Onomástica romana: el ciudadano ingenuo

 

En una gran cantidad de inscripciones –inscriptio (pl. inscriptiones)– de origen romano nos encontramos los nombres de personas, ya sean dedicantes o dedicados. Por tanto, es imprescindible para su lectura conocer la onomástica romana, no solo porque el nombre venga abreviado mediante siglas, lo que convierte a las inscripciones en un galimatías de letras sin sentido para el no ducho en estos menesteres, sino porque el estudio de los nombres y sobre todo los elementos del mismo da gran información sobre el origen y estatus de los individuos.

Así pues, centrémonos en los siguientes párrafos en la onomástica del ciudadano ingenuo o ingenuus (pl.ingenui); dicho de otra manera, el ciudadano romano libre de nacimiento. Dejaremos para otro momento la onomástica relativa a mujeres, extranjeros y libertos.

El ciudadano ingenuo portaba un nombre formado por tres elementos: tria nomina, filiación y tribu, que lo distinguía de aquellos que eran extranjeros, esclavos e incluso libertos. Además de ello, podemos encontrar de forma adicional otros elementos como agnomen, signum, domicilium, natio y origo.

 

Tria nomina

El tria nomina estaba compuesto por el praenomen (pl. praenomina), nomen (pl. nomina) y cognomen (pl. cognomina) que podemos castellanizar como prenombre, nombre y sobrenombre. Pongamos de ejemplo el nombre del más insigne de los romanos: Cayo Julio Cesar o, en su forma latina, Caius Iulius Caesar; Cayo es el praenomen, Julio es el nomen, y Cesar es el cognomen. Del mismo modo, Marcus Tullius Cicero o Marco Tulio Cicerón; Marcus es el praenomen, Tullius es el nomen y, finalmente, Cicero es el cognomen.

El praenomen era el nombre propio de la persona, digamos que sería como nuestro nombre de pila, por el que se dirigirían comúnmente entre los miembros de una familia o entre amigos. Al menos así sería en tiempos arcaicos, cuando, de hecho, los romanos tan solo portarían este elemento del nombre seguido de la filiación de la que hablaremos más adelante. Tan solo hay que advertir que los personajes de los mitos, como Rómulo, Fáustulo, entre otros, tan solo son mencionados con ese nombre; en las inscripciones más arcaicas ocurre lo mismo. Sin embargo, desde el siglo VI a.C. el praenomen fue perdiendo esa función original de individualizar a cada persona al quedar reducido la lista de prenombres comunes a diecisiete. Por tanto, básicamente todos los romanos se llamaban igual, incluso muchos hermanos a los que se le ponía el mismo praenomen, debemos de suponer que el mismo que portaba el padre. Es el caso de los Auli Egrilii y los Volusii Saturmini, familias que siempre usaban los praenomina de Lucius y Quintus.

He aquí la escueta lista de prenombres junto con su respectiva abreviatura, forma esta última que es la más común en las inscripciones:

A(ulus)

Ap(pius)

C(caius)

Cn(aeus)

D(ecimus)

L(ucius)

K(aeso)

(aeso)

M(arcus)

M(arcus)

M’ (Manius)

N(numerius)

P(ublius)

Q(uintus)

Ser(uius)

S/Sp (urius)

Ti/Tib(erius)

Tal como se puede ver, una gran mayoría son praenomina que cualquier persona aficionada a la historia romana ha escuchado alguna vez. Algunos de ellos son numerales, como Quintus, Sextus o Decimus, que corresponden en origen al orden de nacimiento de los hijos de una familia; desde luego, ¡no eran muy originales estos romanos!

No obstante, hubo algunos romanos que dieron a sus vástagos otros prenombres más singulares, que en época clásica ya estaban en desuso y, por tanto, aparecen con poca frecuencia en las inscripciones:

Agripp(a)

Ancus

An(nius)

Ar(uns)

At(tus)

Cossus

Deuter

Ep(pius)

Faustus

Fert(or)

Her(ius)

Hospi(ilis)

Hostus

K(aeso)

Mam(ercus)

Marius

Mesius

Mettus

Min(atius/ius)

Nero

No/Nov(ius)

Numa

Opi(ter)

Opia(vus)

Ov(ius)

Pac(uius)/Paq(uius)

Paullus

Pe/Per(cennius)

Pe/Pesc(ennius)

Pet(ro)

Pl/Pla(ncus/utus)

Pop(idius/Pompo)

Pos/post(umus)

Pr(oculus)

R(etus)

Sa/Sal(vius)

Tir(rus)

Tr/Treb(ius)

Tul(lus)

Turus

Voler(o)

Volusus

Vo(piscus)

No acaba aquí las posibilidades de praenomina, pues, a partir del siglo II d.C., algunos nomina como Aelius, Aurelius, Ulpius, Drusus, Germanicus, Flavius y Nero -obsérvese que la mayoría están relacionado con la casa imperial- fueron utilizados como praenomen. No obstante, desde ese siglo, lo más frecuente es que se empiece a omitir este elemento del nombre.

Respecto al nomen o nomen gentilicium, este era como una especie de apellido. Se trataba del nombre de la gens (se utiliza siempre en plural) a la que pertenecía el individuo. De hecho, nomen proviene del verbo nosco, que significa conocer. Así pues, el nomen que llevaba un individuo era el mismo que el de su padre, y nunca el de la madre, a no ser que se desconociera la paternidad o se tratara de un hijo ilegítimo, en tal caso se tomaba el nomen materno. Pero ¿qué es eso de la gens? Ríos de tinta han corrido sobre esta cuestión. Sin entrar en discusiones académicas que requerirían demasiado espacio, la gens era un amplio grupo de parentesco en la que todos los individuos que la componen tienen unas relaciones idénticas y equidistantes. Dicho de otra manera, no hay una organización de parentesco y jerarquía en el interior de la misma, lo que no quiere decir -y debe ser recalcado para no llevar a equívocos- que exista igualdad social en el conjunto de la sociedad romana. Algunas gens, y por tanto sus gentilicia (singular, gentilicium) son muy conocidas, pues pertenecían al pequeño grupo que componían el patriciado: los Julii, Cornelii, Sempronii, Valerii son algunos ejemplos. Algunas teorías indican que el nombre de las gens provenía del nombre de la persona más importante de esta, así por ejemplo la gens Marcia provendría de una persona llamada Marcus. En cualquier caso, en época clásica la gens ya no tenía ningún tipo de función en la sociedad romana, más allá de este uso onomástico.

Al ser los praenomina y nomina muy repetitivos, apareció un tercer elemento que permitiera diferenciar a los individuo: el cognomen; de hecho, algunos consideran que significaría algo así como “reconocer”. En origen, parece que era una especie de mote o apodo que tenía que ver con las características concretas del individuo: Scaeula (zurdo), Caecus (ciego), Strenuus (valiente), Cicero (garbanzo), Sterceius (mal oliente), Calumniosus (mentiroso). Como se puede ver, algunos de esos apodos eran bastante humillantes. La función de apodo no desapareció nunca, pues por ejemplo Calígula no es otra cosa que un diminutivo de la palabra que definía la sandalias del legionario, caligae.

Al acabar el siglo II a.C., el cognomen no lo portaban todos los individuos. Por ejemplo, el que fuera siete veces cónsul, Cayo Mario, carecía de este. Sin embargo, se generalizó a partir de entonces y se convirtió en el elemento para designar al individuo, es decir, tomó la función que anteriormente tenía el praenomen. La lista de cognomina era mucho más variada que los praenomina, aunque la tendencia que se encuentra en las inscripciones es a repetir unos mismos. Según los estudios, una cuarta parte de los individuos ostentaban alguno de los siguientes: Crescens, Faustus, Felix, Fortunatus, Hilarius, Ianuarius, Maximus, Primus, Priscus, Proculus, Rufus, Sabinus, Saturninus, Secundus, Severus, Tertius, Victor y Vitalis.

No obstante, algunos cognomina se fueron conviertiendo en patrimonio de algunas familias a partir del siglo III a.C.; en el siglo I a.C., las principales familias de Roma tenían cognomina. Estas familias lo utilizaban como una especie de segundo nomen que les permitía diferenciarse de otras importantes familias dentro de una gens concreta: los Cornelios Escipiones de los Cornelios Sila, los Sempronios Blesos de los Sempronios Gracos. Para las familias de la nobilitas, nomen y cognomen tenían gran trascendencia, ya que cualquiera de sus miembros que quisiera iniciar una carrera político debía ser identificado con una familia determinada y, así, el neófito podía vincularse con las gestas de sus antepasados. Al fin y al cabo, Roma estaba llena de inscripciones con los nombres de los antepasados de estas familias, así como las leyendas e historias.

¿Cómo pudo ser el proceso de creación de cognomina en estas familias? Pongamos como ejemplo a la familia de aquel gran orador que tuvo Roma: Marco Tulio Cicerón, ya antes mencionado. Cicero (cicer es garbanzo en latín) parece designar algún tipo de grano o verruga que se asemejaba a esta legumbre, pero no porque este individuo lo tuviera, sino porque alguno de sus antepasados, perteneciente a la gens Tulia, tenía esta marca física y le pusieron el mote de “garbanzo”; sus descendientes siguieron siendo conocidos con este hasta que finalmente Cicerón pasó a ser el cognomen familiar. No es algo que nos sorprenda, en muchos pueblos era común hasta no hace mucho tiempo conocer a familias anteras por un mote. Es más, muchos apellidos actuales siguen haciendo alusión a oficios o incluso características físicas.

Entonces, ¿debemos suponer que este nomen y cognomen era el usado por toda la familia y, por tanto, los hermanos los compartían al heredarlos del padre? En principio sí, pero no parece que el cognomen se rija por una regla fija, pues si bien el primogénito hereda el cognomen del padre, no siempre era así en el resto de hijos, que podía crear un cognomen derivado del paterno o incluso del materno. Es el caso de Flavius Domicianus, quien era el hijo segundo de Flavius Vespasianus, pero que tomó un cognomen derivado del de su madre, Flavia Domitila.

Llegados a este punto, resulta que diferenciar a los miembros varones de estas familias era harto complejo, pues los praenomina, además de pocos, eran repetitivos dentro de estas familias aristocráticas, mientras que nomen y cognomen se heredaban. ¿Cómo se podía individualizar a los diferentes miembros? Sencillo, se empezó a utilizar un segundo cognomen, que se establecía en época adulta. En unos casos podía funcionar como un apodo, tal y como vimos, pero algunos generales portaban el conocido como cognomina ex virtute, es decir, un apelativo del lugar en donde habían logrado una importante victoria, como son los casos de Cornelio Escipion Africano y Cornelio Escipion Numantino. Por otro lado, los individuos que habían sido adoptados cambiaban todo su nombre por el de la familia adoptiva, pero mantenían su cognomen o usaban el nomen de origen como segundo cognomen: por ejemplo, Cayo Octavio Turino, tras ser adoptado mediante testamento por Julio César, pasó a llamarse Cayo Julio Cesar Octaviano. Todavía más conocido es el caso de Publio Cornelio Escipión Emiliano, que era hijo de Emilio Paulo, pero fue adoptado por Cornelio Escipión. Una variante era el de conservar como cognomen tanto el nomen como el cognomen del padre natural, que pasaban a ser sobrenombres, manteniendo solo el nomen del padre adoptivo.

La polinomina (el uso de diversos cognomina) se hizo muy frecuente a lo largo del siglo II d.C., sobre todo entre las altas clases. A partir de entonces, si bien hemos dicho que la madre contaba para poco mientras hubiera un padre, empezó a ser frecuente añadir tanto el nomen y cognomen del ambos progenitores. En realidad, no era tanto portar la dignidad de la madre, sino la del abuelo materno si este había sido un prohombre. En una inscripción de Tívoli (ILS 1104), el cónsul del año 169 d.C., Pomepeyo Seneción, aparece con nada menos que 38 nombres.

 

Filiación y tribu

El nombre oficial no acaba con el tria nomina, sino que este se completaba con la filiación y la tribu, que aparecían mencionadas entre el nomen y el cognomen, lugar un tanto extraño que tan solo se explica si entendemos que el cognomen era el elemento más moderno. Varias leyes conservadas, como la tabula Heracleensis indican que cuando se hiciera el censo, se debía recoger “nomina, praenomina, patres aut patronos, tribus, cognomina”. En este caso, parece que el nomen estaba delante debido a que en los censos se prefería ordenar por familias. En cualquier caso, en los miles de epígrafes conservados, el praenomen siempre va al principio como indica la etimología de la palabra.

Más allá de esto, la filiación es la mención del padre de una persona por medio del praenomen paterno en genitivo y seguido de la palabra filius: Marci filius (hijo de Marco), Lucii filius (hijo de Lucio). Por lo general, en los epígrafes aparece siempre abreviado tanto el praenomen como la palabra filius: M.F. y L.F. o M. FIL. y L. FIL. serían las abreviaturas de los ejemplos anteriores. En algunos casos, tan solo aparece la inicial del praenomen del padre. Aunque es extraño, no falta la filiación por medio del nomen o el cognomen del padre, e incluso en ocasiones aparecen los praenomina de los abuelos, bisabuelos y tararabuelos, que en tal caso se mencionan, respectivamente, con las palabras nieto, biznieto y tataranieto: N(epos), PRON(epos), ABN(epos).

¿Qué pasaba cuando un romano no tenían padre conocido o había nacido fuera del matrimonio? En este caso no se ponía la filiación de la madre, pues esto hubiera dado lugar a que se supiera que el individuo era un bastardo. Así, lo usual era inventarse una filiación cualquiera. Más raro es que aparezca las siglas SP F, que significa Spurii filius. Otras veces directamente se podía omitir la filiación.

Por su parte, la tribu es lo que hacía realmente ciudadano romano, pues todo aquel que tenía la ciudadanía debía estar inscrito en una de las 35 tribus existentes (4 urbanas y 31 rústicas). Dichas tribus eran la unidad de voto en los comitia tributa. Son las siguientes, y pueden aparecer igualmente abreviadas, pero debemos desarrollar como Aemilia tribu, Galeria tribu, etc., que podemos traducir como “adscrito a la tribu…”. Por lo general se encuentra entre a filiación y el cognomen, aunque pueden aparecer en otros lugares.

Aemilia (AEM/ AEMIL)

Aniensis (ANI/ AN/ ANIES ANIEN ANIENS)

Arniensis (ARN AR ARNEN ARNENS ARNIEN)

Camilia (CAM CAMIL)

Claudia (CLA CL CLAV CLAVD)

Clustumina (CLV CL CLVS CLVST)

Collina (COL COLL COLLIN)

Cornelia (COR CORN CORNEL)

Esquilina (ESQ ESQVIL)

Fabia (FAB)

Falerna/Falerina (FAL F FALE)

Galeria (GAL G GALER)

Horatia (HOR H ORA ORAT)

Lemonia (LEM LEMON)

Maecia (MAEC MAE MEC)

Menenia (MEN MENEN)

Oufentina/Oufetina (OVF OF OFEN OFENT OVFENT VFEN)

Palatina (PAL PALAT)

Papiria (PAP P PAPIR)

Publilia (POB PVP PVBL PVBLIL )

Pollia (POL P POLL)

Pomptina/Pontina (POM POMP POMPT POMPTIN)

Pupinia (PVP PVPIN POPIN)

Quirina (QVIR Q QV QVI QVIRIN QVR)

Romilia (ROM ROMIL ROMVL)

Sabatia/Sabatina (SAB SABAT SABATIN)

Scaptia (SCAP SCA SCAPT)

Sergia (SER SERG)

Stellatina (STE/L ST STE STEL STELL STELLAT)

Suburana/ Succusana (SUV/SVC)

Teretina (TER TERET)

Tromentina (TRO T TR TROM TROMEN TROMENTIN)

Velina (VEL VELIN)

Voltinia/Votinia (VOL V VOLT VOLTIN)

Voturia (VOT VET)

A partir de finales del siglo I d.C. se observa que la tribu va desapareciendo de las inscripciones; en el siglo III era básicamente residual. También hacia esta misma época también la filiación empieza a desaparecer de las inscripciones.

Desde el siglo I d.C. algunos personajes relacionados con la guardia pretoriana y los vigiles portan en el lugar de la tribu un nombre derivado del gentilicio o cognomina de los emperadores: Aelia, Antoniana, Aurelia, Favia Neruiana, Samia, Septimia, Sulpicia, Traiana, Ulpia. Algunos investigadores han llamado a esto pseudo-tribu.



Ejemplos:

Pongamos en práctica lo visto hasta ahora. Usemos para ello esta inscripción sobre una lápida funeraria de Mérida.

Lo primero de todo es desarrollar todas esas abreviaturas:

C(aius) FLAVIUS C(aii) F(ilius) PAP(iria tribu) / SABINUS/ H(ic) S(itus) E(st) S(IT) T(IBI) T(ERRA) L(EVIS)

Lo que nos interesa para explicar la onomástica son las dos primeras líneas, en las cuales aparece el nombre entero del romano que ocupa la sepultura. Por lo tanto, traducido, el nombre de este individuo es Cayo Flavio Sabino (praenomen, nomen y cognomen), hijo de Cayo (filiación), adscrito a la tribu Papiria (tribu). El resto, aunque no nos interesa ahora, son dos formulas características en las inscripciones funerarias: Hic situs est (aquí yace), Sit tibi terra levis (que la tierra te sea leve).

Realicemos otra lectura, en esta ocasión un cipo que se encuentra en Nápoles. Desarrollada, la inscripción dice así:

M(arco) VALERIO M(arci) F(ilio)/ QVIR(irna tribu) SATVRNINO/ TRIBVNO / MIL(ilitum) LEGI(onis) III / CYRENEICAE / HARISPICI MAXIMO

De nuevo, nos interesan las dos primeras líneas en donde se refleja el nombre, que en este caso está en dativo en tanto que es alguien, quizás sus compañeros de la legión, los que le dedican este cipo. Así pues, lo que nos dice es “a Marco Valerio Saturnino, hijo de Marco, adscrito a la tribu Quirina”. El resto de la inscripción nos indica el cargo que tenía: tribuno militar de la Tercera Legión Cirenaica; era también Arúspice Máximo, es decir, un cargo religioso.

 

Supernomina: Agnomen y signum

Los supernomina se puede traducir como “nombre añadido”. En el siglo II a.C. se generalizó estos dos elementos: agnomen y signum.

El primero, que podemos interpretar como “sobrenombre”, algunos autores, como Pedro Batle, lo identifica con el segundo cognomen, sin embargo, como observó Kajanto, este nombre es siempre no latino y tan solo se da en territorios con influencia griega y en la provincia de África. Parece que muchos individuos que habían obtenido la ciudadanía romana y que recibieron el trianómina quisieron mantener su nombre vernáculo. En las inscripciones, tras el nombre romano, se establece alguna de las siguientes palabras para indicar que se trata del agnomen: qui/quae et, siue, qui uocatur, qui uocitatur, qui dicitur, cui nomen est. Por ejemplo, L. Iallius Valens qui et Licca (CIL X 3468) o C. Iulius Vitulus siue Alexander (CIL XIII, 2161)

Al mismo tiempo que surge el agnomen, apareció también el signum (pl. Signa). Este puede aparecer junto al nombre y tiene origen latino, a veces con la palabra signum. En esta inscripción (CIL VI 13213) vemos un ejemplo: M(arcus) Aur(elius) Sabinus cui fuit et signum Vagulus.

En otras ocasiones, está separado del nombre (signum separado), y aparece puesto en la inscripción en un lugar distinto al resto del texto. En estos casos es un nombre con el sufijo -ius. Puede estar relacionado con los collegia funeraticia, así se hacía constar que la persona pertenecían a estos, aunque puede ser también meramente un apodo relacionado con aspectos físicos o morales de la persona. Suelen aparecer en inscripciones funerarias, pero también los hay en honoríficas. El ejemplo lo encontramos en este cipo (CIL VI, 41332), conservado en los Museos Capitolinos, en donde el nombre Panchar[ii] corona la inscripción.

 

Origo, natio y domilicilium

Aunque no forme parte del nombre, al menos no siempre, es relativamente fácil toparnos con inscripciones en la que la persona hace constar un topónimo (o sus derivados), ante todo ciudades. Este puede hacer referencia a tres cuestiones distintas:

Por otro lado, la inscripción nos puede estar indicando la natio, que sería el lugar de procedencia de una persona. Puede ser una ciudad, pero ante todo es una región, una provincia o una gentilidad. Por lo general se suele mencionar las palabras civis o natione: Natione Gaus Natione Hispanus. Natione Greca. Un ejemplo es esta inscripción (AE 1984, 121) de una mujer, Caprila Severa, en la que se nos indica civis Aeudae, es decir, que pertenecía a la tribu Aeudi, que quedaba en la Galia Lugdunense. No obstante, el cipo se encuentra en Roma, por lo que tal mujer sentía gran orgullo de su origen.

Por lo general, los nombres de ciudades pueden referirse a la origo o al domicilium. Origo, pese a que la tendencia sería traducirlo como origen, el concepto lo debemos limitar a la condición de ciudadano de una determinada ciudad, es decir, la persona es munícipe o colono de pleno derecho de la ciudad y, por tanto, podría votar en las asambleas o, en su caso, ocupar los diversos cargos municipales. Este estatus de ciudadano se puede tener por nacimiento o se puede adquirir (adlectio inter ciues). Esto último implica que una misma persona podía ser municipe de dos o más ciudades, de tal forma que tendría más de una origo. El domicilium, por su parte, hace alusión al lugar en donde la persona tiene su residencia, pero podría ser un incola en la misma, es decir, no tiene derecho de ciudadanía pese a residir en la ciudad.

La cuestión es distinguir a qué concepto se está refiriendo el topónimo de una ciudad, pues pese a que los manuales de epigrafía tienden a buscarlas, no existen formulas fijas para cada uno. Así, se ha dicho que la fórmula domo más un topónimo en ablativo, locativo o adjetivado indicaría el domicilium, mientras que el topónimo, ya sea en ablativo o locativo, y más común cuando aparece como un adjetivo étnico (Pompelonensis, Tarraconensis) tras el cognomen sería la mención a la origo. La realidad es más compleja. Para entenderlo mejor, pongamos de ejemplo la siguiente inscripción (CIL II2/5, 257):

M(arcia) · M(arci) · f(ilia) · Procula · / Patriciensis · an(norum) · III · s(emis) / M(arcus) · Marcius · Gal(eria) · / Proculus · Patricien/sis · domo · Sucaeloni / IIvir · c(olonorum) · c(oloniae) · P(atriciae).

Tenemos aquí a una mujer, Marcia Procula, y un hombre, Marco Marcio Proculo, que son padre e hija. Ambos eran Patriciensis, es decir, hace referencia a la Colonia Patricia (Córdoba). En el caso del hombre, nos dice que incluso fue duunviro de la colonia, pero se nos indica también la expresión “domo Sucaeloni”, es decir, la ciudad de Sucaelo. ¿Cómo debemos interpretar esto y en concreto la palabra domus? ¿Quizás eran cordobés y tenía la ciudadanía allí, pero ahora tenía domicilio en Sucaelo? Al revés, ¿era de Sucaelo, pero había recibido la ciudadanía en Córdoba? La lógica nos hace pensar en esto último, que un individuo de una ciudad menor como era Sucaelo migró hacia la capital de la provincia de la Bética con el fin de prosperar. Por tanto, tendría dos patrias, la de nacimiento, que era Sucaelo, y la que obtuvo al trasladar su domicilio a Córdoba.

Pongamos otros ejemplos. El primero puede ser este altar dedicado a Diana y que se encuentra en Colonia (Alemania). Prescindiendo de parte de la inscripción, se nos indica que este lo puso A(ulus) Titius C(aii) F(ilius) Pom(ponia tribu) Severus Arretio, es decir, Aulo Tito Severo, hijo de Cayo, adscrito a la tribu Pomponia, proveniente de Arreitum, la actual Arezzo. Así pues, podríamos indicar que se trataba de la origo y que por tanto esta persona tenía la ciudadanía de esta ciudad, viviera donde viviera.

Observemos en esta inscripción (CIL XIII, 612) perteneciente a un individuo que responde al nombre de Lucio Antonio Statuto, y que por cierto era liberto (de los que hablaremos en otra ocasión), y que indica domo Bilbil(itano). Esto último se refiere a Bilbilis, actual Calatayud (Zaragoza). Aquí podríamos considerar que la persona pudiera tener el domicilio o incluso la origo en Bilbilis, pero resulta que este señor estaba enterrado en Burdeos (la antigua Burdigala) en donde se encontró esta lápida. Por tanto, debemos deducir que aquí se nos está indicando de nuevo la origo.

En definitiva, en cada inscripción hay que deducir si nos está hablando de la origo o el domicilium.

 

BIBLIOGRAFÍA

ANDREU PINTADO, J. (Coord.) (2009): Fundamentos de epigrafía latina, Liceus, Madrid

BATLEE, P. (1946): Epigrafía latina, Instituto Antonio de Nebrija, Barcelona

LÓPEZ BARJA, P. (1993): Epigrafía latina: las inscripciones romanas desde los orígenes al siglo III d.C., Tóculo, Santiago de Compostela



Autor: D. Gilmart, publicado el 14 de julio de 2021

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