La colonización griega
Al tratar sobre el siglo VIII a.C., vimos como en Grecia ya estaban constituidas todas las poleis que protagonizarán la futura historia griega. Observamos su sociedad y sus instituciones, pero no habíamos hablado del grave problema social que estas atravesaban en tan temprana época. Esta acuciante problemática desembocó, en este mismo siglo, en un proceso colonizador del Mediterráneo, que continuó, aunque más atenuado, en los dos siglos siguientes.
Las causas de la colonización
Las poleis del siglo VIII padecían un grave problema social que puede describirse como la interrelación de dos factos: el aumento demográfico y el empobrecimiento generalizado de gran parte de la población. El primero, el aumento de ciudadanos, provocaba inevitablemente una falta de recursos para sostener a todos los individuos, pues debemos recordar que la extensión de las poleis, a excepción de algunos casos, era reducida. De esta forma, una amplia capa del cuerpo de ciudadanos quedaba totalmente desprovista de tierras para cultivar. Debemos recordar que la propiedad de esta no era solo un medio para sobrevivir, sino un prestigio social.
Conjuntamente con este factor, actuó el segundo ya mencionado: el empobrecimiento de los pequeños y medianos propietarios de tierras. Sin que sepamos fehacientemente como se produjo este fenómeno, se puede lanzar como hipótesis –aunque se podrían hacer muchas matizaciones al respecto- que el aumento demográfico se dio por el auge del número de hijos dentro del núcleo familiar. De esta forma, las tierras de cada familia quedaban divididas entre mayor número de hermanos. Así, el lote de tierra que se heredaba se empequeñecía con cada generación, lo que hacía que en un momento dado la persona, incapaz para vivir de su pequeña extensión de tierra, decidiera venderla. Los compradores, a menudo, eran los áristoi –no podemos desdeñar que estos también presionaran para ello-, quienes fueron acumulando con el tiempo amplias extensiones de tierra. Estos últimos se hacían más ricos y poderosos en comparación con el resto de la población.
Al antiguo pequeño y medio campesinado solo le quedaban dos opciones para sobrevivir: trabajar como jornaleros en sus antiguas tierras –situación social degradante en la mentalidad griega-, o, en su caso, trasladarse a la ciudad en donde se podrían dedicar a otras actividades como el comercio o la artesanía.
En todo caso, la situación para la mayor parte de la sociedad era lo suficientemente mala como para crear dificultades de estabilidad para las poleis y quienes las gobernaban. Así, la solución que se encontró para evitar este potencial peligro fue la reducción de población. Esto se llevo a cabo mediante la fundación de nuevas poleis –fuera del ámbito tradicional griego- en donde toda esta «población sobrante» pudiera poseer tierras. Se trataba de mantener unas formas de vida relacionadas con la propiedad como las que hasta entonces habían existido en las metrópolis.
En cualquier caso, y aunque se pueda decir que la motivación primaria fue esa, también podría haber otras causas que llevasen a la fundación de colonias, como por ejemplo la existencia de conflictos políticos en el interior de la polis, que lo podíamos relacionar con la principal causa ya vista. Del mismo modo ocurre cuando la causa a la que aluden las fuentes es la carestía de alimentos, puesto que en realidad se trata más bien de un exceso de población. También una tapadera más evidente para la principal causa es considerar que había sido algún oráculo el que potenciaba la colonización. Incluso en las causas comerciales –que suelen ser más extrañas-, es decir, el controlar rutas comerciales, tienen siempre como objetivo la de eliminar habitantes.
En general, la colonización contribuyó a la propia evolución política y económica de la propia polis. Un exceso de población, además empobrecida, habría ocasionado posiblemente el fin de la aristocracia. De hecho, en los siglos posteriores muchas ciudades se verán sometidas a cambios trascendentales por la propia presión de la población hoplita para entrar en las instituciones políticas. Así, la salida masiva de población contribuyó a la estabilidad de la propia aristocracia
La invención de la colonización
Si la idea de la colonización se dio, desde luego eso no fue por desconocer la existencia de territorios actos. Los griegos, en especial los comerciantes, llevaban surcando el Mediterráneo desde hacía tiempo –la Odisea ya detalla lugares lejanos del territorio tradicional griego-. En el siglo VIII las rutas comerciales abiertas–en especial por los comerciantes de Eubea- permitieron conocer nuevos territorios propicios para asentar población. Muchas veces, además, se habían asentado factorías o lugares de intercambio comercial – empórion-, más o menos estables, como Al Mina en Siria, o, más lejos del territorio griego, en Pitecusas (Ischia), así como pequeños centros comerciales, o eso piensan algunos investigadores, en poblaciones indígenas de Italia y Sicilia hacia la primera cuarta parte del siglo VIII.
Con esto no se quiere decir que la primera fase de una colonia era crear un empórion. Ni mucho menos. Son dos cosas totalmente distintas. Lo que se pretende hacer entender es que el comercio y sobre todo estos asentamientos comerciales dieron una amplia información de las costas mediterráneas, que fue utilizada para buscar ubicaciones adecuadas.
En cualquier caso, hablar de colonias no debe hacernos pensar en el concepto decimonónico de estas. En primer lugar, no se trata de un sometimiento de población de otros territorios, y ni tan siquiera los ciudadanos fundadores de la colonia dependían políticamente de su metrópolis, más allá de los acuerdos que, a posteriori, estas pudieran realizar por circunstancias diversas. En segundo lugar, la metrópolis no buscó con la fundación mercados ni recursos económicos –aunque a largo plazo fomentaron el comercio-. Así, el termino apoikía –colonia- meramente alude a una polis de nueva creación con todo lo que esto conlleva, es decir, la fundación de una nueva Ciudad-Estado. Es más, a veces las relaciones entre la metrópolis y la colonia se rompían de tal forma que surgieron conflictos armados entre ellas. Por regla general, el único elemento que unía a metrópolis y colonia era la realización en común de ciertos cultos religiosos tradicionales. Todo esto queda bien ilustrado en una cita que nos da Tucídides (1.34) en donde los embajadores de Corcira dicen a los atenienses: «que se enteren de que toda colonia, cuando es bien tratada, honra a su metrópolis y cuando es ultrajada cambia de conducta; pues los colonos son enviados no para ser esclavos de los que se quedan, sino sus iguales».
El proceso de colonización
Crear una colonia no era sencillo. Una vez que la polis, futura metrópolis, decidía la fundación, se elegía al oikistes, la persona que tendría el mando de la expedición. Normalmente lo elegía la metrópolis, y podía haber más de uno en el caso de que el contingente de colonos procediera de diversas poleis –algo que no era extraño-, puesto que cada una aportaba a un oikistes. También en ocasiones –cuando la iniciativa no partía expresamente de la polis- eran los propios colonos los que podían elegir a su propio guía, o incluso que una persona se autoproclamara oikistes e iniciara por su cuenta una fundación. En cuanto al origen social de la mayor parte de estos, solían ser individuos de la aristocracia, al menos esto se deriva al observar los nombres de quienes lo fueron.
Este cargo no era algo baladí, sino que suponía todo un honor, puesto que la memoria de este persistiría a lo largo del tiempo para los habitantes de la nueva polis. Este se convertía en una especie de héroe fundador que recibiría culto. Su tumba, en un lugar importante de la ciudad, sería venerada por las generaciones venideras. Es un primer elemento de identidad propio para la nueva colonia. No obstante, hubo algunas ciudades que crearon mitos fundacionales que se apartan de este hecho.
El oikistes debía, además de buscar a los colonos, organizar la expedición. Esto no resultaba muy complejo, puesto que la polis, en la mayor parte de los casos, otorgó todos los medios para trasportar a los habitantes hasta el nuevo territorio, pues al fin y al cabo la fundación era sancionada por esta misma mediante la entrega del fuego sagrado de Hestia. Hasta tal punto el objetivo era el de reducir la población que, según nos cuenta Heródoto (4.156), la expedición que salió de Tera para fundar Cirene, en Libia, se volvió a la metrópoli –según el texto porque no sabían que debían hacer una vez en el mar-, pero desde el puerto de Tera les tiraron piedras para impedirles que desembarcaran. Se tienen otros ejemplos parecidos. Como se puede apreciar, los colonos, una vez que partían, perdían, por así decirlo, su nacionalidad. Por tanto, se puede ver que la metrópolis, a partir de ese momento, se desentiende de la expedición, aunque mantendrán relaciones en mayor o menor grado con la colonia –pero una vez que esta se haya fundado en realidad-.
Antes de partir, parece lógico, había que elegir el emplazamiento –al menos el lugar hacia donde dirigirse-. La responsabilidad recaía, de nuevo, en el oikistes, del que debemos suponer que anteriormente había recibido noticias de territorios adecuados para un nuevo asentamiento. También podemos creer que muchas veces el oikistes era elegido precisamente porque él mismo conocía de primera mano estos territorios. No obstante, se pretendía hacer creer que era el oráculo de Delfos el que elegía el lugar, y quizás no falte razón, pues podríamos pensar que allí se guardó información sobre las tierras susceptibles de ser colonizadas y, por tanto, esa sería la principal razón por la que el fundador iba a Delfos. Allí recibía dicha información en forma de oráculo.
Parece que la sanción religiosa de este santuario prácticamente se convirtió en un requisito ineludible, al menos si la expedición quería gozar de la ayuda de los dioses. No obstante, las primeras fundaciones no consultaron este santuario, puesto que la tradición es posterior. Eso sí, muchas de estas primeras colonias no dudaron en falsificar su propia historia para presentarnos el preceptivo oráculo.
Los lugares que se escogían eran promontorios, que fueran fácilmente defendibles, con buenos fondeaderos y tierra fértil. Por otra parte, por mucho que la colonia se asentara en lugares «de nadie», existía en los alrededores población indígena. La idea general que dan muchos historiadores es que hubiera sido imposible el establecimiento de una colonia sin que existiera una colaboración por parte de la población nativa. Como se ha dicho, los colonos no componen una expedición militar, su intención no es conquistar, sino establecerse para vivir. Por tanto, el oikistes debía mantener previamente conversaciones con estas poblaciones, las cuales darían su visto bueno para la fundación de la ciudad. Así, se dieron pactos de diversa índole, en donde no faltaron incluso acuerdos matrimoniales. De hecho, el número de colonos debía de ser a veces tan escaso que la fundación se realizaba también con aporte de indígenas, especialmente mujeres, pues los colonos, en su mayoría, solían ser hombres.
Acordado ya el lugar de asentamiento, el oikistes delimitaba la parte que sería la ciudad –asty– de aquella parte que sería el campo –chora-. Dentro de la primera, delimitaba los espacios públicos de los espacios privados –estos últimos repartidos entre los colonos-. Del mismo modo, en la parte que sería rural, se dividía en lotes de tierra, los cuales se entregaban a los nuevos habitantes. También dictaba las primeras normas legislativas por las que se regiría la ciudad, así como sus instituciones. Normalmente, se solían establecer las mismas normas que las de la metrópolis, aunque esto no tenía que ser siempre así.
Estos primeros colonos se encargaban, por tanto, de construir sus respectivas poleis desde cero, por lo que muchos de ellos, o al menos las generaciones futuras de estos, se convertían en los áristoi de las mismas, frente a la población posterior que llegaba a la colonia una vez que esta ya estaba levantada.
Con el paso del tiempo, muchas colonias acabaron por tener los mismos problemas que la metrópoli, lo que llevó a la creación de otras colonias por parte de estas mismas. Se las suele llamar a estas fundaciones secundarias, las cuales fueron frecuentes en el siglo VII.
Los lugares de colonización
Llegados a este punto, debemos tratar las áreas geográficas en las que se asentaron las colonias.
El primer lugar de colonización, tanto por antigüedad como por intensidad, fue Sicilia y el sur de Italia o Magna Grecia –de hecho, esta zona del Mediterráneo a veces superó culturalmente a las metrópolis-. Si prescindimos de la ya mencionada Pitecusa, que no fue una colonia, la más antigua fundación es la de Cumas, fundada a mediados del siglo VIII, así como Naxos, que lo fue en el 734 a.C. En ambos casos sus habitantes procedían de la isla de Eubea. No fueron los únicos, otras colonias fueron fundadas en los años sucesivos por los corintios –como Siracusa-, por los megareos, por los locrios, por los espartanos –es el caso de Tarento-, por los aqueos, por los rodios, por los cretenses y por colofonios. Más tarde, estas mismas colonias fundarían también en esta área otra serie de colonias.
La intensidad de esta colonización llevó a crear un territorio totalmente helenizado –al menos bordeando las costas-, especialmente en Sicilia. No es de extrañar que hoy en día podamos decir que lo mejor de Grecia se encuentra, precisamente, en esta isla.
Otro lugar de colonización fueron las islas del norte del Egeo, los promontorios que se extendían a lo largo de las costas macedónicas y tracias, los estrechos que comunican con el mar Negro (Helesponto, Propóntide y Bósforo), así como este mismo –conocido en la Antigüedad como Ponto Euxino-. Pese a todo, a excepción del mar Negro, el resto eran zonas que, en principio, se encuentran lo suficientemente cercanas a la Grecia tradicional como para considerar que se trató de una prolongación de esta.
Los primeros en colonizar las regiones del Egeo septentrional fueron también los euboicos, tanto Calcis como Eritrea. También se interesaron prontamente las poleis jónias, como por ejemplo Mileto. En toco caso, a día de hoy existe un amplio debate sobre las colonias en esta regiones en el siglo VIII, especialmente en los estrechos, puesto que muchos dudan que se dieran en este siglo, sino en el siguiente. En todo caso, el interés por toda esta zona de los estrechos se dio en el siglo VII. Entre otras se fundó Potidea por corintio; Selimbria, Caledonia y Bizancio –la futura Constantinopla- por Mégara. Y la ya mencionada Mileto fue, ante todo, la gran colonizadora tanto de los estrechos como del mar Negro: Abidos, Apolonia Póntica, Berezan-Borístenes, Sinope, Istria y Tanais.
Podríamos pensar que la colonización de los estrechos era una causa estratégica para controlar el paso de importantes recursos económicos entre el mar Negro y el Egeo, pero ni mucho menos. La causa es la que hemos comentado párrafos arriba. Solo más adelante muchas de estas ciudades, como Bizancio y Calcedonia, se dieron cuenta de su posición estratégica.
Cabe destacar de las colonias del mar Negro la despreocupación por conocer los territorios interiores, así como a la población indígena. El propio Heródoto dice que no encontró información precisa de dichas tierras. Mientras que la Magna Grecia y Sicilia fue un foco de helenización de las poblaciones indígenas, este fenómeno paso desapercibido en el mar Negro.
También el norte de África tuvo alguna colonia griega, aunque en menor grado. No podemos decir con seguridad el motivo de este hecho, aunque algunos han apuntado que la presencia fenicia en dichas zonas impidió la colonización griega, pese a que el argumento tampoco se sostiene al existir serias dudas sobre si las fundaciones fenicias eran en realidad colonias o meramente asentamientos comerciales. El debate parece abierto.
En cualquier caso, solo la ya mencionada Cirene –fundada en el 630-, en el actual territorio libio, fue una colonización procedente de la Grecia tradicional. En el caso de esta ciudad, su fundador, Bato, fue nombrado rey en la colonia. Sus descendientes hicieron de la ciudad una auténtica potencia económica en la región –además de las ricas tierras para el cultivo de cereal, dominaba importantes rutas caravaneras-. Esta ciudad llegó a fundar diversas subcolonias en la región.
Más allá de esta colonia, no podemos encontrar otra fundación de la misma índole. Algunos han apuntado a que Náucratis, en el delta del Nilo, fue también una colonia griega. Pero esto no parece probable. Como nos dice Heródoto (2.178-179), el emplazamiento fue dado por el faraón Amasis como lugar para que los comerciantes griegos pudieran realizar su actividad. Por mucho que allí llegaran a construir templos, no parece lógico que se hubiera permitido jamás la creación de lo que al fin y al cabo hubiera sido un Estado soberano.
En el occidente del Mediterráneo –el levante de la Península Ibérica y el sur de la Galia- la presencia griega fue más bien tardía. De hecho, la mayoría de colonias que nos podemos encontrar aquí se realizaron a finales del siglo VII y principios del VI. Como ocurrió en otras zonas, los primeros en llegar fueron los comerciantes, que también lo hicieron de forma tardía. En especial fue Focea, sin prácticamente competencia, la que tuvo amplio interés por comerciar con estas tierras tan lejanas –se sabe que se comerció con Tarteso-. Así fue como se fundó Masalia hacia el 600 a.C., una de las pocas colonias griegas del Mediterráneo –el resto eran meramente factorías, como la famosa Emporion-. Fue Masalia la que acabó por controlar el comercio occidental, así como llevar a cabo la fundación de nuevas colonias.
Es cierto, por otra parte, que las colonias que se fundaron desde Masalia o desde otras colonias –las segundas colonizaciones-, además de disminuir la población, tenían muchas veces como objetivo el control de rutas comerciales, por eso las metrópolis intentaron controlar a estas. Pero la realidad fue que pocas veces consiguieron que las nuevas colonias se prestaran a mantenerse atadas políticamente a las ciudades de origen.
En definitiva, podemos decir que la colonización presto un servicio a las poleis para solucionar el problema demográfico y social. Pero más allá de ello, a largo plazo permitió la apertura de nuevas rutas comerciales y la afluencia de recursos económicos desde diversos puntos del Mediterráneo. Junto a ello, la cultura griega traspasó el ámbito tradicional de esta. Se crearon nuevos focos desde donde esta cultura era irradiara a culturas indígenas. Pero no se quiere decir con esto que dichas poblaciones indígenas fuera helenizadas, sino que se produjo una aculturación, es decir, tomaron elementos griegos y los interpretaron de acuerdo a sus propias culturas.
BIBLIOGRAFÍA:
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