fue un fracaso en su totalidad, pues si su desaparición lo fomentó la bonanza económica posterior a 1848, otro de los elementos fue que, poco a poco, la vida política inglesa fue democratizándose.

EL MARXISMO Y EL MANIFIESTO COMUNISTA

No sucedería lo mismo en el resto de Europa, en donde el proletariado observaba con indignación como después de dos revoluciones, la del 30 y la del 48, en la que habían participado activamente, acabaron con dar primero el poder a la gran burguesía, y luego al resto de la burguesía, mientras el resto de la sociedad quedaba al margen de la vida política. De esta forma, en 1848, se era consciente que el proletario –el cuarto Estado como lo definió Marx- debía luchar por su propia cuenta, apareciendo sociedades secretas, así como sociedades mutuales.

Y precisamente esto es lo que en ese mismo año recogió el «Manifiesto comunista» publicado por Marx y Engels, que servirá de guía para el movimiento obrero. Es un texto que contiene la teoría de la autoconciencia obrera, y su principal idea era la de la sociedad supranacional –representada en la famosa frase: «proletarios del mundo, uníos» –. Aporta, en otro lugar, las bases del concepto de democracia socialista y también la idea de partido de los trabajadores.

Marx y Engels eran magníficos observadores de la realidad, de la que extraen que la democracia burguesa era antirrevolucionaria. Consideran que dicha democracia les ha dado la espalda. Para ellos la democracia socialista era la verdadera, y que será impuesta mediante la dictadura del proletariado. En lo que se refiere a partido, se concibe como un instrumento revolucionario, rechazando la idea de una asociación secreta. Se pronuncian a favor de un movimiento de masas, y posiblemente usan de modelo el movimiento cartista.

Así se puede ver en un fragmento del manifiesto comunista, por lo que no se necesita mucho más que comentar:

FRAGMENTO DEL MANIFIESTO COMUNISTA
La revolución comunista viene a romper de la manera más radical con el régimen tradicional de la propiedad; nada tiene, pues, de extraño que se vea obligada a romper, en su desarrollo, de la manera también más radical, con las ideas tradicionales.

Pero no queremos detenernos por más tiempo en los reproches de la burguesía contra el comunismo.

Ya dejamos dicho que el primer paso de la revolución obrera será la exaltación del proletariado al Poder, la conquista de la democracia.

El proletariado se valdrá del Poder para ir despojando paulatinamente a la burguesía de todo el capital, de todos los instrumentos de la producción, centralizándolos en manos del Estado, es decir, de proletariado organizado como clase gobernante, y procurando fomentar por todos los medios y con la mayor rapidez posible las energías productivas.

Claro está que, al principio, esto sólo podrá llevarse a cabo mediante una acción despótica sobre la propiedad y el régimen burgués de producción, por medio de medidas que, aunque de momento parezcan económicamente insuficientes e insostenibles, en el transcurso del movimiento serán un gran resorte propulsor y de las que no puede prescindirse como medio para transformar todo el régimen de producción vigente.

Estas medidas no podrán ser las mismas, naturalmente, en todos los países. Para los más progresivos mencionaremos unas cuantas, susceptibles, sin duda, de ser aplicadas con carácter más o menos general, según los casos:

1ª Expropiación de la propiedad inmueble y aplicación de la renta del suelo a los gastos públicos. 2º Fuerte impuesto progresivo. 3ª Abolición del derecho de herencia 4ª Confiscación de la fortuna de los emigrados y rebeldes 5ª Centralización del crédito en el Estado por medio de un Banco nacional con capital del Estado y régimen de monopolio. 6ª Nacionalización de los transportes 7ª Multiplicación de las fábricas nacionales y de los medios de producción, roturación y mejora de terrenos con arreglo a un plan colectivo 8ª Proclamación del deber general de trabajar; creación de ejércitos industriales, principalmente en el campo. 9ª Articulación de las explotaciones agrícolas e industriales; tendencia a ir borrando gradualmente las diferencias entre el campo y la ciudad. 10ª Educación pública y gratuita de todos los niños. Prohibición del trabajo infantil en las fábricas bajo su forma actual. Régimen combinado de la educación con la producción material, etc.

Tan pronto como, en el transcurso del tiempo, hayan desaparecido las diferencias de clase y toda la producción esté concentrada en manos de la sociedad, el Estado perderá todo carácter político. El Poder político no es, en rigor, más que el poder organizado de una clase para la opresión de la otra. El proletariado se ve forzado a organizarse como clase para luchar contra la burguesía; la revolución le lleva al Poder; mas tanto pronto como desde él; como clase gobernante, derribe por la fuerza el régimen vigente de producción, con éste hará desaparecer las condiciones que determinan el antagonismo de clases, las clases mismas, y, por tanto, su propia soberanía como tal clase.

Marx desarrollaría su ideología en los años siguientes, incluso una vez ya conformada la Primera Internacional. Para Marx el objetivo principal debía ser la transformación del sistema de relaciones económicas. Entro sus muchos escritos cabrían destacar «Crítica de la economía política», y su obra fundamental, «Capital» –el análisis económico más profundo realizado hasta aquel momento–.

Marx siempre parte de la idea del materialismo histórico. Según éste, siempre ha existido una lucha de clases –amos y esclavos, señores y siervos, patronos y obreros–. Esta lucha era el verdadero motor de la historia, y estaba ocasionado por motivos económicos en cuanto que siempre existe unos pocos que habían poseído los medios de producción y otros que habían aportado su fuerza de trabajo. Sin embargo, era en el estadio de patronos y obreros –el de las sociedades industrializadas– cuando el reparto de los que poseían esos medios de producción, y los que solo poseían su fuerza de trabajo –única fuente de riqueza¬–, quedándose los primeros con la plusvalía que los segundos producen, era tan injusto que los segundos tomarían conciencia de clase, convirtiéndose en una cuestión política, los cuales se aunaran para actuar y cambiar la estructura existente. Es decir, se produciría la revolución –organizada por medio de un partido–, tras la cual se impondría la dictadura del proletariado. Después de esta dictadura se alcanzaría una sociedad sin clases, comunista –en su sentido de igualdad–, tras lo cual el Estado podría desaparecer.

LA CREACIÓN DE LA PRIMERA INTERNACIONAL

En los años siguientes a 1848, el proletariado va tomando conciencia de clase, al tiempo que el marxismo se va extendiendo y se van organizando distintas asociaciones, aunque con dificultad, ante la reacción de los gobiernos europeos, que veían en ellas peligrosos focos se insurrección. Aunque es cierto que el grado de persecución se redujo respecto a la década anterior.

La cuestión entre 1848 y 1860 será la de crear una gran asociación de trabajadores que supere cualquier tipo de frontera política. Marx siempre consideró que el movimiento obrero no debía ser algo de un solo país, sino que, acabando con rencores nacionales, todos los trabajadores del mundo debían de solidarizarse entre ellos para conseguir los fines que el proletariado perseguía.

Aunque el movimiento obrero no estaba en toda Europa desarrollado del mismo modo, siendo los sindicatos británicos y las sociedades francesas los principales pilares sobre los que se asentaría la creación de la Primera Internacional, que comenzaron a tener relaciones entre ellas con el fin de lograr este objetivo. En otros lugares, como Alemania, la persecución del movimiento obrero era mucho mayor. Y de hecho, éste se encontraba en manos de intelectuales alemanes exiliados en París, así como obreros de esta nacionalidad que se encontraban trabajando en la capital francesa. Estos organizarían la Liga de los Proscritos, que contaban con un periódico como plataforma, que serán esenciales de ahora en adelante para transmitir las ideas de la lucha obrera. Dicha liga, además, contaba en su seno con la Liga de los Justos, que se había propuesto la liberación de Alemania.

Con motivo de la celebración de la Exposición Universal en Londres en 1861, se tuvo la oportunidad de que asociaciones obreras de distintos países entraran en contacto, que a partir de entonces se reunirán frecuentemente, hasta que culminó en la creación de la Primera Internacional. En 1863, distintos sindicatos ingleses invitaron a representantes de trabajadores franceses para una manifestación conjunta en defensa de la independencia polaca. Era la primera vez que los obreros organizaban un gran acto supranacional. En 1864, se volvió a realizar otro mitin conjunto en Londres, que será precisamente cuando se adopta una propuesta francesa para crear distintas secciones en cada país europeo, que estarán dirigidas por un comité central, que estará en Londres. Ese mismo año fue elegido ese comité central, que redactará los estatutos de de la nueva asociación. Marx tendrá un papel decisivo en este trabajo, en donde impondría gran parte de sus ideas.

Entre 1864 y 1867, el trabajo fundamental fue la organización de ésta, trabajo que no era fácil, con una lenta implantación geográfica de la Internacional, que contó, muchas veces, con reducidos grupos de apoyo en algunos países, especialmente porque los gobiernos usaron todas las herramientas a sus alcancen para impedir su extensión. Fue esencial los enviados que la Internacional realizó a estos países para poner en marchas las distintas secciones. Pero ante estos problemas de tipo gubernativo y organizativo, existía otro más profundo en el interior de la propia Internacional. Esta había sido creada con una multitud de asociaciones que no tenían las mismas ideas, ni compartían el marxismo, que fue la principal ideología de la Internacional. Pero además de estas distintas ideas, por una parte los países no estaban representados en porcentajes parecidos, sino que fue Francia la que aportó la gran mayoría de los afiliados, y por tanto la base de ésta. Junto con estos, se podrían destacar los afiliados suizos y belgas.

Además, en ella había desde trabajadores de antiguos oficios, los de nuevas fábricas, estudiantes e intelectuales, lo que hacía que no todos tuvieran la misma visión de los problemas.

La internacional hará cada año un congreso en distintas ciudades. En el congreso de Bruselas y Basilia, se insiste en el papel de los huelgas, aunque el propio Marx considera que el movimiento no estaba todavía maduro como para afrontar una huelga general. Se declararán a favor de la colectivización de las tierras, minas y transportes. Sin embargo, los gobiernos europeos responderán mal contra esto, y cuando comiencen las primeras huelgas, las represiones llevarán a que se produzcan muertos que se convertirán en los mártires de la Internacional. No le será fácil a ésta a partir de 1868.

LA DIVISIÓN DE LA INTERNACIONAL: EL ANARQUISMO

Pero no solo los impedimentos de los gobiernos harán difícil la actuación de la AIT, sino las disputas en el propio seno de ella. Como ya se ha comentado, la composición de los miembros de la Internacional era bastante heterogénea, y sus principales dirigentes provenían de situaciones distintas, con diversos modos de alcanzar los objetivos. El principal problema, especialmente, provendrá de dos ideologías confrontadas, la marxista y la anarquista. Marx y Bakunin protagonizarán amplios y acalorados debates que acabarán, finalmente, con la expulsión de los anarquistas de la Internacional.

Bakunin defendía un concepto de libertad que exaltaba el papel del individuo en la sociedad –mientras que el marxismo estaba encaminado más a considerar el conjunto del proletariado–, y para alcanzar esa libertad consideraba que era necesario unas condiciones de igualdad de todos los tipos, que solo se alcanzaría mediante la desaparición del Estado –se oponía, por tanto, a la dictadura del proletariado–. Tampoco consideraba que debiera existir una organización centralizada del movimiento, puesto que esto se consideraba opresión. La revolución debía producirse de forma espontanea.

Sus ideas se establecieron especialmente entre el campesinado, en lugares poco industrializados, como sucedió por ejemplo en algunas zonas de España e Italia. Y en muchas ocasiones, de forma paralela, llegarían a los distintos países enviados de la Internacional tanto de corte marxista como anarquista, que establecieron sus respectivas ideologías, lo que conllevaría disputas entre ambas en las distintas secciones –o creándose secciones distintas en un mismo país–.

Pese a ello, hasta 1871 los choques entre ambas ideologías no fueron un gran problema, puesto que existían otras cuestiones. Sin embargo, a partir de ese año, con la Comuna de París –que convirtió durante unos meses a la capital en un Estado independiente–, hicieron que los gobiernos europeos recelaran, aún más, de la Internacional. Consideraba que ésta era la que se encontraba detrás de la Comuna –algo que era totalmente falso–. A partir de ahora, la Internacional será perseguida, aunque consiguió seguir dando evidencias de fortaleza, pero demostró su desunión.

De acuerdo a la ideología anarquista, Bakunin consideraba que el comité central atentaba contra la independencia de las secciones. Prefería una Internacional con rasgos federales, con una menor influencia y control del comité. Y tampoco estaba de acuerdo con la creación de partidos políticos, al rechazar la existencia del Estado. En el congreso de La Haya, celebrado en 1872, la escisión de la Internacional se hizo patente. Los anarquistas fueron expulsados, los cuales realizaron una Internacional paralela en el congreso de Ginebra –Confederación Internacional Anarquista–, la cual adquirió una organización federal.

No sería los únicos que abandonarían la Internacional, otros tantos lo hicieron al no adaptarse bien al marxismo –al final Internacional y marxismo fueron la misma cosa–, como las Trade Unions británicas, el italiano Mazzini, y los Proudhonistas. En Alemania, en donde existía una Asociación General de Trabajadores Alemanes desde 1863, dirigida por Lasalle, acabaría éste enfretando con Marx, al llevar una política de pacto con el Estado, e incluso defendió la actuación de Bismarck en la unificación alemana

Perseguida en Europa, la Asociación Internacional de Trabajadores se trasladó a Nueva York. Pero en Estados Unidos la situación de los trabajadores no atravesaba los mismos problemas que en Europa, por lo que no tuvo apenas implantación allí. Por otra parte, el comité central se encontraba demasiado lejos como para dirigir el movimiento obrero europeo. En 1876, en un último congreso en esta ciudad, se disolvió. Pese a ello, el movimiento no finalizaría, el cual siguió los preceptos marxistas, creando partidos socialistas obreros, los cuales, según argumento el propio Marx en sus últimos años, deberían alcanzar el poder por vía parlamentaria. Por otra parte, opuesto al marxismo, continuó el anarquismo abriéndose camino.

LA SEGUNDA INTERNACIONAL

En los años siguientes a la descomposición de la Internacional, se fueron creando distintos partidos socialistas, como el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) en 1875 en el congreso de Gotha. Pablo Iglesias fundaba el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en 1879. El Partido de los Trabajadores Socialistas en Francia y el Partido socialdemócrata Danés en 1880. Les siguieron el Partido Socialdemócrata Holandés, el Partido Obrero Belga, el Partido Obrero Socialdemócrata Austriaco, el Partido Socialista Sueco, la Federación Socialdemócrata Inglesa, entre otros. Y en 1893, en Gran Bretaña, el Independent Labour Party, y en 1906 el Partido Laborista, que agrupó distintos grupos socialistas y sindicatos –las Trade Unións–.

Estos partidos, decididos a una actuación común, consideraron crear la Segunda Internacional, que se fundó en París en 1889, coincidiendo con otra Exposición Universal, y con el primer centenario de la Revolución francesa.

Como se puede ver, la II Internacional era una reunión anual de partidos socialistas, que además se caracterizó por la descentralización respecto a la anterior Internacional, y que aceptaba el sistema democrático. Destacaron en esta Segunda Internacional el SPD alemán, cuya organización fue la base para el resto de los partidos, así como la inclusión del feminismo, y la igualación de los derechos de la mujer respecto al hombre, en donde destacó el secretariado Internacional de Mujeres Socialistas, que promovió, a partir de 1911, la celebración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora el 8 de marzo. Se constituyo, también, la Federación Internacional de Juventudes Socialista con sede en Viena de forma permanente.

En 1890, con motivo de la fundación oficial de la II Internacional, se acordó realizar una jornada de reivindicación de las ocho horas de trabajo, que tuvo lugar el 1 de mayo. El éxito que alcanzó –que demostró la fortaleza del movimiento– hizo que a partir de entonces cada primero de mayo se realizara dicha celebración. Los partidos socialistas europeos se consolidaron como fuerzas de gran importancia en sus respectivos países, al tiempo que los gobiernos tuvieron que tomar nota, ahora más que nunca, de que había que realizar cambios.

Pero el marxismo también fue revisado en estos años de la Segunda Internacional. Destaca en ello, Bernstein, quien acabó siendo expulsado del marxismo por considerar que no hacía falta derrocar a la burguesía. A ello se le unió otro debate más, ¿realmente había que alcanzar el poder por vía parlamentaria? La gran mayoría de los partidos socialistas consideraron que esa era la línea que había que seguir, al irse democratizando, en mayor o menor grado, la vida política de muchos países. Sin embargo, otros consideraron que había que continuar con el marxismo más puro, manteniendo la vía revolucionaria. Especialmente ello era seguido en los países en donde no existía posibilidad de llegar al parlamento, ya sea por existir sufragios censitarios, o por qué directamente no existiera un parlamento de representantes como sucedía en la Rusia zarista, la cual mantenía el absolutismo. La postura de los marxistas rusos era que solo podían llegar al poder por vía revolucionaria.

Por otra parte, existirá una separación entre la parte política del movimiento y las reivindicaciones laborales. Mientras los partidos socialistas prestaron más atención a conseguir diputados en los parlamentos, se fundaron sindicatos, que se encargaron de las reivindicaciones de los trabajadores y de actuar mediante huelgas y manifestaciones, lo que hizo que tuvieran mucha más extensión entre los obreros, que los veían mucho más cercanos a ellos. Comenzó, así, una separación entre partido y sindicato –a veces con desacuerdos entre ellos–. En ocasiones, los sindicatos prefirieron mantener la vía revolucionaria, rechazando el parlamentarismo, como lo hizo la Confederación General del Trabajo, fundada en 1902.

Al mismo tiempo, el anarquismo puso en entredicho las actuaciones de sindicatos y partidos socialistas. Una parte del anarquismo pasó a defender una vía violenta, y renegaba de los partidos marxistas. Un paradigma de la influencia del anarquismo se encuentra en España, en donde se fundó la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) en 1911.

La Segunda Internacional acabó prácticamente desaparecido tras la Gran Guerra, al fracasar en su intento de evitarla y unir a todos los trabajadores para que no fueran al frente, además de sufrir una nueva escisión tras la formación de la III Internacional o Komintern por parte de la URSS. Pese a ello, el movimiento obrero acabó el siglo XIX bien consolidado, y desempeñará un importante papel en los años 20 y 30 del siglo XX.

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