La escultura griega

Si algo debemos destacar por su desarrollo en el conjunto del arte griego –podríamos decir esto mismo para la totalidad del arte clásico- es la escultura. En pocas palabras, se puede definir por el realismo, perfección y belleza. Claramente, estas características se alcanzan en el periodo clásico del arte griego, después de un periodo anterior de innovación en el cual, sin embargo, se observa ya los rasgos estilísticos –de hecho no se puede decir que hubiera ningún cambio en este sentido- que definen a toda la escultura griega.

La escultura griega comienza de una forma rudimentaria, al igual que en otras tantas culturas del Próximo Oriente y Egipto –de hecho estuvo influenciada tempranamente por estas-, y se va perfeccionando hasta el punto que supera a toda la escultura hasta entonces conocida en el Mediterráneo. Como todo inicio, se va de un arte abstracto hasta lograr reproducir la realidad. Una realidad, en el caso del arte griego, que no busca representar al ser –al menos hasta el siglo IV a.C.-, sino que idealiza al ser. Así, por ejemplo, como veremos, no se trata de representar a un determinado atleta, sino a la concepción que se tenía de lo que debía ser un atleta.

¿Y qué es lo que se representa? Si nos remontamos a tiempos pasados, a la propia Prehistoria, observamos en las primeras representaciones, independientemente del soporte y su significado, que es el medio natural, concretamente los animales, el principal motivo de representación. Poco a poco, el hombre comienza a figurar en estas representaciones hasta que, finalmente, en Grecia, el hombre se convierte en prácticamente el único ser representado. Tampoco es de extrañar. El hombre, como pregonaban sus filósofos, es la medida de todas las cosas. Grecia esta plagada de hombres libres, y sus dioses, que son los que son representados en las esculturas, tienen aspecto de hombres o de mujeres. Diferencia significativa con las otras culturas antes señaladas en donde los entes divinos, en la mayoría de las ocasiones, tienen aspecto animal, y sus gobernantes, como los faraones, poseen una condicional divina que los ensalza por encima del resto de sus vasallos.

La importancia del hombre, por tanto, hace que los escultores, al igual que los propios filósofos, estudiaran el cuerpo en una multitud de vertientes, que repercutieron en un conocimiento anatómico de este por parte de los artistas.

Antes de nada, ¿cómo conocemos la escultura griega? Muchas de estas obras nos han llegado, en un grado mayor o menor de deterioro, hasta el momento presente. Pero, otras tantas, que incluso mencionan las fuentes clásicas, se han perdido con el tiempo –o no han sido halladas, todo puede ser-. Algunas de estas, por suerte, las poseemos en copias posteriores –normalmente de origen romano-. Las que si han sufrido la mayor perdida han sido las que fueron realizado en bronce –para nuestra desgracia se puede fundir y reutilizar-, puesto que no fue el mármol el único material que se utilizó como a veces da la impresión.

Por otra parte, incluso las obras que se nos han conservado, jamás podremos contemplarlas tal cual lo hicieron los griegos. No porque muchas estén fragmentadas o fuera del contexto original, sino porque a todas ellas les falta un elemento fundamental: el color. Exactamente, los griegos nunca contemplaron el color natural de la piedra, puesto que todas ellas estaban policromadas. Tan solo pequeños pigmentos de estos colores, la gran mayoría solo a vista de microscopio, permiten al investigador conocer como era una estatua original. ¡Quién le iba a decir a Miguel Ángel que, de haber vivido en tiempos de los griegos, debería haber pintando su bella escultura del David!

El periodo arcaico

Poco es lo que se conoce de la escultura prearcaica, es decir, anterior al siglo VII. Hasta nosotros han llegado tan solo algunas muestras de pequeñas esculturas que funcionaban como exvotos, con un carácter muy estilizado. A partir de este siglo, el periodo arcaico, hasta el siglo sexto, conocemos que existieron esculturas en madera llamadas xoana, que posiblemente estuvieran recubiertas por planchas metálicas. La piedra sustituyó a la madera, y pronto se empezaron a usar la piedra caliza y el mármol, materiales que existían en cantidad en Grecia y no por la nobleza del material.

Leones de Delos

Leones de Delos

En esta escultura arcaica vamos a encontrar una amplia influencia oriental, tanto características escultóricas como modelos propiamente dichos. Así, por ejemplo, en Delos encontramos una larga avenida de leones, que recuerda a las esfinges egipcias –como las de la gran avenida que une Luxor y Karnak-, la cual termina en un templo dedicado a Apolo. En Naxos, además de en otros lugares, encontramos una esfinge, que servirá, más tarde, como modelo de la Nike alada, y que tiene ciertamente un carácter oriental. Además de ello, las estatuas que representa a hombres, como las que veremos a continuación, tienen una pose, con pie adelantado y brazos pegados al cuerpo que, inevitablemente, tienen una influencia egipcia.

Esfinge de Naxos

Esfinge de Naxos

Destacan en el periodo arcaico unas estatuas que reciben el nombre de kuroi. Estas representaban a atletas, pues debemos recordar que los Juegos Olímpicos se remontan hasta el inicio, o incluso antes, del arcaísmo. Aparecían estas estatuas sonriendo con los labios cerrados y largas cabelleras. Los brazos están pegados al cuerpo como en la estatuaria egipcia, y los pies están adheridos al suelo –la estatua requiere de puntos de apoyo o, inevitablemente, se fragmentará por su propio peso-. Mantienen la ley de la frontalidad, es decir, si dividimos la estatua en dos partes de forma vertical, observaríamos que ambas son prácticamente idénticas.

Kuroi

Kuroi

Se trata de un tipo de estatua de gran rigidez, pues, al igual que en Egipto, mantiene la forma del bloque en donde se había realizado. Dicho de otra manera, el escultor comenzaba realizando la talla por cada uno de los lados del bloque hasta que finalmente todos estos lados quedaban unidos. Esto hace que solo tengan cuatro vistas, pero indudablemente la vista principal es la frontal.

Estos kuroi de los que hablamos representaban a los atletas victoriosos y, por tanto, personajes reales. Pese a ello, todas estas estatuas tienen unos mismos rasgos. La única manera de conocer a la persona que representaban era por la inscripción con su nombre.

Korai

Korai

También había representación de mujeres mediante este mismo modelo. Eran las korai –uno de los mejores ejemplos es el exvoto de Nicandra en Naxos-, que a diferencia de los personajes masculinos, aparecen vestidas con un jitón –larga túnica ceñida-, la cual aparece representada con una multitud de pliegues. Suelen portar en sus manos algún elemento y, además, con alguno de sus brazos realizan alguna posee distinta –como llevarse la mano a la cadera-, aunque siempre dentro de la rigidez.

Artemisa de Corpu

Artemisa de Corpu

El templo, como obra de arte, también es ornamentado con esculturas. En las metopas se colocan relieves, en donde no suelen aparecer más de tres personajes y, como no, adaptado al tamaña y a la forma de esta. Al igual que los frontones, cuya forma triangular hace que las representaciones deban adaptarse –no obstante, el primer tímpano que conservamos de esta antigüedad, el del templo de Artemisa en Corpu, no se adapta totalmente al espacio-, aunque no se trata de relieve sino de bulto completo. Siempre son temas recurrentes de lucha o adoración, en donde el héroe o el dios aparecen en la posición central. El resto del espacio se dedica a las estatuas que representan a muertos o moribundos en los temas bélicos y adoradores en el caso de los segundos. Como sucede con las estatuas antes ya comentadas, estas primeras estatuas monumentales mantienen la ley de la frontalidad, como se puede ver en el ejemplo anteriormente comentado, en donde la Gorgona –monstruo femenino que cualquiera que la mirara a los ojos quedaba petrificado- aparece en actitud de correr pese a que no se observa el movimiento. La parte superior de la cintura está representada de forma frontal mientras que las piernas aparecen de perfil. Una posición irreal e imposible.

En el siglo VI comenzamos a conocer los nombres de escultores que gozaron de fama –de hecho, se pueden reconstruir escuelas escultóricas-. Se observa que la estatuaria ha avanzado bastante hacia lo que será la escultura clásica. Además aparecen nuevos modelos como, por ejemplo, estelas funerarias en donde destaca la de Aristion, cuyos rasgos anatómicos mejoran considerablemente, y soldados sobre caballo como el Caballero Rampin. Entre las novedades también debemos destacar el Moscóforo –personaje representado con un becerro en sus hombros-. La Hera de Samos adapta la figura humana a la forma de columna –entre la mucha de las teorías que se ha dado, quizás se deba a que en origen fueron realizadas en madera y, por tanto, se mantuvo la forma de árbol pese al uso de otro tipo de material-. Y de las esfinges se crea la Niké alada como la realizada por Archermos de Quios.

En cuanto a la escultura monumental de finales del siglo VI, Anténor realizó una Gigantomaquia y una Adoración para los frontones oeste y este del templo de Apolo en Denfos, cuyo orden sería imitado posteriormente.

La transición hacia la estatua clásica

Entre la escultura arcaica y la clásica se denota un periodo de transición que se corresponde con la primera mitad del siglo V. A lo largo de este periodo las figuras comienzan a adquirir gestos propiamente humanos, pero manteniendo la llamada serenidad clásica, propia de los dioses. Dicho de otra manera, la estatua aparece imperturbable. Las figuras adquieren modeles naturalistas idealizados. Esto se plasma en movimientos naturales y una representación basada en la anatomía real del ser humano –donde destacó las escuelas peloponésicas como muestra el templo de Zeus en Olimpia-. No obstante, no hay un gran avance en la expresión psicológica, y sus deseos únicamente se observan por sus gestos.

Es también en este momento cuando los kuroi y korai desaparecen como modelo, cuyos últimos ejemplares se hacen en Atenas –cuya escuela tuvo amplia influencia-, en donde se denota también esta transición, como los Apolos Choiseul, Onfalo y Kassel, así como un Apolo realizado, o eso se cree, por Calamis, cuya copia se encuentra en el Museo de Nápoles.

Son modelos también de transición el grupo escultórico que fue encargado por Atenas para conmemorar la caída de los Pisistrátidas, el cual fue llamado tiranicidas y, que llevado a Persia por Jerjes y más tarde recuperado, se encargaron otros que actualmente se encuentra en los Museos de Nápoles y Estrasburgo. Se observa en estas obras que el frontalismo ya no está presente. Y más allá del Ática, el Alxenor de Naxos, el Pritaneo de Tasos y el templo de la diosa Afaia en Egina muestran una composición que prácticamente se puede decir que es clásica. De hecho, en este último, cuyo uno de sus frontones se realizó diez años después a la fecha en que se realizaron, el 490 a.C. se observa a como en poco tiempo se consiguió el modelo clásico por excelencia.

Se nota esta transición también en la Magna Grecia en donde el templo de E Selinonte recuerda al ya mencionado de Zeus en Olimpia, aunque se observan mayores rasgos arcaicos. Y es en Sicilia donde se hizo famoso Pitágoras de Samos por su capacidad, o eso se dice, para esculpir nervios y tendones, cuya máxima obra, o eso se cree, es el Auriga de Delfos. También de esta escuela, llamada greco-italiana, es el Trono Ludovisi, en el cual se presenta el nacimiento de Venus.

En cualquier caso se observa que en estas estatuas el pelo todavía es plano y los pliegues de la ropa caen demasiado rígidos.

El periodo clásico

En la segunda mitad del siglo V comienza una nueva época para la escultura griega que tendrá un gran centro, Atenas, la cual se llena de artistas. En este momento desaparece ya los convencionalismos arcaicos y se denota el uso del escorzo y el contraposto. Todas las esculturas cuidan la anatomía y el movimiento. No obstante, deberemos realizar dos divisiones diferentes, que tiene que ver, ante todo, con la temática.

La temática deportiva ahora puede expresarse de una multitud de forma. Las técnicas escultóricas lo permiten ahora. Si antes era el mero atleta de pie, ahora estos estarán realizando diversas actividades. Destaca, por ejemplo, las obras de Mirón, que realizó el famoso Discóbolo. No obstante, se trata de unos movimientos sin violencia. Así, en el Discóbolo, el lanzador se encuentra tomando energías. En realidad no se está mostrando en movimiento, sino en un movimiento potencial. Y en todo caso, observamos poca dureza en los planos como se observa el Diadumenos y el Efebo Westmacott –este último una copia del original-.

Pero no se está buscando representar la realidad, sino que ante todo es la belleza lo que interesa. Se esculpen dioses, héroes o atletas idealizados, y se considera que estos deben ser bellos y agradables a la vista. Esta belleza se ve traducida en el número y en las proporciones tal y como alegaban los pitagóricos. En ello destacó Policleto, de la escuela de Argos como Mirón, que fue un gran teórico del cuerpo humano. Cada parte del cuerpo debía tener unas dimensiones concretas de acuerdo al conjunto del mismo, aunque no se nos han conservado dichas proporciones, al menos de una forma escrita. Afortunadamente, se pueden deducir gracias a sus obras, como la del Doriforo, la gran obra de este escultor, que representa bien su teoría. Se trata de un joven marchando de forma acompasada y armoniosa. Si tomamos medidas, se observa como la altura de la figura es siete veces su cabeza. Es decir, nos encontramos ante la proporción ideal de este artista que, desde luego, no fue la única. También Vitruvio nos recogió las que se consideraban proporciones perfectas –incluidas en la arquitectura-, las cuales fueron representadas por Leonardo Da Vinci en su famoso Hombre de Vitruvio.

Observamos en la última obra mencionada de Policleto –al igual que en otras como el Diadumeno-, que cada una de las partes de la estatua: brazos, piernas, tórax y abdomen son autónomos. Es decir, frente a la ley de la frontalidad que dividía la estatua en dos mitades verticales similares, ahora se va a utilizar el contraposto, en donde cada una de las partes del cuerpo va a tener su propio movimiento. Por regla general, aparece una de las piernas fija en el suelo y la otra se adelanta; los brazos son libres para realizar su propio movimiento, mientras la cabeza mira hacia un lado. Así, el contraposto impide la rigidez. A veces, incluso, como sucede en la obra del Doriforo, el propio cuerpo se encuentra arqueado.

No obstante, la mayoría de las obras de la segunda mitad del siglo V, como esta, no están pensadas para ser observada desde más de un punto de vista, de acuerdo a la tradición que viene desde el arcaísmo. Se sigue manteniendo un punto de vista principal, y no para que pueda ser contemplada en toda su circunferencia.

En cuanto a las figuras femeninas, estas, pese al aire de feminidad, siguen una musculatura propia del hombre. Así se ve en la Hera de Policleto que se estableció en el Hereo de Argos. En este caso el contraposto se rompe, puesto que para equilibrar la estatua se usa una columna, uno de los recursos que será muy frecuente. El contraposto, en todo caso, es mucho más sencillo usarlo en bronce, ya que, al pesar menos, no se debe jugar tanto con las fuerzas y los apoyos.

Fue Fidias el mayor de los escultores de esta época, del cual se conservan todavía una multitud de obras. Pero su gran obra fue toda la estatuaria del Partenón. Claramente, no realizada por él en su totalidad, pues tuvo que manejar a una multitud de artista bajo su dirección. Los dos frontones, las metopas –aunque no todas son de la misma época- y el gran friso que rodeaba la cella estuvieron realizados bajo su dirección. En los frontones se observa como se ha conseguido adecuar la combinación al espacio. La composición es perfecta y existe una expresión psicológica de cada una de las figuras, así como un movimiento natural de estas. Pero siguen siendo figuras de bulto. Y la anatomía es tan perfecta que incluso en los animales, en este caso en el friso, incluso se pueden observar venas y tendones.

Pero su obra por excelencia, que se ha perdido, fue la Atenea Prómacos, que, dentro de la cella y realizada en bronce, medía nada menos que quince metros de altura.

Fidias también fue un maestro en la combinación de materiales mediante la técnica acrolitica, como en el caso de la Atenea Area de Platea, que sobre un maniquí de madera, placas de mármol y oro daban lugar al cuerpo y vestido de la diosa respectivamente. Y también la técnica criselefantina, pero esta vez con marfil y oro, en el caso de la Atenea Pártenos. De la misma manera el Zeus del Santuario de Olimpia, del que tampoco se conserva nada más allá de imágenes en monedas. En general, el estilo de Fidias se notó más allá de su vida

Del maestro Fidias salieron todo un elenco de discípulos que alcanzaron también fama, como Alcámenes, creador del Hermes de Propíleo, el Ares Borghese, el Discóbolo del Museo del Vaticano, la Afrodita del Museo de las Termas y, posiblemente, los Guerreros de Riace en bronce.

Pero también después de Fidias se comienza a observar una tendencia a la exaltación y el movimiento impulsivo como se observa en el friso del templo de Apolo en Figalia. La calma de las figuras típicas de esta época cede en el siglo IV hacia un mayor frenesí. Así Escopas supo destacar en sus esculturas sensualidad, nostalgia, desesperación, deseo, como ocurre por ejemplo en su Ménade o el Meleagro. En general, el dramatismo fue propio de este autor así como de la época. No obstante, la Venus de Milo mantiene en su rostro la serenidad propia de los dioses pese a ser una obra de este siglo o incluso posterior. Sigue manteniendo el idealismo del siglo V.

Efectivamente, la calma de los dioses o héroes cede ante una mentalidad nueva ante estos, que quedan más humanizados. Ahora son prácticamente hombres y van a estar representados realizando acciones comunes. Se representará lo vulgar, lo costumbrista y, como hombres, la ira y lo pasional, lo indigno y cualquier otro sentimiento aflora ahora en los rostros –es el naturalismo-. Qué hay de heroico de un Apolo, como el de Sauróctonos, matando un lagarto. O un Hermes de Lisipo ajustándose una sandalia. O que la Venus de Cnido, realizada por el famoso Praxíteles, aparezca desnuda –algo inusual y que quizás fue la primera vez que se hizo-, aunque justificado por el acto del baño que está llevando a cabo. Un acto casi inapropiado para una diosa.

Este último artística, Praxíteles, supo, por otra parte, convertir el frio mármol en el calor de la piel humana. Usa el esfumato, es decir, los tránsitos de luz y sombra, gracias a desniveles a lo largo de la escultura, que se aprecia ante todo en el cabello, que ya no será plano. Pero la representación desnuda de la mujer, que hasta ahora siempre iba vestida, tiende también hacia la representación de la anatomía femenina, bien lograda ya en el caso de la masculina anteriormente. No obstante, siguió siendo común que la mujer apareciera vestida –o en su caso semidesnuda- como la Demeter de Cnido y la Artemisa de Gabies del mismo autor ambas. La vestimenta también cambia, las figuras femeninas aparecen con un gran manto sobre túnica larga y ceñida. Pero incluso lo femenino, al menos en este autor, se impone sobre lo masculino como en el Apolo de Sauróctonos.

No obstante, las escuelas del Peloponeso siguió preponderando lo masculino, aunque ciertamente las figuras masculinas son más esbelto como se aprecia en el Efebo de Anticitera, quizás de Eufranor. Lisipo, por otra parte, realizó un nuevo canon, en donde ahora la cabeza se reduce, siendo esta una octava parte de la altura. Esto se observa en el Joven Agias y el Apoxiomenos. Estas estatuas no juegan con el movimiento efectivo, sino con el movimiento interno. Pero ante todo, muchos autores como Lisipo rompen el frontalismo –de ejemplo las anteriores obras- para darnos diversas visiones de la estatua según se va girando en torno a ellas –se llama a esto estereometría-.

También comienza a adquirir importancia el retrato privado, es decir, la representación fiel de una persona real. La estatuaria ya no será monopolizada en exclusiva por héroes y dioses. Ya antes se habían realizado algunos, como el de Pericles por Crésilas. Sera de nuevo Lisipo quien destacará en los retratos, quien se convirtió e el retratista de Alejandro Magno. Realizó de este un retrato ecuestre, aunque se ha perdido más allá de una copia de un pequeño tamaño que actualmente está en el Museo de Nápoles, aunque si que conservamos diversas cabezas de Alejandro realizadas por este. No era extraña la moda de los retratos. Nos acercamos hacia el helenismo, en donde ya se ha perdido el carácter cívico y de comunidad de los ciudadanos. Estos son gobernados ahora por poderosos políticos o reyes –el paradigma es Alejandro-, que deben destacar por encima del resto y dejar su impronta. Y no solo estos, filósofos, poetas y literatos de alta alcurnia conseguirán también ser esculpidos, tal y como hizo Demetrio con Platón. Lo más común fue el busto, aunque Sófocles, Sócrates y Demóstenes aparecen de cuerpo entero y de pie –aunque también los hay sedentes-.

En general, cualquier particular que se lo pudiera permitir, podía ser ahora representado. Muy común del siglo IV fueron las estelas sepulcrales en donde se presenta al difunto despidiéndose de la vida terrena.

El helenismo

Tras Alejandro Magno, la civilización griega se expande gracias a las conquistas de este. Esto repercute en un cambio en toda la cultura helena. Prevalece esta, no se puede negar, pero recibe una multitud de aportes del mundo oriental. Esto se nota, en el caso del arte, en la monumentalidad, cuyo uno de los máximos ejemplos es el Coloso de Rodas, una de las Siete Maravillas de la Antigüedad, perdida en la actualidad.

La escultura griega se expandió sobre todo a los territorios conquistados por Alejandro, pues muchos fueron los artistas que, junto con los ejércitos, se desplazaron. Pero estos escultores caerán también en el anonimato, puesto que prácticamente no conocemos ningún nombre de escultor en esta época. Además, estos escultores no presentan ya características propias para poder considerar que varias obras pertenecen a única mano. Ante todo la imitación se impondrá.

Pero no se puede considerar que esta época sea de decadencia. Todo lo contrario: se supera incluso a las obras de la primera mitad del siglo IV. Siguiendo la tendencia de este siglo, predomina lo real, y lo ideal queda a un lado. Esto muestra también un cambio de las costumbres sociales, que para muchos han entrado en el punto de la depravación. Los placeres lo son ahora todo y los sentimientos desbordan al ser. Incluso la vejez es puesta de manifiesto y todo lo que se consideraba anteriormente como grotesco: obesos, enanos y enfermos.

Pero también la religión cambia, se realizan sincretismos entre la oriental y lo griego. Así, Zeus y Amón se comparan como una misma deidad que es representada acordemente. Afrodita se convierte en un símbolo de sensualidad y, más allá del amor, parece que esta diosa es ahora la lascivia personificada. No es de extrañar que el tema orgiástico, en donde no podía faltar Dionisos, tome gran fuerza. Incluso la violencia más pura es representada como en el Pugilista sentado, en donde su rostro, incluso antes de entrar en combate, mantiene toda la rabia con la que se arrojará sobre su oponente.

Escopas y Lisipo son los grandes maestros a los que hay que imitar y mejorar. Pero el naturalismo alcanza aquí realmente su perfección, pues la anatomía ahora es presentada de una forma perfecta, casi incluso el interior de la piel se puede observa. Destaca en esto el Hércules Farnesio. Y de la misma manera el vestido se logra admirablemente, como se puede observar en los maravillosos pliegues de la Victoria de Samotracia.

Las escenas además se complican y las composiciones, casi pictóricas, toma más viveza que nunca, en donde las estatuas se mezclan entre el paisaje. Así, el Toro farnésico, en el Museo de Nápoles, tuvo que se realizado por dos escultores Apolonios y Tauriscos. O el grupo de Laocoonte realizado por Agesandros, Polidoros y Atenodoros –de la que se dice que tiene tal representación del dolor que incluso es sobrehumano-.

Pero si hemos dicho que los placeres, en especial la violencia, se muestran en los rostros, esto va a estar también de acorde con la nueva tendencia filosófica del estoicismo. Esta corriente, que considera que todo sentimiento es perjudicial para la razón, hará que el reflejo de la serenidad sea el reflejo de la razón y la civilización. Esto es lo que ocurre en los relieves del Altar de Pérgamo, en donde los dioses se mantienen en una actitud serena, puesto que representan al hombre civilizado –la razón-. Los gigantes, en cambio, que representan a los barbaros, se encuentran retorcidos de dolor, sufren y sienten miedo.

Esta escultura helenística es la que ante todo va a ser imitada en Roma, aunque también con unas características particulares.

Autor: D. Gilmart, publicado el 31 de agosto de 2012

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