La Segunda Guerra Púnica: el final de la guerra y la paz
En el 216 a.C., Aníbal ya llevaba nada menos que dos años en Italia. Derrotó en multitud de ocasiones a las legiones romanas, sin que existiera prácticamente una victoria de estos que se pudiera considerar tal. Hasta ese momento, casi toda la acción bélica de importancia se había producido en suelo italiano, pero la batalla de Cannae, donde fueron derrotados una vez más los romanos, fue un punto de inflexión en una guerra que empezaba a durar demasiado. A partir de ese momento, la guerra se internacionaliza, es decir, aparecen nuevos escenarios bélicos fuera de Italia que serán decisivos en el transcurso de la guerra.
Aníbal continúa en Italia
Las legiones romanas fueron, básicamente por un milagro, salvadas en la derrota de Cannae, en donde Aníbal obtuvo una victoria que, si no se tradujo en una merma de las fuerzas enemigas, fue una victoria estratégica. La superioridad mostrada por el púnico provocó que un buen número de aliados itálicos se pasaran al lado cartaginés: los samnios, varias ciudades de Apulia y algunas de Campania se encontraban entre estos «traidores». Capua, sin duda alguna, fue el mayor golpe moral que los romanos pudieron recibir, puesto que tras la Urbs, esta era la ciudad más importante de Italia. Sus habitantes debieron pensar que ya era hora de recuperar su independencia y convertirse en una potencia en Campania. En el sur, solo las colonias griegas continuaron siendo fieles a Roma, mientras que en el norte de la bota italiana únicamente las colonias y Placentia y Cremona resistieron, después de que el ejército de la Galia Cisalpina fuera aniquilado. El centro de Italia, sin embargo, siguió siendo fiel a Roma, así como las colonias que eran romanas, que mantenían posiciones estratégicas decisivas.
No sabemos si Aníbal quería atacar a la propia Roma como muchos han pensado. Quizás el objetivo fundamental era un debilitamiento de la Urbs que hiciera que esta no fuera un peligro en el futuro. De esta forma, el dominio que Roma había establecido en el Mediterráneo central se transferiría a Cartago.
Tal y como se puede observar, la cosa no pintaba en este momento bien para Roma, pues Aníbal tenía ahora centros en donde abastecerse sin dificultades, a cambio de que este les sacudiera del yugo romano. Pero tampoco el general cartaginés tenía las cosas fáciles, ya que tuvo que dividir su ejército en dos partes: uno al norte y otro al sur, puesto que Roma seguía controlando férreamente el centro de Italia. A ello se le unía que, pese a las cuantiosas perdidas de soldados romanos, Roma seguía siendo capaz de recomponerse y de abrir nuevos frentes gracias a su extensa red de colonias que salpicaban toda la península. Aníbal, por su parte, veía más complicado el reabastecimiento de hombres, pues la dificultad para que estos llegaran a la península era manifiesta si tenemos en cuenta, como veremos ahora, que Sicilia seguía en manos romanas, mientras que la ruta para llegar a Italia desde Hispania era impensable, puesto que los romanos controlaban ahora el norte del Ebro.
Tras la derrota de Cannae, Roma buscó todas las medidas posibles para cambiar el curso de la guerra. No pensó en ningún momento en rebajarse a la altura de su enemigo –el Senado ni siquiera se planteó la posibilidad de rescatar a los prisioneros romanos que habían sido tomados tras la batalla–. La mayoritaria parte del Senado que mantenía una postura tradicional presentó las derrotas romanas como un claro ejemplo de la incapacidad de los lideres populares. Así, esta parte del Senado volvió a tomar las riendas de la dirección de la guerra que se vio materializada en el nombramiento de Fabio Máximo como dictador, quien ya había tenido un importante papel al comienzo de la guerra. Vuelto a estar al frente de las legiones, Fabio Máximo impuso su estrategia, la cual se basaba en entretener a Aníbal sobre un territorio que contaba cada vez con menos recursos. De esta forma, los púnicos se desgastarían as sí mismos. Esta fue la estrategia que se aplicó y la que continuó más tarde Fabio Buteo, familiar del anterior Fabio y también nombrado dictador.
En cualquier caso, esta estrategia debía ser llevada a cabo con otra serie de medidas. De lo contrario, Roma también acabaría desgastada. De esta forma, los dirigentes romanos se afanaron por mantener el optimismo de la población. Para ello, se evitó cualquier medida de duelo, los ritos religiosos se multiplicaron –incluso se usaron algunos ritos bárbaros– y Fabio Píctor viajó hasta el oráculo de Delfos con el fin de traer algún mensaje relevador de la victoria romana.
Se tuvo también que sanear las finanzas públicas para poder hacer frente a todos los gatos. Con este fin se duplicó el impuesto sobre la propiedad y se echó mano de los empréstitos. Todo ello permitió el reclutamiento y equipamiento de nuevas legiones. Se ocupó de esto último Marco Junio Pera, que tuvo incluso que alistar a jóvenes de diecisiete años, así como conformar dos legiones de esclavos. Incluso los delincuentes encontraron cabida en el ejército. Nada menos que diecinueve legiones que debían abrir nuevos frentes. Roma llegó a tener en los años siguientes hasta 250.000 hombres en pie de guerra.
Planificada la actuación, el principal foco al que había que prestar atención era Campania, en donde la ciudad de Capua se había unido al bando cartaginés. La importancia de recuperar Capua y la Campania era evidente si entendemos que se trata de una de las más ricas regiones de Italia. Mientras estuviera en poder de Aníbal, además de obtener los valiosos recursos para sustentar a su ejército, podría utilizarla como base marítima para el desembarco de contingentes procedentes de Cartago. No obstante, la realidad es que esto último no se iba a producir nunca, puesto que el gobierno de Cartago nunca fue partidario de enviar más apoyos a Aníbal –por mucho que a este le pesara–, lo que contribuye a que pensemos que Cartago no tenía ningún interés en conquistar Roma. El objetivo, por tanto, era el de mantener ocupada a esta en su propio territorio. En todo caso, Roma no podía saber eso y el peligro allí estaba. Campania quedó rodeada a lo largo de tres frentes por las legiones romanas para evitar cualquier acceso o salida de ella. Toda la región quedó prácticamente rodeada por las legiones para evitar cualquier acceso o salida. Fue necesario para ello abrir tres frentes allí. El territorio campano acabó siendo recuperado de norte a sur por los romanos, especialmente Capua –más bien por prestigio que por una imperiosa necesidad–. Esta última fue acosada de forma constante desde el 215 al 211. Nada pudo hacer Aníbal por ayudar a la ciudad, pues el cónsul Fabio y, más tarde, su hijo únicamente realizaban incursiones rápidas y sin peligro. Aníbal tuvo que abandonar definitivamente Campania.
A partir de aquel momento, Aníbal perdió toda su ventaja, pese al intentó para que las ciudades griegas del sur se independizaran, al igual que intentó la toma de Nápoles para obtener la salida al mar –por si en algún momento la requiriera, algo que no sucedería por la propia actuación en Hispania de Cneo Escipión–. No logró ninguno de los objetivos. Es más, los romanos recuperaron el Samnio, Lucania y Apulia.
Los otros escenarios de la guerra
Si en el 215 Roma volvía las tornas hacia una situación más favorable hacia ella en el territorio itálico, una multitud de éxitos fuera de ella vinieron a dinamitar también la propia estrategia de Aníbal. En ese mismo año, la isla de Cerdeña fue recuperada–su población, anteriormente bajo el poder púnico, se sublevó tras los primeros triunfos de Aníbal–. Esta isla en manos cartaginesas era un peligro evidente para los romanos, así que, pese a la caótica situación, estos enviaron a T. Manlio –el mismo que veinte años antes había conquistado la isla–, quien logró vencer en tan solo dos encuentros a los púnicos Asdrúbal el Calvo y Magón Barca, así como al indígena Hampsicora. La derrota púnica vino también acompañada de una perdida de la flota. Desde aquel momento la isla estuvo en manos romanas, aunque siempre hubo un temor a volver a perder su control, pero su importancia hizo que se prefirieran sacrificar dos legiones, que podían luchar en los frentes itálicos, para asentarlas en la isla.
Si una isla era salvada, otra estuvo a punto de perderse: Sicilia. Desde el primer momento de la guerra, Roma intentó proteger la isla, aunque la llegada de la guerra socavó las medidas que se habían tomado para la protección de esta. Los púnicos, por su parte, mediante la diplomacia intentaron que el rey de Siracusa –la ciudad más importante de la isla–, por aquel entonces Hierón, se pasara a su bando. El viejo rey no lo hizo, pese a que una parte de su corte así lo quisiera. Precisamente, en el 215, el rey murió y fue sustituido por su inexperto nieto, Jerónimo, que prontamente fue convencido por esa parte de la corte para que firmara una alianza con Cartago. En el 214, cuando una revolución en la ciudad acabó con la muerte del rey y su familia, Roma reforzó las tropas que ya tenía asentadas en la isla, ahora bajo el mando del cónsul M. Claudio Marcelo. No obstante, la revuelta no pudo ser usada por los romanos, pues en Siracusa se proclamo una república que dio su apoyo a Cartago, y el gobierno cartaginés envió un ejército para apoyar a la ciudad.
Si todo ello ocurría en el Tirreno, otra guerra comenzaba, de nuevo, en el Adriático en el año 215. Se trata de la llamada primera guerra macedónica que duro hasta el año 205, pero que básicamente no tiene ningún tipo de relación con la púnica. Fue tan solo una maniobra de Filipo V de Macedonia para recuperar el protectorado que Roma mantenía sobre Iliria, aprovechando las caóticas circunstancias de Roma. Filipo llegó a realizar una alianza con Aníbal que, por las fuentes, no parece que llegara a materializarse en la realidad. Roma, además, supo prontamente de esta alianza, así que envió al pretor Levino con una escuadra que venció a Filipo, pese a que este logró en los años siguientes poner en peligro el dominio territorial de la región del protectorado.
Pero si hubo un escenario decisivo en la guerra, este fue Hispania. Desde el comienzo de la guerra, Roma tuvo la intención, y así lo hizo, de enviar sus legiones, al mando de Publio Cornelio Escipión, al lugar donde se encontraba el ejército de Aníbal, es decir, Hispania. El azar hizo que el púnico llegara a Italia, pero el general romano persistió en la idea de atacar en Hispania. La misión recayó en el hermano de este, Cneo Escipión, que llegó a la griega Emporiae en el 218. Allí se enfrentó con Hannón, que defendía los territorios del norte del Ebro, el cual resultó derrotado, al mismo tiempo que daba un primer paso para conformar una base de operaciones en la Península Ibérica. No era fácil, en todo caso, establecer un territorio hispano bajo el dominio romano, puesto que las muchas tribus que habitaban al norte del Ebro desconfiaban tanto de púnicos como romanos. Pero la diplomacia llevada a cabo por el romano permitió que, finalmente, estas tribus apoyaran a Roma en la guerra contra Cartago. Al año siguiente, Cneo Escipión se enfrentó en la desembocadura del Ebro con Asdrúbal, que se saldó con una victoria naval romana. No fue ni mucho menos decisiva, puesto que el general romano prefirió no continuar hacia el sur, pero si que le permitió comenzar a fortalecer el dominio romano en la actual zona catalana.
El hermano Cneo Escipión, el ya mencionado Publio Cornelio Escipión, llegó con refuerzos, como procónsul, al año siguiente, una vez recuperado de la derrota de Trebia. Ambos hermanos se dirigieron de nuevo hacia el Ebro, en donde se enfrentaron de nuevo con un Asdrúbal que también había recibido nuevos contingentes procedentes de Cartago. La intención de este último era la de llegar a Italia, pero fue derrotado. Los Escipiones vieron abierta la posibilidad de llegar al sur peninsular, en donde mediante la diplomacia se logró que muchos de los pueblos explotados por los cartagineses se revelaran contra estos. Aníbal, en todo caso, había conseguido en esta fecha la victoria de Cannae, pero los nuevos contingentes que le hubieran hecho falta fueron desviados hacia Hispania. Aquí, Cneo y Publio Escipión resistieron sin prestar combate, puesto que, ante todo, prefirieron la diplomacia, que llegó incluso a la propia África.
El fracaso de Aníbal
Aníbal tuvo que desplazarse hasta el sur de la península itálica. Allí estableció su base en la ciudad de Tarento, la cual fue entregada tras negociaciones, pero sin que una guarnición romana abandonara su ciudadela. Aníbal quedó prácticamente aislado en el sur.
En el 212, Capua fue ya sometida a un asedio en toda regla. Por mucho que esta ciudad pidiera ayuda a Aníbal, las campañas que este envió a la ciudad fracasaron. Aníbal, que intentó llegó a la ciudad sin existo, se dirigió hacia Roma con el fin de que, asustados, depusieran el sitio. Así, Aníbal se presentó ante la ciudad de Roma. Pero los generales romanos sabían que era imposible la toma de la Urbs y, de hecho, el caudillo púnico ya lo conocía incluso cuando todo su potencial estaba intacto. El sitio no fue levantado y Aníbal se dirigió de nuevo al sur, mientras Capua se rendía. Los dirigentes capuanos fueron condenados y los privilegios de la ciudad rescindidos.
Pese a la fortuna, todo no eran buenas noticias: los Escipiones en Hispania, tras siete años de victorias, encontraron la muerte, lo que hizo que se perdiera prácticamente la totalidad del territorio ganado en siete años. Efectivamente, en el año 211, ambos hermanos son derrotados en sendas batallas y muertos por Asdrúbal, Magón y Asdrúbal Giscón. Estas derrotas, que debieron tener lugar entre el Guadalquivir y el Ebro, se produjeron ante todo por un cambio en los apoyos indígenas que fueron desfavorables para las tropas romanas. Por suerte, las tropas sobrevivientes, al mando de Lucio Marcio, volvieron al norte del Ebro, donde se logró mantener el dominio gracias al apoyo indígena.
Pero, a estas derrotas y a la victoria sobre Capua, podemos sumar una victoria mayor, pues los romanos lograron la caída de Siracusa después de que en el 213 se hubiera enviado a Marco Claudio Marcelo a Sicilia, pese a que un ejército púnico había tomado la ciudad de Agrigento, la segunda más importante de la isla. En el 211, Siracusa se encontraba ya en manos romanas y el ejército púnico derrotado. La isla quedo totalmente pacificada en el 210.
Se nota que en este momento el número de legiones decreció, sobre todo porque las arcas estaban vacías e incluso las doce ciudades latinas se negaron a seguir aportando contribuciones. Italia estaba agotada, pero la antigua Liga Latina con Roma a la cabeza estaba dispuesta a expulsar a Aníbal de la península. Los propios dioses iban a aportar los fondos necesarios para sostener la guerra: se tomaron los recursos económicos que los templos guardaban en su interior.
En el 210, Roma había conseguido recluir a Aníbal en el sur, de donde este ya no saldría nada más que para retornar a Cartago. No obstante, Roma todavía sufrió derrotas como la que en ese año protagonizó el cónsul Fulvio Centúmalo, quien murió en el frente. Pero, en el 209, Roma volvió con toda su potencia, bajo el mando de los cónsules a Cunctator y Fulvio Flaco.
Mientras todo ello ocurría en Italia, Roma consideró que ya era hora de volver a potenciar el frente hispano. De esta manera, el pueblo eligió a un nuevo Escipión, el joven hijo del cónsul vencido en Ticino. Se trataba de Publio Cornelio Escipión que, por su edad, no poseía los requisitos del cursus honorum para recibir, nada menos, que un imperio proconsular. Pero posiblemente sus apoyos y clientelas supieron desempeñar una buena campaña publicitaria que hizo creer que los éxitos de su padre y familiares se materializarían también en él para salvar a la patria. De esta forma, en el 210, el procónsul llegó a Ampurias con un nuevo ejercito que se asentó en Tarraco –que más tarde se convirtió en la capital de la provincia Citerior–. Al año siguiente, en una acción relámpago, en donde el joven general supo combinar las tropas terrestres y marítimas, logró nada menos que tomar Cartago Nova –la principal ciudad púnica en el territorio hispano– y un rico botín. Como repercusión, una multitud de tribus indígenas se prestaron a firmar una alianza con los romanos.
Por su parte, los cónsules del 209 tomaron la italiana Tarento, lo que produjo que Aníbal se trasladará a Bruttium. Las ciudades del Samnio que seguían siendo fieles a Aníbal fueron también ocupadas.
Pero Italia no estaba mi mucho menos que recuperada y los problemas pueden surgir en cualquier momento. En el 208, los dos cónsules, Marcelo y T. Quinctio Crispino murieron, por un tropiezo con Aníbal en Venusia. Ello descabeza al Estado romano, aunque nada que no pudiera solucionarse, claro está. Pero esto coincidía cuando se recibió la noticia de que Asdrúbal, hermano de Aníbal, había conseguido escapar del cerco de Escipión en Hispania y se disponía a cruzar los Alpes. De nuevo, Roma tuvo que aumentar el número de legiones, un total de veintitrés. Varias de ellas se enviaron al norte para hacer frente a Asdrúbal, que había conquistado ya la Cisalpina. El objetivo ahora era proteger las vías de penetración al centro de Italia.
Asdrúbal envió correos a su hermano para que se dirigiera al norte por el Adriático. Claramente, los púnicos querían agrupar sus fuerzas en un único ejército. Los romanos, para su fortuna, se hicieron con dicho mensaje y los cónsules del 207, Marco Livio Salinator y Claudio Nerón, supieron actuar con rapidez. Los movimientos de tropas que ambos ordenaron llevaron a que Asdrúbal cambiara su itinerario. Escogió seguir el curso del Metauro, un terreno pantanoso que desconocía y donde le esperaban dos legiones romanas. Su ejército fue destrozado y su cabeza lanzada al campamento de Aníbal.
Otro hermano de Aníbal, Magón, también intentó alcanzar Italia desde las Baleares. Desembarco a la altura de Génova, pero tras vagar dos años por Liguria y la Galia fue derrotado, y se marchó a Cartago, la cual no volvió a ver, puesto que murió en el trayecto.
Para aquel entonces, Escipión estaba socavando los restos del dominio cartaginés en Hispania. De hecho, el motivo por el que los dos hermanos de Aníbal se dispusieron a enviar sus tropas a Italia fue precisamente porque vieron perdido todo el territorio hispano. Escipión había penetrado desde Cartago Nova hasta el valle del Guadalquivir, en dodo obtuvo la victoria de Baecula, cerca de Bailén. Se trata de unas de las más legendarias victorias romanos que hizo que, incluso, las tribus indígenas otorgaran el título de rey a Escipión, algo que rechazo como buen romano. Solo Giscón y Hannón, enviado este último para sustituir a Asdrúbal, se atrevieron desde ese momento a continuar resistiendo en la península desde Lusitania.
Escipión llega a África y Aníbal también
Aníbal acabó por retirarse a Bruttium, para mejorar su defensa, donde consiguió sobrevivir varios años hasta que, en el 203, el gobierno de Cartago le solicitó que volviera a África. No era para menos, la guerra se había trasladado a África gracias al buen hacer de Escipión. Una vez destrozado el poder cartaginés en Hispania, Escipión volvió a Roma para ser elegido cónsul para el 205. Su plan previo era acabar la guerra en el propio terreno enemigo. De esta forma, una vez elegido cónsul, recibió la provincia de Sicilia desde donde podría trasladarse a África.
Tras destrozar desde esta provincia, más si cabe, el precario estado de Aníbal, Escipión uso la diplomacia para conseguir que los dos reinos númidas en África –Masaessyli, al oeste; y Maessyli, al este– pactaran apoyar a las tropas romanas. Pese a la división entre ambos reinos y la alianza que uno de ellos tenía con los púnicos, Escipión logró el ansiado compromiso con los dos Estados africanos. Después de un primer desembarco en el 205, el cuerpo del ejército de Escipión llegó en el 204 a Utica. Al haber finalizado el mandato de este como cónsul, lo hacía ahora, de nuevo, como procónsul de la provincia de África. El principal objetivo era aislar a Cartago. Los cartagineses, asustados, pactaron un armisticio con el general romano, pero este no estaba dispuesto a cumplirlo por mucho tiempo. En la campaña del año siguiente, en el 203, Escipión derrotó a buena parte de las fuerzas cartaginesas que estaban apoyadas por unidades celtíberas, lo que le permitió básicamente llegar hasta las murallas de Cartago. El Senado púnico intentó en este momento firmar una paz que le permitiera sobrevivir, aunque por otra parte se solicitaba a Aníbal que volviera. La paz no llegó desde luego a firmarse, en especial cuando unos embajadores romanos fueron asesinados. Además, Aníbal acababa de llegar a África, lo que suponía una nueva esperanza para Cartago.
El general púnico se hizo fuerte en Hadrumetum. Desde allí se movió hacia Zama, pero sin lograr evitar que las tropas de Escipión se cruzaran en su camino. Aníbal, que sabía que difícilmente podría derrotar a los romanos, intentó la negociación con Escipión, pero no llegaron a ningún tipo de acuerdo. Se procedió, de este modo, al enfrentamiento entre ambos ejércitos en el 202. El ejercito de Aníbal quedó totalmente destrozado, aunque él logro escapar en solitario.
La paz y e fin de la guerra
El senado cartaginés ya no tenía ninguna otra posibilidad que solicitar la paz. Una paz que iba a ser mucho más dura que la anteriormente negociada, puesto que Escipión estaba ahora en disposición de solicitar cualquier cosa. Entre las condiciones que se les imponía estaba la de impedir sobrepasar el territorio que Cartago poseía antes de la Primera Guerra Púnica. No podría, tampoco, negociar con ningún Estado del Mediterráneo, ni tampoco con los propios Estados africanos, a no ser que se consultara previamente a Roma. Cartago debía pagar 10.000 talentos en 50 años y entregar cien rehenes.
El Senado romano y el cartaginés ratificaron la paz en el 201. Escipión, después de reorganizar también el reino de Numidia en manos de un único rey, Massinisa –por sus servicios a Roma–, volvió a Roma en donde se celebró su triunfo y se le entregó el sobrenombre de «Africano». A partir de entonces fue conocido como Escipión el Africano.
Roma era ahora la potencia indiscutible del Mediterráneo occidental. Sus dominios se habían expandido por Hispania, mientras que su capacidad de decisión se expandía ahora por África. A Roma le esperaba ahora una importante política exterior. Pero, ante todo, resolver nuevos problemas interiores que surgen como consecuencia de esa ampliación del territorio. El llamado imperialismo romano, independientemente de las causas que este tuviera –pues los historiadores todavía no comparten una única idea– comienza en este momento. En todo caso, el siglo II va a ser un momento de cambio que desembocará en la llamada República tardía a partir del 133 a.C.