El origen de los reinos cristianos en la Península
Tras la caída del reino visigodo en manos de los arabo-bereberes en el 711, surgieron una serie de núcleos cristianos en el norte peninsular que acabaron por convertirse en reinos y extenderse progresivamente hacia el norte.
En cordillera Cantábrica, en concreto en Cangas de Onís, surgió el reino astur, después de que un misterioso Pelayo acaudillase a los diversos pueblos de la zona en la batalla de Covadonga en el 718. A lo largo del siglo VIII, este ente político extendió su dominio a lo largo de los distintos valles. En la segunda mitad del siglo IX, la frontera del reino se fijó en el Duero y la sede regia se trasladó a León, denominándose desde entonces reino de León. Por otro lado, en el este del reino, se creó el condado de Castilla, de gran importancia en tanto que defendía la zona por donde más fácil eran las incursiones del califato.
En cuanto a los Pirineos, Carlogmango, a finales del siglo VIII, pretendió crear una frontera (marca hispánica) en el Ebro después de que su abuelo, Carlos Martel, frenara el avance del Islam en Poitiers en el 732. Si bien no logró su objetivo, sí que se crearon diversos condados: Rosellón, Ampurias, Beslú, Cerdaña, Urgel Pallars (los Condados Catalanes); Aragón, Ribagorza, Sobrarbe (que dieron lugar al reino de Aragón), y el de Pamplona, que prontamente se convirtió en el reino de Pamplona, más tarde Navarra. Los condes aragoneses independizaron su política de la carolingia en la primera mitad siglo IX. Por su parte, los condados catalanes, bajo la hegemonía de Wifredo el Velloso, conde de Barcelona, también dejaron de rendir pleitesía al monarca franco a finales del siglo IX. Gracias a las alianzas matrimoniales, la mayor parte de los condados catalanes acabaron en manos de la Casa de Barcelona.
A comienzo del siglo XI, el monarca cristiano más poderoso era Sancho III el Mayor, que además de Navarra, gobernaba los condados de Castilla y los tres aragoneses debido a políticas matrimoniales. A su muerte, en el 1035, el primogénito, García Sánchez III, quedó con el reino de Navarra, pero sus hermanos, Fernando y Ramiro, independizaron los condados de Castilla y los tres aragoneses.
Fernando I, conde de Castilla, acabó por convertirse por matrimonio en rey de León, y Castilla se convirtió también en reino. Ambos reinos, que no siempre estuvieron bajo el dominio de un mismo monarca, quedaron unidos definitivamente 1230, bajo la denominación de Corona de Castilla. Para aquel entonces, se había escindido de León el condado de Portugal, cuyo conde adquirió dignidad real en 1139.
Por su parte, Ramio I quedó con Aragón y el resto de condados aragoneses. Gobernó de forma independiente, y su hijo, Sancho I, consiguió ser corona rey por el propio papa. Uno de los hijos de este, Alfonso I el Batallador, murió en 1134 sin descendencia. En su testamento, dejaba el reino a las órdenes militares, pero la nobleza prefirió que su hermano, Ramiro II el Monje, se convirtiera en rey. Este tuvo que casar y de tal matrimonio nació Petronila. Ante la necesidad de asegurar la descendencia y el gobierno, fue casada a temprana edad con Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, quien se ocupó del reino de Aragón. Del matrimonio de ambos nació Alfonso II, que heredó Cataluña y Aragón, dando lugar a la Corona de Aragón, que se amplió en los siglos siguientes.
En cuanto a la organización de los reinos, la monarquía era la principal institución. El rey, en principio, tenía como principal función dirigir la guerra, impartir justicia y legislar; pero la realidad es que el poder que tenía, más allá de los territorios de realengo, era limitado, en tanto que el territorio estaba dividido en señoríos, y la jurisdicción sobre estos recaía en los señores de los mismos, que de forma hereditaria se transmitían las tierras. Estos señores, en principio, eran vasallos de los monarcas por un lazo feudo-vasallático; de acuerdo a este, el rey reconocía el señorío a cambio de consejo y de ayuda militar. Por otra parte, las ciudades en muchos casos estaban gobernadas por consejos, aunque por lo general dominados por las familias más adineradas. Con el tiempo, y el aumento de la autoridad real (de ahí que en torno al rey surjan las cancillerías, tribunales y tesorerías), fueron surgiendo desde el siglo XI las Cortes, siendo las primeras las de León, que representaban al reino en tanto que había miembros de la nobleza, el clero y las ciudades.