Los puentes romanos

Melancólico paisaje es el que crea un viejo puente de piedra, cuyos sillares, desgastados por el trascurrir de los siglos, transmiten sensación de solidez y perennidad. Testigos de tiempos pasados, estos puentes suelen ser adjetivados como «romanos», tal y como, a menudo, mencionan los carteles indicativos de las diversas localidades que, sintiéndose orgullosas de poseer uno de estos en sus términos municipales, lo señalan como elemento turístico junto con la usual iglesia parroquial.

Por el contrario, pocos de estos puentes son, en realidad, de origen romano. No porque estas gentes no fueran aficionadas a la construcción de puentes, que lo fueron; sino porque este tipo de obras acaban por derrumbarse, ya sea por su falta de mantenimiento o, no muy raro, por riadas que se llevan sus arcadas por delante, pese a su pesadez y resistencia. De la misma manera, las sucesivas reparaciones posteriores impiden prácticamente que exista un puente totalmente romano.

Pero ¿por qué etiquetamos a casi todos los puentes como romanos cuando en realidad no lo son? La respuesta se debe, sencillamente, a que el modelo arquitectónico de nuestros puentes, al menos hasta bien entrado el siglo XIX –cuando el metal se impuso como material constructivo-, era el mismo que el ideado por los romanos. En otras palabras, todos los puentes que se construyeron tras la caída del Imperio siguieron los mismos parámetros. Esto provoca, claramente, que no existan elementos que nos permitan diferenciar, al menos a simple vista, un puente romano de uno medieval o moderno.

Podríamos preguntarnos si otras civilizaciones anteriores a Roma no requirieron de puentes. La respuesta sería que no los construyeron como lo hicieron los romanos, pero sí que los utilizaron, aunque muchas veces fueron de madera y, por tanto, no han llegado hasta nosotros. Lo mismo que, al principio, hicieron los romanos. Es más, muchos puentes de los que construyeron cuando lo habitual era el uso de la piedra siguieron siendo de madera, especialmente cuando estos únicamente se construían para el paso de las legiones de manera puntual. Uno de estos últimos es el que nos muestra la columna de Trajano –que nos permite ver la forma arquitectónica de este tipo de puentes-, el cual fue construido sobre el Danubio. Roma, en cualquier caso, no tuvo su primer puente de piedra –al menos sus pilas-, el Pons Aemilius, hasta el 179. Su tablero se construyó de forma momentánea en madera hasta que se levantaros los arcos en el 142 a.C. Por tanto, no fue hasta el siglo I a.C. cuando proliferó este tipo de construcciones pétreas.

Para acometer un puente, lo primero es buscar un lugar adecuado en donde se pueda sustentar adecuadamente el basamento que sostendrá todo el peso de este. Creían los arquitectos de la época que la roca era el lugar más apropiado para este fin, aunque hoy sabemos que un exceso de rigidez del terreno provoca, en caso de temblores de tierra, la fractura de la piedra y, por tanto, una menor flexibilidad del puente para soportar los movimientos. De cualquier modo, se solía buscar siempre la roca, aunque fuera necesaria la excavación en profundidad hasta hallarla. Si esta no existía, se debía introducir pilotajes con el fin de coser el terreno y hacerlo más estable.

El basamento de los puentes implicaba amplias dificultades en su construcción. Recordemos que nos estamos enfrentando a un río que, en mayor o menor medida, lleva una corriente de agua que impide realizar los trabajos constructivos. Podemos pensar que los romanos esperaban a que hubiera un estiaje prolongado en verano que permitirá la realización del trabajo más cómodamente. Una opción lógica cuando el caudal disminuye considerablemente en esa época del año.

Pero los ríos de amplio caudal, incluso en verano, impedían realizar el basamento en cualquier época del año. Así, se recurría a crear un canal alternativo y momentáneo para el río. En otras palabras, desviar el curso habitual de este en el tramo en donde se va a construir el puente. Junto con ello, se solían levantar presas que permitiera tal desvió del caudal fluvial. También era usual establecer empalizadas que permitieran crear zonas más o menos estancas para reducir el nivel de agua en la zona que se iba a trabajar tal y como lo menciona Vitrubio cuando trata de la construcción de puertos. La construcción de un puente requería de una obra de ingeniería anterior a la construcción del mismo.

Puente Amato

Puente Amato

Claro está, todo esto depende también de la anchura del río sobre el que vayamos a construir nuestro puente. Si este es estrecho, no requerirá realizar un excesivo trabajo sobre el lecho; únicamente en las orillas. Así, el tablero –sobre el que pasará la calzada- puede sostenerse solo con un machón en cada orilla. Mucho más fácil si el río se encuentra encajonado. Pero, para que esto fuera posible, era necesario el uso del arco de medio punto –la gran innovación romana-, que permitía unir las dos orillas mediante una arcada o, en el caso de ríos más anchos, usar el mínimo de pilas sobre el lecho fluvial.

El medio arco, cuya innovación permitirá en la Edad Media construir las grandes catedrales del románico, funciona de una forma aparentemente sencilla. El arco permite que el empuje que provoca el peso del tablero se transmita hacia las pilas o machones, que son las que realmente sustentan todo el peso. Cada uno de los sillares de este arco deben ser encajados en su lugar adecuado desde las pilas hasta la parte superior del arco donde un sillar, conocido como clave, une ambos extremos del mismo. Si la clave se coloca adecuadamente, no es necesario ningún tipo de argamasa entre los sillares del arco, puesto que el propio peso sustenta a cada una de las piedras. Todo depende de esta pieza, si la clave cede, todo el arco y lo que sustenta caerá con ella. En ocasiones también podemos encontrar el arco de medio punto rebajado, es decir, no se trata de media circunferencia. Pero es extraño este tipo de ejemplos.

En teoría, se podría construir arcos tan amplios como se pudieran imaginar, aunque la realidad hace que, cuanto más grande se quiera construir la arcada, más problemas existen para llevarla a cabo. Al fin y al cabo, la limitación la impone también el previo armazón de madera que se debe realizar para sujetar cada uno de los sillares que conforman el arco hasta que la clave es puesta en su sitio. En todo caso, podemos encontrar puentes con arcadas que llegan a los 22 metros, como el puente de Porta Cappuccina. Todavía los hay más nachos: el puente de Fabricius, en Roma, llega a los 24, 50 m; el de Alcántara, en España, posee arcadas de 27,50 m, y el puente de Narni nada menos que 32 m.

El problema que ocasiona los arcos es que el puente se debe levantar a una altura considerable respecto a las orillas. Se crea así un perfil de lomo de asno, el cual se creyó que era característico de los puentes medievales, algo que quedo desmentido posteriormente. No obstante, a veces pueden ser totalmente rectos como veremos más adelante.

Puente Fabricius

Puente Fabricius

El arco, en cualquier caso, crea una amplia apertura por donde el agua puede circular sin dificultad aparente –es uno de los motivos por el que se utilizó el arco de medio punto-, así como permitir que no queden enganchados entre las pilas los maderos y otro tipo de escombro que arrastra la corriente, lo cual lo embozaría. Pero cuando las pilas o machones reposan en medio del lecho del río, los romanos observaron que el agua golpea a estas, lo que las desgasta de forma continuada. Si una de las pilas cede todo el puente se vendría abajo. ¿Qué hacer? Crear en un tajamar en forma de espolón –es decir, en forma triangular o semicircular- en cada una de las pilas del cauce.

No acaban aquí los problemas que provoca el agua. Una vez que el agua penetra por los arcos, esta se acelera. Ahora el desgaste se produce al otro lado de las pilas. De nuevo, se debe actuar mediante el añadido de una prolongación de la parte baja del machón con una pieza cuadrangular o semicircular que recibe el nombre de espolón.

Puente de Nona

Puente de Nona

Los romanos, todavía, observaron otras dificultades que ocasionaban las aguas de un río sobre los puentes. Muchos ríos tienen amplias crecidas en algún momento del año. Por tanto, conforme vaya aumentando el caudal del rio, este alcanzará las paredes del propio puente. Así, el rio empujaría con mayor fuerza al puente hasta que, posiblemente, cediera ante la fuerza y cantidad del agua. De nuevo, para evitarlo, los romanos intentaron que los puentes tuvieran la menor superficie vertical posible. Para esto, se crearon sobre las pilas -entre cada una de las arcadas- una serie de aliviaderos –orificios que podían tener diferente forma y tamaño- que permitieran el desagüe del agua en caso de que esta llegara hasta alturas mayores de lo normal.

Además, a los lados del puente, se solía crear un muro, que va desde la orilla hasta la parte más alta de este, con el fin de que sirviera de embocadura e impidiera que la fuerza del agua socavara las márgenes.

Además de todo esto, pensemos que, a veces, al atravesar el rio por un valle, la calzada –como se ha dicho antes- debía descender hasta alcanzar el puente. Para intentar que esto no fuera así, se podían construir macizos a los lados de los puentes para que la calzada no tuviera que descender previamente –así como salvar también el perfil de lomo de asno que provoca el tamaño de los arcos del puente-, de tal forma que no hubiera ningún tipo de pendiente. Se entiende, por tanto, que cuanto mayor fuera el valle, la obra de un puente de podía convertir en una construcción monumental como ocurre en el puente de Nona –por el cual atraviesa la Via Praenestina-. Este en un auténtico viaducto que prolonga las arcadas más allá del propio rio para salvar la totalidad del valle. Todavía transcurre sobre él una moderna carretera. También son viaductos el Puente Milvius, el puente augusto de la Via Aemilia en Rímini, el puente de Porto Torres en Cerdeña, el puente de Alcántara en España, y el Pont Ambroise.

Puente de Alcantara

Puente de Alcantara

Por regla general el paramento se solía realizar con sillares de piedra, pero podemos encontrar algunos que fueron realizados en ladrillo como el viaducto del Arco Felice o el de Sessa Aurunca.

Los puentes eran así una obra de ingeniera complicada que requerían de una amplia astucia por parte de los arquitectos. Todo eso sin contar con que requerían un mantenimiento mayor que otro tipo de construcciones.

 

BIBLIOGRAFÍA

Existe una abundante bibliografía que se enmarca en investigaciones para comprobar el origen de cada uno de los puentes. La bibliografía que recojo a continuación es solo es para ejemplificar una parte de la misma, así como mencionar alguna de carácter generalista acerca de este tipo de construcciones.

FABRE,G.; FICHES, J.L.; PAILLET, J.L. (dir.) (1991): L’Aqueduc de Nïmes et le Pont du Gard. Gap .

FERNANDEZ CASADO,C. (1980): Historia del puente en España. Madrid 1980.

GAZZOLA, P. (1963): Ponti romani, 2 vols., Florencia,1963.

JEAN-PIERRE, A. (2002): «Las calzadas. Las obras de arte viarias» en JEAN-PIERRE, A.: La construcción romana. Materiales y técnicas, Editorial de los Oficios, León (original de 1989), pp. 300-313

LIZ,J. (1985): Puentes romanos en el Convento Jurídico Caesaraugustano. Zaragoza.

LIZ.J. (1988): El Puente de Alcántara: Arqueología e Historia. Madrid.

MESQUI,J. (1986): Le Pont en France avant le temps des ingénieurs. Paris.

SANTARELLA, L. (1933): Arte e tecnica nella construzione dei ponti, Milán.

Autor: D. Gilmart, publicado el 16 de agosto de 2012

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